miércoles, 17 de junio de 2009

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina


Franns Rilles, inmigrante boliviano en situación ilegal en España, era explotado rigurosa y metódicamente en la panificadora valenciana en la que trabajaba en régimen de esclavitud. Doce horas diarias en el tajo por setecientos euros al mes en negro, sin contrato, sin papeles, sin Seguridad Social, sin derechos y, a partir de ahora, sin un brazo. Sin el brazo izquierdo que una máquina le arrancó de cuajo empapando en sangre el pan de su patrón, uno de esos cabronazos que saben que el miedo de los inmigrantes ilegales es como el humo de las ciudades derrotadas, enmascara el saqueo y emboza el pillaje.
¿En qué nos convertimos cuando la ley, la decencia y la justicia desaparecen? Pues en el patrón de Franns Rilles, ése cabronazo que le abandonó desangrándose por el muñón del brazo a doscientos metros del hospital más cercano susurrándole al oído que no contara la verdad, porque él sabe que estos pobres desgraciados vienen todos de los dientes de la injusticia que cosen el hambre como las lanzaderas de un telar, y que si quieren trabajar tienen que callar. Tragar y callar, porque los códigos y las pautas del mercado se han convertido en la ley de leyes hasta tal punto que todos hemos olvidado que al mercado se acude en busca de verduras, no de justicia.
Vienen buscando pan y justicia y cuando llegan aquí caen en las ávidas manos de mercaderes poco dispuestos a conceder una hospitalidad que no paga al contado. Caen en manos de negreros como el patrón de Franns Rilles, más astutos que inteligentes, cuyo único evangelio es la codicia, que regatean cuando compran y engañan cuando venden. Son los chulos de la miseria, los dueños de la lonja de carne humana, marcada por la fría escualidez del hambre. Son los alquimistas que convierten en oro la desesperación y el terror, el vacío y la soledad de los inmigrantes ilegales.
Como con esa estirpe de usureros yo me niego a representar la comedia de la indulgencia y a adoptar la hipocresía del respeto, diré que a mí el patrón de Franns Rilles me recuerda gratamente a Foulón, aquél ministro de Luis XVI que con ocasión de una hambruna que diezmaba Francia dijo que si el pueblo tenía hambre, que comiese hierba. Naturalmente, cuando estalló la Revolución, la cabeza de Foulón apareció en lo alto de una pica con la boca llena de hierba.
El patrón de Franns Rilles puede dormir tranquilo, pues su cabeza con la boca llena de pan coronando una pica es sólo un sueño, onírica imagen producida por las gotas de sangre jacobina que circulan por mis venas.


Eduardo García Serrano.
Editorial del programa “Sencillamente Radio”

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