lunes, 29 de marzo de 2010

Así escribe el Ministro de Defensa de Canadá a una pacifista: "El lunes le enviaremos un terrorista a su casa"


Una canadiense pacifista escribió a las autoridades de su país quejándose del trato que se da a los "insurgentes presos" (terroristas) detenidos en Afganistán. Le contesta el ministro de Defensa en los siguientes términos:

Estimada ciudadana comprometida:

Gracias por su carta en la que expresa la preocupación por el trato que damos a los terroristas talibánes y de Al Qaeda en manos de las Fuerzas Armadas Canadienses. Se los transferimos al Gobierno de Afganistán que los mantiene presos en su sistema carcelario. Pero, en atención a las quejas que recibimos de ciudadanos comprometidos como usted, hemos creado un nuevo programa LARK [iniciales en inglés para Responsabilidad Aceptada de los Liberales para con los Asesinos].

De acuerdo con ese programa, hemos decidido seleccionar un terrorista y colocarlo bajo la dependencia de la familia de usted. El próximo lunes tendrá usted en su casa a Alí Mohamed Amé Ben Mahmud (puede llamarlo simplemente Amé). Espero que puedan tratarlo amablemente tal como exigía usted en su carta de protesta. Lo más probable es que necesite usted contratar a algunos ayudantes para esa misión.

Cada semana nuestro departamento le va a hacer una visita de inspección para comprobar que se tienen en cuenta los principios de buen trato que exigía usted en su carta. Debo advertirle que Amé es un psicópata extremadamente violento, pero confiamos en que, con la sensibilidad que usted manifestaba en su carta, logrará superar ese inconveniente.

Seguramente tiene usted razón al describir esos problemas como meras diferencias culturales. Pero insistimos en que su huésped resulta extremadamente eficiente en el combate cuerpo a cuerpo y que puede matar con un lápiz o un cortaúñas. Le rogamos que no le pidan a Amé que demuestre esas habilidades en el grupo de yoga al que usted asiste.
Además, Amé es un experto en fabricar artefactos explosivos con productos caseros; así que tenga bien guardados esos productos a menos que en su opinión esa decisión pueda ofender a Amé.

El terrorista no querrá relacionarse con usted o con sus hijas (excepto sexualmente) puesto que él considera a las mujeres como meros objetos. Ese es un aspecto muy sensible, puesto que se le han observado tendencias violentas respecto a las mujeres que no cumplen con el atuendo prescrito en las costumbres islámicas. Así pues, confío en que a usted no le moleste llevar el burka; de ese modo contribuirá usted a respetar la cultura y las creencias que manifestaba en su carta.
Gracias otra vez por su preocupación. Estamos muy reconocidos a las personas como usted e informaremos a nuestros conciudadanos de su cooperación. Buena suerte y que Dios le bendiga.

Atentamente, Gordon O’Connor, ministro de Defensa

http://www.diarioya.es/

sábado, 27 de marzo de 2010

viernes, 26 de marzo de 2010

Editorial de LGE al programa 37: Crisis de valores y educación temprana


Cada mañana, desde hace un par de años, nos desayunamos los periódicos y programas de radio y televisión con una misma noticia: estamos atravesando la peor crisis de la historia.
Y es cierto. Pero – con ser terrible – nosotros al menos no nos referimos a la crisis económica. Nos referimos a una mucho más salvaje, premeditada, buscada con ahínco por los enemigos de España y la Civilización Occidental; orquestada desde todos los frentes simultáneamente y creada para que perdure generación tras generación. Nosotros nos referimos a la crisis de valores.

Las generaciones actuales observan con desinterés cómo la profesión más lucrativa del mundo y la que menos problemas conlleva es la de político. Observa curioso, cómo se exige al español de a pié que apechugue con nuevos impuestos, con recortes en sus prestaciones sociales, con períodos más largos de trabajo... mientras cuenta por millones las estafas, los abusos, las corrupciones de todo signo, especialmente las ligadas al urbanismo, los requisitos para que un ministro se jubile con el 100% de su remuneración.


Mira con curiosidad cómo los presupuestos del estado se dedican incansables a abrir tumbas, a buscar cadáveres a reescribir la historia, a borrar los signos y los vestigios de cualquier pasado heroico, nacional y unitario.


Observan cómo en Andalucía e impone el árabe como segundo idioma, para garantizar la integración – dicen - mientras los docentes amenazan con la huelga por la nueva ley de educación andaluza que convierte en comisarios políticos a los directores de colegio.


Aprenden a marchas forzadas a chapurrear otros idiomas regionales, no por amor a lo propio, sino porque lo contrario cuesta multas, persecución, desempleo, falta de oportunidades...


Quedan atrapados en enormes nevadas porque los servicios meteorológicos nacionales (los de la nación y los de la nacionalidad) ofrecen datos contradictorios, fruto, naturalmente de la inquina que el estado opresor central tiene hacia las “naciones periféricas” obsequiándolas con todos los males deseables y tratando de atribuir nevadas imperiales a zonas donde lo lógico son las nevadas nacionalistas.


Ignoran dónde nacen los ríos, que regiones atraviesan, cuales son las razones porque las que gallegos, colombianos y catalanes hablamos el mismo idioma y rezamos al mismo Dios. Creen que los Almogávares son una fuerza mercenaria catalana a las órdenes de imperios vecinos, y que existió alguna vez un reino catalano-aragonés, unos paísos catalans, una Euskadi del norte y otra del sur, una rebelión catalana contra España...


Creen que la Cruz que alumbró nuestra civilización es un invento opresor de Franco, que las parejas naturales se constituyen por cualquier cosa menos por hombres y mujeres. Necesitan un “mapa de excitación del clítoris” y saben que “el placer está en sus manos” cuando acuden a los seminarios de masturbación juvenil subvencionados por la administración.


Y lo hacen, aunque saben que pueden abortar – asesinar a sus hijos - desde los 16 años sin pedir permiso a nadie y como método anticonceptivo legal.


Se lo enseñan en Educación para la Ciudadanía, que ha sustituido toda formación en valores por la formación en la muerte, la destrucción, la corrupción. Elevan a valores supremos la tolerancia y la democracia y eluden, destruyen, aplastan otros como Bien, Verdad y Justicia.


Y por supuesto nada saben del Cid, de los Reyes Católicos, del 2 de mayo - que es una cosa de la nación madrileña que a nadie interesa – de Don Pelayo, del Santuario de la Virgen de Covadonga, de Guadalete, del descubrimiento y evangelización de América.


Sencillamente porque no se lo han enseñado. Porque se lo ocultan, porque patriotismo, valor, heroísmo, compromiso, ciencia, literatura, pensamiento, trabajo son palabras que han sido borradas de sus lenguajes hedonistas donde sólo importa cada uno de nosotros. Donde el bien personal está por encima del de la comunidad. Donde la misma palabra comunidad se restringe al terruño donde uno nace o que a uno le acoge.


Pero como en Covadonga, algunos resistimos. Algunos creemos que ni está todo perdido ni se lo vamos a poner fácil. En este programa no nos resignamos a morir. No sin luchar. Lo van a ver y oír nuestros oyentes. Porque hay quienes con sencillez, con amor, con cariño, con la pasión de quienes aman lo propio por lo que significa en el mundo, han levantado barricadas y blocaos y están dispuestos a contar la verdad. Y en esta casa, estarán los altavoces para ello. Nuestros invitados de hoy tienen la palabra. Acomódense y escúchennos.
Martín Ynestrillas



http://lagranesperanza.espacioblog.com/

miércoles, 24 de marzo de 2010

"Celibato y pederastia"


Si mañana se declarase una plaga que asolase un continente entero y se descubriera que en una región determinada cuyos pobladores practican la dieta vegetariana tal plaga también se ha declarado, aunque con mucha menor virulencia, a nadie en su sano juicio se le ocurriría deducir que si la plaga no ha respetado a los pobladores de dicha región es precisamente porque son vegetarianos. Por el contrario, se deduciría que la dieta vegetariana, aunque no inmunice contra el contagio, lo hace mucho más improbable; y se concluiría que, si unos pocos pobladores de dicha región han caído víctimas de la plaga que devasta el continente entero, es más bien porque los hábitos alimenticios menos saludables de regiones limítrofes han corrompido la dieta tradicional que los pobladores de dicha región habían mantenido inalterada durante siglos. Y, para combatir la plaga, no se condenaría la dieta vegetariana, sino que, por el contrario, se trataría de deslindar cuáles son los hábitos alimenticios menos saludables que fomentan su propagación.
A nadie se le escapa que nuestra época padece una plaga de magnitud creciente llamada pederastia. No hay semana en que no leamos en la prensa que se ha desarticulado una red de pornografía infantil; no hay semana en que no sepamos de niños que han sufrido abusos perpetrados por adultos sin escrúpulos, con frecuencia familiares suyos. Y, mientras la plaga arrecia, descubrimos que también se ha extendido, aunque con mucha menor virulencia, entre los sacerdotes católicos: así, por ejemplo, en Alemania, de las 200.000 denuncias de abusos infantiles realizadas desde 1995, sólo 94 afectan a ministros de la Iglesia. De lo cual habría de deducirse, en estricta lógica, que el celibato, si no inmuniza contra la pederastia, la hace mucho más improbable; y también que si unos pocos sacerdotes han incurrido en tan aberrante crimen es más bien porque la plaga que padece nuestra época se ha infiltrado en la Iglesia, corrompiendo con sus hábitos perniciosos lo que estaba más sano que el resto. Y, en nuestra lucha contra la pederastia, lejos de condenar el celibato, trataríamos de deslindar cuáles son esos hábitos perniciosos que se enseñorean de nuestra época.

Pero en la campaña feroz que en estos días se promueve contra la Iglesia nada se rige por el «sano juicio». Y, así, se establece una relación directa entre celibato y pederastia que la estricta lógica repudia; pero ya se sabe que cuando el misterio de iniquidad anda suelto, la estricta lógica es vituperada, escarnecida y sepultada por el odio. Establecer una asociación entre celibato y pederastia es tan desquiciado como establecerla entre ayuno y triquinosis. De una persona que infringe el ayuno que a sí misma se ha impuesto podremos predicar que carece de fuerza de voluntad, o de convicción; pero si esa persona que infringe el ayuno enferma de triquinosis habremos de concluir, inevitablemente, que le gusta comer cerdo. De un sacerdote que infringe el celibato podremos predicar que las debilidades de la carne ejercen sobre él un imperio más fuerte que la lealtad a sus votos; pero si un sacerdote abusa de un niño habremos de concluir, inevitablemente, que padece una desviación sexual. Sacerdotes débiles, infractores del celibato, los ha habido siempre, como queda testimoniado en la obra de Lope de Vega o del Arcipreste de Hita; pero su debilidad la han satisfecho con mujeres. Los escasos sacerdotes que abusan de niños no lo hacen porque su sexualidad esté reprimida por el celibato, como desquiciadamente pretenden los promotores de esta campaña feroz, sino porque su sexualidad está desviada. En la misma dirección, por cierto, que nuestra época aplaude y estimula y promueve, aunque luego se rasgue farisaicamente las vestiduras cuando tal desviación se ensaña con la infancia.

Juan Manuel de Prada, "Celibato y pederastia", ABC, 20.III.10

jueves, 18 de marzo de 2010

martes, 16 de marzo de 2010

Los plantados saben morir de pie


Cuando hace unas fechas, el miserable, cobarde, despreciable "Gili" Toledo se ganaba, por esta semana, el premio al Imbécil Internacional del año - que generalmente ostenta Zapatero y que concede virtualmente este programa – cuando hablaba de Cuba y de la muerte de Orlando Zapata, al que definió como un delincuente común, y se refirió al perfil de los presos políticos cubanos tildándolos de terroristas, no sabía - seguramente - hasta qué punto su baba, su putrefacto planteamiento, lo dejaba en evidencia.
No, no me refiero al sindicato de la ceja. Ese que, con sorprendentes excepciones, ha acudido en defensa del excremento cinematográfico como un solo hombre – ahí tenemos sin ir más lejos a Miguel Bosé que, por alguna razón desconocida no se ha trasladado a vivir todavía al paraíso cubano – nos referimos a sus propios planteamientos. Y es que resulta que según sus propias declaraciones, si uno atenta gravemente contra la patria, si uno comete actos de terrorismo y se le niega, por supuesto, el derecho a ser considerado preso político; si uno es, en definitiva, un preso común “como todos los disidentes cubanos” - "gili tolerdo" dixit – no tiene nada de particular pasarte 30 años encerrado en una democrática prisión y dejarte morir de hambre.

Ello implica, claro, creer en el concepto de patria, reconocer que existe el terrorismo, negar que el terrorismo sea una causa política y despreocuparte de si se mueren o no semejantes seres. El problema es que esta escoria ha caído en su propia trampa, porque en Cuba los que los que pelean con la sola fuerza de su voluntad y de sus hechos, los que están dispuestos a dejarse morir – y lo hacen - por principios tales como la Libertad y la Patria, son precisamente los disidentes, mientras que en España, donde descerebrados como este afirman que los “barcos españoles van a robar a Somalia” o que “en España también han muerto decenas de presos en las cárceles”, son los terroristas, los asesinos, los apátridas y los canallas los que se convierten en santos de su devoción atea y marxista.

Así, sindicalistas cejudos como el fallecido en buena hora Pepe Rubianes – aquel que ”se cagaba en España y le sudaba los cojones...” recibía el aplauso de todos estos canallas que apelaban a la libertad de expresión mientras le dedican calles previamente arrancadas al “Almirante Cervera”; aquellos otros que llevaban al teatro obras con tan sugerente título como “Me cago en Dios”, merecían la solidaridad de todos ellos; El multi asesino psicópata De Juana Chaos, era considerado un "soldado" y despertaba la solidaridad ante la, por otra parte imposible, muerte de dieta de jamón serrano y sexo que se daba en los hospitales españoles y Aminatur Haidar – esta sí con nuestra comprensión – llevaba a todos a la protesta y la movilización por su inminente muerte.

Están trazadas las fronteras y es necesario alinearse. De un lado están los liberticidas, los canallas, los asesinos activos o pasivos, los marxistas de siempre y toda su cohorte de ricos subvencionados para vivir como dioses en el paraíso capitalista e ir de vacaciones a buscar “jineteras” y fumarse puros a costa de la sangre cubana; de la otra estamos quienes creemos de verdad en la Patria, en la Justicia, en la Libertad, en los valores por los que merece la pena entregar la vida al servicio de una gran empresa. Y con este estado de cosas sólo podemos estar con los Orlando Zapata, con los Guillermo Fariñas y con tantos otros que han demostrado que su concepto de una Cuba Libre merece ser vivido, hasta morir por ello.

Vendrán otros tiempos, acabado el castrismo, en los que quizá tengamos que juzgar con dureza a quienes sustituyan al dictador, pero todo eso vendrá después de que el pueblo cubano reciba hoy nuestro apoyo y nuestra mayor consideración.

Hoy le vamos a explicar a "Gili Tolerdo", a Miguel Bosé, a Moratinos, a Zapatero - tan remisos ellos a realizar condenas - lo que hay de verdad detrás de la disidencia. Será en la tertulia, donde también dedicaremos nuestro particular homenaje a las víctimas del 11-M - de cuyo atentado hoy se cumple el sexto aniversario - de la única forma que sabemos hacerlo los falangistas: exigiendo la Verdad, pero sobre todo, exigiendo Justicia.

Pero será después de nuestro ya casi habitual recorrido por la Memoria Histórica, pues hoy traemos a examen a un personaje controvertido que, como todos los vinculados al régimen anterior – y en muchos casos aunque no lo fueran – ya ha sido desprovisto de sus reconocimientos, y su estatua ignominiosamente arrancada de su lugar. Hoy, con su biógrafo más reciente, nos acompañará, de alguna manera, el general Yagüe, el general falangista de Franco. Acomódense y escúchennos.
Martín Ynestrillas

lunes, 15 de marzo de 2010

ME ACUSO DE NOSTALGIA


Hoy tengo la absoluta necesidad de escribir a un camarada. Podría escribir a muchos. Pongamos, por no exagerar, que a unos cuantos. Pero como el corazón no es un fichero, sin necesidad de revolver la memoria mecanizada me encuentro con que la carta va dirigida a ti, camarada casi desconocido, camarada de un doloroso momento o de un alegre instante. Camarada que ahora vienes hasta mí para que desahogue esta necesidad epistolar.
Me acuso de nostalgia, camarada, y por este pecado solamente a él le pido perdón. Solamente a José Antonio. Nuestro tiempo no da cuartel a ningún sentimiento que adormezca el sentido de la acción, y, sin embargo, cada año, en este día, es preciso confesar a las claras la tristeza imborrable que llevamos en el alma. Somos una generación condenada, por la muerte de nuestro capitán, a enlutar el júbilo. Podremos coger el triunfo con las manos y atarlo a nuestro destino y domarlo como a un potro salvaje, y siempre tropezaremos con este pensamiento que nos aguijonea constantemente: ¿Qué diría él?, ¿Qué haría él? ¿Qué palabras nos enviaría él? Nos mataron la sonrisa y andamos por el mundo en una orfandad decidida y vengativa. ¿Recuerdas? «Los nuestros no cayeron por odio; sino por amor», y a pesar de ello, cada año, en este día, se remueven los posos del odio en el corazón, aun sabiendo que la mejor venganza de su muerte, que la derrota más completa de los que le asesinaron, está precisamente en llenarles alma y cuerpo con el ejemplo que él nos legó, con sus palabras luminosas, que aún nos mueven y todavía levantan —frente al mundo hostil— banderas de esperanza.
¿Recuerdas?. ¿Eras tú el que estaba junto a mí aquella tardada roja de Somosierra? Sí, debías de ser tú; llevabas la camisa azul, ya con un leve color desteñido por el polvo de la carretera de Burgo de Osma, por el solazo valentón de fin de julio o comienzos de agosto, por el roce con la tierra dura, por la festiva inclemencia de aquella guerra que queríamos voluntariamente por España. Eras tú, con tu camisa azul, tus dieciocho años, tu pinta desgarbada, tus cartucheras dando las boqueadas y tu barba incipiente y rojiza, mezcla de barba de pirata adolescente y de barba de San Francisco del Greco. Solamente que tú amabas los pájaros fritos y llamabas a tus hermanos, camaradas. Se caía una tarde de guerra con el primer avión abatido, y un piloto contrario, flamenco él, arrojaba periódicos sobre nuestras elementales posiciones. Nos defendía la roca, la pura naturaleza. Todavía no habíamos inventado el ingeniero. Fortificar nos parecía inútil y para una vez que nos mandaron cavar trincheras, casi nos sublevamos. Cantábamos los enlaces:

«Ay, enlace, ay enlace,
cómo te van a joder
con el pico, con el pico
y con la pala, y el capote
del teniente coronel. »

