martes, 16 de diciembre de 2014

jueves, 20 de noviembre de 2014

EL CONDENADO DEL MONO AZUL

Ha caído la noche y la celda está sumida en una oscuridad absoluta. El condenado está tumbado cuan
largo es encima del camastro, con las palmas de las manos debajo de la nuca. Las imágenes que ha visto en el patio, las de los inocentes cayendo desmadejados a los pies del paredón, continúan atormentándole. Se siente en deuda con ellos. Con los vivos. Con los muertos. Pero sobre todo se siente en deuda con la vida, de la que no va a poder seguir disfrutando por uno de esos extraños caprichos que a veces tiene reservado el destino. Cuarenta y ocho son las horas que le restan de vida, y pretende emplearlas poniendo en regla sus asuntos, disponiendo todo lo necesario para que la posteridad sepa de su puño y letra cuáles fueron los motivos por los que fue condenado.

El condenado tiene las articulaciones entumecidas, tanto que se ve obligado a hacer un esfuerzo extraordinario para sentarse en el camastro, mesarse los cabellos y acodarse sobre las rodillas. Aún es un hombre joven, fuerte, sano, apuesto, moreno, de frente ancha y despejada, con sendas entradas que anuncian una incipiente calvicie. Va vestido con un mono azul, una camisa blanca y unas botas negras de cuero con los cordones blancos. Se pregunta si va a morir de esa guisa, porque si de él dependiera, encararía la muerte concienzudamente afeitado, vestido con su mejor traje, la camisa pulcramente planchada, los zapatos bien lustrados y mirando a los ojos de sus verdugos sin odio, como ha visto hacerlo a hombres mucho más jóvenes que él, apenas niños, que han dado la vida por un ideal con la generosidad de los que no esperan nada a cambio.

La celda que ocupa el condenado del mono azul es un cuchitril de tres metros y cincuenta centímetros de largo, por dos y medio de ancho y tres de alto; tiene una pequeña ventana, apaisada y fuertemente enrejada, por la que entra la luz del patio. La puerta es de madera, blindada por su cara interior con una plancha de hierro y con un cerrojo de grandes dimensiones en la parte exterior. A la altura de los ojos, la puerta tiene una mirilla abocinada para observar desde fuera sin ser visto desde dentro. Debajo de la mirilla, a tres palmos de distancia, hay un pequeño ventanuco que permanece siempre cerrado y un respiradero en la parte inferior. Bajo la ventana que da al patio, se encuentra el grifo del agua y en un rincón de la celda, el retrete; un simple agujero en el suelo sin tapa y sin cisterna. Arrumbado a la pared hay un camastro de hierro, con su colchón y su manta de lana basta; y frente con frente una sencilla mesa de madera de pino, un robusto taburete y una bombilla que cuelga del techo por un cable mugriento. Tal es el escueto mobiliario que contiene la celda.

A través del ventanuco que da al patio entra la brisa marina. La celda huele a salitre y el frío de las postrimerías otoñales se deja sentir. ¿O es el frío que antecede a la muerte? Porque el condenado del mono azul sabe que la muerte no es un esqueleto con guadaña en la mano para segar el trigo, tampoco es una mujer vestida de negro, no, la muerte es un olor, un olor fuerte, áspero, penetrante, que se anuncia con un viento helado, un viento que se mete por debajo de la manta y recorre el cuerpo hasta que éste tiembla de frío. Ha imaginado con tanta frecuencia a la muerte que ésta no va a sorprenderle. La conoce bien. La ha visto el rostro de frente. Ahora se le hace presente el cuento que en más de una ocasión ha oído relatar a su tía, que se lo contaba a sus hermanos pequeños cada vez que éstos se lo pedían; el de aquel comerciante de Bagdad, un hombre culto y juicioso, que tenía por sirviente a un joven al que estimaba mucho. Un día el joven sirviente, paseando por el mercado, se encontró con la muerte, que le miraba con una mueca extraña. Asustado, el joven echó a correr y ya no se detuvo hasta llegar a la casa de su amo. Una vez allí le contó a su señor lo sucedido, pidiéndole a continuación un caballo, a cuya grupa cabalgaría hasta llegar a Samarra, donde tenía unos parientes que le ayudarían a esconderse de la muerte. El comerciante accedió a su ruego, recomendándole que si forzaba un poco el caballo podría llegar a Samarra aquella misma noche. Cuando el sirviente se hubo marchado, el comerciante se llegó al mercado, donde al poco rato se encontró con la muerte que paseaba tranquilamente por los bazares. « ¿Por qué has asustado a mi sirviente? –preguntó el comerciante a la muerte–; tarde o temprano te lo has de llevar. Déjalo tranquilo mientras tanto». «Oh, no era mi intención asustarlo –se excusó la muerte–; pero es que no pude evitar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra».

Como el sirviente del cuento, el condenado del mono azul no puede evitar a la muerte. Esta vez viene a por él y no está dispuesto a darle esquinazo. La va a afrontar cara a cara, con gallardía pero sin jactancia, sin protesta, aunque nunca es alegre morir a esa edad. Además, es lo menos que puede hacer por los que le han precedido en el último trance. Pero antes de que llegue ese momento tiene que dar cuenta por escrito de algunos de sus actos, pues no puede cometer la ingratitud de alejarse de todos sin ningún género de explicación, sin pedir perdón a la sangre vertida por la parte que hubiera podido tener en provocarla, limitándose de este modo a hacer justicia y a retribuir la lealtad y la valentía de quienes le han seguido con fe ciega hasta el último aliento.

La luz lo inunda todo cuando el condenado del mono azul escucha correr el cerrojo de la puerta. Chirrían los goznes y, atravesando el umbral, entra un carcelero con un cuenco de hojalata humeante y un pedazo de pan en las manos. El carcelero avanza unos pasos y deja el frugal desayuno sobre la mesa, gira en redondo y cuando está a punto de abandonar la celda, el condenado del  mono azul le pide recado de escribir, para redactar su testamento. Un minuto después aparece el mismo carcelero portando unas cuartillas y una pluma estilográfica, las deja en una esquina del camastro y sale de la celda con gesto contrito. Entonces el condenado del mono azul se incorpora, se lava la cara y las manos en el fino chorro de agua que cae a plomo del grifo, se pasa las manos mojadas por los cabellos, se las seca lo mejor que puede en las perneras del mono, recoge el recado de escribir, aparta a un lado de la mesa los alimentos, se sienta en el taburete y toma la pluma estilográfica con la mano diestra. En medio de un denso silencio, fruto de una tensión interior ambivalente, lamentándose porque no ha tenido tiempo de decirlo todo pero completamente convencido de haber escuchado demasiado, comienza a escribir el protocolario preámbulo, y luego, sin levantar la vista del documento, continúa garabateando el segundo párrafo del testamento: Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia….

Jesús María Zarco

martes, 30 de septiembre de 2014

Sobre Cataluña

Este diputado, que no pertenece a ninguna minoría, se cree, por lo mismo, con voz más libre para recabar para sí, y se atrevería a pensar que para todos, esta fiducia: la de cuando nosotros empleamos el nombre de España, y conste que yo no me he unido a ningún grito, hay algo dentro de nosotros que se mueve muy por encima del deseo de agraviar a un régimen y muy por encima del deseo de agraviar a una tierra tan noble, tan grande, tan ilustre y tan querida como la tierra de Cataluña. Yo quisiera que el señor presidente y quisiera que la Cámara separase, si es que admite que alguien faltó a eso, a los que, cuando pasamos por esa coyuntura, pensamos como siempre, sin reservas mentales, en España y nada más que en España; porque España es más que una forma constitucional; porque España es más que una circunstancia histórica; porque España no puede ser nunca nada que se oponga al conjunto de sus tierras y cada una de esas tierras.
 
Yo me alegro, en medio de todo ese desorden, de que se haya planteado de soslayo el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está de acuerdo conmigo, en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con un amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones. Porque cuando en esta misma Cámara y cuando fuera de esta Cámara se planteó en diversas ocasiones el problema de la unidad de España, se mezcló con la noble defensa de la unidad de España una serie de pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no eran otra cosa que un separatismo fomentado desde este lado del Ebro.
 
Nosotros amamos a Cataluña por española, y porque amamos a Cataluña la queremos más española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones. Simplemente por eso porque nosotros entendemos que una nación no es –meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y sentimental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino, que una nación es una unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió sus destinos universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fue nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón, porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España sientan, no ya el patriotismo elemental con que nos tira la tierra, sino el patriotismo’ de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran España.
 
Yo aseguro al señor presidente, yo aseguro a la Cámara, que creo que todos pensamos sólo en esa España grande cuando la vitoreamos o cuando la echamos de menos en algunas conmemoraciones. Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no sólo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España.
 
Palabras de José Antonio Primo de Rivera en el Parlamento

lunes, 8 de septiembre de 2014

Cuando los padres son «moralmente» educados por sus hijos

Si se acepta que la «posmodernidad» se inicia en los años sesenta del siglo pasado, señalamos como aconteceres fundantes de la realidad actual: el pensamiento del Mayo Francés (1968), la dictadura del relativismo, la imposición «dogmática» de la democracia liberal y el pensamiento débil (descompromiso). La conjunción de todo ello, en occidente sobre todo, unido, en el caso de la catolicidad, al triunfo de la apostasía silenciosa (o sea el modernismo teológico en el seno de la Iglesia), ha dado como sorprendente resultado, a nivel sociológico y ético, una impresionante inversión de valores en el ámbito educativo: ¡las generaciones se han dado la vuelta!....o sea, son los hijos los que han educado a los padres, y no al contrario. Y me explico:
 
La generación de los nacidos a partir de los años 60 se ha visto imbuida de la nueva ideología individualista, amoral, meramente humanista y sobre todo relativista. Cuando los «niños nacidos en los 60» han crecido, en su inmensa mayoría han despreciado los valores morales en los que sus padres los formaron, y ello desde una cierta justificación basada en el cambio de los tiempos que exige, al menos, una variación de las formas en que se expresen esos valores. Pero la realidad es que el mismo FONDO MORAL (no solo las formas) se vino abajo por completo y, ante la rebeldía de los «receptores» de la educación, sobrevino la «capitulación» de los portadores de la misma. Y, ¿qué sucedió después?, pues, que en una sensible mayoría, los «valores» imperantes de la ideología posmoderna (asumidos perfectamente por los jóvenes ya que los mismos «liberaban» de toda responsabilidad moral) fueron «recibidos» ahora por los mayores ante la imposibilidad de llevar adelante la educación moral (y religiosa) de los más jóvenes. ¿Es eso un juego de palabras?: en absoluto. Vamos a verlo con un ejemplo muy típico:
 
Los padres, en los años 70, educaban a sus hijos en la necesidad del respeto moral que llevaba consigo no vivir juntos(siendo novios) antes de casarse. Los hijos se rebelaron contra esta «idea superada por los tiempos». Si en un primer momento los padres hacen frente a esta rebeldía, pronto....muy pronto, cederán y se rendirán....y lo aceptarán. Pero ahora bien el segundo paso: el efecto de la capitulación anterior supondrá asumir la nueva tendencia en introducirla en la misma vida del matrimonio a través de la separación y divorcio que ya se viven como «opción normal». Y, desde ahí, el tercer paso «vergonzante» que incluye el pesar por la formación recibida y el elogio de las nuevas generaciones por el camino liberal que han tomado. Y todo este proceso...en España...en apenas 15 o 20 años (coincidiendo sobre todo con la transición política). Hay una frase que en los años 90 se hizo muy popular en España, cuando padres ya entrados en años decían: «si yo hubiera tenido la libertad que tiene hoy mi hijo.....»; y otra expresión más elaborada muy típica de muchas madres, también entradas en años y de esa década, que ante cualquier género de recuerdo de la doctrina moral de la Iglesia, reaccionaban con inusitada agresividad contra la misma asegurando que lo que importa de los hijos es que sean buenas personas humanamente hablando y todo lo demás es secundario; sinceramente: ¿a que les suena mucho?.....
 
