martes, 27 de enero de 2015

EN EL MOMENTO JUSTO

– ¿Estás segura de que quieres seguir adelante? ¿No te das cuenta de que este niño lo puedes tener en cualquier otro momento?
 
Debí lanzar una de las peores miradas asesinas de la historia de la humanidad, porque el pobre muchacho pareció encoger en su pupitre.

 De todas las frases que escuché aquellos tormentosos días, aquella fue sin duda una de las más desafortunadas. En aquel momento, mi compañero de clase me pareció un auténtico imbécil. Hoy pienso que el pobre se limitó a repetir lo aprendido tras tantos años de adoctrinamiento progresista. Ánimalito… pero vaya forma de meter la pata.
Por mucho que un proabortista quiera pensar que matar a un bebé dentro del vientre de su madre es un derecho, es obvio que, ni siquiera alguien tan obtuso podría creer que si pones fin a una vida, esa misma vida podría volver en el momento que a tí te parezca más conveniente.

 Y sin embargo, aunque no se lo crean ni ellos, esta es otra de las mentiras que repiten constantemente.

 Porque no les entra en la cabeza que las personas somos quienes somos desde mucho antes de nacer. Que mientras vivimos en el útero somos más pequeños, tenemos otro aspecto, pero somos exactamente los mismos que el día que salimos de allí.

 Que en el momento en que mi amigo me dijo aquella frase, el niño que tenía en la barriga es el mismo que hoy, 17 años después, es un chaval con mil virtudes, manías, defectos e inquietudes. El mismo que de chiquitito se cayó de lo alto de un tobogán y no soltó ni una lágrima, para demostrarme que era muy fuerte. El mismo que ha aguantado mis broncas después de cada trastada. Que lloró amargamente aquel día que le grité tanto por no haber hecho los deberes (todavía se me hace un nudo en la garganta cuando recuerdo sus lágrimas). El que se escapó del colegio con 6 años. El que vio amanecer aquella mañana en una playa de Alicante, sentado a mi lado, con los ojos como platos. Ese y no otro. El protagonista de un millón de recuerdos impagables.
Yo no sé qué habría sido de mi vida si mi hijo no hubiera llegado justo en ese momento. No tengo ni idea. Sólo sé que todos pensaban que si tenía a mi hijo, arruinaría mi vida. Pero, en realidad, una verdadera ruina sería una vida sin él. Sin mis hijos.

 Por eso soy incapaz de entender que alguien pueda anteponer cualquier ambición personal a la vida de un hijo, por mucho que aún no haya salido del vientre de su madre. Porque lo que para un abortista es eliminar una molestia, en realidad es borrar una persona de su vida. Y no una persona cualquiera, sino la más importante.
 
Ana Pavón
 

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