Todos los días organizábamos nuestra risa a base de los periódicos rojos, y aquel día brotó el júbilo, como la llama primera de la primera hoguera nocturna, con la noticia de un periodiquillo provinciano, humilde: «José Antonio, al frente de una columna de falangistas, marcha sobre Madrid desde Alicante.» Saltábamos encima de los parapetos que hace miles de años hizo Dios pensando ya en nosotros. Alguna bala escocida, adivinadora del contento, nos zumbaba en los oídos. Veíamos a José Antonio en cabeza, entonando el rabioso «Cara al sol» del cine Europa, el «Cara al sol» del 2 de febrero, ordenando las guerrillas, cercando Madrid con ese dificil amor que nos lanzó al combate. Lo veíamos triunfador, pisando las calles de la capital en son de guerra, ordenando la paz, y nos mordíamos las manos de impaciencia porque él iba a tomar Madrid antes que nosotros y nosotros no llegaríamos a verlo.
Por los pueblos navarros, por la tierra encendida de la Rioja, por la Castilla inmensa habíamos gritado «¡Viva José Antonio!», y mirábamos con desprecio a los pocos que no entendían el grito. Alguno les explicaba quién era José Antonio, y entonces las pobres gentes se sumaban al clamor falangista diciendo: «¡Ah, Primo de Rivera!».
¿Recuerdas? Perdóname si uso con demasiada frecuencia esta detestable palabra. Por nada del mundo quisiera ser un coleccionista de recuerdos. Es mejor ser un coleccionista de motivos que fabrican recuerdos. Pero... ¿Recuerdas?. Tú estabas a mi lado, y los dos juntos conocimos al humilde falangista que llamó César por vez primera a José Antonio. Fue en la aventura del primer diario de la Falange. En la cueva del periódico, que tenía algo de catacumba, algo de bodega y algo de orfeón, se montaban las planas con un exquisito gusto geométrico. Que jamás las buenas formas estuvieron reñidas con la necesaria violencia. Y a las tres de la mañana, la hora de los grandes éxitos o los grandes fracasos, en una de las páginas había una carie feroz por falta de original. Se discutió, todo lo ampliamente que dejaba la prisa, sobre la conveniencia de colocar allí alguno de los numerosos entrefiletes explosivos que dormían, compuestos y sin sitio, sobre una larga mesa de madera. Y fue entonces cuando este camarada escribió en una cuartilla de posteta: «José Antonio»; y debajo un triple grito: «Cesar. César. César». Acababa de llegar del frente y olía a frente, y su manta vieja esperaba entre los papeles viejos la ocasión de cubrir su sueño. Se compuso su propuesta, y con un rito sencillo —el del silencio— se encajó el paquete en la página. Después cantamos, y nuestra canción no estorbó ni un poco el hermoso roncar de aquel camarada que dormía entre los papeles de desecho. Al fondo las bobinas amontonadas daban a la catacumba un aire de bodega. Era un licor fuerte el que se destilaba en Pamplona, en el cuartel Martínez de Espronceda, en la casa de Arriba España, primer diario de la Falange. Por la mañana, nadie extrañó el que a José Antonio se le hubiese llamado César. Y tú, y yo, camarada, conocemos al falangista anónimo que tuvo la idea. Y tú y yo hemos esperado junto a Fermín Yzurdiaga la vuelta de José Antonio. Un tan seguro y próximo retorno que ya estaba diseñada la tribuna desde la que había de hablar a los falangistas navarros.
¿Recuerdas? Un pintor no vendía su retrato de José Antonio esperando a que volviera para regalárselo. Una novela, casi terminada, aguardaba la suprema aprobación de José Antonio. Un resentido, con razón o sin ella, dejaba su resentimiento en el último escondrijo del alma y combatía limpiamente esperando que José Antonio aventase el motivo de su amargura. Si una cosa no se alcanzaba en toda su plenitud, cuando volviese José Antonio se alcanzaría. Si un dolor o una desesperanza o un desaliento socavaban la fe, se sacudían los hombros diciendo: «¡Bah! Cuando vuelva José Antonio...».
Todos tenían noticias de él. Todos sabían de una carta que nadie había visto. Las gentes esperaban de él la madurez de la buena nueva. Las gentes hablaban con sus palabras, y en los escaparates de las tiendas estaba su retrato y en las chabolas del frente de Vizcaya, y en las casas destruidas de Huesca, y en la andariega mochila y en el bolsillo de la camisa azul estaba su retrato. Los que podían exhibir un carnet firmado por José Antonio lo hacían con el orgullo del que puede mostrar, sobre el pecho, una laureada. Los que no podían se excusaban diciendo: «mi carnet quedó en Madrid y lo habrán quemado mis tíos, o quién sabe si los mismos rojos.» Fue el tiempo en que había falangistas del año veintiocho y escoltas de José Antonio por millares y gentes que tomaban café en «La Ballena Alegre» por centenares. Se comulga en José Antonio y en su recuerdo, en su noticia, en su futuro. Octubre acababa de caer y nacía noviembre junto a Madrid.
¿Recuerdas? Fue un dolor unánime, como más tarde su traslado a Alicante, ya muerto y victorioso, fue el unánime plebiscito de una voluntad española que empujaba con fuerza. Los que le oyeron y los que no le oyeron; los que le siguieron y los que le persiguieron; los que le vieron y los que no le vieron y los que cerraron los ojos a su luz; los campesinos, los soldados, los marineros, los viejos, los combatientes, los estudiantes, las mujeres, los obreros, los burgueses, las muchachas, los aristócratas, las gentes del Norte y las del Sur, las del Este y el Oeste; toda la España conforme y disconforme, toda la España nuestra, la irrenunciable, la amiga y la enemiga, sintió un momento de unidad en la amargura, paso primero hacia la unidad que afanosamente buscábamos por una simple necesidad de existencia y de grandeza. Porque si en España estaba pasando algo, era que volvía el tiempo en que los españoles, recobrada su casta, necesitaban existir con la vieja amplitud a que les daba derecho —a que les da derecho y obligación— su historia y su rabia, su hambre de justicia y concordia. Y si entonces no pasaba nada, si ahora que te escribo a ti, camarada, resulta que todo fue vano, que Dios nos maldiga.
¿Recuerdas? En el frente y en la ciudad, en los hospitales y en las aldeas alejadas cayó como un cielo de silencio, como una losa de estupor, como una gran águila derribada. Fue una noche triste —la segunda noche triste de España— y, al leer los periódicos que dieron la noticia, una especie de fe sobrenatural nos soplaba en el corazón que aquello era mentira y que Dios no podía consentirlo. Exactamente así. Por eso, al amanecer, con el silencio oficial comenzó a izarse la esperanza, y un olvido y un deseo de los que nadie puede hablar con precisión científica, nos trajeron la resurrección del ánimo. José Antonio volvería a nosotros. José Antonio no había sido asesinado. No fue un caso de sebastianismo porque nuestro pueblo es demasiado realista para agarrarse a ese género de clavos ardientes. Fue el resultado de un razonamiento frío y lógico. Nadie podía creer aquello porque el mundo seguía dando vueltas y porque la tierra no crujía y porque el sol como siempre, también había salido aquella mañana.
¿Recuerdas? Ahora sabemos que entonces comenzó la leyenda. Había cruceros misteriosos en torno a la cárcel de José Antonio; ó bien, José Antonio estaba herido, pero a salvo; o bien, en una tierra extraña, a veces amiga y a veces enemiga, guardaban a José Antonio para el tiempo de la paz. Cada día una nueva noticia alentaba nuestra esperanza. Cada día se doblegaba el desaliento hablando de José Antonio. Los que venían de zona roja sabían la pura verdad y en dos días la olvidaban, ganados por la increíble temperatura de la zona nacional. Se rezaba por la vuelta del ausente, se escribían poemas al ausente, se analizaba la doctrina del ausente, y, sobre todo, la mejor juventud de España moría por él. «Su figura cobra todas las condiciones del héroe político y corona de todas ellas, preforma el ideal masculino popular, y muchos niños que nacen se llaman como él, José Antonio», anota agudamente Gonzalo Torrente Ballester.
Es verdad, y tú y yo hemos asistido a un bautizo semejante. Dos nombres caían sobre la frente de los recién nacidos: José Antonio y María Victoria. La fe en José Antonio y la fe en el triunfo. Las dos grandes fuerzas que ganaron la batalla. Un gigantesco amor unía a los españoles: le amaban, por fin, los que pudiendo entender su mensaje no habían querido hacerlo, y le amaban los que le habían odiado sin conocerlo: unos, porque en las filas nacionales se habían contagiado de la pasión falangista; otros, porque en las filas rojas comenzaban a saber que sólo un hombre capaz de morir como él podía dar la señal que pusiese en marcha a todos los españoles. Porque sólo él era capaz de perdonar y unimos en el mismo coro.
Era José Antonio el héroe popular, el jefe soñado, la voz que cada cual hubiera querido escuchar, el hombre por el que se puede morir a los veinte años. Desde los romances del Cid hasta los de José Antonio ningún mito había calado más profundamente en el alma colectiva de España.
Decíamos entonces, ¿lo recuerdas? igual que decimos ahora. Lo decíamos en las noches de guerra, en los amaneceres de guerra, en los descansos de la guerra, en los hospitales de la guerra: el mejor hombre de España. Y aquella tarde de noviembre, junto al aparato de radio de la sala de oficiales, mientras llovía con terquedad norteña y brillaba el asfalto de la carretera y ya estaba la victoria en la mano, oímos las palabras definitivas: «Ha muerto José Antonio.»
Fue el mejor hombre de España y habló para nosotros. Habló de la Revolución Nacionalsindicalista, no de otra. Habló de la Unidad, de la Grandeza y la Libertad. Habló de la Patria, el Pan y la Justicia. Habló de los campos y de las ciudades. De todo esto habló para nosotros. Habló para los hijos de los que vengan tras nosotros. Habló para los siglos de los siglos de España.
Que su voz. hecha ya aire divino, llegue a nosotros como llegaba entonces: como sangre, como fe, como voluntad, como inteligencia, como valor. Así sea.
Y en este instante en que me acuso de nostalgia, confiesa, camarada. que tú también sientes, renovado, el dolor de aquellas horas en que el mundo era una cosa tan increíble como la noticia. Confiesa tu nostalgia y en la memoria de José Antonio sigamos adelante. En el campo, en la fábrica, en la escuela. En el hogar, a veces escindido. En nuestra intimidad, a veces desorientada por poderosos vientos circunstanciales. Recuerda, camarada. que José Antonio es nuestro más sagrado y tremendo juramento.



RAFAEL GARCÍA SERRANO

sábado, 13 de marzo de 2010

30 años sin Félix Rodríguez de la Fuente


Hemos de hacer todo cuanto esté en nuestras manos, hemos de luchar juntos, unidos, tenazmente, para que, como ha muerto la roca de los halcones, no muera también una roca mucho mas grande, una roca redonda, inmensa, una roca con corazón de hierro y basalto, una roca con piel de agua y nubes, una roca con voz de trinos de pájaros y rumor de brisa, en la que se está mezclando con demasiada fuerza el estruendo de las máquinas inventadas por los hombres; una roca que viaja por el espacio tripulada por la especie humana y por todos los animales vivientes; una roca que a mi me gusta llamar planeta azul.
Félix Rodríguez de la Fuente

miércoles, 10 de marzo de 2010

LOOR DE EXPAÑA.


