miércoles, 24 de noviembre de 2010

Discurso pronunciado el 20 de noviembre de 2010, ante la casa natal del fundador


Un año más, aquí estamos los falangistas. Frente a la casa del fundador, en el centro de Madrid, en la capital de España. Una vez más la fecha de su sacrificio, de su asesinato a manos de quienes - entonces como hoy – gobiernan en nombre del socialismo, sirve de punto de inflexión, de cierre de un curso político y de inicio del curso siguiente. Una vez más acudimos con la intención de hacer examen de conciencia política, de revisar nuestros compromisos y de tomar otros nuevos, para esta sempiterna lucha a la que estamos abocados los falangistas.


Ha llegado el momento de preguntarse. ¿Estáis satisfechos? ¿Estáis verdaderamente satisfechos con nosotros, y sobre todo, estáis verdaderamente satisfechos con vosotros mismos? ¿Ha sido éste un buen año? ¿Ha sido un año falangista, en cada una de vuestras vidas?


Hace un año proclamé desde esta misma tribuna que soy falangista. Y dije por qué lo soy - por qué los somos - y cómo debíamos serlo, en mi opinión, todo el tiempo. Os emplacé a hacer gala de vuestro falangismo día a día, en vuestros lugares de trabajo, en vuestros hogares, en vuestras actividades cotidianas, en vuestros centros de culto. Os animé a participar en la actividad política constante, a rebelaros contra la injusticia, a participar de los problemas sociales de vuestro alrededor y a hacerlo - todo el tiempo - como falangistas; sin escondernos, sin pseudónimos, sin disfraces. Sin disfraces de facha de 20-N, ni disfraces tampoco de señor apolítico que no se mete en nada o que hace cosas supuestamente válidas, en nombre de no se qué siglas u organizaciones menos identificadas, más homologadas por lo políticamente correcto.


En definitiva os pedí que fuéramos auténticos falangistas. ¿Cómo nos ha ido? ¿Lo hemos logrado? ¿Se nos ha visto? ¿La gente interpreta que ser falangista es, al menos, una opción limpia y poética? Yo os contestaré: en general no.


En general, seguimos sumidos en nuestras luchas intestinas, en el análisis de falangina en sangre, en nuestra pureza ideológica y en la evaluación de nuestra capacidad o incluso derecho, de hablar, de pensar, de sentir en falangista. En general, seguimos ajenos al mundo corrompido que nos rodea; ajenos a la oportunidad de crear una alternativa, allí donde el sistema fracasa una y otra vez. ¿Por qué - me pregunto - por qué somos tan tozudos?


Nunca como ahora, el sistema capitalista fracasó tan estrepitosamente. Nunca como ahora, en tiempos modernos y de paz, en el supuesto primer mundo, hubo tanta hambre, tanto paro, tanta pobreza.


Nunca como ahora, la banca abdicó de la única función legítima que cabría adjudicarle en un sistema justo, que es la creación de riqueza y de tejido industrial mediante el crédito; nunca como ahora, los comedores sociales se desbordaron antes; nunca antes los centros de Cáritas Diocesanas y de otras organizaciones cristianas se vieron obligadas a hacer los esfuerzos actuales en el corazón mismo del primer mundo, mientras, para más INRI, son vapuleadas las instituciones y principios que las inspiran y retirados los símbolos que marcan a fuego su naturaleza. Nunca antes la cultura de la muerte reinó como ahora en el ordenamiento jurídico.


Nunca antes como ahora, fueron atacados los derechos fundamentales del pueblo trabajador; nunca como ahora se recortaron servicios, prestaciones, jubilaciones, salarios y derechos, ante la hipócrita mirada condescendiente de un derecha que afirma que las reformas son escasas e insuficientes y que se opone a ellas, precisamente por cortas, porque en su opinión, aún habría que ir más lejos en las autodenominadas reformas sociales. ¿Pero qué les falta? ¿Fusilar desempleados al amanecer?


