jueves, 23 de abril de 2009

Cartas a mis hijos (II) LA AMISTAD


Queridos capitanes:

En esta segunda entrega, esta segunda carta que espero no tenga que ser puesta sobre vuestro tapete de juego, que el Sumo Hacedor me conceda el tiempo como para ser yo quien os hable y no exista la necesidad de recurrir a este negro sobre blanco, quisiera abordar un tema que, a pesar de ser inmenso y aparentemente inabarcable en unos cuantos renglones torcidos, no puede quedar escondido en la cartera de mi corazón: la amistad.
Y como, aunque difícil, hay que ir viendo por dónde se colocan cercos a este campo, os anticipo que tan solo voy a abordar uno cuantos matices de este cuadro infinito: de quién ser amigo, y qué puede esperar un amigo de otro.

Tendemos todos a pescar en nuestro río, y eso provoca que nuestros amigos coincidan con nosotros bien por vivir en las mismas coordenadas geográficas, bien por compartir creencias, ideologías o sentimientos, bien por cualquier otro tipo de concurrencia. Lo que damos en llamar vida moderna, y que para cuando vosotros leáis esto quizá no sea más que un vestigio del pasado, nos depara sin embargo oportunidad de conocer a gentes con una enorme disparidad de criterios y orígenes, lo que la red de redes y sus posibilidades han venido a elevar al cubo.
A pesar de esto último, tendemos a encerrarnos en nuestras posturas y discriminamos, cribamos con un rasero no doble, sino a veces triple, a la gente por cuestiones en ocasiones de aparente entidad y otras de clara trivialidad, como sin ir más lejos su aspecto físico: tendemos a preferir amigos y amigas (en especial estas últimas, siendo varones, y de ahí que emplee el femenino) cuanto más guapas, altas, atléticas, bien proporcionadas y vestidas. Aun libres de esa estúpida restricción, que no por extendida deja de ser menos tonta, lo que es difícil es no caer en la tentación de juzgar a las personas que nos rodean por lo que piensan... o por lo que dicen que piensan.
A un querido amigo, Eduardo Arias, con el que hace algún año que no coincido (valga esto para deciros que aunque la amistad cuando no se emplea se oxida, la consideración de tal no debe ser desteñida por el paso del tiempo), le escuché una noche en uno de esos programas majaderos que poblaban la televisión (hablo en pasado con la esperanza de que ese invento del maligno mejore en el tiempo que separa la escritura de ésta, con vuestra lectura, aunque sinceramente lo dudo y mucho) una frase que me impactó, y que os transcribo como un regalo: "Se puede ser liberal en ideas y dogmático en actitudes o dogmático en ideas y liberal en actitudes".
Como toda generalización, sí, es injusta. Pero me da pie para hablaros de lo que me interesa: la eliminación de barreras mentales a la hora de seleccionar vuestros amigos. Sabéis, porque lo habéis visto, y porque os lo habrán contado amigos y enemigos, que en determinados aspectos soy catalogado como lo que popularmente se diría un intransigente, un catolicarra. Con sentido del humor os dirán que vivo, o vivía, en la caverna, y sin él que soy una especie a extinguir o directamente a exterminar. Al tiempo, sabéis también que hago gala de tener amigos, no conocidos, sino amigos, en los más diversos puntos del entramado político y con las más pintorescas creencias. Ahí tenéis a Álvaro, a quien en las pocas ocasiones en que Juan ha coincidido con él (Luis no ha tenido esa fortuna a la hora de redactar esto) le llamaba sin ningún tipo de ambages tío. Álvaro es lo que podríamos llamar un separatista irredento, que defiende la idea de que Galicia es algo totalmente extraño a la idea de España... y yo, ya sabéis, soy un defensor a ultranza de la unidad de España. Y no es el único caso: Julián, Toni, Enric... a años luz de mis coordenadas ideológicas. Una de mis más apreciadas amigas que haría parecer que Santiago Carrillo está a la derecha de Blas Piñar (os ruego que recurráis a la humilde biblioteca que os lego para saber quiénes eran estas dos persona; me temo que la deformación mediática provoque que cuando seáis mayores y deseéis saber quiénes eran estos, os lleguen absolutamente deformados sus perfiles), y con ella comparto horas de charla gratificante en la que el respeto mutuo prima sobre cualquier otra consideración.