En la vejez, la España sin dientes y con ojos ciegos no mira ya la curva del horizonte: ni lo futuro ni lo pasado pueden aliviar a quien los ha olvidado. Vuelta Expaña, la anciana es barragana del invasor inútil y le dedican estos loores mientra se piensa en aquella novia faldicorta, hermosa y divertida que fue alguna vez antes de acogerse a las sombras.
Expaña, brindis al sol que más calienta, verano de nieves, reunión de rabadanes, propósito sin enmienda, crónica lesión, riñón sin forro, bandera gris, huevo marchito.
Expaña, distancia ambigua, verdad negada, hormona sin Patria, boca con zapato, alma de vapor, kilovatio sin calambre. Expaña, Nóbel del sueño, pesadilla sin noche, cielo sin lucero, fango sin alfarero, furia sin Polar. Capital del sordo, voz del mudo.
Expaña, horror del vacío, castillo moro, soledad de perro. Venezuela sin gorila, banco sin crédito, peseta del euro. Hambre de mañana. Alpargata de pasado. Guadalete del milenio. Tumba excavada, hueso común. Aborto de la luz. Vagancia del seso.
Expaña, marejada de olvido, viento dormido, gloria sin corona. Sur de Marruecos. Ojo ciego, apéndice gusano. Satélite trasatlántico, terremoto de agujero. Expaña, izquierda a la derecha, gravedad sin centro, maricón casado. Tierra sin surcos. Espiga sin grano. Hogaza sin pan. Tripa sin vello.
Expaña, seso indiscreto, cántaro sin alma, mosca de cadáver. Pueblo con dueño, demo sin pueblo, acueducto imposible, espina sin pétalo, rosa de desierto, loba sin mamas, sangre sin hierro. Infarto del tiempo.
Expaña en cuadro; Expaña en círculo; Expaña en braga. Ramillete de cardos. Pozo de promesas, polvo de cementerio. Torre de necios. Marejada codiciosa, ola sin espuma, tiburón cansado.
Expaña, tizona sin filo, cuajarón antiguo, alcazaba de vergüenzas, espino sin flor, nube sin cielo. Expaña, lágrima a solas, rezo invertido, vaso sin agua, bota sin vino.
A ti te digo, Expaña, bozal del libre, candado del esclavo, labor sin tierra, cañón dormido. Pólvora de agua, clavel de ceniza, libro sin profeta, verso sin poeta.
A ti te digo: te comerán despacio. Desván de arañas, sótano de hienas, vieja con espejos, jota sin voz, guitarra sin bordón. Música perdida.
Tizón oscuro.
...
Arturo Robsy
Extraído del blog de mi camarada Rafael

lunes, 8 de marzo de 2010

Cuatro minutos


Me llegan, por amigo interpuesto, los comentarios de uno de los infantes de marina que estaban en el Índico durante el secuestro del Alakrana -del que, por cierto, nadie explicó de modo satisfactorio qué bandera llevaba izada, o no, cuando le dijeron buenos días-. El citado mílite es uno de los que intervinieron en la persecución de los piratas somalíes cuando éstos, después de trincar la pasta, salieron a toda leche para refugiarse en la costa. Viniendo de donde vienen, no es raro que los comentarios revelen insatisfacción por las órdenes recibidas y por el grotesco desenlace. Desde su comprensible anonimato, el infante de marina se desahoga, contando que los malevos estuvieron a tiro, pero las órdenes eran no disparar bajo ningún concepto, pues nadie estaba dispuesto a admitir muertos ni heridos en aquel sainete.

Todo es conocido de sobra, y no merece volver sobre ello. Pero hay una frase que tengo por significativa, porque explica no sólo lo delAlakrana, sino muchas otras cosas: «Tuvimos de tres a cuatro minutos para detenerlos. Pedimos órdenes y hubo silencio». Con esas interesantes palabras en el aire, les invito a un bonito e instructivo ejercicio. Cierren los ojos e imaginen. Lo han visto veinte veces en el cine o la tele: las lanchas de los piratas zumbando hacia la playa, los infantes de marina teniéndolos en el punto de mira y con la posibilidad de bloquearles el paso, y el jefe del operativo pidiendo por radio instrucciones a sus superiores. «Permiso para intervenir», o algo así. Dice. Y ahora trasládense a Madrid, al gabinete de crisis o como se llame lo que montaron allí. También, en este caso, las películas nos facilitan el asunto: un mapa del Índico en una pantalla en la pared, pantallas de ordenador, la ministra de Defensa con las gafas puestas, el JEMAD ese de la barba que siempre va de azul, el resto de la plana mayor y toda la parafernalia. Con el pesquero liberado previo pago de su importe, todos más pendientes ya del telediario que de otra cosa. Y la voz que viene del Índico sonando en el altavoz: «Tenemos tres o cuatro minutos y solicitamos órdenes. Repito: solicitamos órdenes». El reloj en la pared haciendo tictac, o lo que hagan los relojes de los gabinetes de crisis, y la ministra, y el de la barba, y el resto de artistas, mirándose unos a otros, callados como putas. Y más tictac. Nadie dice «bloquéenlos», ni nadie dice «déjenlos escapar». Sería mojarse demasiado en uno u otro sentido, y las palabras las carga el diablo. Tanto el «sí» como el «no» pueden causar problemas en las tertulias radiofónicas y los titulares de los periódicos, según vayan éstos a favor o en contra del Gobierno. Así que punto en boca. Silencio administrativo, cuatro minutos, uno detrás de otro, mientras allá abajo, en el mar, los infantes de marina, el dedo en el gatillo y locos por la música, que para eso están, blasfeman en arameo, por lo bajini, mientras ven cómo se escapan los flacos con la pasta. Y al cabo, la desolada frase final: «Han llegado a la playa». Suspiro de alivio en el gabinete de crisis. Fin de la historia.

Les cuento la escena -imaginaria, aunque no tanto- por si ustedes llegan a la misma conclusión que yo. Esos cuatro minutos de silencio no son los del Alakrana. Son todo un síntoma, una marca de fábrica. Una manera de entender la vida en este pintoresco lugar llamado España porque de alguna manera hay que llamarlo. Esos cuatro minutos de silencio se dan a cada instante, en cualquiera de las diarias manifestaciones de nuestra estupidez, nuestra mala baba y nuestra impotencia. Calla siempre, los cuatro minutos precisos, el político de turno, y el policía, y el juez, y el periodista, y el vecino del quinto. Callamos todos ante lo que vemos y oímos, pendientes del tictac del reloj, esperando que el tiempo aplace, resuelva, permita olvidar el problema. Una cosa es la teoría, las declaraciones oficiales, la España virtual. Qué ligeros de lengua somos legislando para un mundo perfecto, con nuestra inquebrantable fe en el hombre -y en la mujer, que diría Bibiana-. Y qué callados nos quedamos, como la otra ministra y el de la barba, cuando la realidad se impone sobre nuestra imbecilidad endémica. Cuando el maltratador defendido por la maltratada, el corrupto reelegido para alcalde, el violador reincidente, el terrorista que apenas paga su crimen, el hijo de puta menor de edad, la tía marrana que aprovecha la ley para vengarse del marido inocente, el pirata somalí que rompe el tópico del buen negrito, nos meten el Kalashnikov por el ojete. Entonces nos quedamos callados, no sea que la vida real nos reviente la teoría obligándonos a señalar al rey desnudo. Y así, de cuatro en cuatro, pasan los minutos de nuestra cobardía.



sábado, 6 de marzo de 2010

Crimen real



Juan Carlos de Borbón ha desoído las voces que le pedían que no firmase la nueva ley del aborto y ha firmado ya el documento. Según recogen distintos medios, La Zarzuela se ha apresurado a filtrar la idea de que, con su rúbrica, el Rey "ni aprueba ni rechaza la norma", sino que se limita a "certificar que se trata de una norma que ha sido aprobada de acuerdo con lo que marcan las leyes y la Constitución".

No creemos que entre las escasas funciones de SM esté la de suplantar al Tribunal Constitucional. Sin embargo, sí resulta creíble que el sucesor de Franco ni apruebe ni rechace el aborto. Esto es, que le de igual.

La indolencia mostrada hasta ahora por el Jefe del Estado ante la suerte d elos asesinados antes de nacer no hacía esperar otra cosa, pese al clamor popular. Con la firma de quien ostenta el título de Rey de Jerusalén (quizá emparentado con Herodes), el aborto es ahora, más que nunca, un crimen real. De esta manera, con la definitiva aprobación de la reforma de la ley del aborto y la conversión de este delito en un derecho, la democracia española y sus más altas instituciones se situan al nivel de las alcantarillas a las que se vierten los restos mutilados de los bebes abortados.


Escrito por Norberto Pico

http://www.falange.es/

jueves, 4 de marzo de 2010

DISCURSO DE PROCLAMACION DE FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J.0.N.S


(Discurso pronunciado en el Teatro Calderón de Valladolid, el día 4 de marzo de 1934)

Aquí no puede haber aplausos ni vivas para Fulano ni para Mengano. Aquí nadie es nadie, sino una pieza, un soldado en esta obra, que es la obra nuestra y de España.

