domingo, 28 de diciembre de 2008

Poner un Precio



En la lejanía, donde blanquean huesos que los genealogistas desconocen.

En las montañas, frente a los fuegos abrasadores, en los profundos huecos de las chimeneas.

En la débil España de la decadencia, que cada día pide perdón por su pasado.

En los lejanos puertos, donde desembarcaron los conquistadores caminantes.

En la adversidad combatiente del universo americano, donde nadie sabe cuánto creció el hombre irreductible, el que luego sería prudentemente suplantado.

En las mesnadas electoras de caudillos.

En el cabello mojado de jornadas, que acariciaban las mujeres al regreso.

En la fundación estricta del acero, cuyo verdadero nombre, todavía no ha sido pronunciado.

En las llagas ulceradas y sangrantes, que sellaron la suerte de las vanguardias perdidas.

En la voz rectora del idioma, que de por sí constituye un arquetipo.

En las ásperas canciones de la hermandad.

En la conciencia anticipada de la muerte, que une su voluntad al control de un territorio.

En el sol que llueve sangre y llueve peste.

En la húmeda saliva del traidor que pone un precio.

En el olvido, en la espada encontrada entre los hielos, en el último beso antes de partir.

En el caballo que vuelve solo al caserío.

En la recurrente angustia del asedio.

En los que enfrentan la creciente debilidad que nos persigue.

Y en tantas cosas que el sol ha visto y no se olvida.

Y en tantas cosas que nos deben, los usureros, los burgueses, los hipócritas.

En todo eso está la sangre de los muertos.

¿Cuánto vale esa sangre para vos, respetable señor del falso moralismo?

¿Cuánto vale esa sangre para la última España, para los hombres del Sur, para el comercio?

¿Cuánta de esa sangre salpicó tu copa, para que hagas tu brindis de miserable alegría mundialista?

¿Qué harás tú, señor burgués progresista posmoderno, cuando estés en carne viva de arrastrarte, y no haya más esa sangre, para protegerte?


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