Vivimos en una sociedad imperfecta, y esto no es un descubrimiento que hago a la galería, más bien tan solo remarco una obviedad. Pero hay ocasiones en que un bofetón de la vida te lo hace ver de forma más acusada.
Y uno de esos bofetones acaba de dejarme la marca de sus dedos en la mejilla de mi alma. Un impacto doloroso que quisiera compartir con mis lectores, pues dicen que al contarlas, las alegrías se suman, pero las penas se dividen.
La sensación de dolor suele venir del contraste con la felicidad, al igual que el frío es la ausencia de calor o el mal la ausencia del bien. Coincidiendo con la operación “carrusel”, una de las mayores operaciones contra esos degenerados, pederastas, subproductos de la raza humana, miserables despojos semovientes, carne de presidio, que destruyen la inocencia de los niños y se sirven de ellos para sus perversiones más abyectas, inundándolos de por vida con la supuración de sus blenorragias mentales; casualmente un muy querido amigo me da una triste noticia.
La actuación de la brigada de información tecnológica deteniendo a estos cerdos indeseables, a los que no puedo perdonar ni invocando toda la caridad cristiana que se quiera, pues incluso Nuestro Señor no lo hacía (recordemos el evangelio de San Mateo:
“A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría ser arrojado al fondo del mar con una piedra de molino atada al cuello”), trae una coletilla que los medios de comunicación se han encargado de difundir: hay un miembro de la Guardia Civil entre los detenidos. Seguro que esto en algunos entornos se magnifica, cuando no es más que una manzana podrida que en todo barril puede encontrarse, excepción que justifica la regla de honor y valor.
Y por otra parte, ese amigo al que antes hacía referencia, este sí una muestra de lo que debe ser el espíritu de la Guardia Civil, uno de tantos héroes cotidianos que nos hacen sentir orgullosos de un cuerpo con tan dilatada trayectoria, me da la terrible noticia de la enfermedad de su madre, un tumor maligno a ser operado, con suerte y si la seguridad social encuentra un hueco entre cambio de sexo y cambio de sexo, con urgencia. Una mujer que no conozco, pero se que si su hijo es tan solo un pálido reflejo suyo, será extraordinaria.
Lo primero que me vino a la cabeza tras el impacto fue la imagen de Enrique Jardiel Poncela, genio renovador de nuestro teatro, cuando se moría día a día carcomido por el cáncer, intentando escribir tras el cristal de un café de Madrid. Jardiel se sabía lleno de ideas fabulosas, lleno de un futuro que se le negaba, que se acababa día a día, hora a hora, segundo a segundo. Y por la calle, a través del cristal, contemplaba a gente cuya vida era intrascendente, a maleantes, a delincuentes llevados esposados por la policía, pero sin embargo llenos de vida, con muchos años por delante para poder seguir cometiendo atrocidades. Jardiel, exclamaba suspirando “¡cuanta salud inútil!”
¡Cuanta salud inútil se llevan los pederastas, los etarras, los asaltantes violentos, los que matan a sus hijos, los narcotraficantes…!… cuánta salud le falta a tanta gente buena, que lucha contra lo inexorable. Cuanto dolor. Tan sólo nos queda confiar en Él.
Y uno de esos bofetones acaba de dejarme la marca de sus dedos en la mejilla de mi alma. Un impacto doloroso que quisiera compartir con mis lectores, pues dicen que al contarlas, las alegrías se suman, pero las penas se dividen.
La sensación de dolor suele venir del contraste con la felicidad, al igual que el frío es la ausencia de calor o el mal la ausencia del bien. Coincidiendo con la operación “carrusel”, una de las mayores operaciones contra esos degenerados, pederastas, subproductos de la raza humana, miserables despojos semovientes, carne de presidio, que destruyen la inocencia de los niños y se sirven de ellos para sus perversiones más abyectas, inundándolos de por vida con la supuración de sus blenorragias mentales; casualmente un muy querido amigo me da una triste noticia.
La actuación de la brigada de información tecnológica deteniendo a estos cerdos indeseables, a los que no puedo perdonar ni invocando toda la caridad cristiana que se quiera, pues incluso Nuestro Señor no lo hacía (recordemos el evangelio de San Mateo:
“A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría ser arrojado al fondo del mar con una piedra de molino atada al cuello”), trae una coletilla que los medios de comunicación se han encargado de difundir: hay un miembro de la Guardia Civil entre los detenidos. Seguro que esto en algunos entornos se magnifica, cuando no es más que una manzana podrida que en todo barril puede encontrarse, excepción que justifica la regla de honor y valor.
Y por otra parte, ese amigo al que antes hacía referencia, este sí una muestra de lo que debe ser el espíritu de la Guardia Civil, uno de tantos héroes cotidianos que nos hacen sentir orgullosos de un cuerpo con tan dilatada trayectoria, me da la terrible noticia de la enfermedad de su madre, un tumor maligno a ser operado, con suerte y si la seguridad social encuentra un hueco entre cambio de sexo y cambio de sexo, con urgencia. Una mujer que no conozco, pero se que si su hijo es tan solo un pálido reflejo suyo, será extraordinaria.
Lo primero que me vino a la cabeza tras el impacto fue la imagen de Enrique Jardiel Poncela, genio renovador de nuestro teatro, cuando se moría día a día carcomido por el cáncer, intentando escribir tras el cristal de un café de Madrid. Jardiel se sabía lleno de ideas fabulosas, lleno de un futuro que se le negaba, que se acababa día a día, hora a hora, segundo a segundo. Y por la calle, a través del cristal, contemplaba a gente cuya vida era intrascendente, a maleantes, a delincuentes llevados esposados por la policía, pero sin embargo llenos de vida, con muchos años por delante para poder seguir cometiendo atrocidades. Jardiel, exclamaba suspirando “¡cuanta salud inútil!”
¡Cuanta salud inútil se llevan los pederastas, los etarras, los asaltantes violentos, los que matan a sus hijos, los narcotraficantes…!… cuánta salud le falta a tanta gente buena, que lucha contra lo inexorable. Cuanto dolor. Tan sólo nos queda confiar en Él.
Juan V. Oltra
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