viernes, 26 de junio de 2009

Yo Acuso


Conformándonos por el terror a las necesidades circunstanciales de lo cotidiano, el asesinato separatista se ha convertido en una guirnalda en torno a nuestros cuellos. Cerramos los ojos ante el odio, la hiel y la burla del nacional separatismo y surcamos el espacio y el tiempo como una galera sin arboladura porque le hemos cogido el acomodo a este calvario de pánico que, de vez en cuando, escupe sangre, fuego y metralla como en Arrigorriaga, donde Eduardo Puelles García ardió como la yesca hasta quedar carbonizado dentro de su coche. Mañana, su nombre, no será ni un recuerdo en los territorios de la memoria. Mera estadística.

Después de lo irreparable, el crimen, viene siempre lo insoportable, las declaraciones de los políticos, quienes, con la testarudez de los borrachos y la grave profundidad que la embriaguez confiere a las palabras pobres y frías, insisten siempre en que ETA no va a conseguir nada. ¡Qué trágala tan estúpido y, por lo tanto, tan políticamente correcta!

ETA ha conseguido generalizar un espíritu separatista que emponzoña Vasconia toda de los pozos a los hornos. ETA ha conseguido seducir a gran parte de la juventud vasca, la cobarde complicidad de la mayoría, la silenciosa quietud de los que nada hacen porque sólo esperan a ver qué pasa y a ver quién gana; el exilio interior y exterior de otros muchos, y la heróica lucha de unos pocos, como Eduardo Puelles García, que firman con su sangre la anónima indiferencia de esa inmensa mayoría que escucha los disparos como quien oye el despertador.

ETA ha conseguido que la idea de España y el nombre de España sean una despreciable baratija en la conciencia colectiva de los vascos, y un concepto por el que no merece la pena luchar ni en el orden de prioridades ni en la escala de valores del resto de los españoles, pues cada vez que un español no vasco dice que se les dé la independencia ETA suma una voluntad más a su objetivo final, precisa y paradójicamente por la ausencia de voluntad de quien así se expresa.

¿Hay alguien que, sin ser un memo patológico, pueda creerse el mensaje oficial que nos dice que ETA está en las últimas, que está en trance de ser derrotada y que los asesinatos que comete son la prueba de su debilidad?

¿Hay alguien que pueda metabolizar y entender que el Ejército Español esté combatiendo a miles de kilómetros de su Patria contra el terrorismo del Corán y del turbante, mientras el terrorismo de chapela asesina españoles a domicilio, a placer y en régimen de barra libre?

¿Hay alguien que pueda entender que sus señorías estén más preocupadas por los procesos de reinserción de los etarras que por el castigo implacable al que deberían ser sometidos?

¿Hay alguien que alcance a comprender que la meta, más o menos evidente, de todas las políticas contraterroristas que se han diseñado en España no haya sido la eliminación física de la organización terrorista ETA, sino el diálogo y la negociación con ella?

Por todo eso yo acuso del asesinato de Eduardo Puelles García a todos los que aceptaron por cobardía intelectual la constitucional mentira de que España es una Nación de naciones.

Yo acuso a todos lo que por rencor político otorgaron a ETA el letal salvoconducto de luchadores por la libertad.

Yo acuso a todos los que enfatizan el hecho diferencial como fuente generadora de agraviantes derechos históricos para despreciar el hecho comunal español, aceptando perezosa y mansamente que el ser catalán, vasco o gallego es incompatible con el ser y sentirse español.

Yo acuso a todos los que llevan treinta años estigmatizando el patriotismo español y motejando de democrático el separatismo del PNV, de CiU, del BNG y de ERC.

Yo acuso a todos los que reafirman la perversión democrática de que a través de las urnas se puede desgarrar el manto de la Unidad Nacional Española.

Yo acuso a todos los que pusieron en manos de políticos esencialmente desleales a España las competencias de Educación y Cultura sabiendo perfectamente cómo y para qué las iban a utilizar.

Yo acuso a los que aprobaron un sistema y unas leyes electorales que otorgan una representación parlamentaria absolutamente desproporcionada a partidos separatistas.

Yo acuso a todos los que por intereses sectarios y coyunturales han coqueteado con los partidos separatistas para conformar mayorías de gobierno.

Yo acuso a todos los que desde sus responsabilidades políticas, periodísticas y educativas son incapaces de alzar la voz para darle fuerza al vino de nuestra Historia hasta que este pueblo sin memoria entienda clarísimamente que ni la Democracia, ni la Constitución, ni el Parlamento, ni el Rey, tienen potestad, ni autoridad, ni legitimidad, para conceder la independencia ni a la porción de tierra de España que cabe en una maceta.

Ahora, hoy, ya es tarde. Demasiado tarde para que la esperanza sea algo más que un sueño. Treinta años de abstracción política constitucional han convertido a España en una abstracción conceptual tan difusa que sólo palpita con verdadera pasión en el corazón de los que la odian.

Ellos esperan la independencia con más amor y fidelidad que Penélope a Ulises. Nosotros sólo esperamos que dejen de matar mientras les animamos a que sigan perpetrando, por la vía del diálogo, el más repugnante de los crímenes: el separatismo.

Eduardo García Serrano

http://www.diarioya.es/


No hay comentarios: