martes, 30 de junio de 2009

La cultura, en Colono


Ustedes recordarán a Edipo. Ciego y desterrado de Tebas, Edipo llega a una circunscripción del Ática, al norte de Atenas, a Colono. Entonces, los habitantes le piden que se marche.

Hace un par de días, por insistencia de alguien muy querido, fui a ver una representación de Edipo en el teatro del Matadero, en Madrid. La sensación que se me quedó es que la cultura, desterrada de los circuitos convencionales y ciega, al llegar a Madrid, recibe el deseo de ser expulsada de la misma por sus habitantes.

Es sabido que lo que hoy se impone es la cultura con “k”, que de Quevedo a Jardiel todo está proscrito y cuando no, manipulado por la giliprogresía que nos domina y castiga. Que todo lo que no sea marxismo rampante es la idiocia, y no hay luz fuera de lo políticamente correcto.

Aun sin comulgar, como es público y notorio, con esa corriente imperante, debo reconocer que ya me estaba acostumbrando a no recibir más que distorsiones, imágenes embotelladas de lo que pudo un día ser bello y ahora es deforme. Pero este Edipo representado en el teatro del Matadero (buen nombre, donde se ejecuta a la cultura sistemáticamente) ha resultado ser excesivo para mis quizá obsoletas entendederas.

Que a Edipo lo represente un actor más propio para pasar por un viejo sidoso que por un rey, puede pasar. Que sin sentido alguno aparezca alguien disfrazado de Humprey Bogart, quizá como castigo al actor por algún remoto escarceo de éste con la esposa del figurinista, tiene un pase. Que se simule el sobrevuelo de un helicóptero sobre el público por razones que quizá Freud pueda descifrar, lo omitiré piadosamente. Que proyecten de fondo imágenes que podrían quedar dignas en un video reportaje de primera comunión, pero jamás en un teatro y menos movido con fondos públicos, ya hace tragar quina. Pero que me coloquen un teléfono heraldo de telefónica y un secador de peluquería de señoras de los años sesenta en medio de la trama de Antígona, más que broma, resulta una tomadura de pelo absoluta, y eso que ya va quedándome poco.

El actor principal, con una dicción que recordaba increiblemente a Zapatero cuando en pleno discurso pierde el hilo de lo que dice, con menos pasión de la que servidor ponía en tercero de EGB en los agustinos cuando recitaba a Espronceda, remata la forma. La remata en el más puro sentido: la mata dos veces. En cuanto al fondo… bueno, hacer un remix de Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona en una sola tirada, así, sin anestesia ni nada, sería solo comparable a resumir el Pentateuco en una caja de cerillas. Posible pero temerario. Particularmente pienso que si Sófocles reviviera los corría a todos, actores, director, personal de servicios , tramoyistas y hasta público, a puñetazos hasta el Peloponeso.

Me crujen las cuadernas al hablar así de un acto cultural. Del acto cultural por antonomasia, una representación teatral; y conste que intenté despojarme de antemano de prejuicios, que a flor de piel estaban cuando el en tríptico apareció el nombre de Mario Gas, ocupa de nuestra cultura con minúsculas que huele a su propio apellido, al menos desde que se alió con ese macarra revestido de friki que quería que volaran a España (que en gloria pudra, por cierto).

Debo reconocerles que lo que si me ha despertado es añoranza. Añoranza de aquellas tardes en el Español, cuando allí moraba uno de los mejores hombres de teatro que podrían pisar esta piel de toro, Gustavo Pérez Puig. Añoranza de lo que es el respeto a nuestro bagaje, nuestro acervo. Añoranza del saber hacer bien las cosas. Añoranza de la cultura al alcance de todos, y no del aprovechamiento de la subvención con fines depilatorios en el cráneo de los ciudadanos.

Decía Demócrates que todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos, de mofa. Yo añado que cuando se aplaude a la hez y se denosta el lustre, no solo todo está perdido sino que está podrido.

Juan V. Oltra

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