martes, 10 de noviembre de 2009

Los libros y la noche


Finalmente, los lectores seremos miembros de una secta olvidada.

El infinito mundo mágico de los libros, invadido por la pulsión de la imagen arbitraria y fugaz, se disolverá en el agua insípida de un tiempo oscuro.

Alguien extrañará al principio. Algunos sentirán un breve vacío justo en el pecho, una estrecha desazón en la garganta, pero nada más que eso. El mundo seguirá girando para las multitudes, y para los pocos que manejan a las multitudes.

Seguirán soñando los avaros con su dinero, los ambiciosos con su poder, los lascivos con su descarrilada sexualidad.

Cada uno continuará su juego, en un mundo definitivamente oscurecido.

La secta de los lectores parecerá extinguida, pero se fortalecerán sus lazos interiores con el tráfico arriesgado y clandestino de los libros.

Por eso, es mejor empezar cuanto antes. Atesorar los papeles. Imprimir ciertos libros y darles tapas resistentes.

El futuro no será tan distinto del pasado. Unos pocos alquimistas, buscarán en el corazón de la materia una simbólica piedra, una obra que se niega y que se esconde.

Casi es mejor que nos olviden. Quizá hasta nos dejen finalmente tranquilos. Sí, que se olviden de nosotros. No queremos más que pasar por el mundo, descifrando lo que a nadie le interesa. Merecemos el olvido.

La gente reemplaza rápidamente las cosas que no le son materialmente necesarias. Y un libro nunca fue una necesidad primaria para gran cantidad de gente, sino para unos pocos.

La definitiva clandestinidad de los libros será un acto de justicia. Sólo espero que a raíz del desinterés de las masas, y de la comprobada imposibilidad que los libros tienen de revertir esta edad oscura, su posesión y lectura se convierta en un delito menor, en una trasgresión absurda que no merezca el castigo ni la atención de nadie.

Anticipándonos a la furtiva clandestinidad que nos deparará a los lectores el sentido de la historia, en este lejano país del Sur nos adelantamos a los hechos, convirtiendo en encargados de nuestra biblioteca nacional, sucesivamente a varios ciegos. El último de ellos se llamó Jorge Luis Borges. Parece una ironía, pero creo que fue en realidad un acto de profética resistencia. Esos ciegos nuestros sobrevivieron entre libros a su oscuridad, y siguieron dictando en la noche sus textos, en un total contrasentido con el mundo. Quizá sin darse cuenta, recobraron la vieja secta de los libros y la noche, y nos iniciaron en la nueva clandestinidad de la palabra, la que ya se ha iniciado, la que no tendrá fin.


Juan Pablo Vitali
http://juanpablovitali.blogia.com/

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