sábado, 13 de octubre de 2007

EN MEMORIA DEL MAESTRO RAFAEL (por Rafael C. Estremera)


El maestro Rafael es -para los españoles de bien- Rafael García Serrano. Al menos, con decir eso -el maestro- bastaba para que los españoles de mi generación -la que vio la llamada transición desde la muga, por poco más o poco menos, de la mayoría de edad- supiéramos de quien se trataba.

El 12 de Octubre de 1988 fallecía el maestro Rafael.
El maestro Rafael es -para los españoles de bien- Rafael García Serrano. Al menos, con decir eso -el maestro- bastaba para que los españoles de mi generación -la que vio la llamada transición desde la muga, por poco más o poco menos, de la mayoría de edad- supiéramos de quien se trataba.
Aquella fue -en lo literario o, por mejor decir, en lo editorial- una buena época. La editorial Planeta de José Manuel Lara -muy lejos de lo que hoy resulta- sabía conjugar el negocio con la calidad y, como resultado, fue reeditando casi todas las obras de Rafael García Serrano. Sabía que en ello tenía negocio seguro, porque había una legión de compradores anhelantes, y no se plegó a lo políticamente correcto.
En fin: que aquella epoca turbulenta, sucia, pervertida, nos trajo por otro lado la palabra de hombres como Rafael García Serrano, a los que los tecnócratas del régimen de Franco -los mismos que luego serían demócratas de toda la vida- habían querido silenciar.
Para los camaradas -para los simples españoles bien nacidos- que no han tenido ocasión, por razones de edad, de conocer a Rafael García Serrano, he aquí un breve apunte biográfico:
Rafael García Serrano nació en Pamplona, en 1917, y falleció en Madrid, el 12 de Octubre de 1988.
Falangista de la primera hora, salió voluntario con las tropas del legendario General Mola el 19 de Julio de 1936, de la pamplonesa Plaza del Castillo que da título a una de sus obras. Permanece en el frente de Somosierra hasta que una herida le obliga a regresar a su ciudad natal, donde se incorpora al equipo de Arriba España, del que es nombrado subdirector, continuando en el cargo hasta su reincorporación a la lucha.
Alférez Provisional de Infantería, la enfermedad le aparta de los frentes de combate, y durante su larga estancia en los hospitales publica su primera novela: Eugenio o Proclamación de la Primavera, comenzada en las aulas universitarias y concluída en los frentes.
Obtuvo en 1943 el Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera con La Fiel Infantería, novela que refleja los arquetipos humanos que hicieron posible la Victoria.
A La Fiel le siguen Plaza del Castillo, Los ojos perdidos, La paz dura quince días y La ventana daba al río, que forman parte de lo que el autor denominó Ópera Carrasclás.
Otras obras suyas son Los toros de Iberia, Las vacas de Olite, El domingo por la tarde, Retrato al minuto de un cabrón contemporáneo, El Obispo de Gambo tiene el honor de invitarle a la próxima guerra civil, Madrid noche y día, Feria de restos, Los Sanfermines, El pino volador y otras historias militares e Historia de una esquina.
Mención especial merece Bailando hasta la Cruz del Sur, relato de los viajes de la Sección Femenina por las tierras hispanas de América; Cuando los dioses nacían en Extremadura, la novela de la conquista de Méjico, y el monumental Diccionario para un macuto.
Ganador del Premio Espejo de España en 1983 con La Gran Esperanza, memorias de los primeros meses de la Guerra de Liberación; premio cuya concesión obtuvo el voto en contra del señor Fraga Iribarne.
Su ultima obra, V Centenario, nos advierte un futuro posible, hoy más que nunca cercano, próximo, ocurriendo ya, y ofrece un magnífico programa de actuación para cuantos creemos que España sigue existiendo. Cuando la llamada ley de Memoria Histórica -sectaria, falaz, partidista, revanchista, necia- nos pone en camino de la profanación de tumbas, de borrar el pasado para condenarnos a repetirlo, vayan aquí unos párrafos de V Centenario, que sitúa en la Basílica del Valle de los Caídos la cabeza de la resurrección de España:
* * *
Se tenía la sensación de un gran abandono, de una enorme tristeza conforme avanzaban hacia la gran nave y el crucero, un olor a mustio y sucio, fracaso y destrucción. La humedad de la montaña había filtrado grandes manchas oscuras por todas partes. Era justamente un sepulcro, más sepulcro que nunca desde que desaparecieron los muertos y no parecía quedar allí más que el recuerdo de su podredumbre. Y sin embargo allí acampaban, se movían, trabajaban hombres llenos de esperanza, todos ellos vivos y dispuestos a morir. No quedaba en aquel sepulcro gigantesco ni rastro de la muerte, ni huesos, ni siquiera polvo enamorado, y sin embargo allí estaba enterrada España, que ya no era de este mundo. Los ángeles con espadas parecían guardarla, y servir al Cristo clavado en la cruz de madera de enebro de Río Frío, que era como una llamarada en aquella rumorosa soledad. (...)
Diez escaleras. Los diez mandamientos. Se veía antes del altar la gran losa quebrada que guardó el cuerpo muerto de José Antonio, aquel lejano joven cuyas antologías eran la lectura de muchos cercanos jóvenes dolorosos y decididos, y el agujero oscuro donde fue enterrado.(...)
Pisaban teselas y taraceas de colores desprendidas del gran mosaico de la cúpula. El humo de los cigarrillos resaltaba en la luz que iluminaba al Cristo como el aliento de un extraño incensario. El lugar, tras de su profanación en el 89, no había sido reconsagrado jamás y la comunidad fue dispersada. El 89, recalcaban muchos, no es más que el 98 al revés. El 98 no tuvo vuelta. ¿La tendría el 89?
* * *
En la novela, Rafael García Serrano sitúa el estallido de la unidad nacional en el 89, jugando con el revés del 98 novecentista. No fue entonces, pero está siendo ahora. Rafael lo previó, lo escribió y sugirió la respuesta. Nosotros lo estamos viviendo.
Rafael combatió con las armas -frente a frente, como los hombres- cuando fue el momento; y luego, durante toda su vida, con aquella vieja máquina de escribir que parió algunas de las mejores obras de la literatura universal. Nosotros combatimos, -desde nuestro blocao de La Tribuna de España- con estas nuevas máquinas de escribir que la tecnología nos facilita. Y -Dios no lo quiera, pero tampoco lo impida si es necesario- con las armas que tengamos a mano llegado el trance.
Rafael, maestro, amigo, camarada: que los ángeles con espadas que guardan el Paraíso erecto, difícil, implacable, te den pronto la buena nueva de que otra vez tenemos España.

Rafael C. Estremera.


2 comentarios:

Juanma dijo...

Hoy me ha llegado el libro que me recomendastes.

"José Antonio:entre odio y amor".


Saludos.

27 puntos dijo...

Bajo mi punto de vista la mejor biografía y el mejor estudio del nacionalsindicalismo que se escribió nunca.
Ya me contarás...