martes, 1 de noviembre de 2011

Bienvenidos al pasado

Debo ser de los pocos que no habla de las elecciones y su resultado; la razón de ello es que no me importan un pimiento. En este país, antes llamado España, aproximandamente la mitad de la población cree que si gana el PSOE de nuevo nos hundimos, y la otra mitad, que si gana el PP nos vamos al carajo. Lo triste, grave y preocupante, es que todos tienen razón.
Y la tienen no sólo porque nadie parece votar a favor, sino a la contra. “No quiero que salgan los mios, sino que no salgan los otros” parece ser la reflexión común. Muy triste para alguien como yo, que ya no sabe ni si soy “de los mios”.
Decía que no sólo tienen razón por eso, que puede ser incluso accesorio, sino porque aquí no son los políticos quienes gobiernan, sino los bancos. Y hay tantas pruebas de ello que enumerarlas me provoca excesivo hastío. Simplemente, fijémonos en quien es el candidato al que Botín presta su avión particular: es quien gana las elecciones. Es un suceso que se ha repetido durante más tiempo del que un ministrable sobrio podría recordar.
Esos bancos, tan refractarios a una posible socialización de las ganancias, pero que en cuanto vienen las cosas mal son los primeros en socializar las pérdidas, condonan deudas fantásticas a los partidos políticos, pero no dudan en tirar a la calle a muchos españolitos, cada vez más, son los nuevos amos, dueños de esas nuevas generaciones de esclavos que estamos forjando entre todos. Esclavos que se verán sin su casa, una casa que tasaron los bancos como quisieron, prestaron dinero con intereses imposibles (y que no salga el tonto útil de turno a decir que ellos se lo buscaron: ellos no tenían otro remedio, el alquiler en España es incluso más caro que una hipoteca, y nos pongamos como nos pongamos, el servicio de préstamo sigue siendo un oligopolio en España). Esclavos que al no poder pagar sus deudas por la situación que les zurra, no solo dan las llaves de su hogar, sino su alma, al seguir pagando sine die una cantidad imposible, mientras el banco se hace por miseria y compañía con lo que siempre fue suyo, y lo reutiliza como cebo para pescar a más incautos que también les darán su vida y alma. Pisos manchados de sangre y sudor que seguirán marcando el lomo de nuevos esclavos.
Dicen que volvemos al siglo XIX. Qué ilusos, ojalá fuera así. El problema no es que vayamos a volver a las condiciones del XIX, sino que en el XIX estaban mejor de lo que estaremos nosotros, con todas las cargas del “progreso” y con una regresión absoluta de la justicia social, desaparecida en las alcantarillas del gran capitalismo. Si tienes un problema y no lo soluciona el mercado, estás frito. ¿Tienes un niño enfermo? ¡Tonto!, te llamarán desde sus tribunas forradas en euros. La culpa es tuya por no abortar. ¿Tu madre no puede comer con su pensión? ¡Oiga! ¿ha oído hablar de la eutanasia?. Si no produces, es más, si no produces mucho y barato, por un cuenco de arroz mejor que por unos billetes, no sirves para nada. Y ya no existe familia posible que ampare la caída, pues la família es lo primero que este perverso sistema se ha encargado de destruir.
Por eso no hablo de elecciones. Porque al margen de la prensa, en la calle de verdad, la Patria, la política, el terrorismo… pasa desapercibido. Es fácil hablar de España, de la libertad y la democracia cuando conduces un mercedes y tienes un sueldo seguro. Pero cuando tus hijos pasan hambre y el banco intenta expulsarte de tu casa, todo es más mundano, y los grandes eventos te importan una higa. Llegamos poco a poco al momento en que parezca que todo sea peligro y la calle muerda. Entonces, es cuando la mirada de los españolitos de a pie se giraran y nos buscarán a los apestados por ser políticamente incorrectos, con la esperanza de que tengamos solución. Y será demasiado tarde.
Antes quería que se fueran, estos políticos y banqueros. Ahora no. Quiero que se queden. Algún día tendremos que juzgarles y ellos tendrán que calentar el banquillo con sus podridas nalgas.

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