miércoles, 29 de enero de 2014

Ha muerto D. BLAS PIÑAR

Tengo un nudo en la garganta y los recuerdos de casi cuatro décadas pugnando por salir de la memoria con la misma presión con la que a veces, durante años, lejos ya de los tiempos de escuadras de camisas azules abriendo paso, tuvimos que estar a su lado para evitar, literalmente, que la gente, en su afán por saludarle, llegara a impedirle continuar.
 
No creo que hoy sea capaz, ni de lejos, de poder expresarme con soltura; ni de, con estas líneas, poder rendirle el homenaje que se merece. Pero sé que, al igual que tantas veces intervine con él en actos públicos, en esta hora siempre difícil, siempre amarga, no pueden faltar mis palabras cuando él marcha para siempre a formar en esos luceros que a mí me gusta invocar, porque son los que, con su ejemplo, nos animan a continuar en el combate por España.
 
No me siento portavoz de nadie. Estas líneas no son más que la rememoración emocionada, con ojos vidriosos mientras escribo, de aquel muchacho que, como tantos otros, allá por el lejano 1978 pidió su alta en las filas de Fuerza Nueva emborrachado de luceros y amor a España.
 
 
Soy de esas decenas de miles de jóvenes que en la Transición siguieron a un hombre que les prometió trabajar para hacer de esta "España sucia y triste una Patria libre y hermosa". De los que aprendimos a su lado a amar a España como "unidad de destino, historia y convivencia", con vocación de perfección; de los que, en tiempos aciagos, cuando el patriotismo se proscribía e incluso se perseguía, enarbolábamos esa bandera que un día debía de triunfar: "sólo sé que un día, solo o con los que me acompañen clavaremos las banderas jamás arriadas en lo alto", nos decía en una reunión de su Fuerza Joven.
 
 
Soy de esos jóvenes que le admirábamos porque jamás traicionaba sus ideales, porque jamás cedía a la conveniencia, porque era el ejemplo vivo de la coherencia política cuando otros pensaban no en transformar la realidad -como él quería hacer pues siempre fue un auténtico revolucionario en la estela de José Antonio- sino en acomodarse al tiempo para seguir enfundados en la prebenda.
 
 
Fue perseguido por el sistema, vilipendiado por el sistema, acusado por el sistema, pero sabía como nadie sobreponerse, merced al tesoro de la Fe y a su fe ciega en la Providencia, a los muchos momentos duros que tuvo que vivir.
 
 
"Dios y yo somos mayoría absoluta", nos dijo cuando fue elegido diputado y amenazó con tocar el silbato si reglamento en mano le impedían hablar. Era para nosotros un monumento a la lealtad, a sus juramentos y a la sangre derramada, que alzaba su voz frente a los mismos que antes medraron al amparo del franquismo, de la camisa azul, de la guerrera blanca o a las faldas del catolicismo político.
 
 
Soy de esos jóvenes que lloramos de rabia e impotencia cuando los miles de aplausos y abrazos que cosechaba en sus intervenciones, cuando esas masas de españoles que acudían a escucharle eran incapaces de apoyarle en lo más sencillo, depositar el voto en la urna. Siempre les despreciaré porque fueron los causantes de la quiebra de una gran esperanza, pero en la culpa llevan la penitencia de haber contribuido a derribar el sueño de juventud al que como caducos conservadores renunciaron por las miserias de las lentejas.
 
 
Blas Piñar ha sido Blas Piñar hasta sus últimos momentos, hasta cuando hace unas semanas me escribía diciendo "ya no tengo fuerzas". Hace unos años, ya aquejado por la dolorosa enfermedad que le ha acompañado en el último tramo de su vida, en uno de sus últimos grandes actos nos dijo -escribo de memoria porque prefiero el recuerdo a la literalidad-: "no sé si éste será mi último discurso, pero sí sé que mientras me queden fuerzas estaré defendiendo a Dios, a la Patria y a la Justicia". No le importaron en esos años ni los consejos, ni las recomendaciones, ni los riesgos que asumió, ni el agotamiento personal que cada intervencion pública le suponía, porque mientras pudo siguió acudiendo, siguió estando ahí. Y cuando no pudo jamás faltaron sus palabras. Nunca se rindió y nunca pensó en su propia imagen para la posteridad: "si mi nombre puede servir para algo ahí estará, acompañándoos". Pese a lo que algunos puedan pensar su afán de servicio le hizo ser tremendamente humilde: pasó de gran lider, del aclamado "¡Caudillo Blas Piñar!", a ser militante de filas, pese a los puestos honorarios, y figurar en el último puesto de alguna candidatura. A él sólo le movía una inquebrantable Fe y un inmenso afán de servicio y, como al Cid, le pasó aquello de "qué buen vasallo si hubiera tenido buen señor".
 