La abdicación de muchos padres, en su tarea de formación moral, frente a sus hijos nacidos a partir de la década de los 60, es un botón de muestra sensible de la decadencia de la civilización cristiana. Si cae la familia en su ordenación educativa (de padres a hijos), cae no sólo la moral de los hijos sino también la de los padres. Y fruto de todo lo anterior, si miramos ahora a la moral de los «nietos» (o sea la siguiente generación: jóvenes de HOY), ya no observamos meramente una moral desaparecida sino una amoralidad construida desde la frivolidad y la indiferencia cuyos efectos a medio plazo, creo yo, aún no nos los podemos ni imaginar pero que supondrán, si Dios no lo remedia por medio de alguna intervención extraordinaria, en el final (al menos en occidente) de la familia como tal y, como consecuencia, de la práctica desaparición de la misma Iglesia o bien reducción de la misma a una minoría de personas muy comprometidas frente al desierto general.
 
P. Santiago González, sacerdote

miércoles, 23 de julio de 2014

ARTURO ROBSY ¡PRESENTE!

 
 
LEALTAD
Yo no quiero estar presente
en el entierro de España,
ni ver que a la negra tierra
devuelven sus esperanzas.

Con los más negros crespones
miserables la amortajan
y con palabras malditas,
impacientes por matarla,
la niegan y la sepultan
en cementerios fantasmas.

Yo no quiero estar presente
en el entierro de España,
vieja de todos los años,
de todos sus hombres huérfana.

¡Que la entierren para siempre
si para siempre se calla!
y con sus huesos los perros
se quiten las hambres largas.

 
Era hermoso, en otro tiempo,
haber nacido en España
y servirla alegremente
y alegremente jurarla.

 Pudimos ser primavera
pero seremos mortaja.
Pudimos ser hombres fieles
y no tuvimos palabra.
 
El tiempo nos prometía
amaneceres de España,
pero la muerte venía
rugiendo promesas falsas.
 
Yo no quiero estar presente
cuando entierren a mi Patria
y ojalá una muerte limpia
se me lleve de este drama
si la vida que conservo,
si la vida que me arrastra,
no me permite evitar
esta agonía de España.
 
Y en la muerte marcharán
juntas mi España y mi alma
si esta vida que me duele
ni a España ni a mí nos salva.
 
 
ARTURO ROBSY ¡PRESENTE!
 
P.D. Gracias Dori.

jueves, 17 de julio de 2014

¿Cómo es la Guardia Civil?

Pues esto es como todo...

Sin duda, vas a pertenecer al cuerpo policial más TONTO de Europa (los que más trabajan, con menos medios y menos sueldo). Encima, mucha gente te va a tener asco ya de entrada por lo que eres. Desde el momento de vestir el uniforme serás tildado automáticamente de facha, bruto, inculto, xenófobo y perro del estado (mi favorita).Si tienes un jefe cabrón, te puede joder la vida pero bien. Los malos tienen más derechos que tú. Muchas veces tendrás tú más miedo al juez que el delincuente (aunque tu actuación sea impecable, que nunca sabes por dónde te pueden salir). Si esperas que la gente te agradezca tu trabajo o aprecie lo que vale, siéntate a esperar. Tu vida, tu salud y tu integridad física está tasado en 1.420 euros de media. Vas a presenciar miserias humanas que no salen en la tele, más te vale tener un estómago duro, una moral de hierro y ser capaz de desconectar cuando llegas a casa. Te van a mandar al quinto pino de tu casa. Eres militar cuando joden a los militares, y funcionario cuando joden a los funcionarios. Ni decir tiene que eres funcionario cuando mejoran a los militares, y militar cuando mejoran a los funcionarios. Te vas a dar cuenta de un montón enorme de mentiras que te han estado contando desde siempre en aras de la corrección y el buenrollismo.

En definitiva, vas a tener días que te vas a querer ir corriendo y hacerte sexador de pollos en Tombuctú, o alistarte a la Legion Extranjera. O hacerte yogui renunciante y quitarte de la vida normal. O de salvar a España y meterte en el Congreso de Diputados con treinta kilos de trilita pegados al cuerpo y montarte un funeral vikingo en día de pleno. O simplemente, te deprimirás de la hostia (la opción más normal).

