Estimados señores D. Javier Ángel Encinas
Bardem y D. Carlos Encinas Bardem:
Les escribo esta nota porque creo que les debo
una explicación. Soy un ciudadano español cualquiera que está indignado con el
sistema que gobierna nuestra sociedad y dirige nuestras vidas desde hace ya
demasiados años. Todas las mañanas al echar un vistazo a los periódicos sufro
con las noticias que hablan de gente en nuestro país que empieza a pasar hambre,
de los recortes llevados a cabo por nuestro gobierno, de regiones enteras que
claman por la independencia o de impuestos que cada día son más elevados.
Entiendo que no es justo que una casta corrupta y endogámica de políticos y
banqueros parasite a los ciudadanos españoles como yo, ahogándonos cada vez más
y enriqueciéndose ellos día a día a costa de los más débiles. Este hartazgo que
experimento no es sino una gota de agua en el mar de indignación generalizada
que viven mis conciudadanos.
Hace unas semanas, D. Javier emitió unas
declaraciones en las que se posicionaba a favor del movimiento marxista en
Andalucía que durante el verano protagonizó diversos asaltos a supermercados y
ocupaciones de todo tipo de propiedades con la finalidad de aplicar la justicia
distributiva por su cuenta. El movimiento estaba encabezado por un alcalde y
diputado autonómico quien, en la jura de su cargo, prometió subvertir el sistema
y el orden vigentes.
Al declararse a favor de estas actuaciones del
Sindicato Andaluz de Trabajadores, ustedes están aceptando una serie de
premisas. Premisas tales como que no debe ser admisible la propiedad privada de
los medios de producción, y que en toda empresa existe un conflicto implícito
entre trabajadores y patrón. Según los que son como ustedes, señores Bardem (y
como su señora madre, Dª Pilar) y según la ideología que dicen ustedes profesar,
los trabajadores y los dueños de los establecimientos comerciales o industriales
tienen intereses contrapuestos e irreconciliables. En este enfrentamiento entre
colectivos con intereses distintos, lo justo es que la clase explotada o
parasitada se imponga al explotador-parásito, llegando mediante la confrontación
a un estado de igualdad de clases en el que nadie sea ni posea más que otro.
Según las premisas de las que ustedes parten, en todo proceso productivo actual
la creación de valor o “plusvalía” pasa a ser propiedad del capitalista,
mientras que los trabajadores reciben únicamente una remuneración equivalente a
su esfuerzo, lo que lleva a la alienación.
Usted dijo lo que dijo, señor Bardem, y se ha
declarado “comunista”, al igual que la mayoría de integrantes de la caterva de
actores y artistas de este país. Tras estas aseveraciones, entiendo que debe ser
usted coherente y consecuente con sus declaraciones. Porque uno es dueño de sus
silencios, y esclavo de sus palabras, D. Javier, de eso le puedo asegurar que
entiendo bastante, porque yo he sido, soy y seré siempre esclavo de las
mías.
Por todo esto, hoy he entrado en su restaurante
y he pedido bebida y dos platos. He introducido la comida que me ha sido servida
en el interior de unos tupperwares y he salido por la puerta del restaurante sin
abonar el importe en el que usted, dueño capitalista, había fijado el valor de
la producción (la cual ha sido llevada a cabo por sus asalariados, con el sudor
de su frente). Esta comida va a ser entregada mañana a una parroquia del barrio
de Argüelles para que sea destinada a los pobres y necesitados, quienes sin duda
agradecerán este acto de caridad. Eso sí, abono el precio de la bebida, que sí
he consumido, y dejo una propina del 20% del precio de la cerveza para que sea
repartida entre el camarero que me ha atendido y los cocineros que han
participado inconscientemente en este acto de caridad. A ellos les pido
disculpas por no haberles avisado de la obra benéfica con mayor
antelación.
Desde una óptica jurídico-penal (del sistema
legal al servicio del orden que ustedes tanto denostan, y que al que sin embargo
posiblemente acudirán para que yo me lleve mi merecido) esto que he hecho no
puede considerarse robo, hurto ni estafa, dado que falta el elemento del ánimo
de lucro. No he perpetrado tampoco coacciones ni amenazas de ningún tipo contra
los empleados del local (antes al contrario, les dejo propina y les pido
disculpas por las molestias). Ustedes, D. Javier y D. Carlos, pueden recurrir a
las opciones que les ofrece el ordenamiento jurídico, y echar mano de la
calificación como falta de daños (el valor de la comida no excede de 400 euros
como para que pueda considerarse delito). Solo que en mi conducta no existe
intención delictiva, sino más bien un estado de necesidad justificante: la
comida sustraída va a ser destinada a alimentar a personas que están pasando
hambre en la misma puerta de la parroquia, de lo cual me encargaré de dejar
constancia mediante pruebas gráficas. En cualquier caso, parece que los
tribunales han sentado precedente en el caso de sus amigos Sánchez Gordillo y
sus hombres del SAT, puesto que no se han iniciado procesamientos contra los
mismos por faltas de daños a los supermercados. Les sugiero que traten de
accionar contra mi patrimonio por la vía civil, ante los Juzgados de Primera
Instancia de Madrid, y que tengan paciencia. O, mucho mejor, que no hagan nada,
y simplemente reflexionen sobre todo esto.