Puedo asegurar al que me dé otro viva que no se lo agradezco nada. Nosotros no sólo no hemos venido a que nos aplaudan, sino que casi os diría que no hemos venido a enseñaros. Hemos venido a aprender.

Tenemos mucho que aprender de esta tierra y de este cielo de Castilla los que vivimos a menudo apartado de ellos. Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas ni pormenores; la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni el río, ni el lindero, ni el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, el agregado de unas cuantas fincas, ni el soporte de unos intereses agrarios para regateados en asambleas, sino que es la tierra; la tierra como depositaria de valores eternos, la austeridad en la conducta, el sentido religioso en la vida, el habla y el silencio, la solidaridad entre los antepasados y los descendientes.

Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto.

El cielo tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos, verdosos de frondas terrenas, que se dijera que es casi blanco de puro azul. Y así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido que aspirar, siempre, a ser Imperio. Castilla no ha podido entender lo local nunca; Castilla sólo ha podido entender lo universal, y por eso Castilla se niega a sí misma, no se fija en dónde concluye, tal vez porque no concluye, ni a lo ancho ni a lo alto. Así Castilla, esa tierra esmaltada de nombres maravillosos –Tordesillas, Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres–, esta tierra de Chancillería, de ferias y castillos, es decir, de Justicia, Milicia y Comercio, nos hace entender cómo fue aquella España que no tenemos ya, y nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia.

Porque si nosotros nos hemos lanzado por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque, como os han dicho ya todos los camaradas que hablaron antes que yo, estamos sin España. Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases.

El separatismo local es signo de decadencia, que surge cabalmente cuando se olvida que una Patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de espontaneidad. Que una Patria no es el sabor del agua de esta fuente, no es el color de la tierra de estos sotos: que una Patria es una misión en la historia, una misión en lo universal. La vida de todos los pueblos es una lucha trágica entre lo espontáneo y lo histórico. Los pueblos en estado primitivo saben percibir casi vegetalmente las características de la tierra. Los pueblos, cuando superan este estado primitivo, saben ya que lo que los configura no son las características terrenas, sino la misión que en lo universal los diferencia de los demás pueblos. Cuando se produce la época de decadencia de ese sentido de la misión universal, empiezan a florecer otra vez los separatismos, empieza otra vez la gente a volverse a su suelo, a su tierra, a su música, a su habla, y otra vez se pone en peligro esta gloriosa integridad, que fue la España de los grandes tiempos.

Pero, además, estamos divididos en partidos políticos. Los partidos están llenos de inmundicias; pero por encima y por debajo de esas inmundicias hay una honda explicación de los partidos políticos, que es la que debiera bastar para hacerlos odiosos.

Los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que existe sobre los hombres una verdad, bajo cuyo signo los pueblos y los hombres cumplen su misión en la vida. Estos pueblos y estos hombres, antes de nacer los partidos políticos, sabían que sobre su cabeza estaba la eterna verdad, y en antítesis con la eterna verdad la absoluta mentira. Pero llega un momento en que se les dice a los hombres que ni la mentira ni la verdad son categorías absolutas, que todo puede discutirse, que todo puede resolverse por los votos, y entonces se puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe suicidarse, y hasta si existe o no existe Dios. Los hombres se dividen en bandos, hacen propaganda, se insultan, se agitan y, al fin, un domingo colocan una caja de cristal sobre una mesa y empiezan a echar pedacitos de papel en los cuales se dice si Dios existe o no existe y si la Patria se debe o no se debe suicidar.

Y así se produce eso que culmina en el Congreso de los Diputados.

Yo he venido aquí, entre otras razones, para respirar este ambiente puro, pues tengo en mis pulmones demasiados miasmas del Congreso de los Diputados. ¡Si vierais vosotros, en esta época de tantas inquietudes, de tantas angustias: si vosotros, los que vivís en el campo, los que labráis el campo, vierais lo que es aquello! Si vierais, en aquellos pasillos, los corros formados por lo más conocido y viejo haciendo chistes! ¡Si vierais que el otro día, cuando se discutía si un trozo de España se desmembraba, todo eran discursos de retórica leguleya sobre si el artículo tantos o el artículo cuantos de la Constitución, sobre si el tanto o el cuanto por ciento del plebiscito autorizaba el corte! ¡Y si hubierais visto que cuando un vasco, muy español y muy vasco, enumeraba las glorias españolas de su tierra, hubo un sujeto, sentado en los bancos que respaldaban al Gobierno del señor Lerroux, que se permitió tomar la cosa a broma y agregar irónicamente el nombre de Uzcudum a los nombres de Loyola y Elcano!

Y por si nos faltara algo, ese siglo que nos legó el liberalismo, y con él los partidos del Parlamento, nos dejó también esta herencia de la lucha de clases. Porque el liberalismo económico dijo que todos los hombres estaban en condiciones de trabajar como quisieran: se había terminado la esclavitud; ya, a los obreros no se los manejaba a palos; pero como los obreros no tenían para comer sino lo que se les diera, como los obreros estaban desasistidos, inermes frente al poder del capitalismo, era el capitalismo el que señalaba las condiciones, y los obreros tenían que aceptar estas condiciones o resignarse a morir de hambre. Así se vio cómo el liberalismo, mientras escribía maravillosas declaraciones de derechos en un papel que apenas leía nadie, entre otras causas porque al pueblo ni siquiera se le enseñaba a leer; mientras el liberalismo escribía esas declaraciones, nos hizo asistir al espectáculo más inhumano que se haya presenciado nunca: en las mejores ciudades de Europa, en las capitales de Estados con instituciones liberales más finas, se hacinaban seres humanos, hermanos nuestros, en casas informes, negras, rojas, horripilantes, aprisionados entre la miseria y la tuberculosis y la anemia de los niños hambrientos, y recibiendo de cuando en cuando el sarcasmo de que se les dijera como eran libres y, además, soberanos.

Claro está que los obreros tuvieron que revolverse un día contra esa burla, y tuvo que estallar la lucha de clases. La lucha de clases tuvo un móvil justo, y el socialismo tuvo, al principio, una razón justa, y nosotros no tenemos para qué negar esto. Lo que pasa es que el socialismo, en vez de seguir su primera ruta de aspiración a la justicia social entre los hombres, se ha convertido en una pura doctrina de escalofriante frialdad y no piensa, ni poco ni mucho, en la liberación de los obreros. Por ahí andan los obreros orgullosos de sí mismos, diciendo que son Marxistas. A Carlos Marx le han dedicado muchas calles en muchos pueblos de España, pero Carlos Marx era un judío alemán que desde su gabinete observaba con impasibilidad terrible los más dramáticos acontecimientos de su época. Era un judío alemán que, frente a las factorías inglesas de Mánchester, y mientras formulaba leyes implacables sobre la acumulación del capital; mientras formulaba leyes implacables sobre la producción y los intereses de los patronos y de los obreros, escribía cartas a su amigo Federico Engels diciéndole que los obreros eran una plebe y una canalla, de la que no había que ocuparse sino en cuanto sirviera para la comprobación de sus doctrinas.

El socialismo dejó de ser un movimiento de redención de los hombres y pasó a ser, como os digo, una doctrina implacable, y el socialismo, en vez de querer restablecer una justicia, quiso llegar en la injusticia, como represalia, a donde había llegado la injusticia burguesa en su organización. Pero, además, estableció que la lucha de clases no cesaría nunca, y, además, afirmó que la Historia ha de interpretarse materialistamente; es decir, que para explicar la Historia no cuentan sino los fenómenos económicos. Así, cuando el marxismo culmina en una organización como la rusa, se les dice a los niños, desde las escuelas, que la Religión es un opio del pueblo; que la Patria es una palabra inventada para oprimir, y que hasta el pudor y el amor de los padres a los hijos son prejuicios burgueses que hay que desterrar a todo trance.

El socialismo ha llegado a ser eso. ¿Creéis que si los obreros lo supieran sentirían simpatías por una cosa como ésa, tremenda, escalofriante, inhumana, que concibió en su cabeza aquel judío que se llamaba Carlos Marx?

