
viernes, 31 de julio de 2009
miércoles, 29 de julio de 2009
AMOR DE PATRIA

Fuero del trabajo. 9 de Marzo de 1.938
lunes, 27 de julio de 2009
El museo desaparecido

ARTURO PÉREZ-REVERTE XLSemanal 26 de Julio de 2009
martes, 14 de julio de 2009
UNOS DIAS DE DESCANSO
lunes, 13 de julio de 2009
miércoles, 8 de julio de 2009
EN VÍSPERAS DEL BAILE DE MÁSCARAS

Uno de los más curiosos fenómenos de la política es aquel –tantas veces señalado– que obliga a los profesionales a tener dos caras: la que lucen en público y la que ocultan en la intimidad. Es frecuentísimo ver a quienes se increpan en el hemiciclo saludarse afablemente en el salón de conferencias y reprimir –por cierto resto de pudor, no por falta de gusto ni de apetito– los deseos de merendar juntos en el bar.
Esta disciplina de los movimientos espontáneos es, desde cierto punto de vista, plausible. La exhibición en público de toda espontaneidad resultaría indecente. Así, la educación es, un triunfo sobre el humor nativo. Pero estas correcciones de lo elemental son dignas de alabanza cuando obedecen a un principio superior –religioso, moral, estético– acatado en la convivencia. La sujeción impuesta a la sinceridad salvaje por una razón de moral no es comparable con la insinceridad que no tiene justificación o que la busca en razones menos respetables: insinceridad misma.
Tal es exactamente el caso de los políticos: deponen sus luchas, ocultan las verdades, deforman la expresión de su espíritu, no por servir con sacrificio un alto deber, sino por mantener vivo el juego en que la política medra, sin el cual la mayor parte de sus actores tendrían que replegarse al oscuro medio familiar de donde no debieron salir nunca. Porque ésta es la cuestión: quizá el disimulo pudiera tener disculpas si se encaminara a no comprometer algún grave interés de Estado; pero no es eso lo que ocurre: los políticos, al observar sus pactos de silencio, no se han propuesto una gran tarea colectiva, sino sólo pueden asegurar la perduración del juego mismo.
De ahí que quienes están fuera del juego se miren con estupor entre sí, y a menudo con cólera, cuando observan cómo se volatilizan las grandes palabras por las cuales ellos, los de fuera, acaso se sintieron enardecidos hasta comprometer su paz, mientras que los dicentes que las lanzan a voz en, cuello por todos los ámbitos ya han pasado tranquilamente a hablar de otra cosa. Es decir, han recogido la baraja y se disponen a dar de nuevo.
Cuando se barrunta vecindad de elecciones, las componendas llegan a lo, inverosímil. Al gusto habitual por el fingimiento se une, en tales trances, una fuerte dosis de terror. Todos empiezan a temer quedarse sin los puestos y para conservarlos se sienten capaces de vender su alma al demonio. Los que se insultaron hasta la víspera empiezan a decirse cosas tiernas. Otros alaban sin regateo a personas a quienes hubo que desmontar de lugares de mando por graves sospechas de inmoralidad. Aquellos a quienes se acusó de ladrones empiezan a ser llamados personas honorables, cuya lealtad y cuyo patriotismo no se pueden poner en duda. Se cambia hasta el tono de voz como en carnaval. La política se convierte en un baile de máscaras.
Y así se va estrangulando el alma popular, elemental y fuerte, inclinada a decidir por razones claras. Las gentes sufridas del pueblo, las que labran y callan, las que huellan con sus pies los agrios caminos de la tierra, tienen que ceder una vez y otra en su manera llana de entender para plegarse a explicaciones sutiles. De esta manera no suben a la política las calidades de la entraña popular, sino que se van introduciendo en el pueblo los malos usos de la política como un contrabando de estupefacientes. En cada villorrio se monta como un remedo del gran baile de máscaras nacional.
Y si alguien, de pronto, pusiera fin al baile y empezara a llamar las cosas por sus nombres, ¿qué pasaría? ¿Que se hundiría quien mereciera permanecer? ¿Y si no pasaba nada? ¿Y si sencillamente entraba un aire nuevo, incontaminado, a deparamos una atmósfera respirable? Quizá estemos envenenados de sabiduría y necesitemos una recia cura de espontaneidad. Tirar las caretas y salir a los campos con las verdaderas caras y con las palabras verdaderas.
Nosotros lo hacemos y lo haremos más cada día. No nos concederemos descanso en ir de tierra en tierra, con el oído despierto para las viejas venas sepultadas y vivas. Los bailes de máscaras no son para nosotros. Quizá falte muy poco para que, cuando los demás apresten sus disfraces, nosotros, junto a las hogueras campesinas, celebremos la austera alegría de una libertad recobrada.
José Antonio Primo de Rivera
(Arriba, núm. 21, 28 de noviembre de 1935)
jueves, 2 de julio de 2009
Carta de un Guardia Civil al ciudadano

