Editorial del programa “Sencillamente Radio”
El “Estado de la Nación” es una percepción subjetiva que toma cuerpo de opinión pública a través de la arquitectura de nuestras circunstancias personales partiendo de unas condiciones generales objetivas, que son las que crea y fomenta la buena o mala gestión de los poderes del Estado. El debate sobre el “Estado de la Nación” ha cumplido su rito y su liturgia un año más, con la cuota de expectación añadida por la crisis y los más de cuatro millones de parados.
Pues bien, ante el espectáculo que no ha brindado nuestra casta política en el debate del “Estado de la Nación” no he podido evitar recordar a Ciro el Grande, el padre del imperio aqueménida, quien dijo de los griegos y de la ineficacia de las diversas ligas de las ciudades/estado que el origen de su desastre estaba en que eran hombres que tenían un lugar señalado en sus ciudades (La Asamblea) para reunirse, engañarse e insultarse unos a otros bajo juramento. Eso es exactamente lo que han hecho los que enfáticamente dicen ser los representantes del pueblo en el debate sobre el “Estado de la Nación”, pues en una situación desesperada de dimensiones catastróficas ellos se han entregado, una vez más, a ese gozo pequeño, sordo y maligno del insulto parlamentario que alimenta las portadas de los periódicos pero que no crea un puesto de trabajo mientras la rueca parlamentaria sólo teje telarañas sofisticadas en un intercambio estéril de promesas sin futuro.
En definitiva, la abismal diferencia que separa las palabras de la exigencia de la acción y que, como una constante histórica, demuestra que la política abstracta no es suficiente para servir al pueblo ni a la Nación ni al Estado, y que no da frutos verdaderos hasta que se hace herramienta de unidad, de progreso y de producción. De eso es de lo que carecemos y, a cambio, le ofrecemos una veneración talmúdica a un Estado autonómico/tribal que nos desintegra como Nación y a una casta política cuya avaricia es infinitamente mayor que su patriotismo y que sólo utiliza el nombre de España como desodorante.
¿El Estado de la Nación?: El Rey asistiendo sonriente al akelarre separatista de Mestalla y la tv ninguneándonos las imágenes y poniéndole sordina al rugido de decenas de miles de cabestros pretaporté que se cagaban en España mientras sonaba el Himno Nacional. ¿Estamos más civilizados porque tenemos menos dignidad, o tenemos menos dignidad porque estamos más civilizados? Esa es la cuestión, Majestad.
¿El Estado de la Nación? Bendito sea el pan de los trabajadores porque es el pan de la Justicia. Más de cuatro millones de parados contemplaron el debate sin más horizonte que las colas de los comedores y los roperos sociales, que no socialistas, de Cáritas Diocesanas.
¿El Estado de la Nación? Una niña de quince años no puede comprar un paquete de tabaco en un estanco. A una niña de quince años no le pueden servir un cubata en un bar. Una niña de quince años no puede votar, pero sí puede comprar libremente y sin permiso paterno una píldora abortiva en una farmacia.
¿El Estado de la Nación? Tolerantes en el celo y celosos en la tolerancia otorgamos nuestra confianza política a unas instituciones que están todas cargadas de mentiras; tan es así que no hay ni una de ellas que no merezca el más enconado desdén de un hombre decente.
¿El Estado de España?: Una Nación sometida permanentemente a la presión chantajista de las minorías sobre la inmensa mayoría, la mayoría soberana, la mayoría absoluta extraparlamentaria, la que paga, vota y calla, ese pueblo que ha perdido la palabra, la voz y la memoria.
Eduardo García Serrano. 19 de mayo.
1 comentario:
MUY BUEN ARTÍCULO Y LLENO DE RAZÓN, COMPARTO SUS PALABRAS.
Lo que está ocurriendo en nuestra amada España es indignante.
Un saludo
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