Exactamente igual que su amigo Sánchez Gordillo
actúa con el único objetivo de llamar la atención, y por motivos políticos, mi
motivación para hacer esto que estoy haciendo no es otra que llamar la atención
como español indignado pero no perroflautizado ni bolchevizado (una nueva
corriente alternativa de indignación). Al igual que quienes siguen a Sánchez
Gordillo en Andalucía, yo también estoy indignado por la primacía del sistema
financiero sobre los ciudadanos a la hora de tomar decisiones en política
económica. Al igual que ellos, creo que no se debería volver a permitir la
creación de una burbuja inmobiliaria fruto de la especulación de unos pocos
empresarios. Y así, compartimos varios motivos de indignación. La diferencia es
que yo, al igual que varios españoles que también conocen la historia de España
y la de Europa, sus mentiras y sus dogmas de fe, jamás estaré a favor de este
tipo de personajes que proponen una revolución marxista, la destrucción del
Estado, de la propiedad privada y de las instituciones básicas del orden y la
convivencia. Jamás apoyaré al alcalde de un pueblo que se dedica a introducir
inmigrantes ilegales en Andalucía y “arreglarles los papeles”, para que aumente
el número de bocas a alimentar en la región en unos tiempos en los que ya es de
por sí difícil dar de comer a los nacionales. No apoyaré jamás a individuos para
los cuales no existe el concepto de Estado y cuyo fin es convertir Europa en la
meca de todas las culturas de la Tierra, renegando de nuestras raíces más
básicas. No apoyaré a quienes posan con pancartas de “Euskal presoak, euskal
herrira” y defienden la presencia de Bildu en las instituciones.
Claro que a usted, D. Javier Bardem, todo esto
le da igual. Es más, se siente a gusto con lo que acabo de contar. Es posible
que ni siquiera sea consciente de ello, pero usted, al igual que su mujer, la
Pasionaria de Alcobendas, es un producto del sistema neoliberal que manda en la
política y en la economía, combinado con el marxismo cultural que se ha
apoderado de la sociedad a lo largo de las últimas décadas. Usted se declara
comunista porque como individuo le conviene una homogeneización de las masas,
adoctrinadas de manera uniforme. Le entusiasma la idea de una sociedad
multicultural, generadora únicamente de más pobreza y desarraigo. Los que son
muy muy ricos como ustedes sólo desean ver aumentada su riqueza mediante el
expolio de las masas, y una revolución comunista es el caldo de cultivo perfecto
para ello. Del mismo modo, toda su casta de artistas se ha posicionado siempre
del lado de la izquierda sociológica para consolidar su propio lobby de poder
exclusivo y excluyente dentro del sistema, mientras nos bombardean con películas
y basura que repiten sus consignas. Consignas que tratan de reinventar la
historia de nuestro país de la manera que a ustedes les hubiera gustado que
fuera.
Mientas usted se declara comunista desde las
lejanas tierras de ultramar, su nación muere de hambre. Mientras su hijo nace en
California como ciudadano americano, los niños que nacen en España son realmente
hijos de otras culturas extrañas que nada deben a nuestro país. Mientras usted
disfruta de sus millones en el extranjero, sin tributar aquí, la gente no puede
llegar a fin de mes y tiene que buscar comida en la basura. Los pequeños
comercios cierran por las continuas pérdidas, mientras Javier junior nace en una
clínica privada americana. Pero bueno, es comprensible. Al fin y al cabo, la
Seguridad Social es un invento del nefasto pasado, ¿verdad? A fin de cuentas, el
malvado Régimen anterior murió en una cama de un hospital de la Seguridad
Social. Un hospital público español siempre tendrá ese olorcillo rancio que
usted, en su glamour comunista de la hoz y el Martini, no puede permitirse. Hay
que cuidar la imagen. El buen pijoprogre no sólo debe decir que es comunista y
republicano, sino parecerlo.
Fdo: un español indignado de verdad.
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