En el anochecer madrileño del viernes 9 de febrero de 1934, Matías tras participar en la venta del número 6 de “FE”, regresa a su domicilio, en la calle Marqués de Urquijo, 21 - 3º, en el barrio de Argüelles. Matías, que es huérfano, vive con sus hermanos y sus dos tías, Rafaela y Rosario, la primera oficinista y la segunda locutora de la Compañía Telefónica.
En la calle Quintana, a pocas manzanas de su hogar, se despide de Bonet, amigo suyo que le ha acompañado hasta allí. Matías, sigue en su recorrido por la calle Juan Álvarez de Mendizábal, donde le están esperando dos izquierdistas. Uno de ellos es Francisco Tello Tortajada, obrero afiliado al PSOE y a las Juventudes Socialistas e integrante de “Vindicación”, grupo comandado por Santiago Carrillo.
Matías Montero no tiene tiempo de ver a sus agresores, y de dos disparos a traición por la espalda, le alcanzan en el corazón, provocándole rápidamente la muerte al joven falangista. Su asesino aún se acercó a rematarle, ya en el suelo, con otros tres disparos en el vientre, tras lo cual huyó, dejando a Matías tendido en el suelo, rodeado de un charco de sangre.
Entre las ropas del cadáver de Matías, se escondía un artículo titulado “Las flechas de Isabel y Fernando”, que había escrito para la revista “FE”. En él trazaba las líneas para conseguir una “Universidad limpia de pasiones, bloque compacto de profesores y estudiantes, que marche entusiasta en pos de la cultura al servicio de la Patria”.
Por la tarde del 10 de febrero varios centenares de falangistas, y casi un millar de amigos y simpatizantes de Falange Española, acuden al entierro de Matías Montero, en el cementerio de la Sacramental de Santa María, en la ribera del Manzanares, en Madrid. Muchos falangistas van en formación marcial entonando al compañero caído la hermosa canción de procedencia germana titulada “Yo tenía un camarada”. Escoltando el féretro, en cortejo fúnebre desde la Plaza de la Alegría hasta el cementerio.
El sepelio se desarrolla con gran emoción, en silencio y sin gritos de odio o rencor. José Antonio Primo de Rivera, ante la tumba abierta que recoge los restos de Matías, pronuncia estas breves palabras:
«Aquí tenemos, ya en tierra, a uno de nuestros mejores camaradas. Nos da la lección magnífica de su silencio. Otros, cómodamente, nos aconsejarían desde sus casas ser más animosos, más combativos, más duros en las represalias. Es muy fácil aconsejar. Pero Matías Montero no aconsejó ni habló: se limitó a salir a la calle a cumplir con su deber, aun sabiendo que probablemente en la calle le aguardaba la muerte. Lo sabía porque se lo tenían anunciado. Poco antes de morir dijo: “Sé que estoy amenazado de muerte, pero no me importa si es para bien de España y de su causa”. No pasó mucho tiempo sin que una bala le diera cabalmente en el corazón, donde se acrisolaba su amor a España y su amor a la Falange»
“¡Hermano y camarada Matías Montero y Rodríguez de Trujillo! Gracias por tu ejemplo”.
“Que Dios te dé su eterno descanso y a nosotros nos niegue el descanso hasta que sepamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte”.
“Por última vez: Matías Montero y Rodríguez de Trujillo”.
Todos los asistentes, ante la invocación postrera del nombre del camarada caído, contestan “¡Presente!”, alzando sus brazos en forma de saludo romano.
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