viernes, 24 de agosto de 2007


Hoy que Eta vuelve a golpear a la Guardia Civil en la Española localidad de Durango mediante un coche bomba estacionado en la parte trasera de la casa cuartel y, que gracias a Dios y a la Virgen del Pilar, sólo dos agentes resultaron heridos leves,para este brutal atentado, que, pudo ser una auténtica masacre, traigo a este modesto blog un artículo publicado por Rafael Estremera hace 10 años en La Nación...


Sobre los asesinos

Han encontrado la solución. Lo dice una individua que se autotitula madre de un preso de ETA, y a todos se les cae la baba: es la piedra filosofal, el descubrimiento del siglo, la panacea para todos sus males de incapacidad, impotencia, ineptitud y culpabilidad.
Una fulana dice por la radio que los de ETA están haciendo lo mismo que Franco, y a todos los gilipollas de la televisión se les aparece el ungüento amarillo para sus malas conciencias. Pero todos ellos saben que la culpa de lo que hace ETA hoy, la tienen ellos. La tienen todos los que protestaron por las sentencias de muerte de 1975. La tienen los que votaron la desaparición de la pena de muerte en la Constitución. La tienen todos los que se han mostrado de acuerdo con las excarcelaciones, con aquellos famosos extrañamientos de presos etarras con millones en el bolsillo, viajes pagados al Caribe y suntuosos chalets. La tienen los que hayan dicho, siquiera una sola vez, que ETA luchaba contra Franco. La tienen cuantos no han dicho esta boca es mía en contra de las reinserciones, de los regímenes abiertos, de los beneficios penitenciarios para los presos de ETA. La tienen cuantos reclaman que se acerquen los presos etarras a ese invento de Sabino Arana que llaman Euzkadi. La tienen todos y cada uno de los que han protestado ahora y no han protestado cuando han asesinado a un Guardia Civil o a un militar. La tienen cuantos ahora han convocado minutos de silencio, manifestaciones, concentraciones o lo que sea, y no lo hicieron antes; por ejemplo, cuando ETA asesinó el pasado 8 de enero, al Teniente Coronel don Jesús Agustín Cuesta Abril.
La tienen los que han hablado de ejecución en el caso del concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco. ETA asesina, no ejecuta. La ejecución es prerrogativa de un Estado, tras un proceso con las garantías que prescriban las leyes en el que el acusado se puede defender, y tras la correspondiente sentencia judicial. Los que hablan de ejecuciones de ETA, le están dando carácter de Estado; están reconociéndole, implícitamente, el derecho a cobrar los impuestos revolucionarios y a disponer de la vida de sus subditos de acuerdo con su particular legislación. Los que tal hacen —por ineptitud profesional o por mala leche— son tan culpables como los que aprietan el gatillo.
La tienen los que ponen en televisión española un rótulo donde textualmente dice: Euskadi: 088 — España (94) 4441444.
Ellos son los culpables de lo que hace ETA. De lo que ha hecho y de lo que seguirá haciendo. Los que están en contra de la pena de muerte cargan las armas de los asesinos. Los que comparan unas sentencias ajustadas a la Ley entonces vigente y a Derecho con un secuestro o un asesinato, son los que ponen en la recámara las balas que siegan vidas ajenas.
Es de comprender que una mujer obnubilada por el incontestable hecho de haber parido un hijo de puta, no sepa lo que dice. Pero todos los demás, los periodistas amarillos —la tal de la Rosa María Mateo a la cabeza— los políticos cobardes, los demócratas de manifestación y pancarta sin cojones, los inútiles sin redaños para declarar el estado de guerra que la mierda de Constitución de sus amores permite; esos son los auténticos culpables. Los verdaderos asesinos.
Para sus mentes enfermas de podredumbre, de mentiras mil veces repetidas, de complejos mal digeridos, es muy sencillo recurrir a la infamia de comparar las sentencias de muerte, varias de ellas conmutadas, dictadas en su día para asesinos convictos y confesos, con la vileza del secuestro, de la extorsión, del asesinato.
Con los remordimientos de conciencia a flor de piel, los papanatas se hacen eco de lo que dice la madre que parió a una alimaña. La que le inculcó la superioridad de la raza vasca, el odio a España y a los maketos, o permitió que se lo inculcaran. La que le enseñó —o permitió que le enseñaran en las ikastolas— a ganar juegos matando Guardias Civiles. La que le dio las cerillas —o no se las quitó con dos bofetadas cuando se las vio en el bolsillo— para quemar la Bandera de España.
Esa madre, a fin de cuentas, tiene la escusa de que el aborto de satanás que echó al mundo es su hijo. Para todos los lameculos que han intentado lavar su mala conciencia echando, una vez más, la inmundicia de la calumnia sobre Francisco Franco, no hay perdón posible.
Como no hay perdón posible para esos engendros híbridos de los comunistas reciclados, para esos sinvergüenzas como el tal de López Garrido y otros compañeros de viaje, que se ha permitido decir que ETA es un residuo del fascismo, cuando sabido es que, para los comunistas, fascista es cualquiera que les quita el chollo. Y cuando todos sabemos que ETA es, no un residuo, sino un legítimo descendiente, del marxismo leninismo. Del mismo marxismo leninismo y estalinismo de que son hijos los comunistas. Ellos —todos los cochinos que quieren lavar su responsabilidad con la mentira— son los auténticos culpables. M les quedara un ápice de valor, de honradez, de decencia, no permitirían que la sangre de los demás siguiera pagando sus culpas. Si tuvieran un ápice de dignidad, se meterían todos —políticos y periodistas— en el edificio del Congreso de los Diputados, mandarían atrancar las puertas, y le pegarían fuego.
Y si ellos no lo hicieran, y al pueblo español —el de las manifestaciones, los lacitos, las pancartas y las velitas— le quedara algo de sangre en las venas, asaltaríamos las cárceles, colgaríamos en las plazas mayores de los pueblos a los etarras y a sus cómplices; después quemaríamos en la hoguera a todos los separatistas, y por último, para escarmiento, fusilaríamos por la espalda a todos los políticos que con su interminable chauchau se lavan las manos. Amén.

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