jueves, 29 de octubre de 2009

Recordamos una efeméride de la historia de España: 29 de octubre, 76º Aniversario de Falange


José Antonio Primo de Rivera, intelectual vocacional y político por designios del destino, pese a irrumpir en la esfera política para defender como primogénito de bien, la figura de su padre ante la tropa de enanos que le difamaban, sin creer que su trayectoria en este campo se dilataría, se lanzó el 29 de octubre de 1933 a la celebración de un acontecimiento importantísimo en su puesta de largo política: el acto fundacional de Falange Española en el Teatro de la Comedia de Madrid.

En el mismo, intervinieron además de José Antonio, Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas.

Sin duda, la carrera política de José Antonio al frente de Falange, hubiera constituído un pilar todavía más grande para el nacional-sindicalismo, de no haber sido sesgada su vida por la intolerancia mezquina izquierdista, y la antipatía burguesa derechista.

Nos dejó, en su corta trayectoria política, múltiples directrices a seguir, pero sin duda, incluso a sus detractores les deleitó con una: su excelente uso de la palabra.

Con su verbo, precisamente, queremos recordar este capítulo de la historia de España, rememorando el “Discurso Fundacional de Falange Española”, documento de absoluta validez a día de hoy, en el que a los españoles, ayer como hoy, como a José Antonio, nos duele España:

“El Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: ‘Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones; ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal’. Y así veríais cómo en los países donde se ha llegado a tener Parlamentos más brillantes e instituciones democráticas más finas, no teníais más que separamos unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontramos con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.

Por eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa.

Ahora, que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la Historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases.

El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes creen los pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García Valdecasas; el socialismo así entendido, no ve en la Historia sino un juego de resortes económicos: lo espiritual se suprime; la Religión es un opio del pueblo; la Patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la menor gota de espiritualidad.

No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuantos más acá llegaran en la injusticia los sistemas liberales.

Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables, y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres.

http://www.elnuevoalcazar.es/

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso el discurso de Jose Antonio. ¡Siempre presente!.

Anónimo dijo...

http://libertadparajoseantonio.blogspot.com/

Anónimo dijo...

El mensaje de José Antonio será siempre para minorías. Para asimilar su grandeza se requiere mas lectura que lo que abunda en España.
¡Qué dificil es asimilar la república sindical!