Cuando el mundo estaba así, cuando España estaba así, salimos a la vida de España los que tenemos alrededor de treinta años. Pudo atraernos el aceptar aquel sistema y empujarnos a los corrillos del Congreso, o bien el lanzamos a excesos que agravaran y envenenaran más todavía a las masas proletarias en su lucha de clases. Eso era muy fácil, y a primera vista tenía sus ventajas. Cualquiera de nosotros que se hubiera alistado en el partido republicano conservador, en el partido radical, en el liberal demócrata o en Acción Popular, sería fácilmente ministro, porque como tenemos crisis cada quince días, y siempre salen ministros nuevos, hay que preguntarse si es que queda alguien en España que no haya sido ministro todavía.

Pero para nosotros era eso muy poco. Hemos preferido salirnos de ese camino cómodo e irnos, como nos ha dicho nuestro camarada Ledesma, por el camino de la revolución, por el camino de otra revolución, por el camino de la verdadera revolución. Porque todas las revoluciones han sido incompletas hasta ahora, en cuanto ninguna sirvió, juntas, a la idea nacional de la Patria y a la idea de la justicia social. Nosotros integramos estas dos cosas: la Patria y la justicia social, y resueltamente, categóricamente, sobre esos dos principios inconmovibles queremos hacer nuestra revolución.

Nos dicen que somos imitadores. Onésimo Redondo ya ha contestado a eso. Nos dicen que somos imitadores porque este movimiento nuestro, este movimiento de vuelta hacia las entrañas genuinas de España, es un movimiento que se ha producido antes en otros sitios. Italia, Alemania, se han vuelto hacia sí mismas en una actitud de desesperación para los mitos con que trataron de esterilizarlas; pero porque Italia y Alemania. se hayan vuelto hacia sí mismas y se hayan encontrado enteramente a sí mismas, ¿diremos que las imita España al buscarse a sí propia? Estos países dieron la vuelta sobre su propia autenticidad, y al hacerlo nosotros, también la autenticidad que encontraremos será la nuestra, no será la de Alemania ni la de Italia, y, por tanto, al reproducir lo hecho por los italianos o los alemanes seremos más españoles que lo hemos sido nunca.

Al camarada Onésimo Redondo yo le diría: No te preocupes mucho porque nos digan que imitamos. Si lográsemos desvanecer esa especie, ya nos inventarían otras. La fuente de la insidia es inagotable. Dejemos que nos digan que imitamos a los fascistas. Después de todo, en el fascismo como en los movimientos de todas las épocas, hay por debajo de las características locales, unas constantes, que son patrimonio de todo espíritu humano y que en todas partes son las mismas. Así fue, por ejemplo, el Renacimiento; así fue, si queréis, el endecasílabo; nos trajeron el endecasílabo de Italia, pero poco después de que nos trajeran de Italia el endecasílabo cantaban los campos de España, en endecasílabo castellano, Garcilaso y fray Luis, y ensalzaba Femando de Herrera al Señor de la llanura del mar, que dio a España la victoria de Lepanto.

También dicen que somos reaccionarios. Unos nos lo dicen de mala fe, para que los obreros huyan de nosotros y no nos escuchen. Los obreros, a pesar de ello, nos escucharán, y cuando nos escuchen ya no creerán a quienes se lo dijeron, porque precisamente cuando se quiere restaurar, como nosotros, la idea de la integridad indestructible de destino, es cuando ya no se puede ser reaccionario. Se es reaccionario, alternativamente, cuando se vive en régimen de pugna; cuando una clase acaba de vencer a otra, y la clase vencida aspira a tomar la represalia; pero nosotros no entramos en este juego de represalias de clase contra clase o de partido contra partido. Nosotros colocamos una norma de todos nuestros hechos por encima de los intereses de los partidos y de las clases. Nosotros colocamos esa norma, y ahí está lo más profundo de nuestro movimiento, en la idea de una total integridad de destino que se llama la Patria. Con este concepto de la Patria, servida por el instrumento de un Estado fuerte, no dócil a una clase ni a un partido, el interés que triunfa es el de la integración de todos en aquella unidad, no el momentáneo interés de los vencedores. Esto lo sabrán los obreros, y entonces verán que la única solución posible es la nuestra.

Pero otros nos suponen reaccionarios porque tienen la vaga esperanza de que mientras ellos murmuran en los casinos y echan de menos privilegios que en parte se les han venido abajo, nosotros vamos a ser los guardias de Asalto de la reacción y vamos a sacarles las castañas del fuego, y vamos a ocuparnos en poner sobre sus sillones a quienes cómodamente nos contemplan. Si eso fuéramos a hacer nosotros, mereceríamos que nos maldijeran los cinco muertos a quienes hemos hecho caer por causa más alta...

Por último, nos dicen que no tenemos programa. ¿Vosotros conocéis alguna cosa seria y profunda que se haya hecho alguna vez con un programa? ¿Cuándo habéis visto vosotros que esas cosas decisivas, que esas cosas eternas, como son el amor, y la vida, y la muerte, se hayan hecho con arreglo a un programa? Lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere; un sentido total de la Patria, de la vida, de la Historia, y ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir. En las mejores épocas no ha habido tantos círculos de estudios, ni tantas estadísticas, ni censos electorales, ni programas. Además, que si tuviéramos programa concreto, seríamos un partido más y nos pareceríamos a nuestras propias caricaturas. Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano, que no somos católicos y que no somos españoles; pero los mismos que lo dicen se apresuran a ir organizando con la mano izquierda una especie de simulacro de nuestro movimiento. Así, harán un desfile en El Escorial si nosotros lo hacemos en Valladolid. Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial, ellos también dirán que echan de menos la España grande y el Estado corporativo. Esos movimientos pueden parecerse al nuestro tanto como pueda parecerse un plato de fiambre al plato caliente de la víspera. Porque lo que caracteriza este deseo nuestro, esta empresa nuestra, es la temperatura, es el espíritu. ¿Qué nos importa el Estado corporativo; qué nos importa que se suprima el Parlamento, si esto es para seguir produciendo con otros órganos la misma juventud cauta, pálida, escurridiza y sonriente, incapaz de encenderse por el entusiasmo de la Patria y ni siquiera, digan lo que digan, por el de la Religión?

Mucho cuidado con eso del Estado corporativo; mucho cuidado con todas esas cosas frías que os dirán muchos procurando que nos convirtamos en un partido más. Ya nos ha denunciado ese peligro Onésimo Redondo. Nosotros no satisfacemos nuestras aspiraciones configurando de otra manera el Estado. Lo que queremos es devolver a España un optimismo, una fe en sí mismo, una línea clara y enérgica de vida común. Por eso nuestra agrupación no es un partido: es una milicia; por eso nosotros no estamos aquí para ser diputados, subsecretarios o ministros, sino para cumplir, cada cual en su puesto, la misión que se le ordene, y lo mismo que nosotros cinco estamos ahora detrás de esta mesa, puede llegar un día en que el más humilde de los militantes sea el llamado a mandarnos y nosotros a obedecer. Nosotros no aspiramos a nada. No aspiramos si no es, acaso, a ser los primeros en el peligro. Lo que queremos es que España, otra vez, se vuelva a sí misma y, con honor, justicia social, juventud y entusiasmo patrio, diga lo que esta misma ciudad de Valladolid decía en una carta al emperador Carlos V en 1516:

"Vuestra alteza debe venir a tomar en la una mano aquel yugo que el católico rey vuestro abuelo os dejó, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron, y en la otra, las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela doña Isabel, con que puso a los moros tan lejos."

