sábado, 20 de octubre de 2007

Pastor de lobos ( por Juan V. Oltra )




Vivimos en una sociedad donde se tiende a llevarlo todo a los extremos. A crear buenos y malos; blanco y negro con ausencia de gris. La lectura de un libro de Darcy O´Brian con un pasaje estremecedor de la segunda guerra mundial me ha dado un bofetón mental, me hace ver más claro que malos, hay muchos, pero que muchos. Que vencer o perder una guerra no significa que uno de los dos bandos sea el bueno y el otro el malo, que quizá ambos sean perversos y los buenos, los que tienen como destino perder la guerra, gane quien gane. Este bofetón es el que quiero compartir con ustedes, con este pequeño resumen del texto de O´Brian.
Hacia finales del verano de 1944, en Cracovia los alemanes empezaron una redada casa por casa para apresar a todos los hombres jóvenes. El primer día, ocho mil hombres fueron a parar a los campos de concentración. Dos jóvenes obreros, que eran seminaristas clandestinos, Lolek y Mainski, se vieron obligados a esconderse.
La redada trataba de impedir un intento de rebelión como la que acababa de estallar en Varsovia, donde ciento cincuenta mil ciudadanos, de los que menos de una cuarta parte iban armados, se levantaron contra los alemanes llegando a tomar muchos edificios estratégicos de la ciudad. Casi hubiera sido posible ver una historia alternativa, pero no contaron con unos convidados que fueron de piedra en lugar de activos comensales: los miembros del clandestino ejército comunista que solo aceptaría ordenes de Moscú, enfrentado al Armia Krajowa, el Ejército Nacional Polaco. Moscú permaneció mudo, sin emitir orden alguna.
Y es que Varsovia se levantó en un momento clave: cuando el Ejército Rojo que había obligado a la Wehrmacht a retirarse a Polonia oriental había llegado al Vístula. Los rebeldes calcularon que los rusos continuarían su marcha y llegarían a Varsovia a tiempo para auxiliarles en su rebelión.
El error en que cayeron fue el pensar que a los rusos, a todos los aliados quizá, les interesaba de verdad ayudar a Polonia a recuperar su libertad. En uno de los actos más execrables de toda la guerra, los rusos se detuvieron mientras el ejército alemán arrasaba Varsovia y masacraba a los rebeldes. Churchill y Roosevelt solicitaron a Stalin que ayudara a los rebeldes, o que al menos les habilitaran pistas de aterrizaje para que los aviones americanos e ingleses pudieran arrojar armas para los rebeldes. El Zar rojo se negó, espetándole a Churchill que “Tarde o temprano la verdad sobre el grupo de criminales que se ha embarcado en la aventura por la toma del poder en Varsovia quedará a la vista de todos”. Los polacos que ahora asesinaban los alemanes hubieran supuesto obstáculos a la dominación rusa de su patria, mientras los comunistas polacos sobrevivían en la clandestinidad.
De forma inesperada e increíble, los combatientes resistieron un par de meses. Doscientos cincuenta mil muertos convirtieron a Varsovia en un cementerio, mientras otros morían al intentar escapar. Tras el cese del fuego, medio millón más de personas fueron a campos de concentración, de tal manera que cuando los rusos entraron tres meses después en la ciudad, no quedaba viva a una sola persona en los límites donde el combate se desarrolló y que antes de la guerra albergaba a un millón doscientos cincuenta mil polacos judíos y católicos. No existe, al margen de las ciudades arrasadas por las bombas atómicas, una devastación semejante en toda la segunda guerra mundial.
Lolek, el seminarista que escapó disfrazado, un bueno en un mundo de malos, quedó marcado por esta experiencia, que laceraría su corazón siempre. Una herida que marcaría su pontificado como Juan Pablo II. Un pastor que vio claro que incluso su rebaño de ovejas estaba preñado de lobos, que tenía que ponerse manos a la obra. Y lo hizo. Pero a pesar de eso, yo me pregunto… ¿Cuántos lobos siguen con mando en plaza?. Mejor, no me contesten.

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