jueves, 26 de marzo de 2009

Cartas a mis hijos



La vida, mis queridos capitanes, no es previsible, y quizá ahí radique su belleza. Yo quisiera tener la certeza de saber que, dentro de muchos años, cuando vosotros también disfrutéis de la dicha de ser padres, os robaré una copa de jerez de vuestros hogares para poder charlar sobre muchas, muchas cosas. Quizá demasiadas. Pero no la tengo. Nadie sabe si va a vivir ochenta años más, o tan solo diez minutos. Y las palabras me arden dentro del alma, pugnan por no ser enterradas con mi cuerpo, quieren volar desembridadas hacia vosotros. Hacia vosotros, ya adultos, con capacidad para pensar sin muletas (¡qué difícil es eso hoy!), para poder contrastar nuestras diferencias y nuestras coincidencias. Lo que no quiero, y no se me ocurre otra manera más allá de estas pobres líneas para evitarlo, es que os cuenten lo que alguien piensa que yo pensaba. Más allá de dudar de las buenas intenciones del transmisor, mi inquietud es saber que, pese al cuidado que se ponga, el mensaje os llegaría deformado a buen seguro.

Por eso, arremango mi camisa, me sirvo un café bien cargado y me preparo para escribiros una serie de cartas. Cartas que irán de lo divino a lo humano. Sobre religión, política, arte, sentimientos, cosas mundanas... sin más orden ni concierto que las ganas de escribir que me vayan llegando en los momentos en que vuestros juegos infantiles me lo permitan.

Si leéis esto cuando yo no esté y disentís de mí, no podremos debatir, no podré matizar nada. E incluso no podré arrepentirme de algo de lo escrito, que el ser humano es un animal en exceso variable y nada de extrañar tendría que en poco o mucho de lo que vayáis a leer, mi sentir hubiera sufrido cambios en el tiempo que va desde que mi mano escribe hasta ahora. De cualquier modo, algo no variará, seguro, un ápice: mi amor por vosotros. Os quiero.



Carta I. Mi postura frente al aborto.


Un tema espinoso es el que abre el fuego. Intencionalmente lo hago así, ya sabéis que nunca he sido alguien que se caracterice por acariciar suavemente el lomo del perro, sino más bien por meter inconscientemente la mano entre sus colmillos.

En el momento en el que escribo esto, el aborto genera dos posturas fuertemente enfrentadas. Por una parte, están los que dicen que es un derecho de la mujer, que debe tener el completo control de su cuerpo. Se establecen fronteras cronológicas a partir de las cuales el feto puede ser considerado ser humano, y cuándo no. Esta postura recibe el beneplácito de una parte más que importante de nuestra sociedad, abiertamente la celebran muchos y de forma callada, hipócrita en algún caso si me lo permitís, por otros muchos; siendo la suma de estos dos contingentes, tal y como lo veo con mi humilde y triste percepción, la mayoritaria.

Por otra, están los que se oponen frontalmente. Mayoritariamente compuesta esta facción por creyentes, quienes por amor y santo temor de Dios, pugnan por la vida de todo ser concebido en una esperanza cierta de que el paso por la vida es puente inevitable para llegar a la vida eterna y sobrenatural. Resulta casi un suicidio social apostar por la segunda opción. El riesgo de ser calificado como cavernícola, retrógrado y otras lindezas semejantes no lo es tal, sino una certeza absoluta.

¿Y dónde estoy yo?

Si esto me lo hubieran preguntado hace unos años, sin duda hubiera respondido que con los primeros, incluso considerando que el apoyo mayoritario no lo era tanto entonces. Mis convicciones marxistas (maoístas, concretamente) de la época me llevaban a aquello por mil razonamientos. Hoy, a pesar de nadar contracorriente (ya os habréis dado cuenta de que cantidad no equivale a calidad, y que no siempre la mayoría tiene la razón; recordaréis que os digo a menudo que las hamburgueserías repletas de comida basura rápida tienen más clientes que los restaurantes donde poder seguir una alimentación equilibrada), tengo que deciros que estoy con los segundos. Y no sólo por cuestiones de Fe. Sé que seré marginado, censurado por ellos. Que me enfrento incluso al insulto público. No importa, claro que no importa.

Demasiadas veces, lo sabréis ya, he trasteado con la muerte como para convertirme en un partidario suyo en cualquiera de sus presentaciones. Al enemigo ni agua, y cuando tenga sed, polvorones. De forma visceral, me lo dicen más los intestinos incluso que el corazón, me siento refractario al aborto. Más allá de cualquier consideración. Pero como esto no vale para convencer a nadie, intentaré dar forma con palabras a mis sentimientos.

