lunes, 14 de enero de 2008

CAPITALISMO PARA TODOS


El mundo está abierto, es un gigantesco patio de vecindad. Aquel que antaño estaba a miles de kilómetros, resulta hoy ser nuestro vecino de escalera. La mal llamada globalización, la mundialización, con el fenómeno internet favoreciendo el conocimiento universal, o la propia televisión, provocando que los rusos prefieran culebrones como “Los ricos también lloran” a sus propias películas y que los marroquis se rían con Cantinflas, dicen algunos que nos convierte en ciudadanos del mundo. Pero… ¿de que mundo? ¿del mundo liberal? ¿del mundo que no busca la igualdad, la fraternidad y la igualdad del chino, del rumano o del turco, sino la guerra y tensión entre unos y otros?
Pero no hace falta ir tan lejos. Miremos nuestras ciudades. Paseemos por los suburbios e intentemos mirar a través del alambre de espino y muros de las urbanizaciones de lujo. En eso nos estamos convirtiendo: unos cuantos bunkers e inmensas zonas donde la ley no tiene nada que decir. Todos encerrados en su casa y la mafia en la de todos. Hay no una, no dos, posiblemente múltiples sociedades conviviendo o peleando entre sí, pero con un eje común: el capitalismo.
Una sociedad capitalista, en suma, que solo perdura porque ha heredado una serie de estereotipos que ella por si misma no puede crear: jueces incorruptibles, funcionarios integros, seguridad social para todos… hasta que lo desaparezca extinguida en un ambiente hostil.
Y es que dicen los liberales: las leyes sobre los pobres crean los pobres a los que socorren (Malthus). Crear el subsidio del paro es crear parados. Disminuyamos pues las nóminas, aumentemos las horas de producción. Regresemos al siglo XVIII. El mercado irá mejor. El dinero de la seguridad social, seguro, se pierde en inversiones en terceros países. Desmontémosla. Mientras, cada vez se defrauda más en los impuestos. Quitemos los impuestos. Que los cobren solo los terroristas y los mafiosos. Olvidemos que quienes defraudan no son precisamente los pobres.
La carga de la seguridad social es cada vez más insoportable para la economía. La tesis del efecto perverso. Demasiado seguro, mata al seguro. Gastáis tanto que no va a quedar nada. Dejadnos protegerla como al empleo: dejadnos despedir más y mejor, para aumentar el empleo.
Mientras tanto, la industria nacional intenta chapotear en este nuevo marco de juego. El empresario español empieza a notar el aliento del chino en su nuca, el murmullo del polaco en la lejanía. Y no tardará en desconfiar del turco.
Nuestra juventud, formada según la ministra Cabrera en “el mejor sistema educativo que ha habido en la historia de España”, se homologa en sus títulos a unos jóvenes europeos con un bagaje intelectual mucho más potente, y se prepara tan solo a aspirar a que algún político local emule a Bush, y congele las hipotecas, sin llegar siquiera a soñar en un remedo de aquel decreto de 1938, que permitiera suspender alquileres e hipotecas a aquellos españoles en paro forzoso.
Vivimos en el mundo de las ideas de cartón piedra y olvidamos las realidades. Mientras nos juran que vivimos en una arcadia feliz, e incluso nos tragamos la trola de que esto es una democracia, nuestra vida se degrada. Ante estos idealismos torticeros, cabría tal vez recordar la frase del príncipe alemán Bernhard von Bullow: “A los idealismos franceses sin significado, Libertad, Igualdad y Fraternidad, les oponemos las realidades alemanas: Infantería, Caballería y Artillería”.

JUAN V. OLTRA

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