“Sobre el 23 de febrero se sabe ya todo, y lo que no se sabe lo inventan por ahí algunos”. Así se ha expresado Juan Carlos I, el rey irresponsable, a preguntas de un medio, durante los fastos del nauseabundo “aquelarre democrático” que hemos vivido la semana pasada, con motivo del 30 aniversario de la ocupación del Congreso por parte del Teniente Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero y sus hombres.
Así, con la tranquilidad que da la irresponsabilidad que emana de la Constitución, y que impide juzgar al rey por delito alguno, se ha despachado el monarca sin despeinarse. Nada de mandar detener a los “inventores” de lo que no se sabe, que al amparo de otro artículo constitucional que impide denostar la figura regia podría hacerse. Nada de mandar a la pareja de la Guardia Civil a buscar a los presuntos inventores, ni retirar los “libelos” - que no serían libros en virtud de su supuesta falsedad – para ser aportados como prueba en un juicio.
No señor. El rey es irresponsable y por ello, le trae completamente al fresco que los autores menos documentados le señalen desde siempre como conocedor de la urdimbre del golpe y los más documentados, como conductor material del pronunciamiento, al amparo de un Supuesto Anticonstitucional Máximo, cuya autoría intelectual se ha situado, por activa y por pasiva, en la trastienda más pulcra del antiguo CESID.
No desentona, en todo caso, el método, con lo que sabemos del irresponsable que reina pero no gobierna, pero que es la salsa de todos los cocidos, desde que fuera proclamado sucesor a título de rey, en vida del Generalísimo.
Así, no dudó en retorcer la legislación vigente - sobre la que juró al acceder al trono - para reformar, primero, y dinamitar después, los Principios y Leyes fundamentales del Movimiento que eran, por definición y por Ley, inalterables e inmutables. Era, de hecho, la Carta Magna del momento.
Tampoco dudó en hacer la pantomima de, tras haber recibido la legitimidad de origen mediante la Ley de Sucesión de Franco, pasándose por el Arco del Triunfo los anhelos e ilusiones de su padre de recuperar la Corona que el abuelo regio, a su vez, entregó mediante fuga, a los revolucionarios republicanos en el 31, inventar una supuesta abdicación de derechos dinásticos sobre un hijo que, por lo visto, hasta ese momento no debía ser, según la extraña visión monárquica más que un usurpador.
Nada tendría por tanto de extraño provocar, promover, utilizar un SAM, con el nuevo objetivo de, retorciendo nuevamente la Constitución – esta vez la actual – reconducir la situación o, como de hecho ocurrió finalmente, elaborar una suerte de Legitimidad de Ejercicio en Defensa de la Constitución en peligro.
Pero todo ello carece de importancia porque no sólo es irresponsable el rey, sino que se sabe poseedor de la lealtad extrema de cuantos, por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender, se consideran monárquicos; Una lealtad, que no depende de los hechos, o las virtudes, sino de la legitimidad de origen real - la de Franco y su orden póstuma a los ejércitos - por un lado y de la de sangre, como si el hecho de nacer Borbón – o Austria, que tanto da – te convirtiera de repente en respetable.
Una lealtad muy distinta de la que se ganaron de sus hombres, Antonio Tejero Molina, peleando en el frente interior guipuzcoano, retirando ikurriñas cargadas de explosivos con los restos de sus guardias entre los jirones del trapo, o como la que obtenían para sí los divisionarios generales monárquicos Armada y Milans del Bosch, ganadas en el frente de batalla de nuestra contienda, de la contienda europea, o al frente de unidades como la División Acorazada Brunete número 1.
Una lealtad que, por irracional, sabe que no acaba ni con la muerte ni con la traición real y que, por ello, siempre habrá chivos expiatorios para purgar unas culpas, que dolieron más por la carga de traición al rey que se suponía tenían, donde sólo había lealtad, que por la propia pena.
Pero lo que no deja de sorprender en este aquelarre que el enriquecido Bono ha organizado en torno al 30 aniversario, es que hay otros que sí son responsables, al menos en lo que a la Constitución se refiere, que se han dado besos y abrazos obscenos, que no han dudado en culpar a unos y felicitar a otros y felicitarse a ellos mismos por los momentos vividos y la entereza de todos, y que también han sido retratados, negro sobre blanco, sin que tampoco hayan instado actuación judicial alguna.
Esos presuntos culpables por tanto, de conocer, amparar, tolerar y auspiciar la “Solución Armada”, La “Operación De Gaulle” a la española, en la que algunos, eran protagonistas directos, asumen, por lo que se ve, que “inventar” no debe ser tan grave, comparado con tener que dar explicaciones.
González, Carrillo, Fraga, Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Múgica, Peces Barba, José Luis Álvarez y tantos otros, deberían indignarse, de “inventarse” sobre ellos lo que se “inventa” y deberían, por tanto, actuar en consecuencia.
Quizá los españoles en aquel lunes decidieron, de manera espontánea, dejar de llevar a sus hijos al colegio – como hicieron el irresponsable rey y su esposa con los suyos - o quizá el irresponsable rey sabía algo que los españoles restantes no sabíamos.
Lo que es seguro es que la aportación de los “inventores” hoy, puede ser considerada una excentricidad, pero mañana, transcurridos los años suficientes, muertos los restantes protagonistas, desclasificados el resto de los papeles, reaparecidas las cintas y grabaciones que faltan, obligarán a reescribir tantas y tantas páginas de mentira y de ignominia y a contar de nuevo la historia. Quizá entonces, los herederos del Teniente Coronel pueden por fin saber, qué pasó el 23-F.
Hasta entonces, tendremos que conformarnos con las invenciones de nuestros invitados. Acomódense y escúchennos.
Así, con la tranquilidad que da la irresponsabilidad que emana de la Constitución, y que impide juzgar al rey por delito alguno, se ha despachado el monarca sin despeinarse. Nada de mandar detener a los “inventores” de lo que no se sabe, que al amparo de otro artículo constitucional que impide denostar la figura regia podría hacerse. Nada de mandar a la pareja de la Guardia Civil a buscar a los presuntos inventores, ni retirar los “libelos” - que no serían libros en virtud de su supuesta falsedad – para ser aportados como prueba en un juicio.
No señor. El rey es irresponsable y por ello, le trae completamente al fresco que los autores menos documentados le señalen desde siempre como conocedor de la urdimbre del golpe y los más documentados, como conductor material del pronunciamiento, al amparo de un Supuesto Anticonstitucional Máximo, cuya autoría intelectual se ha situado, por activa y por pasiva, en la trastienda más pulcra del antiguo CESID.
No desentona, en todo caso, el método, con lo que sabemos del irresponsable que reina pero no gobierna, pero que es la salsa de todos los cocidos, desde que fuera proclamado sucesor a título de rey, en vida del Generalísimo.
Así, no dudó en retorcer la legislación vigente - sobre la que juró al acceder al trono - para reformar, primero, y dinamitar después, los Principios y Leyes fundamentales del Movimiento que eran, por definición y por Ley, inalterables e inmutables. Era, de hecho, la Carta Magna del momento.
Tampoco dudó en hacer la pantomima de, tras haber recibido la legitimidad de origen mediante la Ley de Sucesión de Franco, pasándose por el Arco del Triunfo los anhelos e ilusiones de su padre de recuperar la Corona que el abuelo regio, a su vez, entregó mediante fuga, a los revolucionarios republicanos en el 31, inventar una supuesta abdicación de derechos dinásticos sobre un hijo que, por lo visto, hasta ese momento no debía ser, según la extraña visión monárquica más que un usurpador.
Nada tendría por tanto de extraño provocar, promover, utilizar un SAM, con el nuevo objetivo de, retorciendo nuevamente la Constitución – esta vez la actual – reconducir la situación o, como de hecho ocurrió finalmente, elaborar una suerte de Legitimidad de Ejercicio en Defensa de la Constitución en peligro.
Pero todo ello carece de importancia porque no sólo es irresponsable el rey, sino que se sabe poseedor de la lealtad extrema de cuantos, por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender, se consideran monárquicos; Una lealtad, que no depende de los hechos, o las virtudes, sino de la legitimidad de origen real - la de Franco y su orden póstuma a los ejércitos - por un lado y de la de sangre, como si el hecho de nacer Borbón – o Austria, que tanto da – te convirtiera de repente en respetable.
Una lealtad muy distinta de la que se ganaron de sus hombres, Antonio Tejero Molina, peleando en el frente interior guipuzcoano, retirando ikurriñas cargadas de explosivos con los restos de sus guardias entre los jirones del trapo, o como la que obtenían para sí los divisionarios generales monárquicos Armada y Milans del Bosch, ganadas en el frente de batalla de nuestra contienda, de la contienda europea, o al frente de unidades como la División Acorazada Brunete número 1.
Una lealtad que, por irracional, sabe que no acaba ni con la muerte ni con la traición real y que, por ello, siempre habrá chivos expiatorios para purgar unas culpas, que dolieron más por la carga de traición al rey que se suponía tenían, donde sólo había lealtad, que por la propia pena.
Pero lo que no deja de sorprender en este aquelarre que el enriquecido Bono ha organizado en torno al 30 aniversario, es que hay otros que sí son responsables, al menos en lo que a la Constitución se refiere, que se han dado besos y abrazos obscenos, que no han dudado en culpar a unos y felicitar a otros y felicitarse a ellos mismos por los momentos vividos y la entereza de todos, y que también han sido retratados, negro sobre blanco, sin que tampoco hayan instado actuación judicial alguna.
Esos presuntos culpables por tanto, de conocer, amparar, tolerar y auspiciar la “Solución Armada”, La “Operación De Gaulle” a la española, en la que algunos, eran protagonistas directos, asumen, por lo que se ve, que “inventar” no debe ser tan grave, comparado con tener que dar explicaciones.
González, Carrillo, Fraga, Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Múgica, Peces Barba, José Luis Álvarez y tantos otros, deberían indignarse, de “inventarse” sobre ellos lo que se “inventa” y deberían, por tanto, actuar en consecuencia.
Quizá los españoles en aquel lunes decidieron, de manera espontánea, dejar de llevar a sus hijos al colegio – como hicieron el irresponsable rey y su esposa con los suyos - o quizá el irresponsable rey sabía algo que los españoles restantes no sabíamos.
Lo que es seguro es que la aportación de los “inventores” hoy, puede ser considerada una excentricidad, pero mañana, transcurridos los años suficientes, muertos los restantes protagonistas, desclasificados el resto de los papeles, reaparecidas las cintas y grabaciones que faltan, obligarán a reescribir tantas y tantas páginas de mentira y de ignominia y a contar de nuevo la historia. Quizá entonces, los herederos del Teniente Coronel pueden por fin saber, qué pasó el 23-F.
Hasta entonces, tendremos que conformarnos con las invenciones de nuestros invitados. Acomódense y escúchennos.
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