martes, 4 de marzo de 2008

TAL DÍA COMO HOY DE 1.934.....


El primer acto de F.E. de las J.O.N.S.


Se empezaron entonces los preparativos para celebrar un gran acto que evidenciase ante España entera la significación de aquella fusión de juventudes y llamase a las banderas de la Revolución Nacionalsindicalista a otros jóvenes tímidos o retrasados que aún creían en posibilidades de salvación de España por los caminos del retorcimiento, la palabrería y los enjuagues parlamentarios. Se eligió Valladolid, donde las J.O.N.S. eran más pujantes que en parte alguna, gracias a la tenaz labor de Onésimo Redondo, que había captado en la ciudad a la mayoría de los estudiantes y en los campos a grandes masas de labradores. Se señaló la fecha del domingo 4 de marzo.
El domingo anterior se organizó un mitin en uno pueblo perdido de la Geografía española: Carpio de Tajo. En él sonó por vez primera, por boca de JOSÉ ANTONIO, la palabra de la Falange Española de las J.O.N.S. Más tarde, otros muchos pueblos de nombre desconocido para la mayor parte de los españoles fueron recibiendo la visita de los jerarcas falangistas: Corral de Almaguer, Puebla de Almoradiel, Corrales, Don Benito, Tordesillas, Daimiel, Puertollano, Villagarcía, Catoira, Toro, Puebla de Sanabria, San Adrián, Fuente Palmera, Peñafiel, Campo de Criptana, Mota del Cuervo [*], Alcañiz [*], Baena, Albalá, Montoro, Carballino, Quintanar del Rey, Briviesca, Talavera, Pola de Siero, Maside, Santa Fe, Navia, Trevias, Peralta, Pola de Laviana, Villaviciosa, Renedo, Queveda, Torrelavega, Urda, Villacañas, Quero, Huerta de Valdecarávanos, La Guardia, San Martín de Montalván, Navahermosa, Miajadas, Moraleja, Garrovillas, Coria, Brozas, Torremocha, Logrosán, Yecla, Belmonte, Huete, Cabra, Porcuna, Torredonjimeno, Manacor, Laredo, Sanlúcar, Mula, Villaviudas, Barambio, etc. A la Falange y a su Jefe Nacional no les bastaba el ambiente cálido de los actos en las capitales. En la capital hay mucho falseado, JOSÉ ANTONIO prefería buscar la metafísica de España en los pueblos perdidos por esa "tierra española, ancha, triste, seca, destartalada, huesuda como sus pobladores, que no parece tener otro destino que el de esperar a que esos huesos de sus habitantes se le entreguen definitivamente en la sepultura" (discurso de 19 de mayo de 1935 en el Cine Madrid); por "esos pueblos, en donde todavía, bajo la capa más humilde se descubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tienen un gesto excesivo ni una palabra ociosa, gentes que viven sobre una tierra seca en apariencia, con sequedad exterior; pero que nos asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y de los trigos. Cuando recorríamos esas tierras y veíamos esas gentes y las sabíamos torturadas por pequeños caciques, olvidadas por todos los grupos, divididas, envenenadas por predicaciones tortuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo lo que él mismo cantaba del Cid al verle errar por los campos de Castilla, desterrado de Burgos: "Dios, qué buen vasallo si oviera buen señor". (Discurso de 29 de octubre de 1933 en el Teatro de la Comedia). Mejor que a los intelectuales o burgueses, mejor que a los obreros de los núcleos urbanos, endomingados y achulapados de marxismo y "chotís", prefería hablar a los cientos de miles de hombres "sin una tierra un poco suya que regar con el sudor, sino en la situación desesperante y monstruosa de ser proletarios, es decir, hombres que ya vendieron su tierra y sus herramientas y su casa, que ya no tienen nada que vender y han de alquilar por unas horas las fuerzas de sus propios brazos; han de instalarse, como yo les he visto, en esas plazas de los pueblos de Andalucía, soportando el sol, a ver si pasa alguien que los tome por unas horas a cambio del jornal, como se toman en los mercados de Abisinia los esclavos y los camellos…". (Discurso del 2 de febrero de 1936 en el Cinema Europa de Madrid).
"Hablar a esos hombres curtidos por el frío y el sol, con sus blusas oscuras, sus gorras de felpa ladeadas, la colilla pegada a los labios, la vara de aguijar la yunta entre las manos callosas, es lo que más me emociona" – me decía una vez -. "Empiezan oyéndome con recelo, temerosos de que mis palabras sean una burla más como las de tantos agitadores socialistas o propagandistas agrarios. Pero en cuanto les hablo de España, de la tierra, del deber y el sacrificio, en cuanto les pido disciplina y servicio para España en vez de votos, hay que ver con qué alegría alzan el brazo…" [*]
Luego narraba entusiasmado las comidas campesinas – alubias con chorizo, lentejas, sopas de ajo y la fruta y el pan aldeano moreno y prieto- después del acto en el corralón o el pórtico de la Iglesia, o la plazuela de toros o el salón de baile. Los ojos le brillaban – clarísimos – en el rostro quemado del sol caliente y el viento de hielo reciente.
- El día que triunfemos, José Antonio, tendremos que llamarte el "Campeador", por tu valor de romancero y por tu amor al campo y a los campesinos.
