lunes, 15 de septiembre de 2008

La suerte de las focas


Va a resultar que la libertad de matar, después triturar y posteriormente hacer desaparecer a seres humanos sin nacer es sinónimo de progreso


Alfonso USSÍA


El noventa por ciento de los médicos en España se niega a practicar abortos. Motivos de conciencia. Una buena parte de ellos no son católicos practicantes ni creyentes. Su rechazo a la interrupción del embarazo responde a imperativos morales y éticos.

El ministro de Sanidad, Bernat Soria, amenaza a los médicos objetores con la apertura de un registro. Coacción directa. Para el Presidente del Colegio de Médicos, el doctor Isacio Siguero, las listas voluntarias de facultativos objetores sólo pueden ser administradas por los colegios médicos, y no por las administraciones públicas. Se lo han recordado al sonriente señor ministro. Objetar es un derecho constitucional, más aún cuando se objeta de practicar un asesinato a un ser indefenso.

La nueva ley del aborto es un genocidio legalizado contra los seres humanos más frágiles y desamparados. Y el argumento de los partidarios del genocidio legalizado de que sólo la inamovible Iglesia Católica se opone al crimen masivo es falso, engañoso, torticero y cínico. Por supuesto que la Iglesia se opone, y también millones de españoles creyentes, pero sin olvidar a otros muchos, que desde el punto de vista moral y ético, libres de toda inclinación religiosa, alcanzan a ver la perversidad sin límites del proyecto «progresista», que ahora va a resultar que la libertad de matar, después triturar y posteriormente hacer desaparecer a seres humanos sin nacer es sinónimo de progreso.

En España, el aborto es un delito despenalizado en tres supuestos. Uno de ellos, la salud de la madre. Tenemos unas madres enfermísimas en España, por cuanto el 97% de las interrupciones de embarazo se escudan en el supuesto de la salud materna. A partir de ahora, lo que era un delito -matar lo es-, se convierte en un derecho. Defendemos los derechos de las mascotas, de los árboles, de los océanos y de las selvas. Defendemos al gorila y al chimpancé. Defendemos al sapo partero y al buitre leonado. Sancionamos con dureza sin límite a quienes violan o arrebatan la vida del lince, del mochuelo moteado y del bebé de la foca. Pero convertimos en un derecho asesinar a nuestros hijos cuando no tienen ninguna posibilidad de defenderse. No sólo anticristiano. Inhumano por naturaleza. Protestan los «progres» profesionales. Las mujeres tienen el derecho de hacer lo que quieran con su cuerpo. Hagan lo que quieran, pero no con el cuerpo de otros seres, que son vida desde el primer momento de la creación. Su cuerpo es el vehículo para que nazcan, pero culminado el parto, ese cuerpo vive por sí sólo.

Y protestan los «progres» profesionales por la matanza masiva y terrible de los bebés de focas para hacer abrigos de pieles. Estoy con ellos. El espectáculo es dantesco y la indefensión de las focas recién nacidas ante la agresión de cuadrillas de matarifes resulta espeluznante. Ese paisaje de hielo y sangre estremece y nos humilla a todos. Pero no estremece ni humilla a todos el ruido de la trituradora que hace añicos el cuerpo de un niño indefenso, ni el frío cálculo del crimen de un «nasciturus» por motivos inaceptables. Los gorilas tienen más derechos que los seres humanos. Y las focas. Al menos, a los bebés de las focas se les permite nacer y ver la luz. A los bebés humanos, ni eso. Será un derecho asesinarlos.

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