jueves, 14 de octubre de 2010

Editorial y programa 48 de LGE: La casta parasitaria


Era cuestión de decidirnos a arrancar. En cuanto lo hemos hecho, los acontecimientos, los personajes y el comic permanente en que nos encontramos en la política española, nos alcanzan y ya no dan tregua.


Si despedíamos el anterior programa dejando en el aire el resultado incierto de una huelga de plastilina, y el sometimiento diplomático y de política internacional del gobierno Zapatero a Mohammed VI, recibimos e
éste con la certeza del gran fiasco que fue la jornada de trabajo para los liberados - que ese día acudieron a trabajar como un solo hombre, en su función de piqueteros, con la garantía de que a ellos no se les descuenta la jornada - y la nueva tomadura de pelo de otro sátrapa uniformado, al frente de un país hastiado, cansado, dominado por el terror rojo y que ampara, prepara, diseña y entrena las mafias asesinas de ETA, ante el que también nos inclinamos.


Con todo, lo peor no es esto - que ya se conocía y lo han practicado, una vez más, todos los gobiernos de la "corruptocracia" que padecemos, fuere cual fuere su color - lo peor es que en esta ocasión, comprendida la debilidad española como nación soberana del gobierno Zapatero y a la vista internacional de su memez congénita, ésta vez nos mandan a una versión de gorila que antes fue fiscal, torturador y, según parece - y en opinión de los venezolanos - presunto asesino, a explicarnos la fiabilidad de nuestras instituciones, de nuestra judicatura, de nuestras policías y de, en general, todo lo que España representa en el mundo actual: choteo.


No me entiendan mal. Los que hemos padecido persecución policial y judicial o conocemos a Garzón en propia carne, tenemos cierta tendencia natural a comprender también las acusaciones del gorililla diplomático. Y es que algunos bien podemos acreditar que la policía, cuando se pone, sacude unos zurriagos en los calabozos y centros de internamiento que tiembla el orbe. Al menos a los "facistas", que con estos está todo permitido, no estamos contados y, sobre todo, tenemos muy mermada nuestra capacidad de respuesta. Dicho de otro modo: sale gratis.


Tampoco puedo poner la mano en el fuego por los jueces, porque si valoramos al efecto las actuaciones del mencionado y presuntamente prevaricador Garzón, no podremos sino concluir que los procedimientos de la Audiencia Nacional, al menos parcialmente, apestan a chirigota, a apaño, a pacto político a cualquier precio y, en general a engañifa con "lodos del camino".


Pero dicho esto conviene aclarar dos cosas más:


Primero: en nuestra casa, en el salón de nuestra casa y de nuestra familia, hablamos mal nosotros, en privado y sin testigos. Jamás se lo permitiremos a un energúmeno, enemigo de España por convicción, ideológicamente perverso, personalmente macabro y psicológicamente trastornado que además miente como el bellaco que es, ciscándose, una vez más, en nuestra soberanía.


Segundo: a esas babosas a las que, entrenadas por el bastardo Cubillas y su mujer, les soplas en la nuca y cantan "La Traviatta" en versión original a dos voces, no les han puesto una mano encima ni la policía ni la Guardia Civil, ni su... propia madre, y no porque aquellos no lo desearan o no pudieran hacerlo, sino porque no hizo falta. Porque los valientes "gudaris" de la ametralladora y el tiro en la nuca, lo único que necesitan en dependencias policiales es una torunda de algodón lo suficientemente gruesa como para... ¡hacerlos callar! Y es que el que nace sabandija cobarde, muere sabandija cobarde, así sea de viejo.


Ello, por no entrar en el pequeño detalle de que escriben, redactan y coleccionan todo tipo de informaciones en los ordenadores que se les incautan, y que no hacen sino poner sobre la pista de lo que, por otro lado, ya les han dicho en seis idiomas.


Y qué decir de los sindicatos de clase... de primera clase. En su viaje en el tiempo, cambiaron su cóctel Molotov por su cóctel de champán... y de nuevo al Molotov. Pero ya no les pilla entrenados. Ya no les acompaña la razón, ni la convicción de lo que hacen. Ya no son las famélicas legiones a las que dicen representar y que de nuevo existen merced a sus políticas miserables. Ya no creen en lo que hacen porque son partícipes y corresponsables de las mismas.


No nos equivocamos un ápice y, gracias a Dios, nos ahorramos el bochorno de participar en una patochada que ni fue huelga, ni atacó a los responsables, ni buscó, nunca, nada.


Una huelga a tiempo tasado, en la que los liberados cobran; que no paraliza el país; que se dirige contra las víctimas y no contra los verdugos y, sobre todo, que acaba en un rato sin esperar a dar la batalla y a pretender ganarla es, sencillamente, un fraude burgués.


Una huelga es la expresión de la desesperación, de la razón frente a la injusticia; es decir: ¡no puedo más! ¡No aguanto más! ¡Hasta aquí hemos llegado! Y razones había para ello, sin duda. Por ello no necesita de permisos, ni de mínimos, ni de pactos. Es la desesperación y la batalla o no es. Es vencer o perder ante el poder, luchando.


Jamás fue esa la intención; jamás contaron con la firmeza y la convicción de sus huestes; sólo tenían matones entrenados, no por el hambre, sino por el poder. ¡Qué bien hicimos en no acudir, a pesar de las razones tremendas que había para ello!


Es parte de lo que nuestro invitado de hoy, polémico donde los haya, ha llamado la casta política. Con él hemos analizado una parte de la realidad española a la que, como catalán de cepa que es, no renuncia y, una vez más, creemos que nos les dejaremos indiferentes con su testimonio. Acomódense y escúchennos.

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