martes, 30 de octubre de 2007

CIUDADANOS DEL CIELO


DIECIOCHO de los mártires beatificados ayer apenas habían inaugurado la juventud cuando el odio segó sus vidas: contaban entre dieciséis y diecinueve años. Podemos figurarnos cómo eran: muchachos ingenuos, rústicos, que no habían conocido otros paisajes que los del pueblo que los vio nacer y los que rodeaban el convento en el que habían ingresado; muy probablemente no hubiesen leído un periódico en su vida, desde luego carecían de preferencias políticas; no sería descabellado pensar que todavía añorasen los juegos de la infancia, no sería descabellado imaginarlos pegándole patadas a una pelota de trapo en el claustro del convento, lanzándose migas en el refectorio ante la mirada desaprobatoria o condescendiente de los hermanos mayores. Habrían abandonado la casa familiar a una edad muy temprana: tal vez sus propios padres los incitaran a ello, incapaces de subvenir las necesidades de una prole demasiado copiosa; tal vez fueron ellos mismos quienes lo solicitaron, después de escuchar la prédica subyugadora de un fraile que pasó por su pueblo. Sus labios todavía no habrían aprendido a besar; pero de repente se sintieron colmados de un amor que no defrauda y decidieron entregarse a él con el tozudo entusiasmo de la adolescencia.
Y un día cualquiera el aire se llenó de pólvora. Los sacaron a rastras de sus celdas, los metieron a empellones en el remolque de un camión, los condujeron a una cárcel lóbrega. Al principio, no comprenderían qué estaba sucediendo; pero pronto supieron que iban a morir. Su carne se rebelaba contra ese designio: seguramente palidecieron de horror; seguramente lloraron desconsolados, recordando a la madre de la que no podrían despedirse, a la hermana que les mandaba unas cartas casi analfabetas pero preñadas de emoción; seguramente se desmayaron, con la esperanza de que aquella pesadilla se hubiese disipado cuando volviesen a recuperar la consciencia. Pero entre los escombros de su entereza asomó entonces aquel amor al que un día decidieron entregarse; asomó como una flor aterida, como una llama exangüe, para enseguida hacerse robusta, para fortalecerlos con su fuego y con su savia. Y supieron que ese amor tampoco iba a defraudarlos en aquel trance; era un amor que tenía la frescura de la hierba recién segada, la tibieza de una lumbre en una noche de invierno: los abrazaba muy delicadamente, los envolvía como una vid que entre el jazmín se va enredando, los aureolaba y enaltecía. Miraron a los ojos a los carceleros que los custodiaban; y los hicieron depositarios de ese amor, les dejaron en herencia ese amor que no defrauda.
Conocemos por relatos de testigos las últimas horas de aquellos muchachos que apenas habían inaugurado la juventud. La proximidad de la muerte no los descomponía. Oraban con más fervor que nunca: las plegarias que en alguna ocasión habían brotado de sus labios como fórmulas rituales o somnolientas adquirían de repente el temblor recién estrenado de una promesa nupcial. Comulgaban con más unción que nunca: el pan que se deshacía en su boca exorcizaba la postrera sombra, los inundaba con la luz de un blanco día que borraba los angostos muros de su prisión. Ahora ya sabían que ese amor que los había colmado en la adolescencia los anegaría más allá de la muerte, hasta fundirlos en su seno; y esperaron la muerte como los novios de antaño esperaban la noche de bodas: con estremecimiento y una muda, deslumbrada felicidad que a veces se entreveraba de inquietud, porque temían no estar a la altura de la misión que se les había encomendado. Sabemos que en aquellas últimas horas se dedicaron a confortar a sus compañeros de prisión, sabemos que repitieron aquellas palabras que Jesús dedicó al ladrón que compartía su suplicio, sabemos que caminaron hacia el patíbulo entonando cánticos de alabanza, como si acudieran a un banquete que iba a saciar para siempre su hambre de amor. Y sabemos que murieron invocando ese amor que los iba a poseer por toda la eternidad, reclamando que ese amor reinase también entre sus verdugos, reclamando que algún día pudiesen también ellos disfrutarlo en plenitud.
Ahora son ciudadanos del cielo. Y su tozudo entusiasmo de dieciséis, diecisiete, dieciocho años viene hasta nosotros, para decirnos que no estamos solos, que hay un amor que no defrauda.


Juan Manuel de Prada


Publicado en ABC el 29-10-2007

lunes, 29 de octubre de 2007

HOY HACE 74 AÑOS....




Ya tienen de nieve el capirote los picos más altos de Guadarrama y Gredos. Y es oro maduro de hojas muertas la tierra de los parques madrileños. Ya avanzan los campeonatos de fútbol, duermen las plazas de toros soñando primaveras, y Don Juan Tenorio, calavera y gallardo, se maquilla en los escenarios, preparándose a raptar novicias y a convidar a difuntos. El 29 de octubre de 1933 tuvo Madrid una luz clara, otoñal, tamizada de nieblas y nubes blanquecinas. Hasta el mediodía no salió decidido el sol. Era un día tibio de otoño madrileño, sacudido a veces por el ramalazo gélido de la sierra cercana.






Tras largos cuchicheos, los excelentísimos señores don Diego Martínez Barrio, Presidente del Consejo de Ministros; don Manuel Rico Avello, Ministro de la Gobernación, y el Director General de Seguridad, habían anunciado la radiodifusión del “acto de afirmación nacional” que en el coliseo de la calle del Príncipe, de Madrid, tenían anunciado los señores Primo de Rivear (don José Antonio), Ruiz de Alda (don Julio) y García Valdecasas (don Alfonso).


Por rara casualidad —alguna vez se daban en la República— España gozaba, en aquellos días de período electoral, de la plenitud de su Constitución liberalísima de 1931. No había estado de prevención o de alarma y funcionaba completa la maravillosa y generosa maquinaria de las garantías constitucionales. Era difícil, pues, poner trabas al acto anunciado, aun cuando corriese el rumor de que algunos extramistas intentarían impedirlo por la violencia.