Y luego va alguien y te da las gracias por un servicio que hiciste hace 3 meses y del que ni te acuerdas y se te hace un nudito en la garganta y te da corte y te pones coloradillo cual salmonete. O un niño te saluda con la manita al paso del coche patrulla mientras da saltitos y dice "mira, mami, la guardia siví" y te pones de un tontorrón que no lo entiendes, si esto es una mierda y una mentira y una estafa, pero que majo el niño, anda, manolo, ponle los pirulos un momentín, que se ría el pequeñajo...

Y un día se alinean los planetas y te juntas con compis majos, y haceis bromas con ese humor negro y a la vez alegre de la picolandia, y compartís la mierda, y para variar pillas al malo y lo mandas de vacaciones pagadas al chabolo y te sientes que has hecho... esto... ¿como se llama?... justicia, creo, y duermes como un niño porque, joder, a veces sale bien..

Y te toca la lotería en forma de jefe currante y justo, que no está para tonterías de zapatito sucio y baby manchado, que será duro el muy cabrón, pero más duro es si le tocan a un guardia, y te das cuenta de que entras al curre con otro ánimo y que sale el sol, aunque sea por antequera, pero leches, al menos ha salido.

Y el abuelete que se te acerca en el bar mientras intentas despertarte a base de cafeína triple, y que te quiere pagar el café, y que tú que no, y que resulta que fue guardia cuando pintaban bastos y las correrías se hacían a pié y duraban una semana y para ir al cine con la chati había que pedir permiso al comandante de puesto, y no podías jamás vestir de paisano, y que el tío lo echa de menos, con dos cojones, ahora vas y te quejas tú de horarios a éste que tiene más mili que el cabo machichaco, y que lo dice en serio, glups, de acero, el abuelte éste es de acero, y te acabas peleando con él por pagarle tú el café.

Y el tipo al que le recuperas un portátil barato que le ha robado el chori de turno por el procedimiento de destrozarle la ventanilla del coche, y que cuando se lo entregas se echa a llorar como un crio, y tú lo flipas porque es un portátil de mierda que vale menos que la luna rota, pero el te dice, entre mocos y lagrimones, que en el portátil están las únicas fotos del día del nacimiento de su hijo, y que si las perdía se pegaba un tiro o algo.

Y reniegas del trabajo porque ya estás más quemao que la moto un hippie, y dices eso de "me engañarán en el sueldo pero no en el trabajo", a la empresa no le regalo ni un minuto de más, a mi me la van a dar, la paga a fin de mes y que les den... para luego salir tres horas más tarde porque ha desaparecido un menor y que culpa va a tener la madre de que nuestros "jefes" se dejen arrancar las uñas de los pies antes que pagarte un sueldo digno, y cuando vuelves a subirte al terrano que se cae a cachos vas pensando que eres tonto, naciste tonto y morirás tonto por éste trabajo de mierda que ni te aprecian, ni te pagan, y te vas cagando en todo... pero vas. Y aparece el jodío niño. Y se lo das a la madre. Y sigues pensando que
eres tonto, pero duermes que te cagas de bien.

Y, en resumen, a veces vas en el patrulla contento y en paz, si no con el banco, contigo mismo...

Y luego, hoy, entrevista Carlos Herrera al despreciable enchufado ganapán de tu nuevo director, el cual dice, con dos cojones, que cobramos una mierda, pero porque queremos y somos la hostia de buenos y sacrificados, que nadie se hace guardia porque le obliguen, que ellos son así de buenos y patriotas y no necesitan dinero para vivir, que ya se sabe que el honor llena la panza y ejecuta hipotecas.
 
Y así, toda la vida. Ya verás tú si te compensa.

miércoles, 5 de marzo de 2014

PROCLAMACION DE FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J.0.N.S.

(...)
 
Por último, nos dicen que no tenemos programa. ¿Vosotros conocéis alguna cosa seria y profunda que se haya hecho alguna vez con un programa? ¿Cuándo habéis visto vosotros que esas cosas decisivas, que esas cosas eternas, como son el amor, y la vida, y la muerte, se hayan hecho con arreglo a un programa? Lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere; un sentido total de la Patria, de la vida, de la Historia, y ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir. En las mejores épocas no ha habido tantos círculos de estudios, ni tantas estadísticas, ni censos electorales, ni programas.
 