Pero lo que es aún más grave es que nunca antes, como ahora, la izquierda supuestamente social, el socialismo gobernante y el comunismo títere de ese socialismo, habían hecho una dejación de funciones tan flagrante, una acompañamiento tan feroz de políticas de derecha reaccionaria, una deserción ante el pueblo trabajador de esta magnitud, como protagonizan cada día, los poderosos nuevos ricos del poder socialista, y los dos mamarrachos políticos que son los dos líderes sindicales de CC.OO. y UGT. ¡Bonito papelón!


Antes, como ahora - en esto no hay cambios - se negocia vergonzantemente con el terrorismo, como si fuera una ideología con la que debatir diversos extremos. Saben que no lo es, que es una herramienta bastarda y cobarde para imponer por la fuerza - y por la espalda – su imperio marxista independiente, pero les da igual, si con ello compran de nuevo, tiempo. Tiempo para engañar a los hambrientos que pronto habrán de volver a votar.


Nunca, como ahora, la proyección política de España en el exterior fue tan decadente, tan vergonzante y tan criminal como lo es en este momento. La pérfida nos orina en los blasones, los llanitos se trepan a nuestras barbas, el gorila se desternilla con el asesino Cubillas en su gobierno; Evo se descaraja de risa mientras recibe nuestra pasta gansa de manos de la nueva títere de exteriores, mientras convalece de su rodilla, suponemos que de alguna de esas prácticas deportivas que todos le hemos visto realizar con sus rivales.


Y todo ello, mientras la que fuera la quincuagésimo tercera provincia española, con representación en las Cámaras, el Sáhara, - más sola y abandonada que nunca -es arrasada por el criminal primo marroquí, causando centenares de muertos y desaparecidos a sangre y fuego, en un territorio – debéis saberlo – que se encuentra bajo tutela española, por mandato de esa cuadrilla de sinvergüenzas que es la Organización de las Naciones Unidas. ¡Y nuestro gobierno mirando para otro lado!


Dicen los polisarios que tienen hombres, armas y sobre todo, decisión para resistir la invasión y luchar por sus derechos. ¡Quien fuera saharaui, Dios, quien fuera saharaui!


Por si esto fuera poco; por si la situación no fuera suficientemente propicia para proclamar alternativas falangistas - de manera constante - al sistema demo-liberal marxista y anticlerical, tenemos aún toda una serie de acontecimientos que van directamente dirigidos al corazón del patriotismo en general, y del falangismo en particular.


Derechas e izquierdas se disputan el dudoso honor de negarnos el pan y la sal, y la mera falta de publicación de una esquela se convierte en carta de naturaleza democrática para quien ejerce tan brutal agresión a la libertad de culto, la de pensamiento y la de expresión.


Las autoridades pasan por encima de toda ley y arrancan de las entrañas de la tierra en la que reposan los huesos martirizados de nuestros caídos, muestras ilegales y sin permiso... de su propia estulticia, pues es lo único que logran probar.


Los benedictinos son encerrados en su basílica y aislados del resto del mundo tras un nuevo muro de Berlín, prohibiéndose el culto por supuestos y falsos motivos de seguridad, cerco sólo roto por la afluencia de fieles y patriotas. La misma falsa seguridad - esta vez vial - que impedirá esta noche, por primera vez en 71 años, rendir el habitual y merecido homenaje a José Antonio – quizá el hombre más limpio de todo el siglo XX – al que este gobierno - con la anuencia del Partido Popular, que ha mostrado su conformidad con los extremos de la Ley de Memoria Histórica que lo hace posible – ha puesto todo tipo de trampas legales e ilegales para que unas docenas de falangistas no podamos trasladarle a pie, como siempre, una simple corona de laurel hasta su tumba.


Pero no es suficiente. En esa obsesión por destruir todo vestigio de nuestra existencia, por ganar una guerra que perdieron hace 70 años, por incluirnos en la marginalidad política y social y mantenernos donde les gusta tenernos...- y hay que decir que donde nosotros nos dejamos - mañana, cuando hayamos forcejeado durante un buen rato con ese órgano de la represión gubernamental que es la Guardia Civil, para tratar de acceder al templo donde se oficiará la misa de 11.00, cuando hayamos tenido que mantenernos, probablemente, bajo el azul de la cúpula celestial mientras dura el oficio, y tengamos que abandonar a trompicones el recinto, recordaremos que la autodenominada Federación de Foros por la Memoria ha acudido hoy a la puerta de la Basílica, a provocarnos, a insultarnos y, si hubieran podido, a agredirnos, con todos los parabienes y permisos en regla, mientras han propuesto, nada menos, que la voladura del Valle de los Caídos.


