viernes, 31 de julio de 2009

ETA SIGUE MATANDO. DOS GUARDIAS CIVILES ASESINADOS.


LO PAGARÉIS MUY CARO
¡ NI OLVIDO NI PERDÓN !
PENA DE MUERTE PARA LOS TERRORISTAS

miércoles, 29 de julio de 2009

AMOR DE PATRIA


¿Cómo pueden amar a su Patria aquellos que más que como madre se les ofrece como madrastra? ¿Cómo habían de amarla, si además había seres ruines que, matando sus instintos filiales, destruían su espiritualidad al agrandarle sus defectos?

Hemos de despertar en todos los españoles el sentimiento de la Patria, el orgullo de sentirse españoles, creando condiciones de vida para las clases sociales que les permitan apreciar, sin rencores ni dolores, la grandeza política del nuevo Estado.

España es lo suficientemente grande y rica para que todos quepan en su seno y tengan una gran parte en el disfrute de sus bienes.

El oro de vuestras mieses simbólicas y el resplandor de vuestra gloria forma, entre las banderas de sangre de hijos, héroes y mártires de España, la bandera que ondea hoy, la bandera nacional, que es el símbolo de la grandeza geográfica, es el símbolo de la unidad, que ha seguido su ruta, y es la afirmación y garantía de millares de mártires y de héroes, que dice que el separatismo se ha acabado y que aquí no hay más que España, que es lo eterno, lo inmortal; pero no significa sólo esto: significa la hermandad, la liberación de centenares de millares de hermanos nuestros, significa el resurgir de la Patria a la vida de una región próspera, al arrancar del engaño a todos esos modestos campesinos sencillos, a esa caravana de hombres que veíamos cubrir las carreteras y que habían sido arrancados de sus hogares y enviados a cavar trincheras, a empuñar las armas, cavando su propia sepultura y la del separatismo; eso significa la liberación de más de mil prisioneros que esperaban ansiosos cómo los soldados de España llevaban la bandera roja y gualda por entre los montes y bosques, ondeando la enseña que era la enseña de España; significaba ello el triunfo rotundo que se debe al espíritu del soldado español, sufrido, ejemplo y heroico, que asombra al mundo con su gesta; es el resurgir de un pueblo que quiere ser libre, de una nación que pide un puesto, de una raza que dice: esto fuimos y esto seremos.

Ya lucen en Vizcaya las banderas de España, ya marchan por las calles y se escuchan en ellas los himnos nacionales, ya suena nueva música, y el nuevo programa de la España Nacional, programa de justicia social que nunca les cumplieron, y aquellos bravos campesinos, aquellos sencillos aldeanos vascos, aquellos obreros envenenados , abren los ojos y elevan su corazón y lloran porque dicen que estos soldados que cumplen su palabra, estos hombres que conquistan lo que dicen, éstos, no tienen más que una fortaleza y una voluntad, cumplen su palabra, y cuando hablan de justicia social, de hermandad entre los españoles, de la grandeza de la Patria, es porque van a cumplir cuanto manifiestan, porque lo juran ante la sangre de sus hijos, que es la que los mártires de la Religión y de la Causa.

¡¡¡Arriba España!!!

En un ambiente español vigilante, con la inquietud del momento y la superación de cada día, hemos de marchar alegres con nuestros cantos, con nuestros himnos, dando al mundo ejemplo de nuestra potencialidad y espíritu, y con este grito que eleva, porque está manchado con la sangre de nuestras juventudes que se ha expandido por el mundo, este ¡¡¡Arriba España!!!, que es el resurgir de un pueblo; este ¡¡¡Arriba España!!!, que lleva el dinamismo de toda la raza española; este ¡¡¡Arriba España!!!, que no se opone al ¡viva! Contemplativo anterior, sino, al contrario, lo eleva, lo hace mayor, porque hoy es el grito de guerra, el grito de sangre; es el grito de la juventud.

Fuero del trabajo. 9 de Marzo de 1.938

lunes, 27 de julio de 2009

El museo desaparecido



Paso a menudo junto al antiguo museo del Ejército, cerca de la Real Academia Española, y cada vez siento la misma desolación al ver sus puertas cerradas. Uno de los más espectaculares museos de historia de España que conocí ya no existe. Kaputt. Me lo robaron. Le debo el favor definitivo al ex presidente Aznar, al ex ministro Trillo y al Pepé, entonces en el gobierno. Pasándose por el arrogante forro todas las protestas y argumentos razonables, esos individuos echaron el cierre al recinto para trasladar su contenido al Alcázar de Toledo. Les hacía más ilusión tenerlo allí todo junto, supongo. Alcázar, militares, ejército. Las hordas rojas. Etcétera. Dando, de paso, nuevos argumentos a los imbéciles que sostienen que en España la memoria es de derechas, y que la historia militar se la inventó el franquismo. Hay que joderse.


En fin. Con lo del museo me alegro por los toledanos, que así lo tienen a mano. Mejor para el turismo local. Pero a mucha otra gente nos queda lejos, y Madrid ya no tiene museo del Ejército. Ésa es la fetén. En cuanto a lo que haya ocurrido con los riquísimos fondos que el viejo lugar contenía, lo comentaré con ustedes cuando inauguren el nuevo. Y lo vea despacio. Aunque, como devoto del museo antiguo –ese concepto romántico y abigarrado, donde cabía todo–, barrunto que la puesta al día, moderna, luminosa y tal, se cobrará daños colaterales. Mucha misión humanitaria y poca guerra, ya me entienden. Paz por un tubo. Como si tres mil años de historia, con los españoles dándole cebollazos a los de afuera, o dándoselos entre sí, pudieran borrarse con buenas intenciones.


Y no sólo eso. Me cuentan que los textos que acompañarán a las piezas, cuando hacen alusión a España como esfuerzo común de una nación –imaginen si ahí debería haber unos cuantos–, están siendo mirados con lupa, a fin de no ofender sensibilidades ni doctrinas pacíficas al uso. Toda referencia a hechos que contradigan la diversidad plurinacional y plurimorfa de este pluriputiferio nuestro se camufla o adoba de modo conveniente. O se intenta. Como la Guerra de Sucesión y Felipe V, por ejemplo, por algunos de cuyos aspectos pasaremos de puntillas. O la actuación de los voluntarios catalanes y vascos que combatieron bajo las órdenes del general Prim en la guerra de Marruecos. Delicadísimo asunto ese, por cierto. Guerra colonial donde las haya, muy políticamente incorrecta. Y con moros, además. Por no hablar del desembarco de Alhucemas, cuando la dictadura de Primo de Rivera. Y de la Legión y Melilla, comandantes incluidos –tengo curiosidad por ver cómo se resuelve eso–. Y de la Guerra Civil, con toda una España republicana buena y solidaria frente a unos pocos nacionales malos y peinados con gomina. Etcétera.


Pero la cosa no queda sólo en Toledo. O no va a quedar. Ahí está el caso escandaloso del Museo Naval de San Fernando, Cádiz, cuyas nuevas instalaciones han costado tres millones de euros; y que, cuando todo estaba listo para trasladar el museo viejo al lugar adecuado, digno de la antigua isla de San Carlos y de su historia, el ministerio de Defensa lo ha puesto patas arriba, instalando en el nuevo recinto, como si no hubiera otras instalaciones militares cerca, a la infantería de Marina, y dejando la colección en donde estaba. Pero aún puede ser peor. Tal es el caso de ciertas ideas, o tentaciones, sobre una renovación del Museo Naval de Madrid, afortunadamente aplazadas. Y digo afortunadamente porque una cosa es reformar y actualizar, y otra aprovechar el barullo para descafeinar el asunto, adecuándolo a la doctrina de turno. Me aterra pensar en lo que ese magnífico museo podría convertirse, una vez pasado por la criba de lo políticamente correcto. Por el titular de telediario y la foto en primera página. Hay quien opina, en Defensa, que el Museo Naval tiene demasiado contenido bélico y conviene rebajarle un poco el nivel, dando más relieve a las exploraciones y a los avances científicos que tanto debieron a los marinos ilustrados y cartógrafos españoles. En eso estoy de acuerdo, pues sólo los nombres de Jorge Juan y Antonio de Ulloa o la expedición de Malaspina merecerían espacios monográficos. Pero también es cierto que la historia naval española está llena de hechos de armas –el mar era un continuo batallar– y eso no hay pacifismos mal entendidos ni buen rollito que lo borren. Conociendo el ganado, temo que una actualización de ese bellísimo museo terminaría alterando conceptos históricos fundamentales para adecuarlos al canon oficial de esta España Que Nunca Existió, en la que tanto golfo y tanto imbécil medran a sus anchas. Dense una vuelta por el desaparecido museo militar de Montjuic –futuro museo de la Paz– o por el naval de las Atarazanas de Barcelona, moderno y muy bien concebido en lo formal. Lean despacio los textos en este último, comprueben lo que hay y lo que falta. Verán a qué me refiero.

ARTURO PÉREZ-REVERTE XLSemanal 26 de Julio de 2009

martes, 14 de julio de 2009

UNOS DIAS DE DESCANSO


Durante unos dias, me tomo un inmerecido descanso de verano, ora peleando con la arena, ora viendo crecer la hierba y escuchando las campanas en uno de nuestros preciosos pueblos, pero en todo caso, alejado de la red de redes.


El día 27 de Julio nos vemos. ¡ FELICES VACACIONES !

miércoles, 8 de julio de 2009

EN VÍSPERAS DEL BAILE DE MÁSCARAS


Uno de los más curiosos fenómenos de la política es aquel –tantas veces señalado– que obliga a los profesionales a tener dos caras: la que lucen en público y la que ocultan en la intimidad. Es frecuentísimo ver a quienes se increpan en el hemiciclo saludarse afablemente en el salón de conferencias y reprimir –por cierto resto de pudor, no por falta de gusto ni de apetito– los deseos de merendar juntos en el bar.

Esta disciplina de los movimientos espontáneos es, desde cierto punto de vista, plausible. La exhibición en público de toda espontaneidad resultaría indecente. Así, la educación es, un triunfo sobre el humor nativo. Pero estas correcciones de lo elemental son dignas de alabanza cuando obedecen a un principio superior –religioso, moral, estético– acatado en la convivencia. La sujeción impuesta a la sinceridad salvaje por una razón de moral no es comparable con la insinceridad que no tiene justificación o que la busca en razones menos respetables: insinceridad misma.

Tal es exactamente el caso de los políticos: deponen sus luchas, ocultan las verdades, deforman la expresión de su espíritu, no por servir con sacrificio un alto deber, sino por mantener vivo el juego en que la política medra, sin el cual la mayor parte de sus actores tendrían que replegarse al oscuro medio familiar de donde no debieron salir nunca. Porque ésta es la cuestión: quizá el disimulo pudiera tener disculpas si se encaminara a no comprometer algún grave interés de Estado; pero no es eso lo que ocurre: los políticos, al observar sus pactos de silencio, no se han propuesto una gran tarea colectiva, sino sólo pueden asegurar la perduración del juego mismo.

De ahí que quienes están fuera del juego se miren con estupor entre sí, y a menudo con cólera, cuando observan cómo se volatilizan las grandes palabras por las cuales ellos, los de fuera, acaso se sintieron enardecidos hasta comprometer su paz, mientras que los dicentes que las lanzan a voz en, cuello por todos los ámbitos ya han pasado tranquilamente a hablar de otra cosa. Es decir, han recogido la baraja y se disponen a dar de nuevo.

Cuando se barrunta vecindad de elecciones, las componendas llegan a lo, inverosímil. Al gusto habitual por el fingimiento se une, en tales trances, una fuerte dosis de terror. Todos empiezan a temer quedarse sin los puestos y para conservarlos se sienten capaces de vender su alma al demonio. Los que se insultaron hasta la víspera empiezan a decirse cosas tiernas. Otros alaban sin regateo a personas a quienes hubo que desmontar de lugares de mando por graves sospechas de inmoralidad. Aquellos a quienes se acusó de ladrones empiezan a ser llamados personas honorables, cuya lealtad y cuyo patriotismo no se pueden poner en duda. Se cambia hasta el tono de voz como en carnaval. La política se convierte en un baile de máscaras.

Y así se va estrangulando el alma popular, elemental y fuerte, inclinada a decidir por razones claras. Las gentes sufridas del pueblo, las que labran y callan, las que huellan con sus pies los agrios caminos de la tierra, tienen que ceder una vez y otra en su manera llana de entender para plegarse a explicaciones sutiles. De esta manera no suben a la política las calidades de la entraña popular, sino que se van introduciendo en el pueblo los malos usos de la política como un contrabando de estupefacientes. En cada villorrio se monta como un remedo del gran baile de máscaras nacional.

Y si alguien, de pronto, pusiera fin al baile y empezara a llamar las cosas por sus nombres, ¿qué pasaría? ¿Que se hundiría quien mereciera permanecer? ¿Y si no pasaba nada? ¿Y si sencillamente entraba un aire nuevo, incontaminado, a deparamos una atmósfera respirable? Quizá estemos envenenados de sabiduría y necesitemos una recia cura de espontaneidad. Tirar las caretas y salir a los campos con las verdaderas caras y con las palabras verdaderas.

Nosotros lo hacemos y lo haremos más cada día. No nos concederemos descanso en ir de tierra en tierra, con el oído despierto para las viejas venas sepultadas y vivas. Los bailes de máscaras no son para nosotros. Quizá falte muy poco para que, cuando los demás apresten sus disfraces, nosotros, junto a las hogueras campesinas, celebremos la austera alegría de una libertad recobrada.

José Antonio Primo de Rivera

(Arriba, núm. 21, 28 de noviembre de 1935)

jueves, 2 de julio de 2009

Carta de un Guardia Civil al ciudadano


NO SOY PERFECTO. LO SIENTO.

Todos los humanos cometemos errores, y yo he pagado por cada uno de ellos. En mis años de servicio años he visto más de lo que tú nunca verás, más de lo que nadie debería ver nunca.

He intervenido armas de fuego, drogas, cuchillos y navajas, defensas, bates y un sin fin de artilugios semejantes que podían haber resultado mortales para alguno de tus seres queridos o incluso para ti mismo, pero nunca lo sabrás porque estuve allí para evitarlo.

He recogido cuerpos destrozados en las carreteras pero también te he ayudado a cambiar la rueda pinchada de tu coche. He estado en más peleas de las que puedo contar y en más catástrofes de las que hubiera deseado. Las llamas de un incendio han quemado mi piel y la sangre de una víctima, incluso de un compañero, han manchado mi uniforme demasiadas veces.

He visto casi cada tipo de muerte que pueda existir y más de las que podáis imaginar. Debido a mis servicios, casi he muerto en varias ocasiones y he perdido amigos y colegas. He caminado ese largo paseo hasta la puerta para decirle a una madre, padre, esposa, hijo o familiar que su ser amado nunca volverá a casa. He aguantado la agonía verbal e incluso las amenazas de esa pobre gente que no puede aguantar su dolor y lo proyecta contra la primera persona que puede, el mensajero de la noticia, yo.

He visto el maltrato y la violencia entre personas que un día se prometieron amor, entre padres e hijos, entre hermanos y entre amigos. He visto los actos más crueles y mezquinos del ser humano. He visto la enfermedad y la vejez, he ayudado a levantarse al caído y he socorrido al enfermo.

Si fallo en mi trabajo, o aún sin fallar, puedo ser fácilmente denunciado ante una justicia que no me ampara, poniendo en riesgo mi trabajo, mi familia y mi propia vida. Puedo incluso perder mi libertad, por una mala situación que puede requerir una decisión en pocos segundos que a un Juez le llevara años tomar. He visto los ojos de un padre cuando la droga se ha llevado a su hijo.
He visto crímenes con los que nunca soñarías y nunca verás en series ni películas de televisión.
Como un compañero una vez me dijo: “Los policías viven los veinte peores minutos de las vidas de otros”. Sí.

Puede que le haya pedido la documentación alguna vez mientras le indicaba que sacara las manos de los bolsillos. O haberle sacado de su coche en plena noche mientras le indicaba que mantuviera las manos a la vista. Incluso haberle pedido que extendiera los brazos y haberle cacheado, todo ello sin motivo aparente para usted.

Pero usted no ha sido apuñalado en un descuido por no cachear a un ciudadano aparentemente normal, ni ha visto como un compañero caía al suelo de un tiro en la cabeza por no tomar medidas de seguridad, tampoco ha ido a visitar a un compañero que se ha quedado invalido al atropellarle un conductor que se dio a la fuga simplemente porque estaba ebrio.

He escuchado de amigos y familiares como “la Policía no hace nada” como “nos quedamos con droga” como “maltratamos y torturamos a los detenidos” o como “llegamos tarde a propósito”…
He visto a mi esposa escatimar y arañar intentando sacar adelante a tres niños con el sueldo de un policía. He visto a mis chicos aguantarse cuando se dieron cuenta de que no podía ir a sus actos escolares porque “Papá no tiene un horario normal”. He visto también a mis chicos llevar una carga que no deberían haber llevado, cuando uno de sus compañeros o amigos ha dicho que “Todos los policías son unos hijos de puta y deberían estar muertos”

He trabajado noches, fines de semana y vacaciones, noche vieja, navidad y hasta el día que tuve mi primer hijo, mientras tu estabas cómodo y seguro en tu casa con tu familia. Mi familia completa caminó sin mí demasiado tiempo… demasiado tiempo…

He visto las caras de niños que estaban perdidos y que mis colegas y yo tuvimos el privilegio de devolverles a los brazos de su desesperada madre. He visto hemorragias que he sido capaz de parar, corazones a los que he sido capaz de dar una segunda oportunidad para volver a empezar y a las víctimas del crimen que mis camaradas y yo hemos sido capaces de proteger.
Tengo grabadas en mi mente las caras de las personas cuyas vidas mis compañeros y yo salvamos. Sí, tengo historias de éxito… y de fallos.

