lunes, 29 de octubre de 2012

A 79 años del acto fundacional de La Comedia… José Antonio

      
Por Blas Piñar
 
Basta decir su nombre para saber que se trata de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia. No hacen falta los apellidos. Esto es así, sin duda, porque José Antonio identifica, con este nombre, a un personaje excepcional, a una figura clave de la historia española contemporánea.
De él hay que resaltar lo que en su biografía política es más importante, aquello que, por ejemplar, tiene magisterio para el día de hoy, tanto entre nosotros como más allá de nuestras fronteras.
Escenario del Teatro de la Comedia de Madrid en aquel histórico 29 de octubre de 1933
 
El protagonista aparece en el escenario de un teatro madrileño. En “La Comedia” pronunció el discurso fundacional de la Falange. Fue el 29 de octubre de 1933. Yo era un chaval de 13 años. Vivía en Toledo. En aquel entonces no eran muchas las familias con aparatos de radio en sus casas. Nosotros no lo teníamos, pero supe que podría escuchar ese discurso en la de un matrimonio amigo de mis padres. Vencí todo respeto humano y me fui a ver a esos amigos y a rogarles que conectaran con la emisora.
No he podido olvidarlo. Antes de que hablase José Antonio, el ambiente en el local, lleno hasta desbordarse, contagiaba a través de las ondas. El locutor hablaba no sólo del lleno absoluto, sino del entusiasmo de quienes se habían congregado en el mismo, y hasta de unas octavillas de adhesión al acto, de jóvenes del Partido Nacionalista de Albiñana.
 
Oí el discurso con un silencio emotivo.
Me impresionó; mejor dicho, me conmovió, y me convenció José Antonio. Interpretaba, daba a conocer, decía en público, lo que yo, un adolescente entonces, pensaba y sentía, y que era, en síntesis, aquello que, sin saber exponerlo con gallardía, aprendí de mis padres y me enseñaron en el colegio.
En el prólogo que tuve el honor de escribir para la sexta, séptima y octava edición del libro de Felipe Ximénez de Sandoval, José Antonio. Biografía apasionada, que editó Fuerza Nueva muchos años después de aquel acto, di una versión similar a la que acabo de exponer.
En Toledo, y en el Cine Moderno, hubo un acto-presentación de la Falange el 24 de enero de 1935. Asistí. Alguien, siendo ya Notario de Madrid, me envió una foto, en la que yo entraba en el patio de butacas, donde, por cierto, no encontré lugar y tuve que subir al “gallinero”.
Habló José Antonio, al que encontré triste, a la vez que brillante. Brillante porque había un público que le vitoreaba y aplaudía, y era lógico que lo agradeciese; y triste porque quien le había precedido en el uso de la palabra no estuvo muy acertado.
Por la tarde se celebró un partido de fútbol, que presencié, entre un grupo de falangistas madrileños y otro de falangistas toledanos. No tuve ocasión -era un chiquillo- de conversar, ni siquiera de dar la mano a José Antonio.
Hay que situar a José Antonio en su tiempo, es decir en los años posteriores al término de la Primera Guerra Mundial, la de 1914 a 1918. Los cimientos de Europa se estremecían profundamente y la revolución rusa, con la implantación de un régimen comunista que proyectaba el marxismo a las naciones del continente, produjo, como lógica respuesta, el nacimiento y la llegada al poder de partidos políticos que se oponían con valor al desmantelamiento de las mismas.
Estos movimientos políticos se acostumbra a denominarlos “fascistas”, con ánimo despectivo, y, en general, se entiende que así lo son por significarse políticamente usando las camisas de color (negras, pardas, verdes, azules, doradas). Sobre ambas cosas quiero pronunciarme, para perfilar la figura de José Antonio y de su partido.
¿Fue José Antonio fascista?
Mi respuesta, “Sí y No”, puede sorprender, pero el que sorprenda no equivale a decir que sea desacertada. Prescindiendo de lo que la palabra fascista tenga de despectivo, el “Sí” corresponde a una generalización gramatical del fascismo italiano, que abarca y comprende a los partidos políticos antimarxistas y no capitalistas, a que antes hicimos referencia.
Pues bien, lo que tenían en común el fascismo italiano y los grupos políticos a los que así se les califica no era su filosofía política esencial, que era distinta, sino el hecho de pretender y esforzarse en reencontrar las propias raíces nacionales, su identidad histórica; y en última instancia los valores básicos de la civilización occidental.
Fascistas ingleses
La calificación de fascismo y de fascista tiene su origen en la propaganda dirigida por Moscú, que arrojó con desprecio una y otra palabra a quienes no militan en la izquierda, e incluso a los que militando en ella, como ocurrió con el POUM, o la FAI, en nuestra guerra, no apoyaban al comunismo “ortodoxo” de la URSS.
La comparecencia, y al unísono, de los movimientos políticos nacionales, hizo que aquellos que alcanzaron el poder en sus países influyeran en los que trataban de conseguirlo. Pero una cosa es ser fascista y otra reconocer la influencia del fascismo. Una cosa es llevar una camisa de un color determinado y otra que el que la lleva sea un fascista. Probablemente es el color de la camisa el que pone de manifiesto su contextura política.
De aquí que la respuesta “Sí y No” no sea contradictoria. José Antonio y la Falange fueron fascistas, si con esta denominación se engloba a los movimientos políticos nacionales surgidos después de finalizar la guerra de 1914 a 1918. Pero ni José Antonio ni la Falange fueron una sucursal española del fascismo italiano.
Tampoco, ni mucho menos, fue José Antonio un discípulo aventajado de Adolfo Hitler. Si el nacional-socialismo hizo de la raza el pedestal supremo del nacionalsocialismo; si el fascio nació y creció al servicio del lema “todo en el Estado”, si incluso -aunque desde un planteamiento diferente- el Partido Comunista lo hizo en la clase obrera, José Antonio, que fundó un movimiento nacional-sindicalista, reconoció la importancia de los cuerpos intermedios, y proclamó que, políticamente, el hombre ha de ser considerado ante todo como un ser portador de valores eternos.
 
El hombre como un ser portador de valores eternos
Más cerca estuvo el fundador de la Falange del rexismo belga de León Degrèlle, y de la Guardia de Hierro o Legión de San Miguel Arcángel (pues con ambos nombres fue conocido), que fundó en Rumanía Cornelio Zelea Codreanu. En ellos, como en José Antonio, está vivo el propósito de aproximar en la medida de lo posible la Ciudad del hombre a la Civitas Dei.
José Antonio
Esta vinculación del hombre portador de valores eternos a la “polis” la puso de manifiesto José Antonio de un modo admirable al configurar al falangista, no como un militante de los partidos políticos de la democracia inorgánica, al que se entrega un carnet, y que paga una cuota mensual, que participa en unas elecciones, como elector o elegible, sino como persona que se juega en esta vida su futuro eterno. José Antonio quería un militante sui generis; mitad monje y mitad soldado; no para dividirlo, como le han criticado algunos, sino para completarlo interiormente y fortalecerlo. Para José Antonio, ser monje es tanto como ser un soldado de Cristo, y ser soldado dispuesto a dar la existencia por la esencia.
Si a la imputación despectiva de fascismo se acompaña, de ordinario, la de extrema derecha, conviene que no olvidemos esta palabra, que se pronuncia o escribe como un insulto, porque José Antonio, como quienes comulgamos con su doctrina, ni siquiera fue de derechas, que es una forma de ser liberal; José Antonio, que detestó el liberalismo -tal y como lo hicieron en repetidas ocasiones los romanos Pontífices- superó el binomio derecha-izquierda de la Revolución Francesa, invocando como valores fraternos lo nacional y lo social, bajo el signo religioso. La sociedad que contemplaba José Antonio no puede, ni debe, concebirse como una cuerda de cuyos extremos tiran dos grupos antagónicos, y que acaban rompiéndola, sino una sola cuerda de la que todos, a la vez, tiran en un solo sentido, sumando fuerzas. Esa es la razón del combate por la Patria, el Pan y la Justicia. Por eso, los Sindicatos verticales deben sustituir a los que no lo son, a los que estimulan la lucha de clases y el enfrentamiento de patronos y obreros, y producen el paro y el cierre de las empresas.
José Antono y Ramiro Ledesma con Ruíz de Alda. José Antonio pretendía -como asumió de Ramiro Ledesma Ramos- la “nacionalización de los trabajadores”.
 
España, unidad de destino en lo universal
Su definición de la Patria española como unidad de destino en lo universal revela el modelo de la unidad del hombre, y comprende dos cosas: de una parte, que la unidad de lo diverso se hace a imagen y semejanza del único Dios omnipotente y trinitario porque lo es en tres Personas consustanciales, distintas, y de otra, que el respeto y el amor a la unidad de lo diverso enriquece y fortalece a la Patria. Así lo ha demostrado nuestra historia.
Esta concepción de la Patria exige una política exterior determinada, que sólo existe cuando es resultado de una política interior. Aquélla es el fruto lógico de ésta, como el semblante lo es de la salud. Por eso, la doctrina joseantoniana se pronunció contra el separatismo que mutila o fragmenta a la Patria, así como contra el propósito de deshacerla espiritualmente, al perder su identidad, ya que ella forma parte de la diversidad interna, que no la divide territorialmente, y no debilita el espíritu de la nación.
 
¿Monárquico o republicano?
Otro tema sobre el que estimo que es necesario prestar atención, pues se presenta confuso, o prejuzgado, es el de Monarquía o República. ¿Era José Antonio monárquico? ¿Era republicano? Es cierto que estimaba que el 14 de abril de 1931 había fallecido la Monarquía, pero también es verdad que monarquía no es lo mismo que régimen monárquico. La prueba es que el yugo y las flechas, las de un régimen monárquico, fueron escudo e insignia de su movimiento político.
El tema a estudiar no es semántico, de dos palabras contrapuestas, sino del contenido político de las mismas, ni tampoco de llamar al jefe del Estado Rey o Presidente. Si es el contenido político lo que importa, hay que saber que hay monarquías absolutas, monarquías liberales, monarquías parlamentarias y monarquías que llamamos tradicionales. Igualmente hay repúblicas que se apellidan de manera similar. En uno y otro caso hay monarquías republicanas y repúblicas monárquicas.
Hay monarquías de nombre y que son “repúblicas coronadas” como dijo de la nuestra, y con acierto, Manuel Fraga, o coronas sin monarquía, y hay repúblicas monárquicas que se encubren con el gorro frigio. De aquéllas son ejemplo las monarquías de los países del norte de Europa y de las segundas las repúblicas presidencialistas.
Imagen de la transición: Comunistas, liberales y Juan Carlos. En el caso de España, la Transición rupturista se hizo disfrazando de monarquía el régimen actual, y el disfraz tuvo tres piezas: la corona, el himno (la Marcha real) y la bandera roja y gualda, que aceptaron incluso los comunistas.
Para entenderlo hay que contemplar dos Sistemas, el de la unidad del poder o el de la separación e independencia de tres poderes. Con este último lo que se pretende es que el poder único no se convierta en absoluto, despótico y tiránico. La Revolución francesa quiso sustituir el “Estado soy yo” de Luis XIV, por el triunvirato de tres poderes, a saber: el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Esta independencia, para evitar el abuso, ha fracasado, y no pocas veces, una de ellas, en la España de hoy. El fracaso se debe a que esos poderes se enfrentan, y uno de ellos acaba adueñándose de los otros de tal forma que el judicial se politiza, o el ejecutivo se judicializa, o el legislativo se impone al ejecutivo y al judicial.
Quienes han luchado para evitar el abuso del poder, fragmentándolo, ignoran, o han rechazado sin ignorarlo, que hay otro modo de evitar sus abusos. Tales limitaciones del poder proceden de arriba y de abajo, considerando, por lógica, que los llamados poderes no son otra cosa que funciones del mismo, ordenados al bien común y al servicio de la nación.
 