Volviendo a la frase que citaba de Eduardo, también os tengo que decir que esto son flores blancas que uno va encontrando después de pincharse los dedos en los cactus que aparecen en el camino. Que cuanto más defensor de las libertades alguien se proclama oficialmente, generalmente podréis estar seguros de que su ciénaga mental es profunda y que en ella podéis ahogaros. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, reza nuestro sabio refranero. Pero no es menos cierto que también he ido encontrándome gente que decía pensar como yo y que han demostrado ser, diciéndolo de forma suave, cabrones con pintas, lo que destaca entre tantas personas fenomenales y de una hondura espiritual y humana entrañables encontradas en mis mismas coordenadas: Arturo, Rafael, Juan Jesús, Guillermo o Jorge, quien dará difusión si cree oportuno a estos párrafos y a quien cargo el mochuelo de, caso de que desaparezca de este valle de lágrimas, me sirva de batallón de reserva con la misión de hacéroslas llegar.
Me vienen a la cabeza un par de anécdotas que ilustran este último párrafo con luz meridiana. Por una parte, en una discusión reciente, y en razón de su inmediatez la traigo aquí, en un foro público sobre un tema irrelevante para esta carta, un defensor de las libertades, laico rampante que asume que la educación y el buen criterio sólo pueden estar en su orilla, mermados sus argumentos, dispara una procacidad cargada de un machismo digno de las tabernas más oscuras y sucias del barrio chino de la más podrida villa, para común sorpresa del respetable, que no mía. Otra, de la que al querer dar luz a estos párrafos aún se encuentra sub judice y por tanto no puedo dar más que referencias veladas, cuenta cómo un querido, muy querido, amigo colombiano tuvo que dejar su trabajo por razón de una trifulca con un defensor profesional de las libertades. Éstos tuvieron una diferencia, a lo que al parecer el tono fue subiendo hasta que mi compatriota hispanoamericano (sabéis que considero a todo hispanoamericano como compatriota, sin más matices, por nuestro pasado y tronco común) escuchó cómo le decían que ningún mono de la selva vendría a decir aquí lo que había que hacer. Cuando su respuesta lógica, tras pedir disculpas y no recibirlas, fue atizar un mamporro a quien así parecía demandarlo, las cañas se tornaron lanzas y pagó el pato Pocarropa (como es costumbre inmemorial en nuestra piel de toro). Como veréis, el decir que se defienden unas ideas con aparentes implicaciones buenistas tan solo quiere decir eso. Que se dice que se defienden, pero nada más. Nada que deba predisponeros hacia ellos de por sí.

En cuanto al aspecto físico, internet viene en vuestra ayuda. En muchos casos llegaréis a conocer a alguien por dentro, antes de saber cómo es por fuera. Os daréis cuenta de cómo podéis llegar a ser amigos, más que amigos, con gente que posee un físico que os llegue a repugnar... y no os importará, porque ya sabéis lo que lleva dentro, que a fin de cuentas es lo que prima. Os pido que intentéis extrapolar esto siempre, que busquéis en el interior. Y que, obvio resulta el remarcarlo, no juzguéis a nadie por cómo dice que piensa, siente o cree, sino por cómo actúa. Por sus obras les conoceréis, vaya. Debería deciros, remedando a la Biblia, que no juzguéis si no queréis ser juzgados, pero esto es tan, tan difícil de conseguir que no aspiro a tanto. Yo al menos confieso que no logro cumplirlo, así que no estoy en posición moral de pedíroslo.

Queda la segunda parte: ¿qué puede esperar un amigo de otro? Evidentemente la palabra amigo es muy amplia, un baúl donde cabe todo, desde el simple conocimiento, el saludo por la escalera, hasta la camaradería más profunda, el saberse espalda en la batalla y que, ante una situación de riesgo, las vidas de ambos son perfectamente permutables. Uno daría sin dudar la vida por el otro. Eso sí, no hablo en absoluto de amor, del amor entre un hombre y una mujer, que eso es harina de muy otro costal y para el que me reservo una futura carta.
Así, os diré que a fuer de ser considerado extremista, pienso que la verdadera amistad es esta última. El no abandonar a los tuyos ni ante la muerte. Ni después de ella, que no es el final. Por un amigo se da todo lo que se tiene y lo que aún no se tiene y, aunque os digan que eso no debe ser así, y que es una frase con única intención propagandística, llego a invocar a Millán Astray y a su "con razón o sin ella", pues aun equivocado el amigo no deja de serlo.
En nuevo resumen, a la amistad la veo como una especie de sacerdocio, donde incluso cuando un amigo te traiciona, quizá porque la balanza de la amistad en su caso se decantaba unos cuantos grados en defecto de vuestro fiel, el impulso debe ser el de averiguar qué ha pasado e intentar recomponer lo roto. Dicen que un amigo, es un tesoro y perder un tesoro, siempre es doloroso. Pero ya sabéis que en el fondo no soy más que un romántico impenitente.

La vida, vuestra vida, os irá matizando todo lo que aquí os digo. Os endurecerá, lo sé. Pero llegará un momento en que vuestra propia dureza se os clave como una costra dolorosa, y ése punto es el que, quizá inútilmente, deseo evitaros.
Muchas cosas me dejo en el tintero en este domingo en el que la primavera trata de reír tras el cielo nublado, cruel metáfora sobre la que algún día, también os escribiré, y entonces, sí, ahondaré en los términos amistad y camaradería que en algún punto de esta carta dejo vacante.
Como siempre, os quiere:
Papá.




Juan V. OLTRA

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