Además, que si tuviéramos programa concreto, seríamos un partido más y nos pareceríamos a nuestras propias caricaturas. Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano, que no somos católicos y que no somos españoles; pero los mismos que lo dicen se apresuran a ir organizando con la mano izquierda una especie de simulacro de nuestro movimiento. Así, harán un desfile en El Escorial si nosotros lo hacemos en Valladolid. Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial, ellos también dirán que echan de menos la España grande y el Estado corporativo. Esos movimientos pueden parecerse al nuestro tanto como pueda parecerse un plato de fiambre al plato caliente de la víspera. Porque lo que caracteriza este deseo nuestro, esta empresa nuestra, es la temperatura, es el espíritu. ¿Qué nos importa el Estado corporativo; qué nos importa que se suprima el Parlamento, si esto es para seguir produciendo con otros órganos la misma juventud cauta, pálida, escurridiza y sonriente, incapaz de encenderse por el entusiasmo de la Patria y ni siquiera, digan lo que digan, por el de la Religión?
 
Mucho cuidado con eso del Estado corporativo; mucho cuidado con todas esas cosas frías que os dirán muchos procurando que nos convirtamos en un partido más. Ya nos ha denunciado ese peligro Onésimo Redondo. Nosotros no satisfacemos nuestras aspiraciones configurando de otra manera el Estado. Lo que queremos es devolver a España un optimismo, una fe en sí mismo, una línea clara y enérgica de vida común. Por eso nuestra agrupación no es un partido: es una milicia; por eso nosotros no estamos aquí para ser diputados, subsecretarios o ministros, sino para cumplir, cada cual en su puesto, la misión que se le ordene, y lo mismo que nosotros cinco estamos ahora detrás de esta mesa, puede llegar un día en que el más humilde de los militantes sea el llamado a mandarnos y nosotros a obedecer. Nosotros no aspiramos a nada. No aspiramos si no es, acaso, a ser los primeros en el peligro. Lo que queremos es que España, otra vez, se vuelva a sí misma y, con honor, justicia social, juventud y entusiasmo patrio, diga lo que esta misma ciudad de Valladolid decía en una carta al emperador Carlos V en 1516:
 
"Vuestra alteza debe venir a tomar en la una mano aquel yugo que el católico rey vuestro abuelo os dejó, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron, y en la otra, las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela doña Isabel, con que puso a los moros tan lejos."
Pues aquí tenéis, en esta misma ciudad de Valladolid, que así lo pedía, el yugo y las flechas: el yugo de la labor y las flechas del poderío. Así, nosotros, bajo el signo del yugo y de las flechas, venimos a decir aquí mismo, en Valladolid:
 
¡Castilla, otra vez por España!"
 
(Discurso pronunciado en el Teatro Calderón de Valladolid, el día 4 de marzo de 1934)

miércoles, 29 de enero de 2014

Ha muerto D. BLAS PIÑAR

Tengo un nudo en la garganta y los recuerdos de casi cuatro décadas pugnando por salir de la memoria con la misma presión con la que a veces, durante años, lejos ya de los tiempos de escuadras de camisas azules abriendo paso, tuvimos que estar a su lado para evitar, literalmente, que la gente, en su afán por saludarle, llegara a impedirle continuar.
 
No creo que hoy sea capaz, ni de lejos, de poder expresarme con soltura; ni de, con estas líneas, poder rendirle el homenaje que se merece. Pero sé que, al igual que tantas veces intervine con él en actos públicos, en esta hora siempre difícil, siempre amarga, no pueden faltar mis palabras cuando él marcha para siempre a formar en esos luceros que a mí me gusta invocar, porque son los que, con su ejemplo, nos animan a continuar en el combate por España.
 
No me siento portavoz de nadie. Estas líneas no son más que la rememoración emocionada, con ojos vidriosos mientras escribo, de aquel muchacho que, como tantos otros, allá por el lejano 1978 pidió su alta en las filas de Fuerza Nueva emborrachado de luceros y amor a España.
 
