viernes, 12 de octubre de 2007

Carta de 498 mártires a la Conferencia Episcopal Española


Queridos hermanos en Cristo:
Próxima nuestra beatificación del 28 de Octubre, no hemos querido posponer a esa trascendental y significativa ocasión las letras que en caridad os escribimos.
Tras haber dado testimonio de nuestra fe con el derramamiento de nuestra sangre y desde nuestra posición sostenida por el ejemplo de Jesús y atraídos por su amor, queremos anunciaros que por encima de las trágicas circunstancias que nos han llevado a la muerte cruenta, están los signos de amor, de perdón y de paz; caracteres que reflejan, de forma inquebrantable, al unir nuestra sangre a la de Cristo, la justificación de la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza. Y es ahí, en esta profecía de redención y de futuro divino en la que queremos infundiros para que seáis firmes en vuestras actividades y perseverantes en vuestro ideal.
Recordando y reivindicando el dogma de que la Iglesia Católica es la única verdadera y que fuera de ella no hay salvación, os pedimos misionar pacientemente a nuestros compatriotas, para que España vuelva a ser católica, y para que nuestra sangre sea semilla de recristianización.
No pretendáis logarlo de inmediato, ya que previamente se han de subsanar los deterioros, consentimientos y errores emanados de vuestras manos. Tenéis que aprender con humildad paciente a que maduren los frutos para poder apreciar debidamente su sazón.
No seáis esclavos del consenso y de los recuerdos tristes de aquella tapadera de reconciliación, con la que tapasteis la causa de nuestro martirio para justificar la reconciliación en la aprobación de la Constitución atea del 78. La herida estaba ya cicatrizada, ¿a qué remover dolores y sufrimientos antiguos con la traída y llevada reconciliación taranconiana? Lo que paso, en todo caso, es responsabilidad para bien o para mal de sus autores. De ahora en adelante procurar reconstruir el deterioro, las leyes inicuas que han acontecido, los traspiés plasmados en tantas y tanta apostasía, los beneplácitos y aquiescencias nacidas de aquel llamar “Don Santiago” al asesino de Paracuellos.
¡Ah! algo muy, muy importante, mantened viva la esperanza de que nuestro testimonio es más fuerte que el pretendido poder y la manifiesta violencia de los falsos profetas, con sus vanas promesas del paraíso en la tierra y con su ateísmo. No os parapetáis defendiéndoos del Amor de Dios, sino dejaros tocar por Él, y abrid vuestros corazones para que recibáis la plenitud de la alegría. Esa plenitud es un haz de luz., el regio y solemne don que una vez dentro de vosotros, contagie y viva para expulsar la tristeza y el desánimo de todos los que os rodean. Ese premio es un rayo de luz que debe permanecer siempre encendido, iluminando todos vuestros actos y sirviendo de guía a todos los que a vosotros se acerquen, porque cuando en vuestra vida interior hay luz y dejéis abiertas las ventanas del alma, por medio de esa alegría, todos cuantos pasan por la vía en tinieblas serán iluminados por la luz. Todos, incluso a los Judas que siempre os acompañarán como al Maestro.
Dirigíos hacia lo alto caminando adelante con la confianza de que cada día nace el sol después de la noche. No tratéis de que otros cambien, sed responsables de vuestras propias vidas y cambiarlas sin deteneros y sin posar vuestras sonrisas democráticas en las fotos con nuestros verdugos. Tampoco os detengáis en los detrimentos que hicisteis, contemplar la meta y caminad en lo bueno que debéis hacer. Lo que viene os hará sufrir, no en vano el éxito no se mide por lo logrado, sino por los obstáculos vencidos en el deber ser. Recordar que cada día tiene su propio afán.
Una última aclaración antes de despedirnos. No os esforcéis en sustituir y tergiversar cobardemente en el sentido semántico de Mártires de la Guerra Civil, que todo el mundo conoce, sabe y certifica, por el descafeinado de “mártires de la tercera década del siglo XX”. Quede bien claro, no solo para los que desconocen la historia sino para los que conociéndola se callan, que todos los católicos españoles martirizados por los rojos optamos por la opción nacional española. Sí, otros también luchamos, unos incluso combatieron con armas como el Ángel del Alcázar, otros en las trincheras como el Padre Huidobro, y nosotros también luchamos, desde nuestras posiciones, con nuestras plegarias, ansiedades, pesadumbres y sufrimientos, hincados en nuestros reclinatorios y con el corazón puesto en el Altar, para que el Buen Dios ayudase a los nuestros a librarnos del comunismo y así poder reconquistar la Realeza de Cristo. Por ese noble ideal fuimos martirizados, sin que uno sólo de nosotros apostatase. Sinceramente nos sentimos orgullosos de ello, como así mismo lo sienten los 479 beatos y Mártires de la Guerra Civil, que nos han precedido en once ceremonias a partir de 1987, y de los cuales 11 de ellos son ya santos. Si, somos los Mártires de la Cruzada, los mismos que hemos de ser beatificados fuera de nuestra Patria, porque en ella “no hay lugar en la posada”. Eso es exactamente lo que habéis hecho ver al Vaticano, con la sutileza de vuestra excusa pueril de que en España no existen templos que puedan albergar a la multitud de españoles que asistirán a tal evento. Sin embargo, desde nuestra posición celestial observamos que tanto en el Cerro de los Ángeles como en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, podría congregar un mayor número que en la de San Pedro. Pero claro, eso escocería a los demócratas de la laicidad, a los que os empeñáis en tildar de “sana”, a pesar de que, bien sabéis, el cáncer nunca puede ser sano, y ese es vuestro verdadero peligro al tiempo que os da inseguridad de obtener una fe responsable.
Una cosa más, no olvidéis que Dios os ha consagrado para realizar su Reino. Vivid e intentar alcanzarlo, poniendo la vida en ello, y si os dais cuenta de que no podéis, quizás entonces necesitéis hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical de vida, pero estad seguros que con otro aspecto, otras posibilidades y con la Gracia de Dios, lo lograreis. Así ha sido siempre a lo largo de los siglos hasta nuestros días.
Para terminar una pregunta curiosa: ¿Habríais sido capaces de firmar la Carta Pastoral del Episcopado Español de 1 de Julio de 1937 o como demuestran los hechos preferís seguir rubricando el mal menor?
Antes de despedirnos os emplazamos a que recibáis nuestra mejor sugerencia: Sed valientes y no pactéis con el César, buscad primeramente la Unidad Católica de España y a renglón seguido llegará el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. Hasta el cielo y en abrazo eterno.+ Cuatrocientas noventa y ocho firmas legibles.
José Luis DÍEZ JIMÉNEZ + 15 -7-07

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