El 1 de mayo de 1886 fueron ejecutados en Chicago los mártires sindicales que organizaron la revuelta reivindicativa de las ocho horas laborales. Con su lucha insobornable, llevada hasta el sacrificio de sus propias vidas, Spies, Fielden, Neeb, Fischer, Lingg, Engel y Albert Parsons le arrancaron al Capitalismo la usura de las interminables jornadas de trabajo a cambio de unos salarios de miseria.
No merecían morir y el jurado que los sentenció a la hora lo sabía. Hasta tal punto eran conscientes de la atroz injusticia que iban a perpetrar, que uno de los comparsas del Capitalismo que formaban parte del jurado justificó las sentencias de muerte alegando que había que ahorcarlos “por que son hombres demasiado sacrificados, demasiado peligrosos y demasiado inteligentes”. Desde entonces , el 1 de mayo es la Fiesta Internacional del Trabajo.
Y lo cierto es que cuando uno evoca la lucha de los mártires de Chicago y le echa la vista encima a la UGT, la marea de asco hace naufragar cualquier razonamiento lógico y ahoga la comprensión y hasta la piedad. Cuando uno evoca a aquellos sindicalistas de coraje y de pana, de pólvora y testosterona que con su impagable valor y con la firmeza de su lucha sacaron a los niños de los pozos de las minas y redimieron a los trabajadores de la infamante condición de animales de carga a la que el Capitalismo los había condenado, y le echa la vista encima a los ejecutivos horteras de CCOO, que viven de los Presupuestos Generales del Estado, la náusea se hace incontenible y la certeza de la estafa, incontestable:
El 1 de mayo, como todos los años estos petimetres sindicales nuestros que no son “ni demasiado sacrificado, ni demasiado peligrosos ni demasiado inteligentes” y que cobran de la teta del Estado porque no tienen el coraje suficiente para vivir a la intemperie de la independencia, montaron el pic-nic de siempre para mancillar con esas lenguas suyas tan acostumbradas a lamer el culo del Poder, palabras tan hermosas como TRABAJO Y SINDICALISMO.
Eduardo García Serrano.
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