lunes, 20 de diciembre de 2010

Editorial nº 51: La transición de Plomo. Homenaje a Juan Ignacio


Dice el autor de las primeras páginas del libro que la editorial ENR tuvo el acierto de publicar hace 5 años, que cuando asesinaron a Juan Ignacio éramos tan jóvenes, que ahora, 30 años después aún seguimos sin ser viejos. No es literal, porque él hablaba de los 25 años transcurridos entonces, pero sí suficientemente ilustrativo.

Los que conocimos a Juan Ignacio – algunos entramos a sus órdenes en Fuerza Joven con apenas 13 años – veíamos en él y quizá también en toda nuestra militancia temprana, la aventura propia de la milicia. La oportunidad de participar en nuestra propia historia; quizá la de emular a nuestros abuelos, o a veces incluso a nuestros padres... cuando eran jóvenes, es decir cuando caían acribillados en los primeros años treinta o marcharon a los frentes con la mirada y el corazón limpio, con la convicción íntima del que tiene razón, del que lucha por un ideal, del que está dispuesto a morir por él y por cambiar las cosas.

Era la época y la edad en que aquello que habíamos leído o que nos habían contado nuestros mayores con un regusto heroico en sus palabras, se podía hacer realidad empezando a militar, a vestir un uniforme - prácticamente el mismo que vistieron ellos – saliendo a la calle a gritar a los cuatro vientos que éramos las juventudes de España y que haríamos su revolución.

Era la militancia intuitiva, la que no necesita de razones sesudas sino de principios y valores generales mamados de nuestros ancestros, o aprendidos de otros camaradas. Pero era sobre todo una aventura de libros y de historia, en la que estar dispuesto a morir por un ideal eran sólo deseos que hicieron ciertos otros...

No parecía que cupiera la muerte en aquellos finales de los setenta por vestir la camisa azul y las boinas rojas o negras. Todos nos imaginábamos nuestra propia militancia emulando a Ramiro Ledesma, muriendo cuando él quiso y no cuando lo desearon sus verdugos; a José Antonio deseando ser la última gota derramada en el paredón; a Matías Montero vendiendo la prensa falangista y esperando que todos fuéramos capaces de ganar para España la cosecha de su muerte; a Alejandro Salazar.... a tantos y tantos otros que son nuestros caídos, nuestros héroes, nuestros combatientes.... más imaginarios que reales, pues sólo estaban en los libros y en las historias de nuestros mayores, que no obstante sabíamos ciertas.

Y sin embargo - a penas teníamos 16, 17, 18, 20 o 22 años a los sumo - tres balazos asesinos nos despertaron violentamente, sin piedad, sin poder volver atrás y nos dijeron: Estás donde se busca la revolución y se obtiene la muerte. ¿No la habías soñado? ¿Creías que nunca llegaría? Pues llega; está aquí, es el precio de la dignidad, de la lucha sin cuartel, de los más altos ideales y la mayor de las entregas y no está en los libros de historia ni en las charlas del abuelo. Está en el portal, en la puerta de tu sede, en la esquina donde pones los puestos o repartes propaganda; porque tú la has elegido; porque decidiste, como Eugenio, dar un paso más y elegir la muerte de voluntad, la que se logra por la convicción de que la buscas tú y te la impones con voluntad. Es aquella por la que miles de gargantas gritan para siempre, mirando a tu lucero, ¡Presente!, porque es la muerte en combate perpetuo contra el sistema. Y dos horas más tarde estábamos encarcelados...

Lo sabíamos. De repente fuimos conscientes de que lo que hacíamos era de verdad. Era la comisaria, la cárcel y la muerte. Y aquel hombre joven al que muchos mirábamos al pasar desde la distancia de la edad y el prestigio y susurrábamos su nombre – es Juan Ignacio, viene Juan Ignacio – se hizo de carne y de alma para siempre y nos enseñó que nuestra batalla también era real.

No todos estuvimos con él en el Frente. Las milicias de Primera Línea y las de Fuerza Joven y la Guardia de Hierro copábamos con ellos el espacio de la batalla. Pero su muerte nos regaló una conciencia falangista única a todos nosotros, como hacía generaciones que no se lograba. Su féretro fue custodiado, trasladado, protegido o enterrado por todos nosotros, sin distinciones de militancia, entre cargas policiales y botes de humo, frente a un Sistema que logró su muerte, pretendió nuestro silencio y buscó permanentemente nuestra aniquilación.

Un sistema que desarticuló todas las Organizaciones, nos encarceló y persiguió obsesivamente a las órdenes de miserables que habían vestido camisas azules y guerreras blancas, y que tanto se emplearon en crear el Gal como en acabar con la resistencia falangista. Era la época de Martín Villa y, sobre todo, de Juan José Rosón, que Dios confunda, ¡y vive el Cielo que casi lo lograron!

Lo recuerdo; eran los tiempos en que nacían himnos y canciones de guerra y hacías tuyos los de tus abuelos... y dos horas después estabas detenido, torturado, preso o muerto y silbabas un Envío entre las celdas contiguas, o cantabas “Yo tenía un camarada”, con el recuerdo puesto en tus muertos, en tus caídos, que no eran de papel, sino de carne y de alma, como las de Juan Ignacio, que nos enseñó que se lucha y se muere, y se grita ¡Presente! Y se sigue luchando y se sigue muriendo...

Treinta años hace que nos privaron de su presencia y de su lucha. Y si cualquier adolescente recién nacido a los libros sabe hasta la saciedad quiénes fueron los abogados de Atocha, y quiénes sus ejecutores, nada saben, en cambio, de Juan Ignacio. No les dice nada su nombre, jamás han oído hablar de él, no saben, en todo caso, si murió, cómo lo hizo y porqué. Y desde luego lo que nunca podrán averiguar es quien lo asesinó.

Porque el sistema que nos aniquila, aniquiló también su recuerdo; las investigaciones policiales, lejos de servir para esclarecer los hechos, sirvieron para detener, encerrar y encarcelar a sus milicias bajo cualquier excusa, para terminar extirpándolas de la sociedad. Pero nadie acusó jamás a autor alguno ni se conoce su identidad. Jamás nadie investigó su muerte y hoy, 30 años después, sigue siendo una incógnita... para el Sistema, que no para los falangistas.

Pero a algunos nos enseñaron - Juan Ignacio también - que esta lucha es para siempre, y que se lucha y se muere, y se grita ¡Presente! Y se sigue luchando y se sigue muriendo... Hoy, este programa, quiere ser un recuerdo emocionado, una reivindicación de Justicia, un homenaje permanente hacia su figura y una acusación a sus asesinos. Porque seguimos luchando y muriendo, y gritando ¡Presente! Acomódense y Escúchennos.


3 comentarios:

Alvaro Romero Ferreiro dijo...

Impecable Martín,como siempre.
Gracias por traerlo aqui

Rafa España dijo...

Estimado camarada:
No tengo tu dirección de e mail, es por ello que no tengo otra forma de felicitarte el nacimiento de el Niño Dios.
La estrella de Belén brille en tu casa y llene de felicidad a todos los tuyos.
Aquí te dejo enlace de tu felicitación.
¡Feliz Navidad!

http://2.bp.blogspot.com/_92jd-23Hj2s/TREEFp30vFI/AAAAAAAADGA/fjo6p5Ui9DQ/s1600/para27puntos.bmp

27 puntos dijo...

Igualmente.

Feliz Navidad para ti y los tuyos.