El 10 de febrero de 1943 se libró en Europa una de las batallas más brutales de la historia. La batalla de Krasny-Bor, en los arrabales de Leningrado. Una batalla en la que se decidía a un tiempo la suerte del eje y la de los aliados, y en el que la protagonista indiscutible fue la División Española de Voluntarios o - en palabras que hicieron fortuna, de Dionisio Ridruejo - La División Azul, por el color de sus camisas y de sus corazones.
Un ataque soviético con todo tipo de artillería, primero y con el avance de tropas, después, que dejó tras de sí 1000 muertos, 200 prisioneros y 1500 heridos españoles, que sin embargo sujetaron la posición e impidieron, una vez más, el avance del Ejército Rojo.
¿Qué hacían allí aquellos protagonistas involuntarios del devenir de Europa? Sencillo, luchaban en su propio conflicto, del que sabían muy bien sus causas y sus razones, dentro de otro conflicto mayor al que la mayoría eran ajenos.
Luchaban contra el comunismo soviético, por la Civilización Occidental y por devolver la moneda que empezó, muchos años antes en nuestro propio suelo, antes del inicio de nuestra guerra de liberación. Lucharon, como dijera el Capitán Palacios, “por una civilización que no se resigna a perecer”.
Sánchez Drago lo reflejó diciendo “querían liberar el territorio de la Sata Rusia. Querían parar los pies malolientes y mojar la oreja sorda del comunismo. (...) Fue la última vez que España entró con decoro en Europa”.
La historia de la División Azul ha generado algunas páginas – muchas menos de las que hubiera merecido de no haberse querido menguar su importancia, su heroísmo y su gallardía – a lo largo de los años, y ha recobrado especial interés en los últimos cinco, con autores y especialistas que han escudriñado la mayoría de los aspectos que en ella se dieron.
Nosotros nos queremos quedar hoy, en este homenaje que este programa rinde al heroísmo, en algunos de los aspectos más humanos, más próximos a la piel y la respiración de los divisionarios. A entender bien quiénes y cómo eran. Por qué estaban allí y por qué muchos prefirieron morir allí, incluso cuando se ordenó la repatriación.
Nos quedaremos, como hilo conductor, con una frase pronunciada por el padre de un divisionario a su hijo en el frente: “dicen por aquí que te han matado”.
Nunca siete palabras encerraron tanto. Encerraban la angustia de un padre por la posibilidad de haber perdido un hijo en combate. Encerraban la angustia de un hijo, ante el sólo imaginar el dolor de los padres en la ignorancia. Encerraban la esperanza, la confianza en que, en todo caso, no fueran ciertas... o no se habrían escrito nunca. Y encerraban la convicción de estar haciendo lo que había que hacer; ni un reproche, ni una duda, ni una sombra de desconfianza ante la posibilidad de haberse inmolado en defensa de España y de su civilización ante “el comunismo totalitario, ateo y materialista”.
Esa fue nuestra División. Entre sus hombres estaban sin duda Viriatos, Indíbiles, Mandonios, Pelayos, Rodrigos, Alfonsos y los Alcaldes de Móstoles... Entre sus gestas, Cádiz, Numancia, Sagunto, Zaragoza, San Marcial... Entre sus gestos heroicos el “disparad sobre nosotros. El enemigo está dentro”. Entre sus causas, el Cuartel de la Montaña, el Santuario de Santa María de la Cabeza y el 2 de mayo madrileño. Entre sus fuerzas, los Almogávares y los Tercios de Flandes...
Porque en la sangre española - la que corría por las venas de aquellos valientes y se derramaba por la estepa a raudales - estaban impresas todas esas gestas, todas esas sangres, todo ese heroísmo que hace de un pueblo, ese soldado bajito, indisciplinado y valiente ante el que el mundo se asombra y se cuadra, porque está ante un español.
Hoy, quienes quisiéramos para nosotros la mitad de valor y de sangre de los que corrían y aún corren por sus venas, les rendimos homenaje con este programa. Un homenaje que, en palabras recientes del Teniente General Agustín Muñoz Grandes, hijo del primer jefe de la División, no pertenece ya a partido u organización alguna, sino a todo un pueblo heroico en defensa de su libertad - añadimos nosotros -.