Mi amistad con él estaba por encima de la adulación, y estas palabras no podían sonarle a ese defecto que tanto odiaba, y sí a la lealtad, que tan vivamente agradecía. (Aunque en los momentos en que yo le dijera estas palabras podía haber dicho, como más tarde en la carta a Bravo del 28 de marzo de 1935: "Puedes creer que cada día tengo a mí alrededor más cosas amargas y que casi me vendría bien uno poco de adulación como emoliente";-) . Sonrió al oírlas y replicó: "¿Sabes lo que más me gustaría tener del Cid, a quien evocas? ¡El ganar batallas después de muerto!".
Su Destino ha querido ese deseo. Desde su Paraíso difícil, vertical y militarmente angélico, su espíritu inmortal combate junto a sus camaradas cada áspero minuto de la Revolución, y ha de ir saboreando, lenta pero seguramente, el difícil zumo de la Victoria.
En el discurso de Valladolid no cantó JOSÉ ANTONIO a la fusión. Consideró ya tan soldadas las dos Organizaciones, F.E. y J.O.N.S., que no tuvo por qué aludir a una ni a otra. Habló ya de "nosotros"- se sobreentendía quiénes eran "nosotros"- y de los demás.
Pero, sobre todo, habló de España con esa maravillosa elocuencia que Dios le había dado, con esa fuerza poética que tan extraordinariamente sabía amalgamar con las realidades políticas.
En muchas ocasiones se ha dicho que JOSÉ ANTONIO era un poeta. Lo era y magnífico. No es sólo poeta quien escribe versos. Quien sueña y descubre mundos y horizontes; quien realiza el milagro de encender antorchas de fe en almas perdidas en sombras de desilusión y desesperanza, merece también ese calificativo. Por eso son poetas los apóstoles y los misioneros, los navegantes y los descubridores. Las palabras de Verdad y de Sueño de JOSÉ ANTONIO tienen la misma fuerza lírica que las Epístolas de San Pablo, las Florecillas de San Francisco, las Narraciones de Marco Polo o el diario de Navegación de Cristóbal Colón. Es poesía que revela rutas, desvela misterios, crea nuevas fechas y soles nuevos.
Dos años y medio después del 29 de octubre, y del 4 de marzo, estalla el Movimiento Nacional, y las palabras de JOSÉ ANTONIO dan tema y perfil a toda la nueva poesía española: la Guardia bajo las estrellas arma al brazo o sobre los luceros en ademán impasible; los Ángeles verticalmente militares en las puertas de un Paraíso difícil de escalar; la exaltada belleza de la muerte como acto de servicio; la alegría de la canción y las banderas nuevas desplegadas en vientos con olor de pólvora y de rosas… Todo cuanto él ha dicho de manera magnífica en discursos, ensayos o conversaciones, forma el estilo literario nuevo, en verso o en prosa, casi tópico en fuerza de repetirlo todos cuantos hemos escrito en España durante la guerra.
No creo que se haya dado en la Historia otro caso de orador político cuyas frases se repitan hasta la saciedad en cantares anónimos del pueblo hecho soldado; en los versos de los poetas eruditos; en las consignas de los Jefes; en los artículos de los ensayistas; en los preámbulos de las Leyes.
JOSÉ ANTONIO ha influido en el léxico y en el fondo poético de la generación actual, tanto o más que en la forma influyó Federico García Lorca – cuya manera de hacer sigue siendo todavía la pauta de muchos poetas jóvenes -, lo que es insólito en un no profesional de la Literatura. Que Gabriel d`Annunzio haya impregnado toda la retórica fascista nada tiene de sorprendente, pues desde muchos años antes de nacer el fascismo, la concepción d`annunziana de una gran Italia, sus teorías irredentistas y su devoción por la latinidad y la romanidad, expresadas en versos espléndidos, en dramas vigorosos y en novelas inflamadas, habían ganado a la juventud italiana. Pero con una lentitud de años, forjando la gloria a golpes de talento y de reclamo escandaloso. El fenómeno de JOSÉ ANTONIO ha sido totalmente distinto. Nunca había sido escritor. Bruscamente, el destino despertó en él el genio de la auténtica poesía – "la Poesía que promete", como decía él mismo -, y sus palabras conmueven y remueven la sensibilidad de la juventud española, como un libro de Caballerías de héroes y enamorados. España es la dama de los pensamientos caballerescos de nuestro Amadís y de sus seguidores, pero no pensando en ella para un matrimonio de conveniencia; no pensando en ella como mujer apetecible para los brazos y los labios, para el yantar y el sueño. JOSÉ ANTONIO ama – y nos hace amar a los demás- a España sin que nos guste sensualmente. Nos enseña a amar a una España que es un tormento para los ojos y para el espíritu. A una España que – como a Unamuno- nos duele en el cogollo del corazón. JOSÉ ANTONIO sabe, y nos lo explica en todas las lecciones de su vida, que de esta España, violenta y oscura, ha salido radiante uno de los más altos destinos espirituales de la Historia. Amar a esta España, tal como es, por lo que ha sido y porque hayamos nacido en ella, es cómodo y hasta bonito si se quiere. Pero el amor no debe ser bonito ni cómodo (y JOSÉ ANTONIO sabía bien también del buen amor). Tiene que ser terriblemente dramático y exasperado como es el amor de Dios para los místicos. Para llegar a él, la juventud tuvo un camino, un camino amargo que le señaló JOSÉ ANTONIO: el de la crítica. Crítica en el café; en los mentideros tradicionales al sol; en el contacto con los libros pesimistas y acres de desesperados amadores de España: Cadalso, Larra, Ganivet, Unamuno, Galdós, Azorín, Baroja, Costa, Ortega, Maeztu. Cuando ese camino de la crítica se decide a buscar el contacto físico de los ojos se aprende a amar a España en el llanto del fondo de nuestra alma. Se aprende a luchar por ella. Se aprende a morir por y para ella.
