No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
1 comentario:
Magnífico soneto. Maravilla de piedad y devoción hispánicas.
Sólo pudo ser compuesto en una España decente, que recibía su luz de miles y miles de hombres y mujeres santos que rezaban en los monasterios de toda la Península, mientras nuestros soldados conquistaban el mundo.
Quisieron destruirnos, desalentándonos, pero en nuestra Literatura clásica está el alimento para construir un Imperio Invisible: de hombres santos y mujeres santas que vuelvan a conquistar el mundo.
¡Arriba España!
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