jueves, 30 de octubre de 2008

DISCURSO DE FERNANDO ANAYA ( 28-10-2008 )


Me corresponde el honor de hablar en nombre de todos los que han hecho posible este momento. Lo que surgió como un comentario improvisado, un sueño lanzado al aire en una fría noche de noviembre, se ha convertido en una emocionante e histórica realidad. Esto sólo ha sido posible gracias a la adhesión incondicional de todos los que nos hemos dado cita hoy aquí. Vaya por delante, en especial para los escépticos, que la presente reunión carece de vocación política alguna; para los que exijan una intención que sepan que éste es un acto netamente poético o, ¿es que hay alguien que puede dudar que es posible, después de tantos años, congregar a todas las familias joseantonianas de otra forma?. Pues es así, el motivo de este encuentro es la rememoración de un acto de afirmación nacional que tuvo lugar hace setenta y cinco años y que supuso el alzamiento de una bandera por la que tantos españoles dieron su vida por una Patria más unida y más justa. Pero lo que nos une esta noche no es solamente un aniversario, es mucho más; todos los aquí presentes compartimos, en mayor o menor medida, un mismo planteamiento vital, insobornable, que resulta minoritario en esta sociedad de mercaderes y pusilánimes. Compadezco al compatriota incapaz de percibir la grandeza de este momento y maldigo a los que planificaron su formación con las orejeras del recelo y la ignorancia. La metafísica es un estadio reservado para las almas libres. A continuación, se va a proceder a la lectura de un discurso pronunciado tres cuartos de siglo atrás. Resultaría un ejercicio tedioso y gratuito advertir al presente foro la necesidad de contextualización de su contenido. En efecto, dicho discurso es hijo de una época extraordinariamente convulsa, el sistema capitalista se desplomaba recrudeciéndose la injusticia y la miseria entre amplias capas de la sociedad española, mientras, de fondo, ya se dejaba oír el sonido metálico y deshumanizador de la utopía comunista. El tiempo, irremediablemente, ha dado forma a aquellas palabras dorando su blancor almidonado de la primera hora, incluso deshilachando los ribetes que no fueron capaces de superar las tormentas de los hombres. Es mejor así porque el abandono de lo prescindible aligera el trayecto a toda esencia. Hay quien puede dudar de la utilidad que aporta la relectura de un discurso pronunciado hace tanto tiempo. Y sin embargo, si esta mirada se realiza sin el vidrio raspado del prejuicio y echamos un vistazo a nuestra España de hoy, sorprende la actualidad de su contenido, porque la verdadera novedad es la que jamás envejece. Es la misma España que sestea, la misma hemiplejia moral a la que nos aboca el ficticio binomio “derecha-izquierda”. Mención especial merece el peligro secesionista, respaldado institucionalmente en nuestros días por el Estado de las Autonomías, germen de disolución nacional. La mal llamada Transición finalizó con una huída hacia adelante que fue ese engendro administrativo denominado “Comunidades Autónomas”, artificiales costuras de poder que debilitan progresivamente cualquier unidad de decisión necesaria para toda nación soberana. Si nadie lo remedia, lo sabemos, sólo es cuestión de tiempo una declaración interina de independencia.


El panorama es ciertamente desolador pero sobrevivir compromete a ser un héroe en la devastación de la esperanza y nos corresponde la responsabilidad de defender nuestros ideales, convirtiendo cada voluntad en alcázar inexpugnable, tal como hicieron nuestros mayores en circunstancias mucho más adversas.


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José Antonio Primo de Rivera, cuántas veces habremos dicho ese nombre en la más absoluta soledad o en torno a un círculo de íntima camaradería.

A cuántos de nosotros nos ha marcado el resto de nuestros días desde que su primera certeza nos golpeó, tan poéticamente, en nuestro entendimiento.

Cuántos de nosotros llevamos inoculado su concepto inapresable de Estilo, una vocación que marca desde el planteamiento trascendente al ademán cotidiano, una aspiración a la excelencia que engloba todas las facetas de la vida.

La atemporalidad de su prosa, el testimonio de su sacrificio, nos hacen sentirnos mensajes en una botella pidiendo desesperadamente auxilio en el naufragio de nuestra época. No existe en nuestro siglo XX un personaje más relevante y tan vilmente manipulado. Demonizado por unos que, compulsivamente, repiten la manida “dialéctica de los puños y las pistolas” sin saber siquiera cómo termina la frase; arcangelizado por otros que, por bastardos intereses, entonaban su nombre cara al sol que, en cada momento, más calentaba. Basta ya de tergiversaciones y de lamentos, de falsedades y de odas con laurel porque ambas interpretaciones caen en el error de la superficialidad y en Historia lo superficial es el mejor sustrato para la mentira. José Antonio fue ante todo uno de los intelectuales con más futuro de su época cuya huella nunca será eclipsada por un abordamiento frívolo y cuyo mérito no necesita más tributo que el de una lectura ecuánime de sus escritos. José Antonio hoy, no puede quedarse en mito inoperante, un lucero lejano propicio a la mera contemplación, no. Entre todos hagamos de él, el espejo vivo que esta España necesita, para que su voz entre como aire fresco en nuestras aulas universitarias asfixiadas de tanta zafiedad y vacío. Pocos testimonios resultan más recomendables para una juventud que languidece en una ausencia de formación espiritual y académica.


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Para muchos hablar de Patriotismo hoy es abordar un concepto ya superado, un fósil engullido afortunadamente por el paso del tiempo que, de vez en cuando, vuelve a la luz como un añejo blasón en el pórtico de un Parador Nacional, algo decorativo, aparatoso y en definitiva inútil. Que sepan todos ellos que un Patriotismo actual es posible, una palpitación irrevocable que no sirva de trinchera para ningún partido político, ni sometido a ninguna otra artificial división, es sencillamente la íntima puesta en común de un mismo destino en la Historia. Un Patriotismo actual es posible, exactamente como el que propugnaba José Antonio, un Patriotismo estricto y difícil, sin complejos, que nada tiene que ver con manifestaciones patrioteras de charanga con las que se suele ridiculizar cualquier interpelación a tan noble causa. Un Patriotismo actual es necesario porque cada hora nuestra no es menos solemne que cualquiera precedida y somos muchos los que padecemos de insomnio en la noche de nuestras conciencias. Vivimos en una sociedad en la que todo resulta evaluable, prescindible, intercambiable, pues bien, frente a este planteamiento relativista nosotros seguimos creyendo en la inmutabilidad de las verdades eternas, demasiado amplias para el estrecho hueco de las urnas. España, a pesar de la preocupante ignorancia de la mayoría de su clase política, no es lo que los españoles y las españolas quieran. España es una realidad distinta y superior a cada uno de los individuos que transitoriamente la conformen. Hay conceptos que, afortunadamente, escapan del tentáculo liberal de la transacción. Por esta razón, voluntariamente desentonamos en el rumor de zoco que despiden los salones parlamentarios en los que, en tantas ocasiones, se regatea con la Unidad de nuestra Patria.


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El ámbito de las ideas es el verdadero campo de batalla y en esta pugna no renunciemos a la vocación revolucionaria, porque ser revolucionario hoy significa iluminar con certezas los callejones oscuros de la retórica estéril, significa desarmar al farsante en la distancia corta del argumento. Frente al discurso alienante de lo políticamente correcto, una actitud constructiva de permanente inconformismo. Sí, nuestro sitio sigue estando al aire libre, porque no renunciamos a nuestro puesto de centinela en las marrullerías de los trileros de la palabra. Sí, nuestro sitio permanece bajo la noche clara, porque nos mantenemos en las afueras de la timba de cartas marcadas que es la política española. Vuestra generosidad ha permitido convertir este teatro en lo que es hoy, una catacumba de luz para la noche cerrada de nuestra Nación, un piano que interpreta, entre las ruinas, la sonata inmortal de una Primavera por venir. Que la melancolía del ayer no supere la alegre fraternidad de esta cita histórica. Por ello, antes de volver al cautiverio de los matices doctrinales, a las trincheras de los personalismos excluyentes, compartamos la emoción de este momento de unidad joseantoniana y guardémoslo en nuestra memoria como testimonio de esperanza. Mantengamos intacta la fe en nuestros ideales porque la vocación de vanguardia comienza en el interior de cada uno. Que la Poesía sea siempre norma cardinal de nuestra existencia. Camaradas, hermanos, alzad conmigo una misma voz que rompa las cadenas del tiempo:


Arriba España.


Fernando Anaya

1 comentario:

Ramiro Semper dijo...

El discurso fundacional, con setenta y cinco azarosos años a sus espaldas, sonaba mucho más joven, vigoroso y necesario, en su escueta y espléndida exactitud, que los amanerados y ramplones discursos políticamente correctos de los profesionales de la política actual.

Al escuchar la prosa exacta y exigente de José Antonio, de vigencia perenne, se palpaba en el ambiente la rotunda certeza de que, pese a todas las desgraciadas circunstancias que sufre nuestra Patria, sólo la Falange tiene la envergadura doctrinal suficiente para, como ayer, como siempre, ser la luz de combate que guíe los destinos de España en la tiniebla difícil de un tiempo de traición y vulgaridad siniestra.