Algunos pueden pensar que no tienen reaños para hacerlo. Otros, quizá se conformarían con volarle los brazos a la Cruz, en señal de triunfo, para así dejar erigido en su lugar el más grande obelisco de Europa: el símbolo masón por excelencia... ¿Verdad Rubalcaba? ¿Verdad Fernández de la Vega, hija del falangista Wenceslao?


Pues se equivocan los que creen que no tienen reaños para hacerlo... simplemente porque no los necesitan. Hace unos meses, a pocos metros de este lugar y desde otro atril, durante la denominada garzonada, afirmé que estamos en el irreversible camino de la ilegalización y de la clandestinidad. Y hoy lo reafirmo de nuevo.


Dije también que no era por nosotros, que no se trata de que nos presten más o menos atención o que les importemos una higa. Es, simplemente, por dos razones: por rencor y por debilidad. Por su rencor hacia nosotros y por nuestra debilidad frente a ellos.


Rencor, porque es el único líquido que recorre sus venas y además porque es la única herramienta que sirve para mantenerles unidos, ahora que su barco socialdemócrata liberal va a la deriva y a punto de caer en cascada por el desagüe. Porque sorprendentemente a ellos sí les une el rencor y el odio - por encima de cualquier consideración - hacia nosotros, los patriotas en general y los falangistas en particular.


A ellos, todas esas distinciones que nosotros hacemos, todas esas tonalidades de azul, todas esas paletadas de escombro que vertemos sobre nosotros mismos, no les hacen distinguir lo más mínimo, no les hacen considerarnos diferentes, no permiten que alcancemos las más mínima consideración social o política, ni mucho menos, nos homologa en su sistema. Así, ya abjuremos de franquismo, ya prometamos ser más demócratas que los griegos y ya asumamos ese texto infumable y aberrante que es la Carta Magna, cuna de todos nuestros males, para ellos seremos siempre la misma cosa.


Para ellos, somos únicamente fascistas. Y, ¡tiene mandanga! ¡Compartimos el tratamiento con la más asquerosa y recalcitrante derecha gacetaria! ¡La misma que no sabe cómo escenificar su distancia con nosotros con todo tipo de humillaciones! ¡No hay distinciones! ¡Todos contra el facista!


Debilidad, por tanto, porque enfrente no hay prácticamente nadie para impedirlo. Porque pasamos el día despojándonos de pedazos de piel para ser admitidos por el Sistema caduco al que solíamos querer destruir.


Porque nuestro tiempo se dirime, falangistómetro en mano, dando explicaciones públicas de cómo congratularnos con el Sistema: “Nosotros no somos esto, no hacemos lo otro, no consideramos que..., quizá deberíamos reformar nuestros mensajes en..., nuestras formas no son las más adecuadas...”


Porque la mayoría somos incapaces de aprovechar las oportunidades que nos brinda el sistema y porque nos falta voluntad para ser una verdadera opción política y no un club de montaña o de amigos ideológicamente afines.


Hay quien cree que estamos a punto de atravesar la línea roja. Yo lo niego. La línea roja ya no se ve en el retrovisor, de tanto que hace que fue sobrepasada. Pero muchos no se han dado cuenta, entretenidos en el ciberespacio, en el desprecio de propios y ajenos, en la necromanía que a todos nos aqueja.


Pues bien, con todo este escenario propicio, con todo este cúmulo de oportunidades de mostrar a los españoles otra forma de hacer política, de crear sociedades más justas y cohesionadas, ¿Hemos avanzado este año? ¿Tenemos sindicatos más fuertes? ¿Representación en empresas? ¿Candidatos a las alcaldías? ¿Concejales? ¿Presencia en los medios? ¿Más voz en algún sitio? ¿Más prestigio personal y colectivo, por lo menos?.


Podemos desaparecer, si no hacemos nada. Es más, afirmo: debemos desaparecer, si seguimos sin hacer nada. Si no somos capaces de construir alternativas nacional-sindicalistas, de relanzar nuestros sindicatos, ahora que la deserción de los de clase es tan evidente, si no pueden nuestros compañeros de trabajo contar con nosotros para luchar, codo a codo, con ellos, si no podemos defender nuestra memoria o depositar una simple cinta rojinegra sobre la tumba de nuestros muertos, porque no tenemos capacidad; si no somos capaces de gritar a todo el mudo que efectivamente somos falangistas, somos distintos, tenemos una visión distinta a la de su mundo caduco y putrefacto y si no hacemos que todo ello sea realmente cierto y verdad, tenemos la obligación moral de desaparecer tras los pseudónimos que tanto nos gustan, para preservar nuestras cobardes y anodinas identidades reales.


Ahora bien, yo no creo que haya llegado la hora de desaparecer. Algunos nos resistimos a desaparecer. Cometiendo errores de bulto, sin duda. Cayendo con frecuencia en los mismos errores anteriores y contra los cuales intelectualmente nos revelamos, pero peleando. Probando, ensayando, copiando o acompañando buenas iniciativas de otros patriotas, creando otras, peleando siempre... ¡Aún estamos a tiempo! ¡Aún hay sitio para combatir y oportunidades para mostrarnos a la sociedad!


Leí hace unos días en el semanario Alba, un magnífico artículo de mi buen amigo y camarada Santiago Milans del Bosch, a propósito de los acontecimientos del Valle. Santiago, Magistrado y Fiscal en excedencia y abogado en ejercicio venía a decir, entre otras cosas, algo elemental: nuestro ordenamiento jurídico se tiene que basar en la interpretación del Derecho Natural. Y ese Derecho Natural manda, taxativamente, la resistencia ante las leyes y normativas injustas. Todo ser humano está obligado a rebelarse contra ellas a riesgo de ser considerado cómplice por acción u omisión, de las mismas, de no hacerlo. Tenemos ejemplos.


El 23 de febrero de 1981, un buen número de oficiales fueron condenados a penas de prisión por no haber ejercido su obligación moral de desobedecer órdenes de sus superiores, supuestamente injustas o ilegales, desacreditando así el concepto de la obediencia debida y dejando a la libre interpretación moral de cada uno, la validez de la norma.


Instauraba así, este Sistema, una norma moral de mayor calado que la propia letra de la ley: El derecho a rebelarse, la obligación de no cumplir mandatos injustos por imperativo moral. ¡Ya lo creo que hay tiempo de combatir y oportunidades para hacerlo! Es sólo una cuestión de disposición y de voluntad.


Porque nunca antes, como ahora, se había legislado de manera tan profundamente injusta, en materias fundamentales como el derecho a la vida, al trabajo, a la libertad de culto, a la libertad de expresión, al libre tránsito, a la libre difusión de ideas y pensamientos.


Nunca como ahora se habían encarcelado libreros, retirado, confiscado y quemado libros, cerrado templos, propuesto medidas terroristas de voladura de monumentos, retirado crucifijos, retenidos salarios y pensiones, legalizados el asesinato de inocentes, perseguido por causa de ideas políticas... ¿Hemos o no hemos cruzado la línea roja? ¿No ha llegado el momento de plantar cara y rebelarse? ¿Queremos ser juzgados por la historia como cómplices por omisión?


Vuelvo, finalmente, al principio de mi intervención. ¿Estamos satisfechos? ¿Podemos hacer más? ¿Queremos hacer más, o dejaremos que nos aplasten hasta desaparecer?


Es una pregunta que tenemos que respondernos cada uno de nosotros. Empecemos hoy mismo, dentro de un rato, en la manifestación falangista que nos llevará al Arco de la Victoria; y mañana en Guadarrama; y después en el Valle; pero sobre todo pasado mañana y al otro y al otro, tras los fastos del 20-N, tendréis que responderos a vosotros mismos. Yo estaré allí, junto a Manuel Andrino, mi jefe político, y el resto de esta Falange nuestra, en la que no nos resignamos a desaparecer.


¡Hace tiempo que llegó la hora. Solo hace falta voluntad! ¡Arriba España!


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