He intentado obviar a la religión en esto. Dar criterios eufemísticamente llamados "humanistas", económicos (baste repasar alguna constitución antigua de la URSS para toparse de bruces con alguno de ellos) para apoyar mi postura... pero uno no puede dejar de tener la Fe del carbonero y recurrir una y más veces a lo supremo. Consciente de mi inevitable subjetividad, me lanzo sin más.

Los partidarios del evangelio de Zola os dirán que "cuando malográis un hijo ¿sabéis quien es? Puede ser un gran artista, un héroe o un genio". Tradicionalmente se ha empleado este argumento para luchar contra el aborto, pero a mí no me vale. De igual manera, el abortado podría ser un político del sistema, con lo que la humanidad tampoco sufriría una pérdida irremplazable.

Lo que sí os diré es que abortar es destrozar la vida de un inocente, un acto de egoísmo y cobardía de los padres que no quieren luchar, atentando de rebote contra la vida de su hijo, un crimen con alevosía y de imposible reparación.

Sí, sé que a esto se suele aducir que no se mata a un niño, que se trata de un feto que aún no es nada. Pero esto es falso; un "feto" no es un florero, no es un gatito, no es un zapato. Desde el momento de la concepción comienza una nueva vida, el feto es un ser vivo, un ser humano con un código genético completo e irrepetible. Usar la terminología de esa manera tan solo procura aliviar y calmar conciencias. Tan solo coloca una alfombra sobre el cadáver para ocultar el crimen. Pero los muertos siempre terminan oliendo, siempre se terminan pudriendo, aun enterrados en la mente de la madre. La terminología adecuada camufla la verdad, y si esto lo repetimos muchas veces, como ya sabía Goebbels, termina asiendo asumido como cierto.

Se aduce que gracia al aborto, podemos liberar no sólo a los padres sino a los futuros niños de una vida problemática, llena de dolor. Preguntemos a quienes padecen esas malformaciones, esas taras, si quieren morir o si hubieran estado conformes con su asesinato. Pero preguntádselo detrás de una puerta de acero, porque si os pueden arrear una patada o escupir en la cara, lo harán.

Por otra parte, ¿quiénes son los padres para decidir sobre la vida de sus hijos? Los padres no tienen ningún derecho sobre la nueva vida, sino que tienen la obligación de protegerla. No hace falta siquiera recurrir a Justiniano para recordar que la desgracia de la madre no debe perjudicar al que está en su vientre.

¿Significa esto que desee una vida de sufrimiento para los padres que asumen a un hijo enfermo, con graves taras? No, no soy en absoluto sádico. Si algo espero que recordéis de mi, es que el valor supremo que antepongo a cualquiera en una sociedad moderna y progresista es la Justicia Social. Y en esta derivada, la Justicia Social se demuestra aplicando una política familiar que proporcione una vida más humana: subsistencia, vivienda, educación, salud. Cuidado a discapacitados, cuidado a enfermos. Cuidado a ancianos con alzheimer, porque... ¿es menos humano el niño no nacido que un anciano que no conoce, que no razona? Si matamos a los primeros ¿cuánto tardaremos en matar a los segundos?

Podéis creer que el párrafo anterior no es más que un juego floral, una forma para enternecer a corazones ya tiernos o a mentes blandas. Y no; con Camba repudio la poesía como un mero aburrimiento metrosilábico. Lo que encierro en él es la verdadera causa del aborto hoy: la economía. El ahorro que supone para el estado y, también, para las familias. Anteponer el dinero a la persona: la lucha contra eso fue lo que hace ya muchos años me hizo marxista y también lo que, con el tiempo, me hizo dejar de serlo, precisamente por ver como los que se llaman izquierdistas no son más que una suerte de derecha liberal que antepone los beneficios de la gran economía capitalista a la Justicia Social.

El argumentario que defiende el aborto es abundante. Respira tolerancia, bondades varias, pero condena al que intenta contrastarlas, al que quiere romper el discurso único, obligatorio.

Seamos más listos, defendamos al hombre, pidamos más que la falsa libertad de matar, pidamos la verdadera libertad, que es vivir. El aborto es una solución animal. Oponerse a él no es retrógrado, no es vivir en la época de las cavernas, sino pedir que el espíritu valga más que la materia. Eso es lo verdaderamente progresista.


Con cariño,


Papá.



Juan V. OLTRA





No hay comentarios: