Querido Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote.
Estos días anda la sociedad en general y los medios de comunicación en particular recordando el decimoquinto aniversario de la muerte de Miguel Ángel Blanco. ¡Qué pesados con querer mantener la memoria de los muertos! Quiero decirte que, a pesar de que estés pagando con creces la sumisión que contrajiste conmigo, me siento muy orgulloso de ti. De mi experiencia de siglos en controlar el alma humana, de poseer sus deseos, sus anhelos y sus sueños, puedo decirte que pocas veces se han obedecido tan fehacientemente mis órdenes, como en aquel caluroso día de verano. Aunque para ser sinceros, tu historial preveía que no iba a ser difícil convencerte. Quizás, esos mismos que hoy lloran a Blanco, no recuerden que tú no tuviste piedad al asesinar al policía municipal de San Sebastián, Alfonso Morcillo o al dirigente socialista Fernando Múgica; al líder del PP en Guipúzcoa, Gregorio Ordóñez, o al concejal del PP de Rentería, José Luis Caso; a José Ignacio Iruretagoyena, concejal del PP en Zarautz o al concejal de Rentería del PP Manuel Zamarreño. Alguien que es responsable de tanto reguero de sangre se merece cuando menos mi admiración permanente.
Cuando las fuerzas de seguridad del estado lograron liberar al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, recuerdo perfectamente la cara que pusiste. Yo no te lo quería decir, pero la rabia que había en tu rostro y esas venas que se marcaban con supina intensidad en tu cuello, denotaban que estabas de acuerdo conmigo y que no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. La jugada era maestra. Habíamos intentado poner al Estado de rodillas secuestrando a un mero funcionario de prisiones burgalés. 532 días, encerrado en un agujero de una nave de Mondragón de 2,58 metros de largo por 1,85 metros de ancho y 1,95 de alto. Ni por esas el gobierno cedió a nuestra petición de acercamiento de los presos a las cárceles vascas. ¿Te acuerdas de las imágenes del esquelético Ortega Lara mientras salía zombi de aquel agujero? Lástima que lo liberaran, pero el mundo pudo ver en directo de lo que éramos capaces. Desde luego, esa mirada perdida y ese cuerpo desgañitado eran lo más parecido a aquellos que, por desgracia, sobrevivieron al holocausto nazi. Al final, querido Txapote, ambos regímenes son mucho más parecidos de lo que algunos se imaginan. Así que, dado que nos habían dado un golpe brutal, la venganza que habíamos planeado iba a ser terrible.
Teníamos que hacer que se detuviera el mundo y que sólo se hablara de nosotros. Por eso, como te dije, había que asesinar a cámara lenta a alguien que fuera objetivo fácil. ¡Qué gran elección tuviste! Cuando me hablaste de un tal Blanco, un joven sencillo y virtuoso de 29 años que sólo aspiraba a tocar la batería con su grupo de amigos, a la par que se preocupaba también por los problemas de sus vecinos, no pude más que loarte. Era la víctima perfecta. Así que, como pactamos, lo secuestraste y reclamaste que para liberarlos, ETA exigiese al Gobierno del PP de José María Aznar que trasladara a los presos de la banda a cárceles vascongadas en el plazo de 48 horas, bajo la amenaza de acabar con la vida de Blanco. ¿Te acuerdas de su cara descompuesta por el dolor, su supina obsesión en pedir que le soltásemos? Yo no la he olvidado. Por eso, le explicamos cuales eran nuestras exigencias. Para que supiera el motivo por el que iba a morir. Blanco sabía perfectamente de la imposibilidad de que nuestro enemigo la cumpliese. Luego, conocía que la muerte era su único destino. Y así fue. Cumplimos nuestra amenaza la tarde del sábado 12 de julio. Abandonaste a Blanco en un bosque a las afueras de la población guipuzcoana de Lasarte, maniatado y en estado crítico por dos disparos que le incrustaste en la cabeza y que le causaron la muerte horas después en un hospital de San Sebastián, tras permanecer horas debatiéndose entre la vida y la muerte.
Sin embargo, había algo que, tal y como me confesaste al oído, nunca te imaginaste: Que la sociedad vasca por primera vez nos plantase cara, tras muchos años de silencio cómplice hacia nuestra causa. ¿Qué había cambiado? Muchas cosas, tal vez. O nada. Pero la indignación recorrió todo el país. La víspera de que acabaras con la vida del célebre Blanco, cientos de miles de personas se echaron a las calles de Euskadi y el resto de ciudades del estado opresor español para reclamar y exigir que no le mataras. ¡Cómo osaban a atreverse! Toda esa rabia y esa simpatía que hasta entonces habían tenido, dio pasó a la irritación que tuvo su cúspide en los ataques por vez primera a las sedes de Herri Batasuna y a nuestras queridas Herriko tabernas. ¡Qué paradójico! Los mismos ertzainas que eran objetivos nuestros y que estaban en nuestra picota, eran los mismos que tenían que escoltar a nuestros simpatizantes. Y eso sí que era nuevo. Nos sentíamos solos, derrotados moralmente. La sociedad vasca nos había dado la espalda y habíamos perdido su beneplácito. No podíamos dar crédito. Mientras veíamos en la televisión el cadáver de Blanco entrando en la Iglesia y nosotros brindábamos con champán, la chusma se echaba a las calles con las manos blancas a pedir justicia. Eso, querido camarada Txapote, no entraba en nuestros planes. Pero el objetivo estaba cumplido y eso era lo más importante.
Ahora quince años después, me duele saber que sigues en la cárcel, pagando tus crímenes. Y me duele que las fuerzas policiales del enemigo cumplan su trabajo y os encierren. Pero siempre hay lugar para una buena noticia, querido amigo. Y es que seguramente militarmente nos han derrotado, tenemos que empezar a aceptarlo, pero se equivocan si creen que nos han vencido moral o políticamente. No os habéis disuelto y eso no ha sido problema para que Sortu, Bildu, Amaiur y el resto de franquicias del mismo engendro estén viviendo de los impuestos de los españoles, esos a los que tanto odiáis. Es poco lo sé. Pero, ¿no crees que es motivo más que suficiente para nuestra satisfacción y la confianza en el buen camino de nuestro objetivo? Sean estas palabras un respiro para que veas que no todo está perdido. Que no se confíe el enemigo.
Belcebú.
> En la imagen, el etarra Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote.
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