miércoles, 6 de agosto de 2008

¿En qué Iglesia creo yo?


Creo en la Iglesia que es una santa, católica y apostólica. Creo en la Iglesia de las viejecitas enlutadas que rezan el rosario en una esquina de la iglesia, y creo en la Iglesia de las comunidades africanas que danzan y danzan y cantan a pleno pulmón y dan palmadas y mueven los brazos levantados.


Creo en la Iglesia del órgano y el incienso, y en la Iglesia de la guitarra y del predicador un poco exaltado. Creo en la Iglesia de la que forma parte el cura de pelo largo, pero de la que también forma parte el monje tonsurado.

Creo en la Iglesia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, creo en la Iglesia de Rouco Varela, en la del padre Emiliano Tardiff, en la de los obispos corruptos de la Edad Media, en la de los patriarcas venerables del siglo III y en la de los Padres del Desierto.

Creo en la Iglesia que condenó a Galileo y en la de las catacumbas. Creo en la Iglesia triunfante medieval y en la Iglesia perseguida en China.


Creo en la Iglesia que habla latín, en la que habló siriaco y la de un loco esquizofrénico al que no se le entiende, pero que también es parte de la Iglesia. La Iglesia también es ese loco. Beda el Venerable y el pobre paranoico que cree que le persiguen son parte de esa misma barca. La Iglesia también es una Iglesia de deficientes mentales y de madres solteras. La Barca de Cristo no pertenece más a los intelectuales que a ellos. Todos son parte y no pertenece a nadie, salvo a Aquél que dictó las reglas. Sólo Él dice mi Iglesia en un sentido distinto del que yo digo mi Iglesia.

Creo en una Iglesia que me pide que no coma carne los viernes, y en una Iglesia con un Papa tan poco fotogénico como el actual.

Creo en la Iglesia de los monseñores con fajín que piensan en ascender y en la de la viuda de la India que pone un billete para el óbolo de San Pedro.También creo en la misma Iglesia en la que cree una viuda católica india que es muy mala y lenguaraz, y en la que cree el joven monseñor que sirve al Creador con puro corazón, enamorado de Dios.

Creo en la Iglesia de los archiveros e historiadores, y en la de las niñas vestidas de blanco de la primera comunión.

Creo en la Iglesia del Vaticano y en la de mi abuelo marchante de mulas, porque ambas son la misma Iglesia.

Creo en la Iglesia de La Misión y en la de Un hombre para la eternidad.

Creo en una Iglesia que me predica una verdad absoluta, creo en la Iglesia del Denzinger, y en una Iglesia cuyo Papa abraza al patriarca ortodoxo y ora con el primado anglicano y reconoce que al Cielo puede ir gente muy rara.

No creo en la Inquisición, no creo en los curas pederastas, no creo en hombres ambiciosos y mundanos que ocupan puestos en la Iglesia que deberían ser para los discípulos de Jesús. No creo en los hombres que se creen iluminados. No creo en los que tienen una idea torcida de lo que es la posesión de la verdad. No creo en seres humanos que se creen semidioses. No creo en hombres que creen estar por encima de otros hombres por el hecho de saber mucha teología o de tener cargos. No creo en hacer sufrir bajo el pretexto de que hay una buena razón para ello. No creo en no hacer el bien so capa de una visión de conjunto superior. No creo en una Iglesia que predica que todo da lo mismo. No creo en una Iglesia que predica un mensaje vago y etéreo, y no una verdad concreta. Creo en la Iglesia pero no gracias a los horribles carteles parroquiales de las Obras Misionales Pontificias, ni gracias a los fríos sermones filosóficos con que algunos nos castigan. No creo en la Iglesia por el gran esfuerzo que han hecho algunos en parecer modernos y tolerantes. Tampoco creo en el tradicionalismo que me parece una nueva forma de fariseísmo cristiano. Pero tampoco creo en una Iglesia de los pobres, porque la Iglesia no es de nadie: ni de los pobres, ni de los tradicionalistas, ni de los canonistas. La Iglesia es de Dios.

Yo creo en la Iglesia real formada por pecadores y justos. No creo en un ideal, sino en un rebaño concreto vivificado por el mensaje y la sangre de Jesús hijo de María.

Creo y obedezco, cuando me gusta y cuando no me gusta. Creo e inclino mi cabeza, incluso cuando no lo entiendo y digo: Señor, no lo comprendo, pero me someto, someto mi voluntad.

Creo que los Apóstoles dejaron unos sucesores, a los cuales me someto. Creo que la Iglesia tiene una cabeza en la Sede de Pedro, a la que me someto. Aunque me parezca, insisto, la cabeza menos fotogénica en muchos decenios.


Amén, amén, amén


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