sábado, 5 de septiembre de 2009

El futuro



El otro día, como tantos otros, viajaba en un autobús urbano hacia algún lugar irrelevante para el caso. Me llamó profundamente la atención un cartelito azul que rezaba así: asientos de cesión obligatoria para los colectivos arriba señalados. Sobre esta leyenda se apreciaban varios dibujos representando ancianos, mujeres encintas y minusválidos.

A priori lo antes relatado puede parecer trivial, pero el hecho de que haya sido necesario crear una norma para que se ceda el asiento a aquellas personas cuyas facultades físicas se hallan mermadas, sinceramente, me parece preocupante. Ha desaparecido el reflejo automático, tan común no hace mucho, de levantarse para permitir viajar, con comodidad y seguridad, a aquellos cuyos cansados huesos hacen complicada la tarea de mantenerse en pie entre los empujones y el traqueteo propios del transporte público, sobre todo a ciertas horas. No se trata del hecho en sí, el problema es lo que subyace tras la actitud de las jóvenes piernas, que deniegan auxilio a un anciano mientras las posaderas que las acompañan crecen inexorablemente, tomando la misma forma que el asiento sustentador.

Cuando esas piernas eran niñas nadie les habló del respeto, de la solidaridad, de ayudar a aquellos en los que nos convertiremos en un futuro. El individualismo feroz crece disgregándonos como sociedad, convirtiendo las ciudades en lugares donde miles de personas viven juntas dándose la espalda unas a otras. ¿Por qué debo levantarme si un anciano, un discapacitado o una mujer en estado suben al autobús en hora punta? Si no sabemos la respuesta a esta pregunta tenemos un grave problema: nos hemos deshumanizado. La raíz de este asunto podemos encontrarla en la educación, y de ésta podríamos sacar varias ramas con dos fundamentales: la familia y el colegio. Está más que dicho que hemos pasado de un modelo familiar autoritario a uno excesivamente permisivo, así es. Sin embargo, un problema aún mayor que la permisividad es la nula educación de los hijos. El niño imita lo que ve en sus padres pero, ¿qué sucede cuando no ve nada? En ocasiones se trata del trabajo, otras veces los padres no desean cambiar sus antiguas vidas tras el nacimiento y, a menudo, los momentos que padres e hijos pasan juntos se reducen a fines de semana que los progenitores invierten en alternar mientras los infantes se aburren a las puertas de la cafetería de turno. El resultado es que el niño aprende a no preocuparse por nadie, pues nadie se preocupa en exceso por él.

Viajemos hasta nuestro enclenque sistema educativo, es un decir, veremos que instruye, poco y mal, pero que además contra educa. La excesiva valoración de la competitividad, de ser el primero, el mejor, el más fuerte, estaba muy bien cuando nos valíamos de los dientes para matar nuestro alimento, ahora usamos el cerebro. ¿Compañeros? No, rivales, eso es lo que aprenden a ser los jóvenes españoles desde hace muchos años. Que el muchacho de al lado tropieza, mejor, yo adelanto un puesto. Si unimos una cultura deficiente, producto de una enseñanza que agoniza, cuyo patrón se cambia con cada nuevo Gobierno, basándose en criterios políticos, no pedagógicos, a la rivalidad inoculada en los estudiantes, obtenemos un cóctel muy peligroso. Si a este brebaje le añadimos una ausencia de los progenitores en los momentos clave del desarrollo juvenil, entonces estamos perdidos. Nos llevaremos las manos a la cabeza porque nuestros trece añeros se emborrachan, miles de adolescentes sufren cada año embarazos no deseados y cada fin de semana algún chaval sale, de discotecas o botellones, con el labio partido o una navaja clavada en el costado. Diremos que la juventud es irresponsable, drogadicta y alcohólica, sí, lo diremos, pero deberíamos pensar qué hemos hecho para que así sea.

Finalmente, los adolescentes de hoy crecerán y tendrán hijos, transmitiendo a su descendencia todo aquello que han aprendido por su cuenta, porque nadie se molestó en responder a sus preguntas, en atender su sed de conocimiento, su curiosidad natural. El resultado lo veremos en un par de décadas, y volveremos a culpar a la mocedad de todo lo que suceda. Como de costumbre, aprenderemos a trancazos, cuando nuestra sociedad sea insoportable, empezaremos a preguntarnos qué hicimos mal.


Juan Urrutia

http://www.vistazoalaprensa.com/




2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que es un pena la situacion que vivimos.Por cierto, dentro de poco hablare en mi blog sobre la juventud actual y el sistema educativo, aun estoy perfeccionandolo.

27 puntos dijo...

Espero ansioso tu artículo.

Saludos.