martes, 30 de septiembre de 2014

Sobre Cataluña

Este diputado, que no pertenece a ninguna minoría, se cree, por lo mismo, con voz más libre para recabar para sí, y se atrevería a pensar que para todos, esta fiducia: la de cuando nosotros empleamos el nombre de España, y conste que yo no me he unido a ningún grito, hay algo dentro de nosotros que se mueve muy por encima del deseo de agraviar a un régimen y muy por encima del deseo de agraviar a una tierra tan noble, tan grande, tan ilustre y tan querida como la tierra de Cataluña. Yo quisiera que el señor presidente y quisiera que la Cámara separase, si es que admite que alguien faltó a eso, a los que, cuando pasamos por esa coyuntura, pensamos como siempre, sin reservas mentales, en España y nada más que en España; porque España es más que una forma constitucional; porque España es más que una circunstancia histórica; porque España no puede ser nunca nada que se oponga al conjunto de sus tierras y cada una de esas tierras.
 
Yo me alegro, en medio de todo ese desorden, de que se haya planteado de soslayo el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está de acuerdo conmigo, en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con un amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones. Porque cuando en esta misma Cámara y cuando fuera de esta Cámara se planteó en diversas ocasiones el problema de la unidad de España, se mezcló con la noble defensa de la unidad de España una serie de pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no eran otra cosa que un separatismo fomentado desde este lado del Ebro.
 
Nosotros amamos a Cataluña por española, y porque amamos a Cataluña la queremos más española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones. Simplemente por eso porque nosotros entendemos que una nación no es –meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y sentimental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino, que una nación es una unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió sus destinos universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fue nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón, porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España sientan, no ya el patriotismo elemental con que nos tira la tierra, sino el patriotismo’ de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran España.
 
Yo aseguro al señor presidente, yo aseguro a la Cámara, que creo que todos pensamos sólo en esa España grande cuando la vitoreamos o cuando la echamos de menos en algunas conmemoraciones. Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no sólo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España.
 
Palabras de José Antonio Primo de Rivera en el Parlamento

lunes, 8 de septiembre de 2014

Cuando los padres son «moralmente» educados por sus hijos

Si se acepta que la «posmodernidad» se inicia en los años sesenta del siglo pasado, señalamos como aconteceres fundantes de la realidad actual: el pensamiento del Mayo Francés (1968), la dictadura del relativismo, la imposición «dogmática» de la democracia liberal y el pensamiento débil (descompromiso). La conjunción de todo ello, en occidente sobre todo, unido, en el caso de la catolicidad, al triunfo de la apostasía silenciosa (o sea el modernismo teológico en el seno de la Iglesia), ha dado como sorprendente resultado, a nivel sociológico y ético, una impresionante inversión de valores en el ámbito educativo: ¡las generaciones se han dado la vuelta!....o sea, son los hijos los que han educado a los padres, y no al contrario. Y me explico:
 
La generación de los nacidos a partir de los años 60 se ha visto imbuida de la nueva ideología individualista, amoral, meramente humanista y sobre todo relativista. Cuando los «niños nacidos en los 60» han crecido, en su inmensa mayoría han despreciado los valores morales en los que sus padres los formaron, y ello desde una cierta justificación basada en el cambio de los tiempos que exige, al menos, una variación de las formas en que se expresen esos valores. Pero la realidad es que el mismo FONDO MORAL (no solo las formas) se vino abajo por completo y, ante la rebeldía de los «receptores» de la educación, sobrevino la «capitulación» de los portadores de la misma. Y, ¿qué sucedió después?, pues, que en una sensible mayoría, los «valores» imperantes de la ideología posmoderna (asumidos perfectamente por los jóvenes ya que los mismos «liberaban» de toda responsabilidad moral) fueron «recibidos» ahora por los mayores ante la imposibilidad de llevar adelante la educación moral (y religiosa) de los más jóvenes. ¿Es eso un juego de palabras?: en absoluto. Vamos a verlo con un ejemplo muy típico:
 
Los padres, en los años 70, educaban a sus hijos en la necesidad del respeto moral que llevaba consigo no vivir juntos(siendo novios) antes de casarse. Los hijos se rebelaron contra esta «idea superada por los tiempos». Si en un primer momento los padres hacen frente a esta rebeldía, pronto....muy pronto, cederán y se rendirán....y lo aceptarán. Pero ahora bien el segundo paso: el efecto de la capitulación anterior supondrá asumir la nueva tendencia en introducirla en la misma vida del matrimonio a través de la separación y divorcio que ya se viven como «opción normal». Y, desde ahí, el tercer paso «vergonzante» que incluye el pesar por la formación recibida y el elogio de las nuevas generaciones por el camino liberal que han tomado. Y todo este proceso...en España...en apenas 15 o 20 años (coincidiendo sobre todo con la transición política). Hay una frase que en los años 90 se hizo muy popular en España, cuando padres ya entrados en años decían: «si yo hubiera tenido la libertad que tiene hoy mi hijo.....»; y otra expresión más elaborada muy típica de muchas madres, también entradas en años y de esa década, que ante cualquier género de recuerdo de la doctrina moral de la Iglesia, reaccionaban con inusitada agresividad contra la misma asegurando que lo que importa de los hijos es que sean buenas personas humanamente hablando y todo lo demás es secundario; sinceramente: ¿a que les suena mucho?.....
 
La abdicación de muchos padres, en su tarea de formación moral, frente a sus hijos nacidos a partir de la década de los 60, es un botón de muestra sensible de la decadencia de la civilización cristiana. Si cae la familia en su ordenación educativa (de padres a hijos), cae no sólo la moral de los hijos sino también la de los padres. Y fruto de todo lo anterior, si miramos ahora a la moral de los «nietos» (o sea la siguiente generación: jóvenes de HOY), ya no observamos meramente una moral desaparecida sino una amoralidad construida desde la frivolidad y la indiferencia cuyos efectos a medio plazo, creo yo, aún no nos los podemos ni imaginar pero que supondrán, si Dios no lo remedia por medio de alguna intervención extraordinaria, en el final (al menos en occidente) de la familia como tal y, como consecuencia, de la práctica desaparición de la misma Iglesia o bien reducción de la misma a una minoría de personas muy comprometidas frente al desierto general.
 
P. Santiago González, sacerdote