¡Cómo habló JOSÉ ANTONIO de Castilla en Valladolid! No hay en todas las páginas que se han dedicado a la región madre de España por los más grandes escritores, una que cale más hondo y se eleve más alto que esta inmortal de JOSÉ ANTONIO que debieran saber de memoria como el Padrenuestro todos los castellanos:
"Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas sin adornos; la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni es la característica, ni es el río, ni es el sendero, ni es el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, los agregados de unas cuantas fincas, ni el exponente de unos intereses agrarios para regateados en Asambleas, sino que es la tierra como depositaria de esos valores eternos, la austeridad en la conducta, el sentido religioso en la vida y la alianza, la solidaridad absoluta entre los antepasados y la tradición. Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto. El cielo tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos verdes de frondas terrenas, que se dijera que es casi blanco de puro azul. Y así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido siempre que ser un Imperio. Castilla no ha podido entender lo local nunca; Castilla sólo ha podido entender lo universal, y por eso Castilla se niega a sí misma, no se fija en dónde concluye ni a lo ancho ni a lo alto, y Castilla, esa tierra llena de nombres maravillosos, como Tordesillas, Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres; esta tierra de Chancillerías, de las Ferias de Castilla – el decir todo esto es decir tierra de la Justicia, de la Milicia y del Comercio-, nos puede enseñar cómo fue aquella España que nosotros llevamos en el corazón con la nostalgia de su ausencia."
El mitin de Valladolid tuvo resonancia de tiros y de la otra. Al concluirse, mientras abrazaban a JOSÉ ANTONIO los duros labriegos de Castilla y los ardientes escolares que intuían en él al Jefe esperado, en tanto – como dice Bravo- los que andaban en busca del capitán a quien seguir se sentían arrebatados viéndole ante sus ojos con el alma sedienta de obediencia reconociéndole gozosa, empezaron a oírse detonaciones. Eran las "descargas de los marxistas" contra los asistentes al mitin que primero habían ganado la calle. Llegaba el rumor al escenario del Calderón como algo lejano.
- ¡Ya hay tiros! – dijo alguien -. ¡Esperad un poco!.
- No; lo mejor es salir. Podrían creer que se les tiene miedo.
- Vamos todos a la calle – ordenó ya JOSÉ ANTONIO.
Y fueron. Él delante y junto a él – ¡cómo se habrán echado de menos uno a otro al morir los dos!, Julio Ruíz de Alda. Y Onésimo Redondo y Ledesma, al lado también.
Hubo muchísimos tiros, algunos heridos y contusos, y un estudiante no falangista – tampoco rojo- muerto.
Si algún recelo se había sembrado contra JOSÉ ANTONIO entre los viejos jonsistas vallisoletanos, bien lo disiparía el aire varonil y heroico con que se echó a la calle, pistola en mano, quien minutos antes cantaba exaltadamente lírico a Castilla. Como un simple escuadrista, JOSÉ ANTONIO actuó en la "operación de limpieza" de la Fuente Dorada y las otras calles inmediatas al teatro. El fino intelectual conocía – y no temía – la "dialéctica de los puños y las pistolas"; el señorito aristócrata era un hombre de temple. A los ojos de los jonsistas vallisoletanos, JOSÉ ANTONIO se mostraba auténtico Jefe, como minutos antes se lo había cantado a los oídos con su voz única.
El mismo día, e igual que aquellos, los jonsistas de Salamanca, de Zamora, de Palencia, de Burgos, que hubieron de asistir también al acto del Calderón, eran tan joseantoñistas como los falangistas de Madrid.
"Al principio, cuando abrieron las puertas del Calderón – me decía uno de mis camaradas salmantinos, un estudiante adolescente que fue después un guerrero sin tacha en la guerra civil - y comenzaron a disparar los socialistas, tenía miedo a salir a la calle, pues no tenía ni una mala pistola. Pero cuando salió JOSÉ ANTONIO fui detrás sin temor a las balas, como si una coraza invencible me protegiera" (Bravo, Obra citada, pág. III).
Texto extraído de:


JOSÉ ANTONIO (BIOGRAFÍA APASIONADA)Felipe Ximénez de Sandoval

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