NO SOY PERFECTO. LO SIENTO.
He intervenido armas de fuego, drogas, cuchillos y navajas, defensas, bates y un sin fin de artilugios semejantes que podían haber resultado mortales para alguno de tus seres queridos o incluso para ti mismo, pero nunca lo sabrás porque estuve allí para evitarlo.
He recogido cuerpos destrozados en las carreteras pero también te he ayudado a cambiar la rueda pinchada de tu coche. He estado en más peleas de las que puedo contar y en más catástrofes de las que hubiera deseado. Las llamas de un incendio han quemado mi piel y la sangre de una víctima, incluso de un compañero, han manchado mi uniforme demasiadas veces.
He visto casi cada tipo de muerte que pueda existir y más de las que podáis imaginar. Debido a mis servicios, casi he muerto en varias ocasiones y he perdido amigos y colegas. He caminado ese largo paseo hasta la puerta para decirle a una madre, padre, esposa, hijo o familiar que su ser amado nunca volverá a casa. He aguantado la agonía verbal e incluso las amenazas de esa pobre gente que no puede aguantar su dolor y lo proyecta contra la primera persona que puede, el mensajero de la noticia, yo.
He visto el maltrato y la violencia entre personas que un día se prometieron amor, entre padres e hijos, entre hermanos y entre amigos. He visto los actos más crueles y mezquinos del ser humano. He visto la enfermedad y la vejez, he ayudado a levantarse al caído y he socorrido al enfermo.
Si fallo en mi trabajo, o aún sin fallar, puedo ser fácilmente denunciado ante una justicia que no me ampara, poniendo en riesgo mi trabajo, mi familia y mi propia vida. Puedo incluso perder mi libertad, por una mala situación que puede requerir una decisión en pocos segundos que a un Juez le llevara años tomar. He visto los ojos de un padre cuando la droga se ha llevado a su hijo.
He visto crímenes con los que nunca soñarías y nunca verás en series ni películas de televisión.
Como un compañero una vez me dijo: “Los policías viven los veinte peores minutos de las vidas de otros”. Sí.
Puede que le haya pedido la documentación alguna vez mientras le indicaba que sacara las manos de los bolsillos. O haberle sacado de su coche en plena noche mientras le indicaba que mantuviera las manos a la vista. Incluso haberle pedido que extendiera los brazos y haberle cacheado, todo ello sin motivo aparente para usted.
Pero usted no ha sido apuñalado en un descuido por no cachear a un ciudadano aparentemente normal, ni ha visto como un compañero caía al suelo de un tiro en la cabeza por no tomar medidas de seguridad, tampoco ha ido a visitar a un compañero que se ha quedado invalido al atropellarle un conductor que se dio a la fuga simplemente porque estaba ebrio.
He escuchado de amigos y familiares como “la Policía no hace nada” como “nos quedamos con droga” como “maltratamos y torturamos a los detenidos” o como “llegamos tarde a propósito”…
He visto a mi esposa escatimar y arañar intentando sacar adelante a tres niños con el sueldo de un policía. He visto a mis chicos aguantarse cuando se dieron cuenta de que no podía ir a sus actos escolares porque “Papá no tiene un horario normal”. He visto también a mis chicos llevar una carga que no deberían haber llevado, cuando uno de sus compañeros o amigos ha dicho que “Todos los policías son unos hijos de puta y deberían estar muertos”
He trabajado noches, fines de semana y vacaciones, noche vieja, navidad y hasta el día que tuve mi primer hijo, mientras tu estabas cómodo y seguro en tu casa con tu familia. Mi familia completa caminó sin mí demasiado tiempo… demasiado tiempo…
He visto las caras de niños que estaban perdidos y que mis colegas y yo tuvimos el privilegio de devolverles a los brazos de su desesperada madre. He visto hemorragias que he sido capaz de parar, corazones a los que he sido capaz de dar una segunda oportunidad para volver a empezar y a las víctimas del crimen que mis camaradas y yo hemos sido capaces de proteger.
Tengo grabadas en mi mente las caras de las personas cuyas vidas mis compañeros y yo salvamos. Sí, tengo historias de éxito… y de fallos.
Tengo noches en las que no puedo dormir, simplemente porque veo las caras de los que no pude ayudar, porque no llegue a tiempo o simplemente porque pienso en un “y sí…” para cada caso en que fracasé. Y si usted nunca ve una milésima parte de esto, es porque la Guardia Civil ha hecho su trabajo…
Si cometo el más mínimo fallo lo pagaré dos veces y aún así me pondré mi uniforme, mi arma y saldré de nuevo. Porque es lo que los profesionales hacen, porque YO SOY GUARDIA CIVIL.
miércoles, 1 de julio de 2009
Carta de D. José Utrera Molina

He recibido la noticia del despojo que se hace por el Ayuntamiento de Madrid a Francisco Franco, con un sentimiento de tristeza infinita, de honda amargura y también de extraño estupor. Nunca creí que se vulneraran las leyes de la caballerosidad para lanzar un ataque a quien, ya muerto, respira aún junto al corazón de muchos españoles. Tengo que manifestar, por lo tanto, mi disgusto junto a mi sorpresa, y la tristeza y la amargura que me embargan, superan en este caso concreto a mi indignación, por motivos fácilmente comprensibles. No voy a ejercer ninguna clase de condena, ni tampoco me voy a distinguir en un ataque alevoso a los que, a solicitud del grupo comunista, han perpetrado el hecho de privar a quien fue Caudillo de España de unos títulos que le fueron otorgados con plena justicia. Pero quiero recordar que esta medida constituye, además, un contrasentido, porque precisamente quien ha sido atacado con esta disposición, recibió del actual Rey de España las siguientes palabras de elogio en el acto de su coronación: «Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí, una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio».
¿Cómo es posible, que a tenor de estas justas apreciaciones del Rey de España, se pueda herir con tanta furia a quien nos gobernó durante un periodo de paz constructivo y eficiente y a quien se debe, queramos o no, la restauración de la monarquía actual, precisamente en la persona de Juan Carlos I ?
Después de considerar estas regias palabras, creo que constituyen un grave motivo de reflexión para aquellos que estimamos que la Transición fue un periodo político abierto a la reconciliación de todos los españoles. Hoy, después de tantos años, resulta que se resucitan los odios, que se alientan las divisiones y que con una especie de artilugio dialéctico se cubre con la palabra «democracia», todo lo que es un verdadero disparate histórico y que constituye la posibilidad de abrir nuevas heridas en el ya torturado corazón de muchos españoles.
Yo declaro aquí, en este artículo, mi lealtad a Francisco Franco. Lo hago consciente de los ataques que aún he de recibir, de las injurias que van a cubrir mi nombre, de las patrañas que van a envolver la verdad que defiendo, pero entiendo, que esa lealtad jurada, me obliga hasta el último día de mi existencia. Me avergüenzo de que se hayan producido situaciones como las que describo, me duelen en el fondo de mi alma. Tengo pruebas fehacientes de haber ejercido antes de que lo proclamara nadie, una verdadera política de reconciliación. Entre otras cosas, porque en los dos bandos en conflicto tuve familiares muy próximos a los cuales consideré siempre equiparables en su buena fe y en su dignidad. Hoy me estremece que sean los herederos de los fusilamientos de Paracuellos y de tantos crímenes como España entera conoce, los que obliguen a un colectivo municipal a bajar la cabeza, o a hacer referencias a determinadas figuras envueltas en las brumas ciertamente acentuadas de la lejanía histórica.
Insisto en que pretendo única y exclusivamente emitir mi opinión sin ánimo de ofensa a nadie, sin pretender ninguna descalificación política. Allá cada uno a la escucha de los latidos de la propia conciencia. Cuando pase el tiempo, estoy seguro de que muchos de los que han votado una moción semejante, sentirán el escalofrío que produce el recuerdo de haber obrado injustamente, la vergüenza y el bochorno que suscita un ataque sin piedad a quien ya yace sepultado, aunque no en el olvido de muchos españoles que hoy reciben una afrenta injustificada.
Julio 1, 2009