El señor Primo de Rivera era candidato a Diputado a Cortes “independiente” por Cádiz. El señor García Valdecasas, todavía era Diputado de aquella agrupación de intelectuales “al servicio de la República”, que —aunque ciertamente no le había prestado muchos, pues se alejó enseguida de su órgano constructor, las Cortes Constituyentes, gritando “no es esto, no es esto”, diciendo que la República tenía “perfil agrio” y que si fue y que si vino—, al fin y al cabo, sonaba como “cosa democrática”. El tercer orador, Julio Ruiz de Alda, carecía de matiz político demasiado definido, no obstante sus coqueteos fascistas y haber figurado el verano último en uno de los imaginarios “complots” en que tanto se deleitaba la fantasía republicana de Casares Quiroga. Lo que la gente podía ver en Ruiz de Alda era su fama ganada en magníficas hazañas de aviación, y en ellas había aparecido siempre junto a Ramón Franco, a la sazón uno de los más exaltados defensores de la República. Los señores Primo de Rivera, García Valdecasas y Ruiz de Alda se iban a reunir con unos cuantos amigos a lanzar un “partido político” nuevo, un “programa” más. La “cosa” carecía de importancia, y un Gobierno verdaderamente liberal y republicano no podía dar la sensación de que le asustaba el nombre del señor Primo de Rivera —¡oh, el recuerdo de la Dictadura estaba bien muerto, y nada podría hacerle resucitar en el pueblo español, “gozoso” con el régimen que se había dado en la jornada gloriosa del 14 de abril!—, aunque el señor Primo de Rivera fuese uno de los redactores de aquel periodiquito El Fascio, que hubo de recorrer y prohibier meses antes el Gobierno Azaña. ¿Qué podían representar y significar aquellos tres hombres jóvenes? Nada. El señor Primo de Rivera sería derrotado en las próximas elecciones, como lo había sido en las parciales de Madrid el año 31. Del acto de la Comedia, pasados unos días no quedaría ni el recuerdo —como no fuese en alguna nariz de “joven fascista” apuñada por un republicano—. Ni siquiera sonaría a los ocho días el eco de los graznidos de los socialistas y los redactores de periódicos rabiosamente republicanos que consideraban una “provocación” intolerable la pretensión de los “señoritos fascistas” de hacer oír su doctrina.


Así, pues, la cordura democrática del Gobierno se atrevió a autorizarlo, a permitir que se radiase y a protegerlo .En los bares madrileños, entre el ruido de las cañas, las fichas de dominó y las conversaciones de los “marchosos”, algunas gentes curiosas —muchos jóvenes ávidos de oír auténticas voces españolas de no profesionales de la política— pudieron escuchar a los tres oradores.


Ellos estaban seguros —contrariamente al Gobierno y a la opinión de otras muchas gentes sesudas del momento— de que aquel acto estaba lleno de gravedad y de augurios. El Destino nunca llama a las puertas del hombre con apremios dramáticos para una puerilidad. Los tres oradores conocían con exacta intuición que aquella mañana de domingo tendría su lugar en la Historia de España. “Sin querer hipotecar el futuro enigmático, teníamos el convencimiento —ha escrito el único superviviente de los tres, Alfonso García Valdecasas—, de que era un acto llamado a importar en la vida de España. No por lo que significaran las personas, sino por lo que significaba su actitud. Porque aquel acto quería expresar el anhelo y la inquietud de la España eterna, tal como la sentía una generación nueva, cuya conciencia española se había ido formando a través de la experiencia amarguísima de esta tensión juvenil. Pero teníamos la creencia de que las ocasiones en que anteriormente se había manifestado, a pesar de su autenticidad, no habían tenido el volumen nacional necesario. Hacía meses que planeábamos darle estado público. Llegamos a tener redactado un manifiesto, obra principalmente de José Antonio, y parte del cual pasó a su discurso de octubre; pero nos pareció que un manifiesto caería en frío. Hacía falta un acto de presencia personal. La disolución de las Cortes y el plazo de campaña electoral nos dio ocasión. Anunciamos el acto como de afirmación española. Porque lo que había que afirmar, entonces como hoy, era a España, cuya existencia estaba en peligro. El nombre de Falange no estaba aún definitivamente decidido”.

Felipe Ximénez de Sandoval.



martes, 23 de octubre de 2007

FALLECE JUAN ANTONIO CEBRIÁN.- ADIÓS MAESTRO.-



Onda Cero informa a sus oyentes de una noticia que ojalá no hubiéramos tenido que contar nunca. La noticia de la muerte de un compañero. Ha fallecido Juan Antonio Cebrián, de repente, por culpa de un infarto traicionero que llegó esta tarde sin avisar, sin darle ocasión a Juan Antonio de despedirse de ustedes, la familia de los oyentes de Onda Cero y la familia de sus oyentes de La Rosa de los Vientos. Esta noche no va a haber Rosa de los Vientos, porque se nos ha muerto el alma de este programa, el hombre que lo creó, lo inventó, lo hizo crecer y lo condujo con mano maestra hasta convetirlo en lo más hermoso que puede llegar a ser un espacio de radio: un programa de culto, una parte de la vida de cientos de miles de personas que escuchaban, admiraban y querían a Juan Antonio Cebrián. Su muerte nos ha dejado a todos perplejos, y deja a nuestra cadena huérfana de una de sus voces más genuinas, una voz que siempre tuvo el sello de esta casa, la impronta de Onda Cero. Juan Antonio ha formado parte de esta aventura desde que levantamos el telón, hace ya diecisiete años. Un buen día llegó al estudio con su música favorita en una mano y su innata capacidad de transmitir en la otra: el resultado fue "Discos Cero", el primer paso de una carrera que, para él, era una forma de ver y entender la vida. En aquella Onda Cero que empezaba, a Juan Antonio Cebrián le bautizamos entre todos como "el Cebri": inquieto, curioso, creativo; inventor de programas muy diversos -"Bienvenidos al club", "La Red", "Azul y verde"-, que compartieron siempre un denominador común: el afán por divulgar, la otra gran pasión de este Cebri que hoy se nos ha marchado sin previo aviso: la divulgación histórica. Solo él era capaz de convertir a Juana la Loca en un vivisimo personaje radiofónico. Gracias a él aprendimos, entre excursiones científicas, grandes enigmas, y criticas de cine antológicas, gracias a él aprendimos a disfrutar de aprender escuchando la radio. Un buen día Juan Antonio, hombre de radio, descubrió que a sus oyentes del "Turno de noche" les fascinaba descubrir "Pasajes de la Historia". Y así empezó una irrepetible serie radiofónica, que acabaria siendo el germen, también, de la carrera literaria de Cebrían, el escritor, el divulgador, el autor que cosechaba, libro tras libro, abrumadores éxitos de ventas. Esta noche la familia de Onda Cero, y la familia de La Rosa de los Vientos, está enlutada. Hoy la vida -siempre imprevisible- nos ha dejado sin uno de los grandes de este medio. Sólo la muerte le podía impedir acudir a la cita con la audiencia. Sólo la muerte podía apartarle de este micrófono que era suyo. Esta es la noticia que ojalá nunca hubiéramos tenido que dar. Que se nos ha ido Juan Antonio Cebrián. Uno de los grandes. Uno de los buenos. Uno de los nuestros.


