jueves, 27 de mayo de 2010

El zapaterazo (editorial programa La Gran Esperanza nº 41)



Si hoy empezáramos este programa por otro sitio distinto que el “zapaterazo”, flaco favor le estaríamos haciendo a la causa nacional-sindicalista y a la razón de ser de este programa.


Nos hemos marcado objetivos, sí, y la defensa de la verdadera Memoria Histórica es uno de ellos, como venimos evidenciando edición tras edición, pero no existimos sólo para la reivindicación del pasado, sino para prometer un futuro distinto.


Estas pasadas semanas se ha destapado la caja de los truenos y todos los plumeros han quedado al aire. Rodríguez Zapatero, el enorme embustero, el peor presidente de la historia de España desde Godoy, ha asestado su último machetazo a los más débiles, como siempre, cuando menos falta le hacen: entre períodos electorales. Su obsesión es ganar las próximas elecciones, pero para eso quedan dos años y ahora sus subvencionados votantes con todo tipo de cheques ya no le hacen tanta falta. Ya se sacará un conejo de la chistera cuando corresponda.


Ahora ha llegado el momento de las vacas flacas – de cumplir las instrucciones que nos mandan los gobiernos mundiales del entorno capitalista – y no le duelen prendas en congelar pensiones, rebajar sueldos a los funcionarios y retirar cheques y subsidios que sirvieron para comprar los votos que hoy le soportan en el Gobierno.


España marcha ya camino de convertirse en una economía típicamente soviética. Sí he dicho típicamente soviética y lo explicaré: más de la mitad de la población española depende económicamente del Estado. El 20% de parados, el 20% de funcionarios, el 14% de jubilados y subsidiados y un porcentaje indeterminado de los que están en formación y en otras clasificaciones eufemísticas para no decir que son parados. Más de la mitad de la población, como en los regímenes soviéticos, pero con una diferencia: La ineptitud de quienes nos gobiernan. Porque de ese 54% largo de dependientes del estado son todos sin excepción, de los llamados improductivos en términos empresariales y económicos, es decir, en términos de creación de riqueza.


Al menos en Cuba, en China, o en la antigua URSS, los medios de producción estaban en manos estatales. Practicaban capitalismo de estado, sí, y adolecían de una terrible falta de libertad, pero al menos controlaban los bienes y los servicios.


Este analfabeto funcional, siguiendo la estela de los gobiernos liberal capitalistas de izquierda y derecha anteriores, ha hecho todo lo contrario: los transportes, las comunicaciones, las telecomunicaciones, la banca y los operadores energéticos son todos privados. Todos han ganado dinero a espuertas en los peores momentos de la crisis y no han dudado en ponerse en manos extranjeras si ha sido preciso. Nosotros nos hemos quedado con los planes de rescate de la banca, con las quiebras de las Cajas de Ahorro - verdaderos cementerios de políticos defenestrados - con las cadenas de televisión públicas a mayor gloria del político de turno, y ahora con las restricciones al débil y el silencio culpable de los sindicatos de clase.


Ha llegado el momento de cambiar. No nos cansaremos de repetirlo. Este modelo está caduco, muerto, desarticulado y sin solución. No caben modelos de subsidio, ni modelos de competencia globalizada y capitalista. No cabe la fuga de fortunas y capitales y que los impuestos los paguen siempre los mismos. No cabe más destrucción de PYMES y autónomos mientras la corrupta clase política se hace los trajes en “gürtel” e “invierte” en hípicas de terreno recalificado. No cabe poner dinero para que la gente no se muera de hambre y esperar mejores tiempos, sin más, porque eso no funciona.


Hace falta un gran pacto. No un pacto de Estado ni de fuerzas políticas. Hace falta un gran pacto entre todos los miembros de la cadena productiva, entre trabajadores y empresarios, para participar de un mismo proyecto; no sirve ya nacionalizar las deudas, las miserias y los subsidios y privatizar el crédito, los servicios y la producción.


Sólo sirve cambiar el modelo; pedirnos a todos un gran ajuste a cambio de ese nuevo modelo en que los trabajadores y los empresarios compartamos eficazmente el producto de nuestro esfuerzo, de nuestro sacrificio y de nuestro trabajo. No cabe pedir esfuerzos para subsidiar Memoria Histórica, titiriteros de la ceja y traducción simultánea en el Congreso y no cambiar nada en el modelo de participación, en el reparto del crédito y en el acceso a la propiedad por la que cada uno se deja la piel.


Y desde luego no cabe seguir lanzando cortinas de humo y mantener a todos pendientes de un hilo en el hogar, mientras seguimos perpetrando barbaridades a cuenta de la Memoria, como en el Valle de los Caídos, o asistiendo a ceremonias indecentes entorno a un juez corrupto, sectario, prevaricador y amigo siempre de sí mismo, del poder y de la banca.


Ya no hay espacio para todo esto. La olla está a punto de estallar y sólo cabe otro modelo. Un modelo nacional, que suprima el gasto superfluo, que elimine la organización autonómica de faraones y la convierta, de verdad, en una organización administrativa de cercanía al ciudadano, que devuelva propiedad a cambio de trabajo, de compromiso, de apretarse el cinturón, pero que convierta a los hombres y mujeres de España en protagonistas de su destino y no en meros actores secundarios de un nuevo “Plan Marshall”.

Que acabe con las miserables organizaciones sindicales dependientes y subsidiadas y las sustituya por una única organización sindical fuerte, con un único objetivo común.


No sabemos si esto es una utopía o un deseo, pero seguro que es una urgente necesidad.


Pero para no abandonar nuestro compromiso con la historia, con la memoria, con la verdad y con el pasado, no sea que nos veamos obligados a repetirla por olvidadizos, también hoy daremos un vistazo atrás, a ver que podemos aprender. Lo haremos con un testigo único, con un notario de la realidad, con un documentalista de excepción. Acomódense y escúchennos.

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