Poder político, ley natural y bien común
La limitación de arriba procede de la ley natural y de la moral objetiva, y por tanto, de los valores innegociables. La limitación por abajo procede de la soberanía social, que respeta y acepta aquéllos y no los quebranta. Nadie, creo yo, como Santo Tomás de Aquino, nos da noticia del mejor régimen político, que no es otro que aquél en el que se dan cita tres principios, a saber, el monárquico, el aristocrático y el democrático.
El monárquico, es decir, como su nombre indica, la unidad del poder; el aristocrático, o sea del gobierno de los mejores; y el democrático, que se hace presente de forma participada en un referéndum o representado, a través de elecciones, para cubrir los escaños de las Cámaras o Cámaras legislativas.
 
Falange y tradicionalismo
Otro aspecto que conviene subrayar es el de la actitud de José Antonio con respecto a un entendimiento con otras fuerzas políticas, que podemos llamar nacionales. Si en principio el punto 27 de la Falange se pronunciaba de una forma aislacionista, la maduración de su pensamiento y la situación de la España de entonces le llevó a un cambio de postura, al pedir un Frente Nacional con los tradicionalistas, lo que era tanto como reconocer en el tradicionalismo parte de su doctrina política, así como una fuerza de profundas raíces nacionales, que muchos años antes de la guerra europea que concluyó en 1918 había luchado y combatido por una España fiel a sí misma.
No sé si estuvo o no a punto de llegar a un acuerdo, ni siquiera si hubo o no conversaciones para lograrlo, lo que sí sé es que con el nombre de “Tyre” comparecieron en diversos actos los tradicionalistas y militantes del partido monárquico Renovación Española.
Uniforme de Falange Española Tradicionalista
Lo que sí tuvo importancia de cara al futuro es que la propuesta joseantoniana de un Frente Nacional dio más tarde su fruto. A mi parecer, puso de relieve que los términos tradición y revolución no eran incompatibles, si la tradición no es inmovilismo y si la revolución no es revuelta.
La revolución es un revolver -volver de nuevo- en busca del pasado que nos dio vida y prestigio, y tradición es inspirarse en ese pasado para construir el futuro. No hacer, como decía José Antonio, lo que ellos hicieron, sino lo que ellos harían en el tiempo presente. Hay pues una tradición revolucionaria, y una revolución tradicionalista, y, esta última, es la puesta al día, el aggiornamento justo y necesario de enfrentarse con una situación nueva y con los problemas graves de una época distinta. José María Codón, tradicionalista, escribió un libro que se publicó por Fuerza Nueva Editorial, en su segunda edición de 1978, que se tituló: La tradición en José Antonio y el sindicalismo en Mella. Con esta argumentación he sostenido que José Antonio convocó a una revolución nacional impregnada de tradicionalismo.
Claro es que esta opinión tiene su base en una distinción: que carlismo y tradicionalismo no se identifican y que uno y otro no se refieren a lo mismo. Yo entiendo que se puede ser tradicionalista sin ser carlista. Para darse cuenta de ello basta acogerse a la legitimidad de origen y a la de ejercicio. Aquella tampoco se identifica con ésta. Mas una legitimidad de origen se invalida cuando falla la de ejercicio.
El carlismo no puede negarlo, porque, como en el caso del pretendiente a la corona, Carlos Hugo, que, perteneciendo a la dinastía legítima, era un admirador del comunista Tito, pedía la inserción de Navarra en Euskadi, y tuvo un grupo de seguidores que se integró en Izquierda Unida. Creo que esa conducta da cuenta de que se puede ser de la dinastía legítima y no estar de acuerdo con la legítima tradición. La Comunión tradicionalista que permanece fiel denuncia este tipo de carlismo.
El auténtico carlismo no es fiel a un monarca que no ocupa la corona y que está en el exilio, sino que lo es en tanto en cuanto mantiene su fidelidad a la tradición. Por eso ha habido y hay un tradicionalismo que no tiene que ser necesariamente carlista. El tradicionalismo de Balmes o de Menéndez y Pelayo no puede negarse, y lo eran tanto como Vázquez de Mella o Victor Pradera.
Esta bandera “alzada” por José Antonio se hizo visible en el trance doloroso de la guerra; trance en el que estaba en juego la existencia de España. En el tomo III de mi libro Escrito para la historia escribí que “Siempre entendí que el Movimiento Nacional era el Amazonas ideológico y beligerante que recogió, como afluentes, el caudal de las fuerzas políticas que contribuyeron con su doctrina y sus voluntarios al Alzamiento, a la Cruzada y a la construcción del nuevo Estado. En esta línea de pensamiento y acción se condujeron Fuerza Nueva y el Frente Nacional y, como es lógico, yo mismo. Recoger los caudales me pareció lógico y necesario. Retroceder hasta las fuentes de origen, para desviar el cauce, lo estimé suicida. La innata tendencia a la diáspora, que tanto mal nos ha hecho, había que contrarrestarla. Dada nuestra forma de ser y nuestro talante, se impone incrementar la fuerza centrípeta, evitando así la connatural dispersión que la fuerza centrífuga conlleva; aunque reconociendo explícitamente que no es lo mismo unidad que uniformidad.
“Esta unidad sin uniformidad era exigida en este caso por la sangre vertida en común, tanto en las trincheras, con su héroes, como en la zona roja, con sus mártires, como por el hecho bien significativo de aquel 20 de noviembre de 1936 en Alicante, es decir, junto al Mediterráneo, por donde llegaron a España la Fe y la Cultura. Aquel día fueron fusilados, junto a José Antonio, dos falangistas, Luis Segura Baus y Ezequiel Riva Iniesta, y dos tradicionalistas, Vicente Muñoz Navarro y Luis López López, que habían intentado, aunque sin éxito, liberar al fundador de la Falange. Conviene señalar que Luis López fue detenido por haber dado refugio en su casa al jefe de Falange de Orihuela, Antonio Piniés y Roca de Togores.”
Franco lo entendió así, aunque no lo entendieran todos; pero los enfrentamientos acaecidos en la zona roja no se produjeron en la nacional, y aquéllos, en gran parte, contribuyeron a la victoria del 1 de abril de 1939.
Es muy significativo que el Príncipe Javier de Borbón Parma, en carta que tengo en mi poder, fechada en París el 30 abril 1937, recién publicado el Decreto de Unificación de las fuerzas políticas, comunicaba a Franco su “empeño de cooperar eficazmente al anhelo de unidad política a que responden sus últimas disposiciones”. La carta fue entregada personalmente al Caudillo por don Rafael Olazábal.
 
Escrito para la Historia
Dos españoles muy representativos como Manuel Fal Conde y Manuel Hedilla, más tarde, reconocieron que Franco acertó, y no sólo porque requetés y falangistas, sus tercios y banderas, continuaron combatiendo unidos, sino porque puedo dar testimonio de cómo ambos vieron con verdadera simpatía a “Fuerza Nueva”, nacida en 1966, cuando el proceso dinamizador del régimen franquista estaba en ejercicio.
Manuel Fal Conde
A Fal Conde le conocí en la concentración tradicionalista de Montejurra, de 5 mayo 1963. Terminado el Vía Crucis, hubo un almuerzo en el restaurante El Oasis. Me pidieron que hablara. Mi discurso se publicó íntegramente en las revistas Boina Roja y Montejurra.
José María Valiente, que era el Delegado Nacional de la Comunión Tradicionalista, clausuró el acto, y se expresó así: “Don Blas Piñar, invitado de honor, ha dicho que no es carlista. Pero se ha ganado las grandes ovaciones de los carlistas. Don Manuel Fal Conde, mientras hablaba don Blas Piñar, me ha escrito estas palabras en una servilleta del banquete: `Pensar así, sentir así, y expresarse así, es ser carlista´”.
Después, en abril de 1966, visité en Sevilla a Fal Conde. “Estaba operado de tráquea. Le era difícil hablar. Nos entendimos perfectamente a pesar de ello. Le expuse mi proyecto de fundar la revista Fuerza Nueva, y le expliqué lo que sería su ideario. Me brindó su apoyo. Más aún, me prometió, y cumplió su promesa, de hacerme llegar la dirección de mil tradicionalistas, a los que podía escribir en su nombre, a fin de darles cuenta del proyecto y pedirles que se suscribieran. Así lo hice”. (La pura verdad. Tomo III de la colección Escrito para la Historia. Págs. 75 y 76.)
Manuel Hedilla
Por su parte, Manuel Hedilla vino a verme a la sede de Fuerza Nueva, que entonces estaba en un piso de la casa nº 17 de la calle Velázquez de Madrid. “Estuvo muy amable. Fue explícito al exponerme su idea y sus proyectos sobre el Frente Nacional de Alianza Libre, que él patrocinaba. Me habló de sus contactos con los carlistas, que no puedo asegurar si ingresaron o no. Yo le agradecí su deferencia hacia nosotros, y le expuse mi punto de vista sobre el papel que podíamos desempeñar en la tarea -bien difícil por cierto- de aglutinar a las Fuerzas nacionales.
Él lo entendió perfectamente. Y, por un lado, aquella no fue la única visita que nos hizo, y, por otro, mantuvimos contacto permanente con alguno de sus más íntimos colaboradores, como Patricio González de Canales, que suscribió la convocatoria para un homenaje que me ofrecieron el 15 de diciembre de 1971, que dio una conferencia en nuestro local, el día 27 de enero de 1972, sobre La Casa de Toledo y que en nuestra Revista publicó un comentario al punto nº 10 del programa de Falange (nº 264, de 29 de enero de 1972”. (Obra citada, págs. 103 y 104).
La repercusión política a escala internacional de la obra de José Antonio, creo que nunca ha sido estudiada a fondo. Fue importante y me gustaría tener tiempo, y posibilidades de realizarlo. Como puede suponerse esa influencia la tuvo en Europa y especialmente en Hispanoamérica. En la doctrina de José Antonio se basaron movimientos políticos y personalidades muy destacadas, que manifestaron su admiración por ella.
El hecho es que, quienes podemos considerar herederos ideológicos de los que le condenaron a muerte, destruyeron el monumento que tenía en Valencia, el 18 de febrero de 1971. Ante la nula reacción oficial por el atentado, que era además un desafío, Fuerza Nueva hizo una convocatoria para protestar por el ultraje, el 31 de marzo de 1971, ante la casa número 24 de la calle Génova, en la que nació José Antonio. “Hubo que improvisar, como escenario, un vehículo todo terreno. Era de noche y lloviznaba. La gente respondió a nuestro llamamiento. Dimos prueba de que éramos capaces de suplir omisiones graves de quienes por oficio, y, en principio por vocación, debieron haber hecho lo que nosotros hicimos. La sede de la jefatura provincial del Movimiento, inmediata al lugar, estuvo cerrada a cal y canto. El que más tarde apoyaría la Reforma política, Tomás Garicano Goñi, ministro de Gobernación entonces, nos impuso, como premio, una multa de 50.000 pesetas.” (Obra citada, pág. 109).
Nuestra fidelidad a José Antonio la destacó su hermana Pilar, Delegada Nacional de la Sección Femenina, en varias cartas que conservo. Transcribo la última, que es de 1985: “Querido Blas: Quiero agradecerte con estas letras el recuerdo que siempre tenéis en vuestro centro y en vuestra revista para José Antonio. No todo el mundo mantiene esa fidelidad en recordar su memoria. Muchas gracias, con un abrazo de Pilar Primo de Rivera”.
 

jueves, 18 de octubre de 2012

La pobreza es la hermana de la sensatez

Dicen que, con esto de la crisis, se ha vuelto a la cultura del remiendo, la chapuza y el cocido. Que regresan los platos de cuchara, nutritivos y despreciados durante décadas por el largo tiempo de preparación que precisaban, cerrando el paso a la comida rápida que cambió nuestros estómagos y ensanchó nuestros abdómenes.
 
Y es que con menos dinero en la faltriquera y más tiempo en la agenda, regalado por ese infame castigo social que se llama paro, hay más tiempo para preparar alimentos más baratos, sabrosos y sanos. No sólo para eso, también para arreglar, convertidos todos en vulgares Pepe Gotera o, aun más famélicos, en su ayudante Otilio, esas pequeñas ñapas que no muchos meses atrás dejábamos de lado, cuando no alimentaban los contenedores de ésta nuestra sociedad de consumo.
 
¿Hemos dado un paso hacia delante, o estamos reeditando la historia? Si, se que hago trampas en el solitario, pues planteo una pregunta retórica con una única respuesta posible. Ésta se pone en primer tiempo de saludo con tan solo recordar un viejo proverbio romano que rezaba: «la pobreza es la hermana de la sensatez». Y es que, en la vieja Roma, las mujeres, sobre todo, se pasaban la jornada haciendo esas pequeñas economías que salvaban a la familia. Y es que sí, Júpiter era el dueño de los rayos, el dios de dioses; pero su mujer, Juno Moneta, era la que llevaba la economía. La acuñación de moneda, vamos.
 
En la Roma imperial, los ciudadanos libres pero no ricos de entre los romanos, fueran artesanos o libertos, debían mirar mucho cada sestercio, cada as que se gastara. Era precisa una economía sino de guerra, si de posguerra: las túnicas se remendaban, las sandalias se parcheaban, se arreglaban de forma casera los candiles... moneda de bronce a moneda de bronce, el hogar podía sobrevivir a la dura vida.
 
La gente de a pie, los que no eran patricios o legionarios a los que el César les había premiado con ricas tierras de labranza, vivían, como contaba Fírmico Materno, “privados de todo lo imprescindible, sin medios para sustentarse cotidianamente. Mendigan su sustento [...] Sus cuerpos son enfermizos. Sufren de heridas infectadas o humores malignos bajo la piel que atacan sus articulaciones”. Éste estado de pobreza que llamaba a gritos a la enfermedad y a la tragedia, generaba un estrés social que hoy podría hacer palidecer a los movimientos de indignados. Así, Doroteo de Sidón dice que ese paseo continuo por la cuerda floja “a menudo fomenta revoluciones entre el pueblo”, pueblo que “manifiesta hostilidades estúpidas, es poco razonable, y posee un carácter que raya con la locura”
 
En una sociedad en la que una pequeña diferencia de ingresos podía tener un impacto significativo en la calidad de vida, no es aventurado deducir qué pudo causar un cambio considerable en los niveles generales de salud mental. Lo que hoy, desde nuestro cronocentrismo podemos interpretar como mínimo fueron entonces auténticas catástrofes para quienes habitaban en la base de la pirámide. Las enfermedades mentales, enfocadas como posesiones demoníacas que daban pie a exorcismos, llegaron a ser algo relevante, creciente a medida que en la sociedad romana se sucedían los factores desequilibrantes: la inflación, a la que aludí en algún artículo anterior, y el caos de las invasiones bárbaras que caracterizaron el siglo III. Algo que, como también se dijo, provocó un gobierno más rígido con una burocracia especializada en vaciar la bolsa de unos ciudadanos ya lo suficientemente expoliados por la vida, sin contar con los impuestos, que contemplaban cómo los ricos eran más ricos, ahondando la brecha social entre los poderosos y el pueblo, asistiendo impotentes a la caída en picado de su estatus legal y privilegios: la decadencia, esta vez económica, de Occidente, y ustedes perdonen que me ponga Spengleriano, que provocaba a su vez un descenso de la población en la gran Roma.
 
Era preciso establecer unas válvulas de seguridad, y éstas fueron las fiestas romanas por excelencia, los carnavales. Estos no eran unas vacaciones sin más, sino momentos en los que se permitía a los ciudadanos liberar un poco de la presión a la que venían siendo sometidos sin, por supuesto, esperanza alguna de realizar ningún cambio: el viejo invento de la revolución sin subversión. Un momento en que a la vez en que se burlaban de las normas y las jerarquías, precisamente por apuntarlas, las apuntalaban, las hacían más definidas en el frontispicio de la sociedad. Aquello que se podía alterar unos días, era sagrado el resto del año. Desafiar las normas una temporada e insultar a la sociedad un tiempo limitado provocaban que el resto del año, los ciudadanos se reconciliaran con su miserable vida y la sociedad funcionara mejor. Algo semejante ocurría con su teatro popular, las mímicas, obras breves que lo ridiculizaban todo, repletas de idiocia y violencia. Una vez más, las situaciones ordinarias del día a día se invertían para generar efectos cómicos y así digerir con la risa la tragedia cotidiana.
 
Y en contraste con esa forma de escapar de una realidad que no gustaba, la élite romana compartía una perspectiva cultural común, la paideia, que excluía a la mayoría de la población a partir de un estilo que se ha visto por los estudiosos en ocasiones como algo intencionalmente ininteligible. Algo que sucedía en otros aspectos de la vida culta: así, durante los últimos emperadores, se desarrolló una caligrafía denominada "escritura celestial", que era de dominio exclusivo de los funcionarios de palacio. Una herencia podemos verla hoy en la jerga que se emplea por los abogados y gente del foro en general. Esta élite cultural, se esperaba que fuera admirada por la plebe.
 
Pero esa admiración se tornaba imposible entre una plebe que, en su distrito, el Aventino, rendía culto a Mercurio, el dios del comercio, el lucro y la movilidad, del éxito económico, en resumen, aspirando a parecerse a los patricios no por su cultura, sino por su riqueza. Los ricos entre los ricos contaban sus fortunas en cifras mayores de los cien millones de sestercios, lo era unas veinticinco mil veces la renta de subsistencia anual (antes de que alguien se lo pregunte, cabe decir que esa diferencia es menor a la existente en la actualidad).
 
¿Les suena la idea de una sociedad que poco a poco se hace más pobre, que pierde sus privilegios, con grupos de ciudadanos indignados por ello, que ve como sus poderosos lo son cada vez más, pero que para compensar, tiene espectáculos gratuitos que los distraen?. Seguro que no.
 
Por Juan Vicente Oltra
 

sábado, 13 de octubre de 2012

LA HISTORIA NO PERDONA LOS MITOS

Soy un barcelonés de 30 años que, como mi generación, creció con el Club Super 3, el Tomàtic, la Bola de Drac, la Arare, Sopa de Cabra, Els Pets, Els Caçafantasmes,“Regreso al Futuro”. Veíamos la predicción del tiempo en la TV 3, con los dibujos de soles y nubes sobre un mapa de los Países Catalanes.
En la escuela nos explicaban la historia de las cuatro barras, pintadas por el emperador franco con la sangre de Wilfredo el Velloso sobre un escudo o tela de color amarillo-dorado: así nació nuestra bandera (la Senyera).
 
Los domingos por la mañana bailábamos sardanas en la plaza de la iglesia, y daba gozo ver en un mismo círculo a los abuelos y los nietos, cogidos de la mano. En Navidad hacíamos cagar al “Tió”, y poníamos un “Caganet” con barretina en el Nacimiento. Así, disfrutábamos de una auténtica Navidad catalana como Dios manda.
 
En la primavera cogíamos las Xirucas (Chirucas, marca de calzado), y nos íbamos a nuestros Pirineos a disfrutar de nuestras montañas y sierras, en nuestra tierra. Celebrábamos la “Diada”, con ánimo de no olvidarnos de la derrota de nuestro pueblo contra Felipe V y los españoles.
Somos un pueblo trabajador, con carácter, distinto del resto. Tenemos La Caixa, el RACC, los Mozos de Escuadra y los Ferrocarriles Catalanes. ¿Qué más queremos? Pues queremos, queremos, queremos.
 
Pero la verdad no se puede ocultar siempre. Te vas de Erasmus a Londres, y descubres que existe vida fuera de nuestro pequeño planeta catalán. Que también hay trabajadores con carácter en otros territorios Que La Caixa no es tan importante, si se compara con el Comercial Bank of China. Que solamente una ciudad como Shanghái tiene 20 millones de personas (tres veces toda Cataluña).
Descubres la verdad: que lo de las cuatro barras de Wifredo el Velloso sólo era una leyenda, un mito, sin fundamento histórico. Ni Wifredo fue contemporáneo del emperador, ni se usaba la heráldica en ese siglo. Además, hasta la unión con Aragón, el emblema de los condes de Barcelona fue la cruz de San Jorge (una cruz de gules sobre campo de plata).
 
Descubres que la sardana la inventaron en el año 1817. Fue un tal Pep Ventura, que tampoco se llamaba Pep sino José, nacido en Alcalá la Real, provincia de Jaén, e hijo de un comandante del Ejército español.
 
Se la inventaron, porque no podía ser que la jota de Lérida o del Campo de Tarragona fuese el baile nacional. Y tampoco podía serlo el baile denominado “El Españolito”. Por eso se inventaron la sardana a comienzos del siglo XIX: para crear una identidad nacional inexistente hasta entonces. La sardana, otro mito.
 
Descubres que en 1714 no hubo ninguna guerra catalana-española, que Cataluña no participó en ninguna derrota bélica. Fue una guerra entre dos candidatos a la Corona de España, vacante desde la muerte de Carlos II sin descendencia: entre un candidato de la dinastía de los Borbones (de Francia) y otro de la de Austria (de tierras germánicas). En todos los territorios de la Corona de España hubo austracistas y borbónicos: por ejemplo, Madrid, Alcalá y Toledo lucharon en el mismo bando que Barcelona. No fue, como intentan venderlo, una guerra de secesión, sino de sucesión: ningún bando aspiró nunca a romper la unidad dinástica entre Castilla y Aragón, ni la separación de Cataluña. La Diada, otro mito.
 
Descubres que el “Caganet” del belén es una “tradición” que no se generaliza hasta el siglo XIX, como la sardana. Y que el “Tió” es otra milonga identitaria y absurda. La Navidad catalana, otro mito.
 
Te das cuenta que [los nacionalistas] nos han tomado el pelo. No nos han educado, sino adoctrinado. Que nos han alimentado, sin darnos cuenta, de una “ideología total” que se encuentra por encima de todo y de todos. Lo abarca todo: permite pisar el derecho de las personas, modelar la Historia a su gusto, y determinar qué está bien o mal.
 
Te das cuenta que [los nacionalistas] nos han adoctrinado a través de mitos, leyendas, mentiras. Que han construido o falseado una realidad, con tal de fundamentar su ideología. Intentaré poco a poco ir comentando esos mitos. Pido ayuda y la colaboración de todos, para tratar de encontrar otras mentiras. Así, [los catalanes] podremos liberarnos de esos mitos, y ser libres de verdad.
 
Está claro que eso de viajar, es para algunos, una estupenda vacuna contra la estupidez y el aldeanismo.

martes, 9 de octubre de 2012

CARTA A UN ACTOR

Estimados señores D. Javier Ángel Encinas Bardem y D. Carlos Encinas Bardem:

Les escribo esta nota porque creo que les debo una explicación. Soy un ciudadano español cualquiera que está indignado con el sistema que gobierna nuestra sociedad y dirige nuestras vidas desde hace ya demasiados años. Todas las mañanas al echar un vistazo a los periódicos sufro con las noticias que hablan de gente en nuestro país que empieza a pasar hambre, de los recortes llevados a cabo por nuestro gobierno, de regiones enteras que claman por la independencia o de impuestos que cada día son más elevados. Entiendo que no es justo que una casta corrupta y endogámica de políticos y banqueros parasite a los ciudadanos españoles como yo, ahogándonos cada vez más y enriqueciéndose ellos día a día a costa de los más débiles. Este hartazgo que experimento no es sino una gota de agua en el mar de indignación generalizada que viven mis conciudadanos.

Hace unas semanas, D. Javier emitió unas declaraciones en las que se posicionaba a favor del movimiento marxista en Andalucía que durante el verano protagonizó diversos asaltos a supermercados y ocupaciones de todo tipo de propiedades con la finalidad de aplicar la justicia distributiva por su cuenta. El movimiento estaba encabezado por un alcalde y diputado autonómico quien, en la jura de su cargo, prometió subvertir el sistema y el orden vigentes.

Al declararse a favor de estas actuaciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores, ustedes están aceptando una serie de premisas. Premisas tales como que no debe ser admisible la propiedad privada de los medios de producción, y que en toda empresa existe un conflicto implícito entre trabajadores y patrón. Según los que son como ustedes, señores Bardem (y como su señora madre, Dª Pilar) y según la ideología que dicen ustedes profesar, los trabajadores y los dueños de los establecimientos comerciales o industriales tienen intereses contrapuestos e irreconciliables. En este enfrentamiento entre colectivos con intereses distintos, lo justo es que la clase explotada o parasitada se imponga al explotador-parásito, llegando mediante la confrontación a un estado de igualdad de clases en el que nadie sea ni posea más que otro. Según las premisas de las que ustedes parten, en todo proceso productivo actual la creación de valor o “plusvalía” pasa a ser propiedad del capitalista, mientras que los trabajadores reciben únicamente una remuneración equivalente a su esfuerzo, lo que lleva a la alienación.

Usted dijo lo que dijo, señor Bardem, y se ha declarado “comunista”, al igual que la mayoría de integrantes de la caterva de actores y artistas de este país. Tras estas aseveraciones, entiendo que debe ser usted coherente y consecuente con sus declaraciones. Porque uno es dueño de sus silencios, y esclavo de sus palabras, D. Javier, de eso le puedo asegurar que entiendo bastante, porque yo he sido, soy y seré siempre esclavo de las mías.

Por todo esto, hoy he entrado en su restaurante y he pedido bebida y dos platos. He introducido la comida que me ha sido servida en el interior de unos tupperwares y he salido por la puerta del restaurante sin abonar el importe en el que usted, dueño capitalista, había fijado el valor de la producción (la cual ha sido llevada a cabo por sus asalariados, con el sudor de su frente). Esta comida va a ser entregada mañana a una parroquia del barrio de Argüelles para que sea destinada a los pobres y necesitados, quienes sin duda agradecerán este acto de caridad. Eso sí, abono el precio de la bebida, que sí he consumido, y dejo una propina del 20% del precio de la cerveza para que sea repartida entre el camarero que me ha atendido y los cocineros que han participado inconscientemente en este acto de caridad. A ellos les pido disculpas por no haberles avisado de la obra benéfica con mayor antelación.

Desde una óptica jurídico-penal (del sistema legal al servicio del orden que ustedes tanto denostan, y que al que sin embargo posiblemente acudirán para que yo me lleve mi merecido) esto que he hecho no puede considerarse robo, hurto ni estafa, dado que falta el elemento del ánimo de lucro. No he perpetrado tampoco coacciones ni amenazas de ningún tipo contra los empleados del local (antes al contrario, les dejo propina y les pido disculpas por las molestias). Ustedes, D. Javier y D. Carlos, pueden recurrir a las opciones que les ofrece el ordenamiento jurídico, y echar mano de la calificación como falta de daños (el valor de la comida no excede de 400 euros como para que pueda considerarse delito). Solo que en mi conducta no existe intención delictiva, sino más bien un estado de necesidad justificante: la comida sustraída va a ser destinada a alimentar a personas que están pasando hambre en la misma puerta de la parroquia, de lo cual me encargaré de dejar constancia mediante pruebas gráficas. En cualquier caso, parece que los tribunales han sentado precedente en el caso de sus amigos Sánchez Gordillo y sus hombres del SAT, puesto que no se han iniciado procesamientos contra los mismos por faltas de daños a los supermercados. Les sugiero que traten de accionar contra mi patrimonio por la vía civil, ante los Juzgados de Primera Instancia de Madrid, y que tengan paciencia. O, mucho mejor, que no hagan nada, y simplemente reflexionen sobre todo esto.

Exactamente igual que su amigo Sánchez Gordillo actúa con el único objetivo de llamar la atención, y por motivos políticos, mi motivación para hacer esto que estoy haciendo no es otra que llamar la atención como español indignado pero no perroflautizado ni bolchevizado (una nueva corriente alternativa de indignación). Al igual que quienes siguen a Sánchez Gordillo en Andalucía, yo también estoy indignado por la primacía del sistema financiero sobre los ciudadanos a la hora de tomar decisiones en política económica. Al igual que ellos, creo que no se debería volver a permitir la creación de una burbuja inmobiliaria fruto de la especulación de unos pocos empresarios. Y así, compartimos varios motivos de indignación. La diferencia es que yo, al igual que varios españoles que también conocen la historia de España y la de Europa, sus mentiras y sus dogmas de fe, jamás estaré a favor de este tipo de personajes que proponen una revolución marxista, la destrucción del Estado, de la propiedad privada y de las instituciones básicas del orden y la convivencia. Jamás apoyaré al alcalde de un pueblo que se dedica a introducir inmigrantes ilegales en Andalucía y “arreglarles los papeles”, para que aumente el número de bocas a alimentar en la región en unos tiempos en los que ya es de por sí difícil dar de comer a los nacionales. No apoyaré jamás a individuos para los cuales no existe el concepto de Estado y cuyo fin es convertir Europa en la meca de todas las culturas de la Tierra, renegando de nuestras raíces más básicas. No apoyaré a quienes posan con pancartas de “Euskal presoak, euskal herrira” y defienden la presencia de Bildu en las instituciones.

Claro que a usted, D. Javier Bardem, todo esto le da igual. Es más, se siente a gusto con lo que acabo de contar. Es posible que ni siquiera sea consciente de ello, pero usted, al igual que su mujer, la Pasionaria de Alcobendas, es un producto del sistema neoliberal que manda en la política y en la economía, combinado con el marxismo cultural que se ha apoderado de la sociedad a lo largo de las últimas décadas. Usted se declara comunista porque como individuo le conviene una homogeneización de las masas, adoctrinadas de manera uniforme. Le entusiasma la idea de una sociedad multicultural, generadora únicamente de más pobreza y desarraigo. Los que son muy muy ricos como ustedes sólo desean ver aumentada su riqueza mediante el expolio de las masas, y una revolución comunista es el caldo de cultivo perfecto para ello. Del mismo modo, toda su casta de artistas se ha posicionado siempre del lado de la izquierda sociológica para consolidar su propio lobby de poder exclusivo y excluyente dentro del sistema, mientras nos bombardean con películas y basura que repiten sus consignas. Consignas que tratan de reinventar la historia de nuestro país de la manera que a ustedes les hubiera gustado que fuera.

Mientas usted se declara comunista desde las lejanas tierras de ultramar, su nación muere de hambre. Mientras su hijo nace en California como ciudadano americano, los niños que nacen en España son realmente hijos de otras culturas extrañas que nada deben a nuestro país. Mientras usted disfruta de sus millones en el extranjero, sin tributar aquí, la gente no puede llegar a fin de mes y tiene que buscar comida en la basura. Los pequeños comercios cierran por las continuas pérdidas, mientras Javier junior nace en una clínica privada americana. Pero bueno, es comprensible. Al fin y al cabo, la Seguridad Social es un invento del nefasto pasado, ¿verdad? A fin de cuentas, el malvado Régimen anterior murió en una cama de un hospital de la Seguridad Social. Un hospital público español siempre tendrá ese olorcillo rancio que usted, en su glamour comunista de la hoz y el Martini, no puede permitirse. Hay que cuidar la imagen. El buen pijoprogre no sólo debe decir que es comunista y republicano, sino parecerlo.

Fdo: un español indignado de verdad.