Periodista y escritor, Juan Antonio Cebrián (Albacete, 1965) era una de las grandes voces de la radio. Ha muerto en Madrid a los 41 años El periodista Juan Antonio Cebrián realizó, entre otros, los espacios radiofónicos "La Red", "Azul y verde" y el siempre recordado "Turno de noche". Desde hace nueve temporadas, dirigía y presentaba "La rosa de los vientos" en ONDA CERO. También fue director de la revista LRV y en la actualidad era colaborador habitual del diario El Mundo y de la revista Historia de Iberia Vieja.A lo largo de su trayectoria recibió premios como el de "Mejor Locutor" (1994), concedido por la Asociación de Corresponsales Diplomáticos, y al de Mejor Programa Radiofónico, otorgado por el semanario Águeda en 1996 al espacio "Turno de noche". El Fondo Mundial de Protección a la Naturaleza le concedió también en 1998 el premio a "la Mejor Divulgación¿.Cebrián se consagró en los últimos años como un autor de éxito, con más de 300.000 ejemplares vendidos. Su nuevas obras, "Mis favoritos" y "Enigma", ocupan los primeros puestos en las listas de libros más vendidos.
ADIÓS MAESTRO
¡¡¡FUERZA Y HONOR!!!

sábado, 20 de octubre de 2007

Pastor de lobos ( por Juan V. Oltra )




Vivimos en una sociedad donde se tiende a llevarlo todo a los extremos. A crear buenos y malos; blanco y negro con ausencia de gris. La lectura de un libro de Darcy O´Brian con un pasaje estremecedor de la segunda guerra mundial me ha dado un bofetón mental, me hace ver más claro que malos, hay muchos, pero que muchos. Que vencer o perder una guerra no significa que uno de los dos bandos sea el bueno y el otro el malo, que quizá ambos sean perversos y los buenos, los que tienen como destino perder la guerra, gane quien gane. Este bofetón es el que quiero compartir con ustedes, con este pequeño resumen del texto de O´Brian.
Hacia finales del verano de 1944, en Cracovia los alemanes empezaron una redada casa por casa para apresar a todos los hombres jóvenes. El primer día, ocho mil hombres fueron a parar a los campos de concentración. Dos jóvenes obreros, que eran seminaristas clandestinos, Lolek y Mainski, se vieron obligados a esconderse.
La redada trataba de impedir un intento de rebelión como la que acababa de estallar en Varsovia, donde ciento cincuenta mil ciudadanos, de los que menos de una cuarta parte iban armados, se levantaron contra los alemanes llegando a tomar muchos edificios estratégicos de la ciudad. Casi hubiera sido posible ver una historia alternativa, pero no contaron con unos convidados que fueron de piedra en lugar de activos comensales: los miembros del clandestino ejército comunista que solo aceptaría ordenes de Moscú, enfrentado al Armia Krajowa, el Ejército Nacional Polaco. Moscú permaneció mudo, sin emitir orden alguna.
Y es que Varsovia se levantó en un momento clave: cuando el Ejército Rojo que había obligado a la Wehrmacht a retirarse a Polonia oriental había llegado al Vístula. Los rebeldes calcularon que los rusos continuarían su marcha y llegarían a Varsovia a tiempo para auxiliarles en su rebelión.
El error en que cayeron fue el pensar que a los rusos, a todos los aliados quizá, les interesaba de verdad ayudar a Polonia a recuperar su libertad. En uno de los actos más execrables de toda la guerra, los rusos se detuvieron mientras el ejército alemán arrasaba Varsovia y masacraba a los rebeldes. Churchill y Roosevelt solicitaron a Stalin que ayudara a los rebeldes, o que al menos les habilitaran pistas de aterrizaje para que los aviones americanos e ingleses pudieran arrojar armas para los rebeldes. El Zar rojo se negó, espetándole a Churchill que “Tarde o temprano la verdad sobre el grupo de criminales que se ha embarcado en la aventura por la toma del poder en Varsovia quedará a la vista de todos”. Los polacos que ahora asesinaban los alemanes hubieran supuesto obstáculos a la dominación rusa de su patria, mientras los comunistas polacos sobrevivían en la clandestinidad.
De forma inesperada e increíble, los combatientes resistieron un par de meses. Doscientos cincuenta mil muertos convirtieron a Varsovia en un cementerio, mientras otros morían al intentar escapar. Tras el cese del fuego, medio millón más de personas fueron a campos de concentración, de tal manera que cuando los rusos entraron tres meses después en la ciudad, no quedaba viva a una sola persona en los límites donde el combate se desarrolló y que antes de la guerra albergaba a un millón doscientos cincuenta mil polacos judíos y católicos. No existe, al margen de las ciudades arrasadas por las bombas atómicas, una devastación semejante en toda la segunda guerra mundial.
Lolek, el seminarista que escapó disfrazado, un bueno en un mundo de malos, quedó marcado por esta experiencia, que laceraría su corazón siempre. Una herida que marcaría su pontificado como Juan Pablo II. Un pastor que vio claro que incluso su rebaño de ovejas estaba preñado de lobos, que tenía que ponerse manos a la obra. Y lo hizo. Pero a pesar de eso, yo me pregunto… ¿Cuántos lobos siguen con mando en plaza?. Mejor, no me contesten.

74 años no son nada.....

miércoles, 17 de octubre de 2007

UNA MEMORIA QUE ENVILECE (por D. José Utrera Molina)



Vivimos un tiempo en el que la estupefacción, el asombro y la sorpresa indignada reinan por doquier. Nuestra existencia, normalmente tranquilizada por los muchos años que ha vivido sin mortales sobresaltos, contempla ahora sin dar crédito a lo que ve el perfil resignado de la actual situación española, donde todo nuestro ser físico y moral se revela con la amarga angustia de la impotencia. ¿Es posible que un solo hombre, me refiero claro está, al presidente Zapatero, albergue tal caudal de odio en su alma para ser capaz de reconducir la historia de España a una situación de conflicto, de confrontación y de reverdecimiento de antiguos rencores? Por haber ejercido función política durante muchos años, me he abstenido siempre de realizar una crítica ligera y apresurada referida a los que ostentaban responsabilidades políticas, pero en esta ocasión no tengo más remedio que lanzar mi «yo acuso» a quien increíblemente, por una incomprensible nostalgia del pasado, está dispuesto a abrir de nuevo las zanjas que los años habían cubierto de hierba apacible.
La principal tarea del gobernante es tratar, sin duda, de obedecer el código de sus convicciones sin producir detrimentos insoslayables en aquellos que se sitúan en una posición adversa. La prudencia es una virtud superior a la astucia; la serenidad, la clave de cualquier género de comportamiento responsable. La demagogia temeraria deja de ser un error para convertirse en un mal incalculable. Insisto en que volver otra vez a recordar lo que el tiempo ha cubierto con su peso y con su valor es un disparate de tremendas e insospechadas consecuencias. El ejercicio de la reconciliación nacional lo llevamos a cabo hace mucho tiempo. En las filas del Frente de Juventudes, donde yo me honré en pertenecer, jamás se habló de rojos ni se lanzaron vituperios contra los que considerábamos adversarios. Yo pertenezco a una generación que no hizo la guerra, pero fui testigo con nueve años de la tragedia que asoló a nuestra tierra. En mi propia familia sentí el desgarrón que suponía esta lucha fratricida. Un hermano de mi madre, comandante de la Guardia Civil en Albacete, fue fusilado y rematado horas después a bayonetazos en el Hospital Naval de Cartagena. Mientras tanto, en otro lugar de nuestra misma tierra, un hermano suyo pertenecía al ejército republicano. Moriría después en el exilio. Nadie puede, pues, acusarme y como a mí, a centenares y a miles de españoles, de haber fomentado una moral cainita. Mejor que memoria histórica, cabría decir olvido histórico, porque aunque creemos que la situación originada por la República española demandaba una solución quirúrgica, y la verdad no puede estar en modo alguno en dos sitios, los que servimos unos ideales de justicia y de amor no nos podemos resignar ahora a refugiarnos en un silencio cómplice, ante lo que acontece actualmente en la vida española, es decir, con la ruptura de su unidad, con la suicida disgregación que esta ley supone, con la sumisa aceptación de culpabilidades no existentes y con el olvido de hechos reales que muchos de nosotros contemplamos en nuestra primera juventud atónitos y prematuramente desesperados. Esta demagogia social nos puede conducir de nuevo a un enfrentamiento que no existe, a una lucha apagada en el tiempo y, en la razón, a un conflicto señalado tan sólo por una memoria que pretendió la integración y que no suscitó nunca el ánimo de contienda entre los españoles. La responsabilidad histórica del actual presidente tiene caracteres de enormidad, es un salto mortal, una daga venenosamente afilada para que se introduzca de nuevo en el corazón de los españoles y que también produce un hecho que quizás no hayan tenido en cuenta los legisladores. Que el actual Rey de España, que lo es de todos los españoles, aceptó en su día la legitimidad histórica del 18 de julio. La condena total al Régimen no admite excepciones e incorpora a la figura del Rey a esta condenación.
De todo lo escrito, me gustaría señalar un ejemplo claro de cómo actuamos la mayoría de los hombres que ostentamos responsabilidades políticas en el Régimen anterior. En cierta ocasión, un gobernador civil de una provincia española, cuyo nombre no hace al caso recibió una carta desgarrada y patética de un miembro del Partido Comunista condenado a muerte en la prisión de Burgos. En aquella carta se dirigía al gobernador del que había tenido noticias y sabía que actuaba en su misión con generosidad y con justicia. Al recibir la carta el hombre que ostentaba la responsabilidad en de Gobierno en la provincia, se trasladó a la capital de España para lograr cumplir el deseo de quien rogaba poder asistir a su madre, gravísimamente enferma, en los últimos días de su vida. Aquel gobernador consiguió el traslado del recluso a la provincia de Ciudad Real y éste permaneció junto a su madre hasta que recibió las últimas paletadas de tierra. Este militante del Partido Comunista vive aún, se llama Benito Ruiz, y habita en la calle Ciudad Real de Miguelturra.
Él dio siempre muestras -porque quedó indultado años después- de una gratitud fervorosa y conmovida dirigiendo cartas significativas a quien había realizado aquellas gestiones por su nobleza y generosidad. No bastaría con conocer esta anécdota, a la que podríamos sumar centenares de actos que evidenciaban por parte de los vencedores o de los hijos de los vencedores un ánimo de reconciliación definitiva. Es posible que la fuerza mediática desatada a favor de la corriente que ha originado el presidente del Gobierno crean lo contrario, pero yo afirmo en este artículo que el tiempo pasará factura de este colosal error y que los españoles veremos claramente que en la angelical sonrisa del presidente Zapatero no había nada más que la turbia mirada de un rencor inabatible.


Publicado en el ABC el día 13 de Octubre de 2007.-

sábado, 13 de octubre de 2007

EN MEMORIA DEL MAESTRO RAFAEL (por Rafael C. Estremera)


El maestro Rafael es -para los españoles de bien- Rafael García Serrano. Al menos, con decir eso -el maestro- bastaba para que los españoles de mi generación -la que vio la llamada transición desde la muga, por poco más o poco menos, de la mayoría de edad- supiéramos de quien se trataba.

El 12 de Octubre de 1988 fallecía el maestro Rafael.
El maestro Rafael es -para los españoles de bien- Rafael García Serrano. Al menos, con decir eso -el maestro- bastaba para que los españoles de mi generación -la que vio la llamada transición desde la muga, por poco más o poco menos, de la mayoría de edad- supiéramos de quien se trataba.
Aquella fue -en lo literario o, por mejor decir, en lo editorial- una buena época. La editorial Planeta de José Manuel Lara -muy lejos de lo que hoy resulta- sabía conjugar el negocio con la calidad y, como resultado, fue reeditando casi todas las obras de Rafael García Serrano. Sabía que en ello tenía negocio seguro, porque había una legión de compradores anhelantes, y no se plegó a lo políticamente correcto.
En fin: que aquella epoca turbulenta, sucia, pervertida, nos trajo por otro lado la palabra de hombres como Rafael García Serrano, a los que los tecnócratas del régimen de Franco -los mismos que luego serían demócratas de toda la vida- habían querido silenciar.
Para los camaradas -para los simples españoles bien nacidos- que no han tenido ocasión, por razones de edad, de conocer a Rafael García Serrano, he aquí un breve apunte biográfico:
Rafael García Serrano nació en Pamplona, en 1917, y falleció en Madrid, el 12 de Octubre de 1988.
Falangista de la primera hora, salió voluntario con las tropas del legendario General Mola el 19 de Julio de 1936, de la pamplonesa Plaza del Castillo que da título a una de sus obras. Permanece en el frente de Somosierra hasta que una herida le obliga a regresar a su ciudad natal, donde se incorpora al equipo de Arriba España, del que es nombrado subdirector, continuando en el cargo hasta su reincorporación a la lucha.
Alférez Provisional de Infantería, la enfermedad le aparta de los frentes de combate, y durante su larga estancia en los hospitales publica su primera novela: Eugenio o Proclamación de la Primavera, comenzada en las aulas universitarias y concluída en los frentes.
Obtuvo en 1943 el Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera con La Fiel Infantería, novela que refleja los arquetipos humanos que hicieron posible la Victoria.
A La Fiel le siguen Plaza del Castillo, Los ojos perdidos, La paz dura quince días y La ventana daba al río, que forman parte de lo que el autor denominó Ópera Carrasclás.
Otras obras suyas son Los toros de Iberia, Las vacas de Olite, El domingo por la tarde, Retrato al minuto de un cabrón contemporáneo, El Obispo de Gambo tiene el honor de invitarle a la próxima guerra civil, Madrid noche y día, Feria de restos, Los Sanfermines, El pino volador y otras historias militares e Historia de una esquina.
Mención especial merece Bailando hasta la Cruz del Sur, relato de los viajes de la Sección Femenina por las tierras hispanas de América; Cuando los dioses nacían en Extremadura, la novela de la conquista de Méjico, y el monumental Diccionario para un macuto.
Ganador del Premio Espejo de España en 1983 con La Gran Esperanza, memorias de los primeros meses de la Guerra de Liberación; premio cuya concesión obtuvo el voto en contra del señor Fraga Iribarne.
Su ultima obra, V Centenario, nos advierte un futuro posible, hoy más que nunca cercano, próximo, ocurriendo ya, y ofrece un magnífico programa de actuación para cuantos creemos que España sigue existiendo. Cuando la llamada ley de Memoria Histórica -sectaria, falaz, partidista, revanchista, necia- nos pone en camino de la profanación de tumbas, de borrar el pasado para condenarnos a repetirlo, vayan aquí unos párrafos de V Centenario, que sitúa en la Basílica del Valle de los Caídos la cabeza de la resurrección de España:
* * *
Se tenía la sensación de un gran abandono, de una enorme tristeza conforme avanzaban hacia la gran nave y el crucero, un olor a mustio y sucio, fracaso y destrucción. La humedad de la montaña había filtrado grandes manchas oscuras por todas partes. Era justamente un sepulcro, más sepulcro que nunca desde que desaparecieron los muertos y no parecía quedar allí más que el recuerdo de su podredumbre. Y sin embargo allí acampaban, se movían, trabajaban hombres llenos de esperanza, todos ellos vivos y dispuestos a morir. No quedaba en aquel sepulcro gigantesco ni rastro de la muerte, ni huesos, ni siquiera polvo enamorado, y sin embargo allí estaba enterrada España, que ya no era de este mundo. Los ángeles con espadas parecían guardarla, y servir al Cristo clavado en la cruz de madera de enebro de Río Frío, que era como una llamarada en aquella rumorosa soledad. (...)
Diez escaleras. Los diez mandamientos. Se veía antes del altar la gran losa quebrada que guardó el cuerpo muerto de José Antonio, aquel lejano joven cuyas antologías eran la lectura de muchos cercanos jóvenes dolorosos y decididos, y el agujero oscuro donde fue enterrado.(...)
Pisaban teselas y taraceas de colores desprendidas del gran mosaico de la cúpula. El humo de los cigarrillos resaltaba en la luz que iluminaba al Cristo como el aliento de un extraño incensario. El lugar, tras de su profanación en el 89, no había sido reconsagrado jamás y la comunidad fue dispersada. El 89, recalcaban muchos, no es más que el 98 al revés. El 98 no tuvo vuelta. ¿La tendría el 89?
* * *
En la novela, Rafael García Serrano sitúa el estallido de la unidad nacional en el 89, jugando con el revés del 98 novecentista. No fue entonces, pero está siendo ahora. Rafael lo previó, lo escribió y sugirió la respuesta. Nosotros lo estamos viviendo.
Rafael combatió con las armas -frente a frente, como los hombres- cuando fue el momento; y luego, durante toda su vida, con aquella vieja máquina de escribir que parió algunas de las mejores obras de la literatura universal. Nosotros combatimos, -desde nuestro blocao de La Tribuna de España- con estas nuevas máquinas de escribir que la tecnología nos facilita. Y -Dios no lo quiera, pero tampoco lo impida si es necesario- con las armas que tengamos a mano llegado el trance.
Rafael, maestro, amigo, camarada: que los ángeles con espadas que guardan el Paraíso erecto, difícil, implacable, te den pronto la buena nueva de que otra vez tenemos España.

Rafael C. Estremera.


viernes, 12 de octubre de 2007

NUESTRA SEÑORA DEL PILAR







HIMNO



Virgen Santa, Madre mía.



Luz hermosa, claro día.



Que la tierra aragonesa



Te dignaste visitar,



Este pueblo que te adora,



De tu amor favor implora,Y te aclama y te bendice



Abrazada a tu Pilar.



Pilar sagrado



Faro esplendente,



Rico presente



De caridad,



Pilar bendito



Trono de gloria.



Tú a la victoria



Nos llevarás.



Cantad, cantad



Himnos de honor y alabanza



A la Virgen del Pilar.

__________
ORACIÓN



Oh Virgen del Pilar, Reina y Madre. España y todas las naciones hispanas reconocen con gratitud tu protección constante y esperan seguir contando con ella.
Obténnos de tu Hijo fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
Queremos que en todos los instantes de nuestra vida sintamos que tu eres nuestra Madre.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.






¡FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD!

Carta de 498 mártires a la Conferencia Episcopal Española


Queridos hermanos en Cristo:
Próxima nuestra beatificación del 28 de Octubre, no hemos querido posponer a esa trascendental y significativa ocasión las letras que en caridad os escribimos.
Tras haber dado testimonio de nuestra fe con el derramamiento de nuestra sangre y desde nuestra posición sostenida por el ejemplo de Jesús y atraídos por su amor, queremos anunciaros que por encima de las trágicas circunstancias que nos han llevado a la muerte cruenta, están los signos de amor, de perdón y de paz; caracteres que reflejan, de forma inquebrantable, al unir nuestra sangre a la de Cristo, la justificación de la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza. Y es ahí, en esta profecía de redención y de futuro divino en la que queremos infundiros para que seáis firmes en vuestras actividades y perseverantes en vuestro ideal.
Recordando y reivindicando el dogma de que la Iglesia Católica es la única verdadera y que fuera de ella no hay salvación, os pedimos misionar pacientemente a nuestros compatriotas, para que España vuelva a ser católica, y para que nuestra sangre sea semilla de recristianización.
No pretendáis logarlo de inmediato, ya que previamente se han de subsanar los deterioros, consentimientos y errores emanados de vuestras manos. Tenéis que aprender con humildad paciente a que maduren los frutos para poder apreciar debidamente su sazón.
No seáis esclavos del consenso y de los recuerdos tristes de aquella tapadera de reconciliación, con la que tapasteis la causa de nuestro martirio para justificar la reconciliación en la aprobación de la Constitución atea del 78. La herida estaba ya cicatrizada, ¿a qué remover dolores y sufrimientos antiguos con la traída y llevada reconciliación taranconiana? Lo que paso, en todo caso, es responsabilidad para bien o para mal de sus autores. De ahora en adelante procurar reconstruir el deterioro, las leyes inicuas que han acontecido, los traspiés plasmados en tantas y tanta apostasía, los beneplácitos y aquiescencias nacidas de aquel llamar “Don Santiago” al asesino de Paracuellos.
¡Ah! algo muy, muy importante, mantened viva la esperanza de que nuestro testimonio es más fuerte que el pretendido poder y la manifiesta violencia de los falsos profetas, con sus vanas promesas del paraíso en la tierra y con su ateísmo. No os parapetáis defendiéndoos del Amor de Dios, sino dejaros tocar por Él, y abrid vuestros corazones para que recibáis la plenitud de la alegría. Esa plenitud es un haz de luz., el regio y solemne don que una vez dentro de vosotros, contagie y viva para expulsar la tristeza y el desánimo de todos los que os rodean. Ese premio es un rayo de luz que debe permanecer siempre encendido, iluminando todos vuestros actos y sirviendo de guía a todos los que a vosotros se acerquen, porque cuando en vuestra vida interior hay luz y dejéis abiertas las ventanas del alma, por medio de esa alegría, todos cuantos pasan por la vía en tinieblas serán iluminados por la luz. Todos, incluso a los Judas que siempre os acompañarán como al Maestro.
Dirigíos hacia lo alto caminando adelante con la confianza de que cada día nace el sol después de la noche. No tratéis de que otros cambien, sed responsables de vuestras propias vidas y cambiarlas sin deteneros y sin posar vuestras sonrisas democráticas en las fotos con nuestros verdugos. Tampoco os detengáis en los detrimentos que hicisteis, contemplar la meta y caminad en lo bueno que debéis hacer. Lo que viene os hará sufrir, no en vano el éxito no se mide por lo logrado, sino por los obstáculos vencidos en el deber ser. Recordar que cada día tiene su propio afán.
Una última aclaración antes de despedirnos. No os esforcéis en sustituir y tergiversar cobardemente en el sentido semántico de Mártires de la Guerra Civil, que todo el mundo conoce, sabe y certifica, por el descafeinado de “mártires de la tercera década del siglo XX”. Quede bien claro, no solo para los que desconocen la historia sino para los que conociéndola se callan, que todos los católicos españoles martirizados por los rojos optamos por la opción nacional española. Sí, otros también luchamos, unos incluso combatieron con armas como el Ángel del Alcázar, otros en las trincheras como el Padre Huidobro, y nosotros también luchamos, desde nuestras posiciones, con nuestras plegarias, ansiedades, pesadumbres y sufrimientos, hincados en nuestros reclinatorios y con el corazón puesto en el Altar, para que el Buen Dios ayudase a los nuestros a librarnos del comunismo y así poder reconquistar la Realeza de Cristo. Por ese noble ideal fuimos martirizados, sin que uno sólo de nosotros apostatase. Sinceramente nos sentimos orgullosos de ello, como así mismo lo sienten los 479 beatos y Mártires de la Guerra Civil, que nos han precedido en once ceremonias a partir de 1987, y de los cuales 11 de ellos son ya santos. Si, somos los Mártires de la Cruzada, los mismos que hemos de ser beatificados fuera de nuestra Patria, porque en ella “no hay lugar en la posada”. Eso es exactamente lo que habéis hecho ver al Vaticano, con la sutileza de vuestra excusa pueril de que en España no existen templos que puedan albergar a la multitud de españoles que asistirán a tal evento. Sin embargo, desde nuestra posición celestial observamos que tanto en el Cerro de los Ángeles como en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, podría congregar un mayor número que en la de San Pedro. Pero claro, eso escocería a los demócratas de la laicidad, a los que os empeñáis en tildar de “sana”, a pesar de que, bien sabéis, el cáncer nunca puede ser sano, y ese es vuestro verdadero peligro al tiempo que os da inseguridad de obtener una fe responsable.
Una cosa más, no olvidéis que Dios os ha consagrado para realizar su Reino. Vivid e intentar alcanzarlo, poniendo la vida en ello, y si os dais cuenta de que no podéis, quizás entonces necesitéis hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical de vida, pero estad seguros que con otro aspecto, otras posibilidades y con la Gracia de Dios, lo lograreis. Así ha sido siempre a lo largo de los siglos hasta nuestros días.
Para terminar una pregunta curiosa: ¿Habríais sido capaces de firmar la Carta Pastoral del Episcopado Español de 1 de Julio de 1937 o como demuestran los hechos preferís seguir rubricando el mal menor?
Antes de despedirnos os emplazamos a que recibáis nuestra mejor sugerencia: Sed valientes y no pactéis con el César, buscad primeramente la Unidad Católica de España y a renglón seguido llegará el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. Hasta el cielo y en abrazo eterno.+ Cuatrocientas noventa y ocho firmas legibles.
José Luis DÍEZ JIMÉNEZ + 15 -7-07

sábado, 6 de octubre de 2007

CUESTIÓN DE PRINCIPIOS


La imposición de Educación para la ciudadanía pone en juego nuestra libertad .


Ese tipo de delirio antidemocrático ha de ser atajado desde el primer momento. No se trata simplemente de poner reparos a una nueva materia escolar. Lo que está en juego es una cuestión de principios: la libertad. Escribe don Teófilo González Vila, doctor en Filosofía y miembro de la Asociación Católica de Propagandistas .


La asignatura Educación para la ciudadanía, tal como está concebida y establecida, responde a una concreta concepción particular moral y antropológica. Pero en cuestiones de esa índole las autoridades públicas están obligadas a respetar escrupulosamente la pluralidad a la que da lugar el ejercicio de las libertades ideológica, religiosa y de enseñanza, así como, muy en concreto, el derecho de los padres a decidir qué formación moral han de recibir sus hijos. Imponer a todos como obligatoria esa materia supone conculcar esas libertades, vulnerar ese derecho. Es más: aun cuando se limitara a ofrecer esa materia como opcional, la autoridad pública ya sólo con eso favorecería a la concreta opción particular que la inspira y dejaría de guardar la imparcialidad a la que está estrictamente obligada para asegurar a todos los ciudadanos el ejercicio de sus libertades en pie de igualdad.


No cabe duda de que, con esa mera oferta ya se tomaría partido, se pondría todo el peso del poder y sus medios a favor de una línea moral concreta que quedaría así oficializada. ¿Y las otras? El poder no puede legítimamente imponer ni aun favorecer ninguna opción, ni aun cuando fuera la mayoritaria, ni aun cuando fuera la católica. Por las mismas razones que nuestra Constitución establece que «ninguna confesión tendrá carácter estatal», hemos de repetir que ninguna moral tendrá carácter estatal.


http://www.alfayomega.es/revista/550/14_reportaje0.html

jueves, 4 de octubre de 2007

¡FUERON APÓSTOLES Y MÁRTIRES!


¡FUERON APÓSTOLES Y MÁRTIRES!

En las primeras páginas del libro "El Terror Rojo", recoge Javier Esparza, su autor,una frase de Cambó, según la cual fue la Iglesia misma la culpable de la persecuciónque sufrió. Decía así el político catalán: "Si hubieren sido apóstoles, hoy noserían mártires". Esparza admite la posibilidad de que la afirmación fuera adecuadapara una época anterior a al República, pero no para después de 1930.

Pues tampoco para los años anteriores a la República. Aunque aparentemente laJerarquía seguía vinculada a la farsa de monarquía que España padecía desde 1833,una gran parte de la Iglesia, la mejor, estaba junto al pueblo, trabajaba enbeneficio del pueblo y hacía apostolado entre el pueblo.

Los gobiernos de Isabel (II) hicieron todo lo posible para eliminar la influencia dela Iglesia, para apartar a los españoles de la Fe. Mediante la desamortización elEstado se apoderó de los bienes de muchas fundaciones que servían para sostenerinstituciones de caridad y enseñanza, con las que la Iglesia realizaba su apostoladoentre los más desfavorecidos. Con la exclaustración y supresión de comunidadesreligiosa amplios sectores de la sociedad española, especialmente los más humildes,quedaron desasistidos espiritualmente. La culpa de esa falta de apostolado hay quecargarla a los liberales, a los correligionarios del Sr. Cambó.

La Iglesia reacciona. Es impresionante la cantidad de congregaciones que se fundandurante la Restauración y la expansión que experimentan otras ya existentes. Lamayor parte dedicadas a la enseñanza y a la atención de enfermos y ancianos. Todoello sin la menor ayuda del Estado y teniendo que soportar muchos trámites legales.También el Estado reaccionó y a punto estuvo de prohibir la enseñanza a losreligiosos con la famosa "Ley del Candado" de 1911.

Fueron mártires, precisamente porque habían sido apóstoles. Todos los intentos deasociar la persecución religiosa a una posible alineación de la Iglesia con lasclases dominantes, carecen de fundamento. Al contrario: una mirada imparcial sobrelos campos en que las congregaciones religiosas ejercían su apostolado nos hará verla cantidad de escuelas, regidas por religiosos, en que eran instruidos los hijos delos trabajadores.

La persecución a la Iglesia sólo es explicable por un odio a la misma inculcado enel pueblo por quienes se proclamaban sus redentores. Por quienes nada hacían por él,salvo buscar una fuerza para sus violencias mientras no sólo lo mantenían en suignorancia, sino que les embaucaban con utopías.

Fueron décadas de propaganda anticatólica, tolerada por una monarquía que se titulaba católica. Para las clases superiores, la universidad infiltrada por lasInstitución Libre de Enseñanza. Para el pueblo bajo, periodicuchos plagados deburlas y calumnias contra la Iglesia y el clero, como "Fray Lazo", "La Traca". "ElRuido" y demás.

La labor de la Iglesia junto al pueblo fue importante. Pero no pudo llenar el vacíoque había dejado la persecución del siglo XIX. Además los enemigos eran muchos, muypoderosos, muy variados y perfectamente organizados.

Sabían a dónde dirigían sus tiros. Ya durante la Semana Trágica de Barcelona,"pagaron el pato" las escuelas católicas que en los barrios barceloneses, enseñaba alos hijos de los obreros. Los claretianos, de reciente fundación para misionar enlos ambientes más humildes, presentan el mayor número de martirizados. Siguen losfranciscanos, la orden que exalta la pobreza. Luego van escolapios, maristas ylasallianos, que ejercían la enseñanza preferentemente en ambientes humildes.Impresionan e indignan los martirios de los frailes de San Juan de Dios arrancadosde los hospitales donde atendían a los enfermos más necesitados. Nada digamos de lainmensa legión de sacerdotes rurales que atendían los pueblos más pobres de lageografía española. Repetimos que sabían a dónde dirigían sus tiros: hicieron losmártires entre los mejores de los apóstoles.

Mención especial hemos de hacer del P. José Gafo Muñoz O. P. sus desvelos por lostrabajadores le habían granjeado una cierta amistad con dirigentes de la UGT.También será beatificado el día 28 de octubre.

Con su brillante frase, que tanto habrá gustado a nuestros liberales católicos,siempre propensos a poner atenuantes a los desmanes de la Revolución y a echar a laIglesia la culpa de todo, Cambó descubrió su esquema mental, según el cual laReligión debe servir para tener domesticados a los trabajadores.

En efecto: lamenta que la acción de la Iglesia no hubiera sido capaz de mantener atodo el pueblo apartado de las doctrinas marxista y anarquistas. Es la clásicamentalidad del burgués de derechas que considera útil la Religión por sus efectos enla moralidad de los pueblos. "El catecismo es bueno para los obreros; para que seanmás humildes". Frase que escuchamos en nuestra niñez en la representación de unentremés en la catequesis, puesta en boca de un señoriíto. Y está en perfectasintonía con lo que dijo Voltaire (al menos eso dicen que dijo): "Si Dios noexistiera, habría que inventarlo".

La frase de Cambó es la expresión del egoísmo de una clase materialista, queprescinde de Dios pero que quiere la religión para otros, a quienes considerainferiores, para que se porten adecuadamente como "buenos chicos" y no perturben susdigestiones.Comunión Tradicionalista

Carlos Ibáñez Quintana (03/10/07)


lunes, 1 de octubre de 2007

EL ALDEANO Y SU CABALLO




Allá por los tiempos de Maricastaña y en uno de esos países lejanos donde suceden todos los cuentos,ocurrió esta historia que anduvo de boca en boca para escarmiento de generaciones ya hasta la nuestra.El lugar de nuestra narración limitaba hacia el sol naciente con Jauja y era en esta hora temprana cuando sus habitantes acercaban su mirada de nuevo al Este.Pero luego el sol subía y entonces todos olvidaban y deslumbrados bailaban de contento al ritmo de una música que sonaba,sonaba y sonaba aunque nadie sabía en realidad cual era la mano oculta que con tanta seducción y embeleso hacía soplar la mágica melodia. Hacia el Oeste por donde el sol se ponía una y otra vez después de tanta y tan celebrada zarabanda diurna,estaba el país de los Enanos que ya en el tiempo de nuestra historia había adquirido bastante notoriedad pues reciente estaba la visita que un famoso marinero inglés llamado Gulliver le había hecho,un tanto en contra de su voluntad eso sí.Allá por los tiempos de Maricastaña y en el país de nuestro cuento vivía un aldeano rico y poderoso que que merecía el afecto y el respeto de los suyos.Nuestro aldeano poseía un hermoso caballo que era el asombro y el orgullos de los lugareños.Un espléndido alazán.Pero he aquí que el tiempo se vino y se fue,se volvió a venir y a marchar y el aldeano sintió acercarse el fin de sus días.El pueblo empezó a hacer cábalas sobre quienes heredarían el magnífico animal.De todos los linajes,parientes y no,consanguíneos,afines y bastardos protestaron su derecho.El pueblo entre atónito,confíado y divertido vio así a una penosa fauna nadar y guadar la ropa,repicar todas las campanas y formar cuantas procesiones se terciaban,intentando por cualquier camino y precio ser los llamados a poner sus nalgas sobre el hermoso y noble caballo de nuestro cuento.Pero no.Nuestro caballo si tan noble,ya no era tan hermoso.Recogidos en la conspiración y la intriga nadie le prestaba la menor atención.Su pitanza era corta y miserable pues los sedicentes herederos se la iban quitando de la boca pretextando la necesidad de hacer acopio para cuando cada uno de ellos se tuviese que encargar de alimentarlo en sacrificado monopolio.Sabedores de que al final sólo unos cuantos serían los elegidos,muchos habían renunciado al premio gordo para ir quedándose con las sobras.Días dificiles vinieron en que si nuestro caballo no se fue a hacerle compañia a sus antepasados fue por la generosa bondad de forasteros venidos de los cuatro puntos cardinales que entre sus equipajes traían algún terrón de azúcar con que reanimar a a nuestro expoliado y noble amigo. Tiempo llegó en que apenas cubría a nuestro caballo una anta remendada que a juzgar por sus bordados había conocido también tiempos mejores. El tiempo discurría en entretanto.Llegaban las fiestas populares y en ellas nuestro caballo.Lo enjaezaban con los cuatro pingos que que aún poseía,disimulaban sus huesos y pintaban sus llagas de alegres colores.¡Qué hermoso está nuestro caballo!,gritaba el pueblo.Un día el viejo y honrado aldeano murió.El afecto y el respeto del pueblo le acompañaron hasta el final y aún después.Y también la prisa de muchos.Por qué apenas nuestro poderoso aldeano había cerrado para siempre sus ojos,la horda de candidatos se lanzó a colmillo abierto,arrolló lo que quedaba de la en un tiempo magnífica cuadra y todos a la vez montaron al pobre caballo. Reventó sí,como suena.reventó porque sus últimas fuerzas se habían ido con sus últimas privaciones y sin una queja fue a reunirse con su amo,sepultado por aquella patulea infecta.Con él se fue también timbres de gloria pasados,con él se durmieron para siempre cosas hermosas que algunos creyeron imperecederas. (Contaron las viejas del lugar en historias repetidas una y otra vez mientras las chimeneas parpadeaban las frías veladas de invierno que la misma noche que nuestro caballo fue masacrado,seres sin rostro,con manos como de tierra orinada terminaron de descuartizarlo y quien la piel,quien la sangre,otros la poca carne que le quedaba pegada a los cansados huesos,terminaron de borrar toda huella del caballo de nuestro cuento y sólo quedó,confundida con el suelo porque con esa no pudieron,una gran mancha de verguenza)

JESÚS SÁIZ Y LUCA DE TENA ("El aldeano y su caballo"fue escrito en diciembre de 1.971,en un tiempo social y políticamente azaraso.Enviado sucesivamente a tres periódicos madrileños,ninguno consideró conveniente su publicaciónHoy 24 años después,plenamente vigente su gallardía y su carácter premonitorio,nos complace rescatarlo dándole acogida en nuestras páginas.-(LA NACIÓN 24-05-1.995")




EL QUE QUIERA ENTENDER QUE ENTIENDA