Pues aquí tenéis, en esta misma ciudad de Valladolid, que así lo pedía, el yugo y las flechas: el yugo de la labor y las flechas del poderío. Así, nosotros, bajo el signo del yugo y de las flechas, venimos a decir aquí mismo, en Valladolid:

¡Castilla, otra vez por España!"

miércoles, 3 de marzo de 2010

El estalinista



Siento lástima por el decaído cómico. De estar en el poder, sentiría pavor. Por decente coherencia no he visto jamás una película con su nombre en el reparto. La verdad es que no veo cine español por respeto a la cultura. Pero sí he leído algunas de sus manifestaciones en la prensa escrita. Curioso el mimo que le dispensan los periodistas. Con un cómico defensor de Hitler no serían tan simpáticos. Le dicen cariñosamente «Willy», su mote familiar. Forma parte de la perversión del lenguaje. Ignoro a qué se dedica profesionalmente en estos momentos y si tiene o no a la vista dinero de algún productor subvencionado por la Sinde. Me importa un bledo. Sus últimas apariciones han sido para hacerse fotos en compañía –impactante contradicción–, con la saharaui Aminatu durante su huelga de hambre. Ahí estaba con la Bardem y otros estalinistas ávidos de placa. El «Wyoming» también, lucerito de la arruinada, mendicante y estalinista «La Sexta», que sólo se ve cuando hay un balón de por medio.
El tal «Willy», cursilada copiada de la antigua Derecha por cuanto se llama Guillermo, se ha despachado a gusto con un muerto. Con un disidente del sistema asesino de Cuba. Con un huelguista de hambre que se mantuvo firme hasta el final para denunciar la tiranía comunista de los Castro. Con un preso político que agonizaba en las mazmorras medievales cubanas sin actores oportunistas a su alrededor, sin fotografías de reporteros, sin primeras planas, sin titulares de prensa y sin ayudas, solidaridades ni consuelos. En una mazmorra, no en un aeropuerto internacional como Aminatu, cuidada hasta el extremo, sabedora de que un Estado de Derecho lleva hasta extremos inauditos su flexibilidad para que no se le muera nadie durante una huelga de hambre. Hasta el gran asesino, De Juana Chaos, dispuso de mimos y favores. Como Aminatu, que le ha tomado el gusto a España y la tenemos por aquí con frecuencia, muy recuperadita por cierto.
Aminatu, heroína de la libertad y la resistencia, según el cómico Guillermo. Zapata, según el mismo farsante, «un delincuente común». Hay que tener el páncreas de vidrio para insultar a un héroe que regala su vida por la libertad de su pueblo. Pero es de izquierdas, comunista y estalinista, y se le trata como a un simple travieso. Sus mensajes, emitidos durante una rueda de prensa a favor de la huelguista de hambre que no murió, y en compañía de los inevitables «Wyoming» y Pilar Bardem son para vomitar. Lo que no nos cuentan los periódicos es la reacción de tan ilustres acompañantes ante las palabras del subvencionado estalinista. «Los presuntos disidentes encarcelados en Cuba son terroristas»; «Orlando Zapata no era más que un delincuente común»; «esos presuntos disidentes encarcelados son gente que ha cometido actos terroristas contra el Gobierno cubano, actos de traición a la Patria y un montón de delitos»; «este señor, al que se llama disidente, no era más que un delincuente común que ha sido forzado y manipulado por otras personas». Y más tarde, la arrebatadora bondad: «Lamento absolutamente la muerte de cualquier ser humano».
Por fortuna, este individuo se dedica, según tengo entendido, al cine y al teatro. Por ese lado, podemos estar tranquilos. Vivimos en el año 2010, siglo Veintiuno. Pero de estar en 1934, y con la Checa de Bellas Artes a punto de caramelo, temblaríamos. Todos seríamos delincuentes comunes y estaríamos mejor muertos. Criatura.



Alfonso USSÍA
http://www.larazon.es/

lunes, 1 de marzo de 2010

“Dicen por aquí que te han matado”; Editorial programa 35


El 10 de febrero de 1943 se libró en Europa una de las batallas más brutales de la historia. La batalla de Krasny-Bor, en los arrabales de Leningrado. Una batalla en la que se decidía a un tiempo la suerte del eje y la de los aliados, y en el que la protagonista indiscutible fue la División Española de Voluntarios o - en palabras que hicieron fortuna, de Dionisio Ridruejo - La División Azul, por el color de sus camisas y de sus corazones.

Un ataque soviético con todo tipo de artillería, primero y con el avance de tropas, después, que dejó tras de sí 1000 muertos, 200 prisioneros y 1500 heridos españoles, que sin embargo sujetaron la posición e impidieron, una vez más, el avance del Ejército Rojo.

¿Qué hacían allí aquellos protagonistas involuntarios del devenir de Europa? Sencillo, luchaban en su propio conflicto, del que sabían muy bien sus causas y sus razones, dentro de otro conflicto mayor al que la mayoría eran ajenos.

Luchaban contra el comunismo soviético, por la Civilización Occidental y por devolver la moneda que empezó, muchos años antes en nuestro propio suelo, antes del inicio de nuestra guerra de liberación. Lucharon, como dijera el Capitán Palacios, “por una civilización que no se resigna a perecer”.

Sánchez Drago lo reflejó diciendo “querían liberar el territorio de la Sata Rusia. Querían parar los pies malolientes y mojar la oreja sorda del comunismo. (...) Fue la última vez que España entró con decoro en Europa”.

La historia de la División Azul ha generado algunas páginas – muchas menos de las que hubiera merecido de no haberse querido menguar su importancia, su heroísmo y su gallardía – a lo largo de los años, y ha recobrado especial interés en los últimos cinco, con autores y especialistas que han escudriñado la mayoría de los aspectos que en ella se dieron.

Nosotros nos queremos quedar hoy, en este homenaje que este programa rinde al heroísmo, en algunos de los aspectos más humanos, más próximos a la piel y la respiración de los divisionarios. A entender bien quiénes y cómo eran. Por qué estaban allí y por qué muchos prefirieron morir allí, incluso cuando se ordenó la repatriación.

Nos quedaremos, como hilo conductor, con una frase pronunciada por el padre de un divisionario a su hijo en el frente: “dicen por aquí que te han matado”.

Nunca siete palabras encerraron tanto. Encerraban la angustia de un padre por la posibilidad de haber perdido un hijo en combate. Encerraban la angustia de un hijo, ante el sólo imaginar el dolor de los padres en la ignorancia. Encerraban la esperanza, la confianza en que, en todo caso, no fueran ciertas... o no se habrían escrito nunca. Y encerraban la convicción de estar haciendo lo que había que hacer; ni un reproche, ni una duda, ni una sombra de desconfianza ante la posibilidad de haberse inmolado en defensa de España y de su civilización ante “el comunismo totalitario, ateo y materialista”.

Esa fue nuestra División. Entre sus hombres estaban sin duda Viriatos, Indíbiles, Mandonios, Pelayos, Rodrigos, Alfonsos y los Alcaldes de Móstoles... Entre sus gestas, Cádiz, Numancia, Sagunto, Zaragoza, San Marcial... Entre sus gestos heroicos el “disparad sobre nosotros. El enemigo está dentro”. Entre sus causas, el Cuartel de la Montaña, el Santuario de Santa María de la Cabeza y el 2 de mayo madrileño. Entre sus fuerzas, los Almogávares y los Tercios de Flandes...

Porque en la sangre española - la que corría por las venas de aquellos valientes y se derramaba por la estepa a raudales - estaban impresas todas esas gestas, todas esas sangres, todo ese heroísmo que hace de un pueblo, ese soldado bajito, indisciplinado y valiente ante el que el mundo se asombra y se cuadra, porque está ante un español.

Hoy, quienes quisiéramos para nosotros la mitad de valor y de sangre de los que corrían y aún corren por sus venas, les rendimos homenaje con este programa. Un homenaje que, en palabras recientes del Teniente General Agustín Muñoz Grandes, hijo del primer jefe de la División, no pertenece ya a partido u organización alguna, sino a todo un pueblo heroico en defensa de su libertad - añadimos nosotros -.
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Extraído del extraordinario blog ( que desde aquí recomendamos su lectura ) de Martín Ynestrillas.