jueves, 8 de noviembre de 2007

El militante que nunca entraba en los foros.


Había una vez un militante llamado Pepe. No se llamaba ni Roger88, ni Thunderbolt, ni Montmorecy: era Pepe, y así le llamaban en casa, en el trabajo y en la Asociación Cultural donde hacían aeromodelismo y tenían su equipo de futbito, que Pepe entrenaba con ilusión.
Pepe no era rico, qué le vamos a hacer. Aunque había estudiado Filosofía y Letras con esfuerzo y había tenido que pagarse los estudios con diversos trabajos, no era docente ni nada parecido. A sus cuarenta y alguno ya tenía su tienda de fotografía, en la que también vendía las maquetas tan curiosas de aviones de otra época, o los soldaditos de plomo que alguna vez había regalado a sus camaradas como detalle simpático.
Pepe se casó, con Rosa... y con una hipoteca. Tuvo dos hijos muy guapos, de los que dan guerra y a veces tienen anginas. Pepe adquirió por herencia paterna una úlcera de duodeno a fuerza, además, de algún disgustillo que otro, y de los palos que la vida te pone entre las ruedas cuando te aferras a ella.
Lo que hace que Pepe sea distinto es que además militaba en un partido político minoritario, sin apenas representación, y que se decía patriota. Pepe llevaba más de la mitad de su vida cotizando a ese y otros grupos, unas veces efímeros, otras más duraderos.
Pepe lloró el día que mataron a José Alberto, cuyo crimen lleva veinte años sin resolver. A Pepe una vez le pusieron una placa de titanio para sujetarle las piezas que sustituyeron a sus tres dientes arrancados mediante un golpe con un bate de béisbol. A Pepe no le gustaba el béisbol, se llevó el jicarazo repartiendo propaganda en una calle del ensanche. El "bateador" dijo al juez que esa tarde estaba con su novia y que era insolvente.
Pepe se gastaba algunos extras de su dinero en financiar "la Causa", sin que se enterase Rosa, que sí se enteraba, pero que hacía como que no lo veía porque cuando se ama, todo se perdona. Rosa esperaba que los afanes de políticos de Pepe triunfasen aunque no era tan forofa, y si un día lo fue, se debe a que Pepe le contagió su entusiasmo, como también le contagió el catarro aquella noche, tras la cartelada que acabó en medio de la nieve.
Pepe sabía lo que es Internet y la utilizaba, como todo hijo de vecino, igual que leía el Marca y ponía discos de los años ochenta.
Llegó un día, uno más, en el que los de un partidito cercano al de Pepe, insultaron en la red al partido de sus amores. Pero Pepe no contestó, como sí lo había hecho aquella noche. Entonces le dijo un par de cosas a un concejal, al que luego dio la carrera del señorito por pensarse el buen edil que la calle era sólo suya y sólo él podía poner carteles electorales.
Volvamos a los insultos y a las insidias en la red de redes. ¿Acaso se había rendido Pepe? Yo creo que no. Me parece que esa tarde Pepe tenía que ir "al partido" después de cerrar la tienda. Creo que después de pintar la nueva sede iban a barrer y a limpiar, para que las cortinas que cosieron Rosa y Marga quedaran bonitas en las ventanas del local.
Espero que Pepe no lea estas líneas. Pepillo, maestro, no nos hagas caso. Si nos vemos en el Valle te daré un abrazo y a ver si voy a verte, y a Rosa, y a los niños... (Esta historia es totalmente ficticia... si Pepe existe, no nos lo merecemos).


Escrita por mi amigo falc.-

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