 
No pocos nos sentimos hoy un poco huérfanos pues éramos su otra familia, la de los camaradas. Él ya no está, pero no se ha ido: los hombres mueren pero su espíritu permanece. Blas Piñar sólo ha cambiado su puesto de servicio. Él no marcha al descanso eterno de la Gloria sino a la Guardia Eterna. Esa que sólo dejará de formar el día en que torne la Primavera. Los ángeles del Paraíso, aquellos que en la imagen joseantoniana formaban vigilantes con espadas en las jambas de las puertas del Cielo, habrán rendido armas a su llegada; pero él, entre el descanso y la guardia, habrá escogido lo segundo para desde lo alto poder seguir combatiendo con nosotros.
 
 
Yo, que he perdido a mi maestro en política, a mi Jefe Nacional, a quien ha debido ostentar en estos años los tres luceros de la Jefatura Nacional instituida por José Antonio, sólo puedo hoy rezar, acompañarle en la distancia, depositar cinco rosas simbólicas sobre su cuerpo y gritar al viento aquello de "¡Blas Piñar, Presente!", tras entonar el viejo himno de amor y de esperanza.
 
 
Francisco Torres
 

domingo, 12 de enero de 2014

La añoranza del bien

Han vuelto a ser ellos. Se repiten las imágenes en televisión. Unos uniformados, junto a los coches. Otros de paisano, encapuchados, con los petos verdes y las letras amarillas del cuerpo, entran y salen de unos portales de Bilbao. Portan cajas de cartón o escoltan, con perfecta serenidad, con suavidad cabe decir, a algún detenido. Son las últimas imágenes que tenemos de una actuación de la Guardia Civil. En el golpe contra el grupo de abogados que dirigen y controlan a los presos de ETA. Por orden de ETA, como parte de ETA. Ha vuelto a actuar la Guardia Civil con toda la eficacia que le es propia. Una vez más y pese a la torpeza de los políticos. Que habían anunciado su operación con un aviso previo a los malos. Está curtida la Guardia Civil en superar y corregir desastres de la política en España. Y los ha pagado con un altísimo precio en sangre. Muchos centenares de miembros del Cuerpo han caído en el cumplimiento del deber. Y muchos de ellos por errores, culpas y cobardías de gentes ajenas al Cuerpo. De gobernantes que siempre le han exigido el máximo sacrificio, como debe ser exigido. Pero casi nunca han tratado a la Guardia Civil como merece ser tratada. Pioneros en la austeridad desde su fundación, han sufrido siempre la pobreza de este país y sus privaciones. Hoy mismo sufren de unos salarios, prestaciones e infraestructuras que debieran avergonzarnos. Y sin embargo, nunca hemos visto una merma en su entrega y su eficacia. Divisas que la definen como hoy a ninguna otra institución española. Eficacia, honor y vocación de servicio. Y el «Todo por la Patria». ¡Cuán antiguos suenan para la mayoría estos conceptos y lemas! ¡Cuánto esfuerzo por enterrarlos en las pasadas décadas! ¡Cuán obsesivas campañas de desprestigio contra sus valores! Pues ahí la tienen. Como la institución más valorada por la sociedad española. Que solo compite en afecto popular con los otros héroes de esta nación tan desgraciadamente posheroica ya que es España, con el milagroso ejército de Cáritas.
 
 
Los que no somos ya jóvenes recordamos los momentos, después de la Transición, en los que quisieron acabar con ella, con la Guardia Civil. Querían desmilitarizarla, sindicalizarla, liquidarla. Como sospechosa reminiscencia de un pasado que todos se empeñaban en criminalizar. Como representante de una España con la que muchos querían acabar. Si miramos hoy para atrás, es un absoluto milagro que esta institución fundada por el II Duque de Ahumada en 1844 haya sobrevivido en su actual forma. Todo sugería que, tarde o temprano, los políticos españoles de la democracia, cada vez más adanistas, fóbicos a las tradiciones e ignorantes esclavos del zeitgeist, acabarían enterrando a este Cuerpo y sus virtudes, muchas militares. No ha sido así y quizá de las pocas cosas que hoy harían levantarse a esta cobardona e indolente sociedad –como se levantan los pueblos cuando les quitan la Casa Cuartel–, sería que algún insensato lo intentara. La admiración que los españoles sienten por la Guardia Civil, como también por Cáritas, es una prueba de que no todo está perdido. Que las campañas del odio y del desprestigio no han podido con una realidad cotidiana en la que responden ambas, la Guardia Civil y Cáritas –Ejército e Iglesia, qué horror, dirán algunos– como representantes y demostración viva de ideales de entrega, probidad, eficacia y honor. Demuestra que esta sociedad tiene profunda añoranza de unos valores que se han despreciado como antiguos y superados. Pero que en realidad son los valores originales y los definitivos. Los valores permanentes del bien.
 
 
Hermann Tertsch
http://www.abc.es/lasfirmasdeabc/20140111/abci-anoranza-bien-201401110648.html

miércoles, 8 de enero de 2014