Tengo noches en las que no puedo dormir, simplemente porque veo las caras de los que no pude ayudar, porque no llegue a tiempo o simplemente porque pienso en un “y sí…” para cada caso en que fracasé. Y si usted nunca ve una milésima parte de esto, es porque la Guardia Civil ha hecho su trabajo…

Si cometo el más mínimo fallo lo pagaré dos veces y aún así me pondré mi uniforme, mi arma y saldré de nuevo. Porque es lo que los profesionales hacen, porque YO SOY GUARDIA CIVIL.

miércoles, 1 de julio de 2009

Carta de D. José Utrera Molina



Carta de D. José Utrera Molina publicada hoy en el ABC ante la taimada retirada de títulos a Francisco Franco por parte del Ayuntamiento de Madrid

He recibido la noticia del despojo que se hace por el Ayuntamiento de Madrid a Francisco Franco, con un sentimiento de tristeza infinita, de honda amargura y también de extraño estupor. Nunca creí que se vulneraran las leyes de la caballerosidad para lanzar un ataque a quien, ya muerto, respira aún junto al corazón de muchos españoles. Tengo que manifestar, por lo tanto, mi disgusto junto a mi sorpresa, y la tristeza y la amargura que me embargan, superan en este caso concreto a mi indignación, por motivos fácilmente comprensibles. No voy a ejercer ninguna clase de condena, ni tampoco me voy a distinguir en un ataque alevoso a los que, a solicitud del grupo comunista, han perpetrado el hecho de privar a quien fue Caudillo de España de unos títulos que le fueron otorgados con plena justicia. Pero quiero recordar que esta medida constituye, además, un contrasentido, porque precisamente quien ha sido atacado con esta disposición, recibió del actual Rey de España las siguientes palabras de elogio en el acto de su coronación: «Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí, una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio».


¿Cómo es posible, que a tenor de estas justas apreciaciones del Rey de España, se pueda herir con tanta furia a quien nos gobernó durante un periodo de paz constructivo y eficiente y a quien se debe, queramos o no, la restauración de la monarquía actual, precisamente en la persona de Juan Carlos I ?

Después de considerar estas regias palabras, creo que constituyen un grave motivo de reflexión para aquellos que estimamos que la Transición fue un periodo político abierto a la reconciliación de todos los españoles. Hoy, después de tantos años, resulta que se resucitan los odios, que se alientan las divisiones y que con una especie de artilugio dialéctico se cubre con la palabra «democracia», todo lo que es un verdadero disparate histórico y que constituye la posibilidad de abrir nuevas heridas en el ya torturado corazón de muchos españoles.

Yo declaro aquí, en este artículo, mi lealtad a Francisco Franco. Lo hago consciente de los ataques que aún he de recibir, de las injurias que van a cubrir mi nombre, de las patrañas que van a envolver la verdad que defiendo, pero entiendo, que esa lealtad jurada, me obliga hasta el último día de mi existencia. Me avergüenzo de que se hayan producido situaciones como las que describo, me duelen en el fondo de mi alma. Tengo pruebas fehacientes de haber ejercido antes de que lo proclamara nadie, una verdadera política de reconciliación. Entre otras cosas, porque en los dos bandos en conflicto tuve familiares muy próximos a los cuales consideré siempre equiparables en su buena fe y en su dignidad. Hoy me estremece que sean los herederos de los fusilamientos de Paracuellos y de tantos crímenes como España entera conoce, los que obliguen a un colectivo municipal a bajar la cabeza, o a hacer referencias a determinadas figuras envueltas en las brumas ciertamente acentuadas de la lejanía histórica.

Insisto en que pretendo única y exclusivamente emitir mi opinión sin ánimo de ofensa a nadie, sin pretender ninguna descalificación política. Allá cada uno a la escucha de los latidos de la propia conciencia. Cuando pase el tiempo, estoy seguro de que muchos de los que han votado una moción semejante, sentirán el escalofrío que produce el recuerdo de haber obrado injustamente, la vergüenza y el bochorno que suscita un ataque sin piedad a quien ya yace sepultado, aunque no en el olvido de muchos españoles que hoy reciben una afrenta injustificada.

Julio 1, 2009