De las cosas que más vergüenza ajena provocan en la España de hoy es el orgullo inconsciente e infantil de cierta clase de personajes elevados al Club de la Farándula por la estulticia general. Los encontrarán por todas partes: elevan el mentón, relajan el buche, miran por encima del hombro para demostrar que sí, que no caben de gozo por ir “contracorriente”, por romper con la norma, por golpear la tradición con su comportamiento diario.
Cayetana Guillén Cuervo, que dicen que es actriz, ha usado a su hijo para escenificar un acto sustitutivo del bautismo, y “oficiado” por Pedro Zerolo. Bautizarlo por el rito católico hubiera sido normal, e incluso bueno, lo cual es profundamente fascista. Se cambia el agua bendita por perfume del top manta, sustituimos al sacerdote por un sodomita y lejos de que un buen organista se atreva a interpretar el “Ave María” de Schubert, suena imponente, a todo trapo, la melodía de la serie “David, el Gnomo”. Porque el progresismo no tiene por qué reñirse con lo hortera.
Al parecer, esta costumbre significa “dar la bienvenida democrática” al nuevo “ciudadano”, cosa que aleja a cualquier persona decente de la democracia como de la bicha. Si para ser un demócrata hay que estar en brazos de Zerolo, no lo duden: quiero un buen caudillaje. Si la condición para que a uno le acepten en el exclusivo club de la progresía universal es cambiar el día del bautizo (el día en que los cristianos recibimos al Espíritu Santo) por esta paranoia de zumbados e invertidos, reniego del progreso y lo aborrezco enteramente. Pero a este pobre niño no le han dejado elegir.
Ese es el problema. Leo, que así han llamado a la criatura, no tiene culpa de tener los padres que tiene; es demasiado pequeño para comprender lo que le han hecho. Y no sólo le han privado del derecho que tenía a ser bautizado como Dios manda, sino que le han metido a empellones en una secta de la que ya no podrá salir, la del izquierdismo furibundo, la del ateísmo porque sí, la de la rebeldía sin causa contra el capitalismo universal y a favor de la “extensión de los derechos”. Vamos, que le han fastidiado la vida.
Ellos, sus padres y allegados, dirán que no, claro. Dirán que un niño, lo que de verdad necesita, es “el amor de sus padres”. Que eso de echar agua bendita por la cabeza no significa nada. Que así, recibiendo la “bendición democrática” de quien ha hecho de su extravagante condición sexual un medio de vida, será “mejor persona” y aprenderá pronto a “respetar a los demás”. Y, en efecto, así será. Hasta que cumpla la edad suficiente para que nadie pueda manipularlo, y pueda leer, pensar y meditar lo suficiente para comprender que ha estado metido en una enorme mentira. Porque Dios no deja abandonado a ninguno de sus hijos, y menos aún a aquellos no tuvieron forma de defenderse de la dictadura del relativismo.
Rafael Nieto
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2 comentarios:
Muy bueno el comentario,es la pura verdad.
Estamos llegando a unos extremos de subrealismo que son dificiles de superar.
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