Un ataque soviético con todo tipo de artillería, primero y con el avance de tropas, después, que dejó tras de sí 1000 muertos, 200 prisioneros y 1500 heridos españoles, que sin embargo sujetaron la posición e impidieron, una vez más, el avance del Ejército Rojo.
¿Qué hacían allí aquellos protagonistas involuntarios del devenir de Europa? Sencillo, luchaban en su propio conflicto, del que sabían muy bien sus causas y sus razones, dentro de otro conflicto mayor al que la mayoría eran ajenos.
Luchaban contra el comunismo soviético, por la Civilización Occidental y por devolver la moneda que empezó, muchos años antes en nuestro propio suelo, antes del inicio de nuestra guerra de liberación. Lucharon, como dijera el Capitán Palacios, “por una civilización que no se resigna a perecer”.
Sánchez Drago lo reflejó diciendo “querían liberar el territorio de la Sata Rusia. Querían parar los pies malolientes y mojar la oreja sorda del comunismo. (...) Fue la última vez que España entró con decoro en Europa”.
La historia de la División Azul ha generado algunas páginas – muchas menos de las que hubiera merecido de no haberse querido menguar su importancia, su heroísmo y su gallardía – a lo largo de los años, y ha recobrado especial interés en los últimos cinco, con autores y especialistas que han escudriñado la mayoría de los aspectos que en ella se dieron.
Nosotros nos queremos quedar hoy, en este homenaje que este programa rinde al heroísmo, en algunos de los aspectos más humanos, más próximos a la piel y la respiración de los divisionarios. A entender bien quiénes y cómo eran. Por qué estaban allí y por qué muchos prefirieron morir allí, incluso cuando se ordenó la repatriación.
Nos quedaremos, como hilo conductor, con una frase pronunciada por el padre de un divisionario a su hijo en el frente: “dicen por aquí que te han matado”.
Nunca siete palabras encerraron tanto. Encerraban la angustia de un padre por la posibilidad de haber perdido un hijo en combate. Encerraban la angustia de un hijo, ante el sólo imaginar el dolor de los padres en la ignorancia. Encerraban la esperanza, la confianza en que, en todo caso, no fueran ciertas... o no se habrían escrito nunca. Y encerraban la convicción de estar haciendo lo que había que hacer; ni un reproche, ni una duda, ni una sombra de desconfianza ante la posibilidad de haberse inmolado en defensa de España y de su civilización ante “el comunismo totalitario, ateo y materialista”.
Esa fue nuestra División. Entre sus hombres estaban sin duda Viriatos, Indíbiles, Mandonios, Pelayos, Rodrigos, Alfonsos y los Alcaldes de Móstoles... Entre sus gestas, Cádiz, Numancia, Sagunto, Zaragoza, San Marcial... Entre sus gestos heroicos el “disparad sobre nosotros. El enemigo está dentro”. Entre sus causas, el Cuartel de la Montaña, el Santuario de Santa María de la Cabeza y el 2 de mayo madrileño. Entre sus fuerzas, los Almogávares y los Tercios de Flandes...
Porque en la sangre española - la que corría por las venas de aquellos valientes y se derramaba por la estepa a raudales - estaban impresas todas esas gestas, todas esas sangres, todo ese heroísmo que hace de un pueblo, ese soldado bajito, indisciplinado y valiente ante el que el mundo se asombra y se cuadra, porque está ante un español.
Hoy, quienes quisiéramos para nosotros la mitad de valor y de sangre de los que corrían y aún corren por sus venas, les rendimos homenaje con este programa. Un homenaje que, en palabras recientes del Teniente General Agustín Muñoz Grandes, hijo del primer jefe de la División, no pertenece ya a partido u organización alguna, sino a todo un pueblo heroico en defensa de su libertad - añadimos nosotros -.
---OOooOO---
Extraído del extraordinario blog ( que desde aquí recomendamos su lectura ) de Martín Ynestrillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario