domingo, 27 de octubre de 2013

Un minuto de tristeza

Y pensar que a Foxá ya no lo lee casi nadie, que las modistillas se comentan por guasap las sombras de Grey como antes hablaban de la sombra huidiza de Peter Pan, sin saber que en la transición les han robado la belleza del rubor en las mejillas. Comprobar que la espiritualidad de hoy la escribe Paulo Coelho, y que Madrid no cambia demasiado, que sigue soportando los tonos grises de octubre a pesar de que está cerrado el Lady Pepa, que no hay dónde olvidarlo a copazos, y que desde la Moncloa no renuncian a convertirlo en Madridgrado, como si fueran incapaces de rechazar la herencia recibida. Y entender que la victoria de lo progre en Estrasburgo se parece a la magia de Sarumán en el universo Tolkien, algo que convierte en necedades las razones que se le opongan, como si un sortilegio protegiese al pensamiento débil para hacerlo impermeable a las verdades. Y que aunque diluvien evidencias seguirá la izquierda yihadista inasequible al documento, compañera del alma, compañera de sus aliados de antaño, y la gran masa detrás, convencidísima de pensar por ella misma mientras repite el eslogan del último lobby protegido por el poder.
 
Y todavía, sabiendo todo esto, pecar de reaccionario, que es casi como mostrarse partidario de matar a un ruiseñor, como decir que Gregory Peck era muy feo. Con lo fácil que sería dejarse querer un poco y aplaudir a Obama, que por cierto aún hay quien le compara con Kennedy, como si eso no fuese más bien un insulto para cualquiera, que si no llega a ser por Kruschev y Harry Oswald el noviete de Marilyn acaba provocando una guerra nuclear. De momento el morocho se quedó sin dinero para abrir la Estatua de la Libertad, igual que se quedó sin ganas de cerrar Guantánamo.

 Y en éstas y en otras irrelevantes disquisiciones dejar que vaya triunfando el otoño madrileño. De algún modo sacar de la cabeza los muros derrumbados de Quevedo, que se han convertido en una rima pegajosa, inevitable como las de Bécquer cuando tienes quince años y la piba te ha mirado. Soportar el chaparrón con la pose digna del hidalgo que filmó Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall, ajeno al delirio colectivo que reza para que venga Mr. Adelson y nos haga croupieres a todos. Derecho –sólo por hoy– a estar triste. A pasear con el teléfono apagado, arrullados por las brisas del amanecer, en esos breves momentos en los que la lluvia todavía no es desagradable ni triunfa rencorosa la resaca. Joder, si hasta se ha muerto el único que cantaba viva España.
 

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