Este abril se cumplen 70 años de la derrota en los campos de batalla del caos político, económico y militar en que había desembocado aquella República que nació un aciago día del mismo mes en 1931 como resultado de la presión ilegal ejercida sobre un monarca claudicante que no creía ya ni en su misión histórica. Como diría algunos años después José Antonio «el 14 de abril de 1931 aquel simulacro cayó de su sitio sin que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos» (19-mayo-1935).
Decir que la Segunda República fue un fracaso es casi una tautología pero, desde luego, dicho fracaso no se debió a ninguna negra conspiración sino a un planteamiento erróneo desde el principio. La República implantada en abril de 1931 no era una simple forma de Gobierno en la que el Presidente había de ser designado por sufragio universal sino un régimen político que nació lastrado por una doble hipoteca: la Constitución de diciembre de 1931 y la actuación del Partido Socialista.
Ninguno de los que trajeron la República estaba dispuesto a admitir unas elecciones democráticas y no lo fueron las que sirvieron para formar las Cortes Constituyentes controladas en todos sus pasos por el auto-proclamado Gobierno Provisional. No existía oposición porque la coalición republicano-socialista era la única de las fuerzas en presencia que tenía una organización interna ya previamente establecida mientras que las derechas venían siendo aterrorizadas con episodios como los incendios y saqueos de conventos, iglesias, bibliotecas… llevados a cabo en numerosos lugares de España pocos días antes de las elecciones y carecieron de tiempo y de unas circunstancias que permitieran articular los nuevos partidos. Además, las izquierdas —según el más viejo estilo caciquil— contaron con todo el apoyo del Ministerio de la Gobernación. El historiador Antonio Manuel Barragán Lancharro ha demostrado que en la segunda vuelta, en Monesterio (Badajoz), al igual que en muchas localidades hubo una sospechosa unanimidad y la candidatura oficial arrasó por completo. En la localidad citada votaron 1.374 electores (de 1.818) y 1.369 fueron los votos atribuidos a la candidatura gubernamental. De creer a la sinceridad de la consulta habrían votado a los socialistas Zugazagoitia y Muiño personas que habían ocupado cargos públicos en la vida municipal durante la monarquía o que serían encarcelados por el Frente Popular en julio de 1936 (cfr. http://historiademonesterio.blogspot.com/2008/10/unos-datos-interesantes-sobre-las.html).
Años más tarde el propio el propio Alcalá Zamora reconocerá que aquellas Cortes «adolecían de un grave defecto, el mayor sin duda para una Asamblea representativa: que no lo eran, como cabal ni aproximada coincidencia de la estable, verdadera y permanente opinión española». En consecuencia: «La Constitución se dictó, efectivamente, o se planeó, sin mirar a esa realidad nacional [...] Se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cuidarse apenas de que se legislaba para España». Y con toda la trascendencia que da a sus palabras su condición de Presidente del Gobierno Provisional formula esta acusación sobre el nuevo estatuto jurídico: «se hizo una Constitución que invitaba a la guerra civil».
Pero fue el Partido Socialista quien finalmente destruyó aquella República de la que estaba llamado a gestionar su agonía sometido a los dictados de Moscú. El predominio del Partido fundado por Pablo Iglesias se debió a la falta de una base social en la que sustentar el régimen naciente; a la vista del resultado electoral Azaña descartó a los republicanos radicales de Lerroux y dio entrada en su Gobierno a un partido marxista cada vez mas escorado hacia la ruptura revolucionaria con las instituciones democráticas. El socialista Largo Caballero, Ministro de Trabajo, advirtió con toda claridad del papel que aguardaba a los republicanos al amenazar con la guerra civil si las Cortes Constituyentes eran disueltas una vez terminada su función: «ese intento sólo sería la señal para que el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores lo considerase como una nueva provocación y se lanzasen incluso a un nuevo movimiento revolucionario. No puedo aceptar tal posibilidad que sería un reto al partido y nos obligaría a ir a una guerra civil» (Informaciones, Madrid, 23-noviembre-1931). La amenaza se convirtió en realidad en Octubre de 1934 y en 1936.
La tragedia de la Segunda República está simbolizada en figuras como la del Diputado y Ministro Rafael Salazar Alonso. Vinculado desde su juventud al republicanismo, protagonista activo de los primeros pasos de la Segunda República, supo descubrir a tiempo que era imposible que el régimen se consolidara como un marco estable de convivencia y progreso si no conseguía ser un Estado garantizador del orden público y respetuoso con la propiedad y el ejercicio del culto católico y con los demás postulados del régimen social existente y para ello era imprescindible neutralizar a las fuerzas revolucionarias que venían haciendo imposible la convivencia y la modernización de España desde años atrás. Víctima de la venganza del Frente Popular, Salazar Alonso cayó asesinado tras una sentencia del Tribunal Especial de Madrid que dicto un fallo confirmado en el Consejo de Ministros por el Gobierno presidido por Largo Caballero. El antaño golpista se convertía ahora en el último responsable de la muerte de un hombre que estaba convencido de que solo con el cumplimiento de la ley era posible derrotar a la revolución. Su figura es un ejemplo de cómo lo que hubo de bueno en la Segunda República, de afán de libertad y de progreso, de defensa de la unidad de España y de regeneracionismo es un patrimonio que pasó íntegro al Movimiento Nacional. Personalidades como las de Salazar Alonso hacen imposible el intento de identificar a la República implantada en 1931 con la que existía en julio de 1936 y fue derrotada en abril de 1939.
No deja de ser curioso que también los primeros pasos de la República coincidieran con las consecuencias de una crisis económica agudizadas en España por la incompetencia del Gobierno y la actividad subversiva de la izquierda. La solución de los socialistas fue paralizar la incipiente industrialización, destruir las máquinas en el campo y repartir dinero (obtenido de unos impuestos dudosamente gestionados) para asfaltar caminos y hacer zanjas ¿Les suena la receta?
Decir que la Segunda República fue un fracaso es casi una tautología pero, desde luego, dicho fracaso no se debió a ninguna negra conspiración sino a un planteamiento erróneo desde el principio. La República implantada en abril de 1931 no era una simple forma de Gobierno en la que el Presidente había de ser designado por sufragio universal sino un régimen político que nació lastrado por una doble hipoteca: la Constitución de diciembre de 1931 y la actuación del Partido Socialista.
Ninguno de los que trajeron la República estaba dispuesto a admitir unas elecciones democráticas y no lo fueron las que sirvieron para formar las Cortes Constituyentes controladas en todos sus pasos por el auto-proclamado Gobierno Provisional. No existía oposición porque la coalición republicano-socialista era la única de las fuerzas en presencia que tenía una organización interna ya previamente establecida mientras que las derechas venían siendo aterrorizadas con episodios como los incendios y saqueos de conventos, iglesias, bibliotecas… llevados a cabo en numerosos lugares de España pocos días antes de las elecciones y carecieron de tiempo y de unas circunstancias que permitieran articular los nuevos partidos. Además, las izquierdas —según el más viejo estilo caciquil— contaron con todo el apoyo del Ministerio de la Gobernación. El historiador Antonio Manuel Barragán Lancharro ha demostrado que en la segunda vuelta, en Monesterio (Badajoz), al igual que en muchas localidades hubo una sospechosa unanimidad y la candidatura oficial arrasó por completo. En la localidad citada votaron 1.374 electores (de 1.818) y 1.369 fueron los votos atribuidos a la candidatura gubernamental. De creer a la sinceridad de la consulta habrían votado a los socialistas Zugazagoitia y Muiño personas que habían ocupado cargos públicos en la vida municipal durante la monarquía o que serían encarcelados por el Frente Popular en julio de 1936 (cfr. http://historiademonesterio.blogspot.com/2008/10/unos-datos-interesantes-sobre-las.html).
Años más tarde el propio el propio Alcalá Zamora reconocerá que aquellas Cortes «adolecían de un grave defecto, el mayor sin duda para una Asamblea representativa: que no lo eran, como cabal ni aproximada coincidencia de la estable, verdadera y permanente opinión española». En consecuencia: «La Constitución se dictó, efectivamente, o se planeó, sin mirar a esa realidad nacional [...] Se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cuidarse apenas de que se legislaba para España». Y con toda la trascendencia que da a sus palabras su condición de Presidente del Gobierno Provisional formula esta acusación sobre el nuevo estatuto jurídico: «se hizo una Constitución que invitaba a la guerra civil».
Pero fue el Partido Socialista quien finalmente destruyó aquella República de la que estaba llamado a gestionar su agonía sometido a los dictados de Moscú. El predominio del Partido fundado por Pablo Iglesias se debió a la falta de una base social en la que sustentar el régimen naciente; a la vista del resultado electoral Azaña descartó a los republicanos radicales de Lerroux y dio entrada en su Gobierno a un partido marxista cada vez mas escorado hacia la ruptura revolucionaria con las instituciones democráticas. El socialista Largo Caballero, Ministro de Trabajo, advirtió con toda claridad del papel que aguardaba a los republicanos al amenazar con la guerra civil si las Cortes Constituyentes eran disueltas una vez terminada su función: «ese intento sólo sería la señal para que el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores lo considerase como una nueva provocación y se lanzasen incluso a un nuevo movimiento revolucionario. No puedo aceptar tal posibilidad que sería un reto al partido y nos obligaría a ir a una guerra civil» (Informaciones, Madrid, 23-noviembre-1931). La amenaza se convirtió en realidad en Octubre de 1934 y en 1936.
La tragedia de la Segunda República está simbolizada en figuras como la del Diputado y Ministro Rafael Salazar Alonso. Vinculado desde su juventud al republicanismo, protagonista activo de los primeros pasos de la Segunda República, supo descubrir a tiempo que era imposible que el régimen se consolidara como un marco estable de convivencia y progreso si no conseguía ser un Estado garantizador del orden público y respetuoso con la propiedad y el ejercicio del culto católico y con los demás postulados del régimen social existente y para ello era imprescindible neutralizar a las fuerzas revolucionarias que venían haciendo imposible la convivencia y la modernización de España desde años atrás. Víctima de la venganza del Frente Popular, Salazar Alonso cayó asesinado tras una sentencia del Tribunal Especial de Madrid que dicto un fallo confirmado en el Consejo de Ministros por el Gobierno presidido por Largo Caballero. El antaño golpista se convertía ahora en el último responsable de la muerte de un hombre que estaba convencido de que solo con el cumplimiento de la ley era posible derrotar a la revolución. Su figura es un ejemplo de cómo lo que hubo de bueno en la Segunda República, de afán de libertad y de progreso, de defensa de la unidad de España y de regeneracionismo es un patrimonio que pasó íntegro al Movimiento Nacional. Personalidades como las de Salazar Alonso hacen imposible el intento de identificar a la República implantada en 1931 con la que existía en julio de 1936 y fue derrotada en abril de 1939.
No deja de ser curioso que también los primeros pasos de la República coincidieran con las consecuencias de una crisis económica agudizadas en España por la incompetencia del Gobierno y la actividad subversiva de la izquierda. La solución de los socialistas fue paralizar la incipiente industrialización, destruir las máquinas en el campo y repartir dinero (obtenido de unos impuestos dudosamente gestionados) para asfaltar caminos y hacer zanjas ¿Les suena la receta?
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