 
Soy de esas decenas de miles de jóvenes que en la Transición siguieron a un hombre que les prometió trabajar para hacer de esta "España sucia y triste una Patria libre y hermosa". De los que aprendimos a su lado a amar a España como "unidad de destino, historia y convivencia", con vocación de perfección; de los que, en tiempos aciagos, cuando el patriotismo se proscribía e incluso se perseguía, enarbolábamos esa bandera que un día debía de triunfar: "sólo sé que un día, solo o con los que me acompañen clavaremos las banderas jamás arriadas en lo alto", nos decía en una reunión de su Fuerza Joven.
 
 
Soy de esos jóvenes que le admirábamos porque jamás traicionaba sus ideales, porque jamás cedía a la conveniencia, porque era el ejemplo vivo de la coherencia política cuando otros pensaban no en transformar la realidad -como él quería hacer pues siempre fue un auténtico revolucionario en la estela de José Antonio- sino en acomodarse al tiempo para seguir enfundados en la prebenda.
 
 
Fue perseguido por el sistema, vilipendiado por el sistema, acusado por el sistema, pero sabía como nadie sobreponerse, merced al tesoro de la Fe y a su fe ciega en la Providencia, a los muchos momentos duros que tuvo que vivir.
 
 
"Dios y yo somos mayoría absoluta", nos dijo cuando fue elegido diputado y amenazó con tocar el silbato si reglamento en mano le impedían hablar. Era para nosotros un monumento a la lealtad, a sus juramentos y a la sangre derramada, que alzaba su voz frente a los mismos que antes medraron al amparo del franquismo, de la camisa azul, de la guerrera blanca o a las faldas del catolicismo político.
 
 
Soy de esos jóvenes que lloramos de rabia e impotencia cuando los miles de aplausos y abrazos que cosechaba en sus intervenciones, cuando esas masas de españoles que acudían a escucharle eran incapaces de apoyarle en lo más sencillo, depositar el voto en la urna. Siempre les despreciaré porque fueron los causantes de la quiebra de una gran esperanza, pero en la culpa llevan la penitencia de haber contribuido a derribar el sueño de juventud al que como caducos conservadores renunciaron por las miserias de las lentejas.
 
 
Blas Piñar ha sido Blas Piñar hasta sus últimos momentos, hasta cuando hace unas semanas me escribía diciendo "ya no tengo fuerzas". Hace unos años, ya aquejado por la dolorosa enfermedad que le ha acompañado en el último tramo de su vida, en uno de sus últimos grandes actos nos dijo -escribo de memoria porque prefiero el recuerdo a la literalidad-: "no sé si éste será mi último discurso, pero sí sé que mientras me queden fuerzas estaré defendiendo a Dios, a la Patria y a la Justicia". No le importaron en esos años ni los consejos, ni las recomendaciones, ni los riesgos que asumió, ni el agotamiento personal que cada intervencion pública le suponía, porque mientras pudo siguió acudiendo, siguió estando ahí. Y cuando no pudo jamás faltaron sus palabras. Nunca se rindió y nunca pensó en su propia imagen para la posteridad: "si mi nombre puede servir para algo ahí estará, acompañándoos". Pese a lo que algunos puedan pensar su afán de servicio le hizo ser tremendamente humilde: pasó de gran lider, del aclamado "¡Caudillo Blas Piñar!", a ser militante de filas, pese a los puestos honorarios, y figurar en el último puesto de alguna candidatura. A él sólo le movía una inquebrantable Fe y un inmenso afán de servicio y, como al Cid, le pasó aquello de "qué buen vasallo si hubiera tenido buen señor".
 
 
No pocos nos sentimos hoy un poco huérfanos pues éramos su otra familia, la de los camaradas. Él ya no está, pero no se ha ido: los hombres mueren pero su espíritu permanece. Blas Piñar sólo ha cambiado su puesto de servicio. Él no marcha al descanso eterno de la Gloria sino a la Guardia Eterna. Esa que sólo dejará de formar el día en que torne la Primavera. Los ángeles del Paraíso, aquellos que en la imagen joseantoniana formaban vigilantes con espadas en las jambas de las puertas del Cielo, habrán rendido armas a su llegada; pero él, entre el descanso y la guardia, habrá escogido lo segundo para desde lo alto poder seguir combatiendo con nosotros.
 
 
Yo, que he perdido a mi maestro en política, a mi Jefe Nacional, a quien ha debido ostentar en estos años los tres luceros de la Jefatura Nacional instituida por José Antonio, sólo puedo hoy rezar, acompañarle en la distancia, depositar cinco rosas simbólicas sobre su cuerpo y gritar al viento aquello de "¡Blas Piñar, Presente!", tras entonar el viejo himno de amor y de esperanza.
 
 
Francisco Torres
 

domingo, 12 de enero de 2014

La añoranza del bien

Han vuelto a ser ellos. Se repiten las imágenes en televisión. Unos uniformados, junto a los coches. Otros de paisano, encapuchados, con los petos verdes y las letras amarillas del cuerpo, entran y salen de unos portales de Bilbao. Portan cajas de cartón o escoltan, con perfecta serenidad, con suavidad cabe decir, a algún detenido. Son las últimas imágenes que tenemos de una actuación de la Guardia Civil. En el golpe contra el grupo de abogados que dirigen y controlan a los presos de ETA. Por orden de ETA, como parte de ETA. Ha vuelto a actuar la Guardia Civil con toda la eficacia que le es propia. Una vez más y pese a la torpeza de los políticos. Que habían anunciado su operación con un aviso previo a los malos. Está curtida la Guardia Civil en superar y corregir desastres de la política en España. Y los ha pagado con un altísimo precio en sangre. Muchos centenares de miembros del Cuerpo han caído en el cumplimiento del deber. Y muchos de ellos por errores, culpas y cobardías de gentes ajenas al Cuerpo. De gobernantes que siempre le han exigido el máximo sacrificio, como debe ser exigido. Pero casi nunca han tratado a la Guardia Civil como merece ser tratada. Pioneros en la austeridad desde su fundación, han sufrido siempre la pobreza de este país y sus privaciones. Hoy mismo sufren de unos salarios, prestaciones e infraestructuras que debieran avergonzarnos. Y sin embargo, nunca hemos visto una merma en su entrega y su eficacia. Divisas que la definen como hoy a ninguna otra institución española. Eficacia, honor y vocación de servicio. Y el «Todo por la Patria». ¡Cuán antiguos suenan para la mayoría estos conceptos y lemas! ¡Cuánto esfuerzo por enterrarlos en las pasadas décadas! ¡Cuán obsesivas campañas de desprestigio contra sus valores! Pues ahí la tienen. Como la institución más valorada por la sociedad española. Que solo compite en afecto popular con los otros héroes de esta nación tan desgraciadamente posheroica ya que es España, con el milagroso ejército de Cáritas.
 
 
Los que no somos ya jóvenes recordamos los momentos, después de la Transición, en los que quisieron acabar con ella, con la Guardia Civil. Querían desmilitarizarla, sindicalizarla, liquidarla. Como sospechosa reminiscencia de un pasado que todos se empeñaban en criminalizar. Como representante de una España con la que muchos querían acabar. Si miramos hoy para atrás, es un absoluto milagro que esta institución fundada por el II Duque de Ahumada en 1844 haya sobrevivido en su actual forma. Todo sugería que, tarde o temprano, los políticos españoles de la democracia, cada vez más adanistas, fóbicos a las tradiciones e ignorantes esclavos del zeitgeist, acabarían enterrando a este Cuerpo y sus virtudes, muchas militares. No ha sido así y quizá de las pocas cosas que hoy harían levantarse a esta cobardona e indolente sociedad –como se levantan los pueblos cuando les quitan la Casa Cuartel–, sería que algún insensato lo intentara. La admiración que los españoles sienten por la Guardia Civil, como también por Cáritas, es una prueba de que no todo está perdido. Que las campañas del odio y del desprestigio no han podido con una realidad cotidiana en la que responden ambas, la Guardia Civil y Cáritas –Ejército e Iglesia, qué horror, dirán algunos– como representantes y demostración viva de ideales de entrega, probidad, eficacia y honor. Demuestra que esta sociedad tiene profunda añoranza de unos valores que se han despreciado como antiguos y superados. Pero que en realidad son los valores originales y los definitivos. Los valores permanentes del bien.
 
 
Hermann Tertsch
http://www.abc.es/lasfirmasdeabc/20140111/abci-anoranza-bien-201401110648.html

miércoles, 8 de enero de 2014